lunes, 28 de febrero de 2022

Noventa años del Holodomor La gran hambruna de Ucrania, ¿genocidio de Stalin? - Jaume Pi


Entre 1,5 y 4 millones de ucranianos murieron de hambre entre 1932 y 1933; la mayoría de historiadores cree que fue un plan deliberado del dictador aunque el debate sigue abierto


Se calcula que entre los años 1932 y 1933, entre 1,5 y 4 millones de personas murieron de hambre y enfermedades derivadas en la antigua República Socialista Soviética de Ucrania. La cifra se eleva a 12 millones si se suman otras regiones de la URSS afectadas.

Como siempre en estos casos, los historiadores no se ponen de acuerdo respecto a las cifras, pero no es la única controversia que existe en torno al llamado Holodomor, un trágico episodio de gran hambruna colectiva -en ucraniano significa 'matar por hambre'- que ha permanecido oculto para el gran público.

La razón de esta poca difusión tiene que ver precisamente con el debate sobre los hechos históricos. Hoy en día casi nadie discute la magnitud de la tragedia ni que ésta fue el resultado de las políticas de Moscú, pero aún se duda de la intencionalidad del régimen soviético.

¿Hubo un plan deliberado de Stalin para reprimir el creciente nacionalismo ucraniano o bien el Holodomor fue la consecuencia no deseada de una mala política? ¿Debe considerarse un genocidio? Aunque no hay respuesta concluyente, la mayoría de expertos cree que sí: que el dictador georgiano quiso así dar una lección a la burguesa y rebelde Ucrania.

Debate histórico

¿Hubo un plan deliberado de Stalin para 'domesticar' a los rebeldes campesinos ucranianos o fue el resultado no deseado de una mala política de colectivización?

En todo caso, para responder a estas preguntas primero hay que acudir a los hechos y antecedentes. Ya asentado en el poder, Stalin inició a finales de 1929 una política económica que cambiaría la URSS para siempre. Fue el primero de los llamados planes quinquenales, cuyo objetivo era acelerar la industrialización del país, sobre todo a través de la industria pesada. Para ello, Moscú necesitaba centralizar todos los recursos a disposición y

evitar las crisis de las cosechas padecidas los dos años anteriores, cuando el campesinado entregó al Estado mucho menos grano del previsto.

Si bien el mundo rural alegó malas cosechas, Stalin utilizó las caídas en las entregas para declarar la guerra a los llamados kulaks, un término despectivo que designaba a los propietarios rurales. Así tendría lugar también la mayor colectivización agrícola de la historia.

En poco tiempo, el Estado expropió tierras, cosechas, ganado y maquinaria a gran escala, y centralizó todos los planes para alimentar a la creciente población de las ciudades en vías de una veloz industrialización.

Como no podía ser de otro modo, el proceso de colectivización forzosa fue traumático. El campo de la URSS se dividió en dos tipos de explotaciones: los koljoses, granjas colectivizadas de carácter cooperativo; y los sovjoses, granjas directamente gestionadas por el Estado. Así, el Gobierno de Stalin prohibió cualquier tipo de explotación privada y forzó a todos los campesinos, ya fueran antiguos propietarios o trabajadores, a integrarse en un koljós.

 

Por supuesto, hubo amplios focos de resistencia, que fueron especialmente violentos en los territorios más ricos y castigados por la colectivización: el norte del Cáucaso, las extensas llanuras de Kazajstán y Ucrania. En este último caso, a eso se le sumó un creciente nacionalismo relativamente bien organizado, que tenía un amplio respaldo en el mundo rural del país, y que plantó cara a las autoridades soviéticas. La respuesta del régimen fue más represión: prisión, deportaciones a Siberia e incluso fusilamientos.

El proceso de colectivización forzosa tuvo mucha oposición en el mundo rural ucraniano, zona rica en producción y de fuerte sentimiento nacionalista

La tormenta perfecta estaba a punto de llegar. Para luchar contra la colectivización forzosa, los campesinos comenzaron a reducir las producciones o a no cumplir con las exigencias demandadas. Muchos decidieron abandonar el campo. Otros trataron de quedarse con parte de la cosecha y se produjeron numerosos robos entre campesinos.

Como consecuencia, la tensión social fue en aumento y el caos se apoderó de la región. Stalin, convencido de que todo eso era producto del boicot nacionalista, optó por militarizar los campos para imponer el orden. Las primeras muertes por falta de alimentos tuvieron lugar ese 1931.

Además, la implementación forzosa del sistema cooperativista tampoco funcionaba: el reparto de los productos era arbitrario y la introducción de la moderna maquinaria, desconocida en el mundo tradicional, retrasó aún más la recolección. Solo faltaba que el clima no acompañase, lo que ocurrió con la sequía de 1932. Algunos historiadores cuestionan que las cosechas sufrieran disminuciones significativas, lo que contribuye a reforzar más la tesis del genocidio, pero la mayoría entiende que ambas cosas pudieron tener lugar simultáneamente.

Pero sin duda lo que aceleraría la hambruna que comenzó en la primavera de 1932, fueron decisiones políticas. El gobierno de Stalin temió una gran revuelta como la ocurrida en los primeros años de la revolución bolchevique y, lejos de calmar la situación, optó por endurecer las condiciones al campesinado ucraniano. Cerró las fronteras de la entonces república soviética y penalizó duramente el abandono de los campos. Además, aprobó en agosto la cruel Ley de las Cinco Espigas, que castigaba con dureza a los que robaran trigo -aunque fuera un puñado- de un koljós.

Cuando los alimentos empezaron a escasear, Moscú no solo no intentó paliar la situación, sino que mantuvo las duras cuotas y confiscaciones al campo ucraniano

Pese a que el hambre ya era un problema de salud pública, Moscú mantuvo las durísimas exigencias de producción y confiscación. El cereal ucraniano llenaba las despensas de países extranjeros mientras los ucranianos se morían literalmente de hambre. Y todo eso, a pesar de que las autoridades locales se negaban a aplicar estas políticas o que el mismo Partido Comunista de Ucrania pedía desesperadamente algo de aire.

Las súplicas cayeron en oídos sordos: el Ejército seguía vigilando los campos, exigiendo las cuotas establecidas y las brigadas entraban en las casas para confiscar comida a los campesinos. Incluso los víveres que llegaban desde las comunidades ucranianas exiliadas nunca llegaron a la población. Todo este cúmulo de políticas es lo que ha llevado a muchos a pensar que la extensión del hambre en Ucrania fue una política deliberada diseñada desde el Kremlin.

Propaganda soviética contra los kulaks, los propietarios rurales, a los que el régimen culpó de la situación de escasez alimentaria en Ucrania y otras zonas 

 

La situación pronto se volvió dantesca. La epidemia del tifus, así como otras enfermedades, comenzó a campar a sus anchas, pero las autoridades rusas ordenaron a sus médicos que no mencionaran la situación ni se llevaran a cabo investigaciones. Se han documentado casos de infanticidio y de canibalismo, e incluso la existencia de un mercado negro de carne humana.

Los testigos de la situación describieron escenas terroríficas, con cadáveres amontonados por las calles que nadie, por falta de fuerzas, se atrevía a dar sepultura. También proliferó un sistema de corrupción generalizada, llamado Torjzina, por el que los campesinos hambrientos compraban pan y harina a cambio del oro de sus antiguas joyas.

La situación fue dantesca: el tifus campó a sus anchas, las víctimas no podían ser sepultadas y se registraron casos de canibalismo

Los esfuerzos de la URSS por ocultar la magnitud de la hambruna han dificultado enormemente que se puedan dar cifras concluyentes. Tampoco es fácil determinar cuantas muertes se pueden computar a las políticas de Stalin, y cuales deberían ser entendidas como muerte natural. En todo caso, si bien se han dado cifras que alcanzan los diez millones de víctimas, las últimas estimaciones más precisas fijan el número de muertes en una horquilla de entre 3,5 y 4 millones.

Homenaje a las víctimas de la gran hambruna ucraniana en el monumento instalado en Kiev  GENYA SAVILOV / AFP

Y no hay que olvidar las víctimas en otras regiones de la URSS: 1,5 millones de personas pudieron morir en Kazajistán y otros centenares de miles en el Cáucaso Norte y las regiones de los ríos Don y Volga. Son datos, en todo caso, escalofriantes.

La controversia en torno a este episodio sigue vigente y, como es obvio, el actual conflicto en Ucrania la ha desenterrado. La interpretación negacionista se mantiene viva en Rusia y tiene su raíz en la propia postura oficial soviética. Numerosos estudios han demostrado que la estrategia del Kremlin fue siempre la de negar la hambruna y, en todo caso, culpar a los movimientos nacionalistas ucranianos y los kulaks de la crisis. También está bien documentada la falsificación de datos estadísticos y la ocultación de imágenes.

La política soviética dio sus frutos: la opinión pública internacional no conoció los hechos hasta cincuenta años más tarde y los propios ucranianos no pudieron rememorarlos abiertamente hasta la caída del bloque comunista, en la última década del siglo XX.

Hoy en día, los que no niegan la hambruna se dividen entre aquellos que avalan que fue un plan intencionado de limpieza étnica por parte de Stalin y los que más bien entienden que fue el fruto de una nefasta planificación. Estos últimos creen que, dado que también se produjeron graves hambrunas en toda la URSS, no puede interpretarse como un intento de domesticación del campesinado de Ucrania. Éste, por cierto, es el principal argumento de Moscú hoy en día.

En todo caso, existen notables indicios que avalan la tesis intencional. Para empezar, los terribles relatos de los testimonios de los hechos. “Obviamente todos sabíamos que esta hambre era artificial, porque en 1932 había una cosecha muy buena. (...) Había montones de grano que no habían sido capaz de embarcar aún. Y durante el invierno de 1932-1933, si a alguien, hambriento, trataba ir para allí y tomar un poco de grano, le pegaban un tiro”, relata María Lysenko en la web holodomorsurvivors.ca.

Los esfuerzos de la URSS para ocultar el Holodomor tuvieron éxito; hoy en día, el asunto sigue siendo polémico, especialmente tras estallar a la guerra del Dombás

Además, la historiadora estadounidense Anne Applebaum, en su reciente libro Hambruna Roja: la guerra de Stalin contra Ucrania (Debate, 2019) aporta nuevos datos de archivos soviéticos como son pruebas de que el dictador conocía la situación y, como mínimo, no hizo nada para remediarla, así como instrucciones de carácter secreto que empeoraron la hambruna.

El debate es encendido entre los académicos, pero no hay que olvidar que está muy contaminado por la política, lo que dificulta discernir la verdad histórica. Desde 2006, Ucrania considera que fue un genocidio y rinde anualmente homenaje a las víctimas. Países como Canadá, Australia, el Vaticano o Polonia, por citar algunos, apoyan esta tesis. También existe una resolución de la UE, de 2008, que “reconoce el Holodomor como un crimen atroz contra el pueblo ucraniano y contra la humanidad”.

Foto principal: El líder soviético Iósif Stalin, fotografiado junto a unos campesinos en los años 30 Hulton Deutsch / Getty

Jaume Pi

Barcelona

24/04/2021 

https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20210424/6989396/holodomor-olvidada-gran-hambruna-ucraniana.html

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