Cataluña no es una nación. Asumo que ésta es una
afirmación contundente y va a generar debate, algunos incluso intentarán
acusarme diciendo que no comprendo los matices de lo que sucede en Cataluña.
Nada más lejos de la realidad. La cuestión identitaria o nacional se ha
convertido en el gran problema de España, no es un debate pequeño. El concepto
nación es discutido y discutible. Éste no es un debate nuevo. Sin embargo,
plantear a día de hoy este debate sólo buscando con ello facilitar un posible
pacto para una investidura o una nueva mayoría es muy peligroso, mucho más
incluso que cuando lo hizo Zapatero. Lo sabemos todos, el contexto ha cambiado.
Aquellos que afirman que España es un estado plurinacional se equivocan, entran
de lleno en el marco mental del nacionalismo catalán. Aceptan como válidas
premisas interesadamente falsas cuya pretensión es construir un relato en torno
al derecho de toda nación a poseer un estado.
España es una nación plural capaz de aunar y respetar las
distintas sensibilidades de los ciudadanos. La Constitución de 1978 y los
diferentes estatutos de autonomía han conseguido proteger la diversidad y
riqueza cultural de España como no lo hubiera hecho ninguna otra fórmula,
siendo buena prueba de ello la pluralidad lingüística, cultural y social de
este país. Siempre será más plural una nación como la española, inclusiva,
diversa y plurilingüe, que una hipotética e imposible nación de naciones que,
por definición, empobrecería a España considerándola una suma de realidades
invariables, uniformes y estancas. Concebir España como un ente plurinacional
sólo serviría para sembrar la duda entre españoles sobre a qué comunidad
política pertenecen.
El PSC arguye que la solución debe pasar por ofrecer la
posibilidad de reconocer, respetar e integrar las diversas identidades
nacionales que conviven en España sin mermar la cohesión social y la igualdad
entre españoles. Cabe preguntarse, entonces: ¿no lo garantiza ya la
Constitución en su articulado? En el momento en que Miquel Iceta inicia el
recuento de nacionalidades comete dos errores: olvida mencionar la nación
española y abre la caja de Pandora iniciando un debate de definiciones muy
peligroso que no solventa absolutamente nada. Sus razonamientos podrían incluso
acabar derivando a la justificación de la existencia de los supuestos «países
catalanes». Está jugando a aprendiz de brujo. Quienes se reivindican nación
cultural suelen hacerlo para reivindicarse como nación política para después
imponer el derecho a la autodeterminación y separarse. El independentismo, por
defecto, no anhela un nuevo encaje territorial sino una ruptura con el Estado.
Es por ello que no se le puede contentar con otro modelo, nunca será suficiente
autogobierno porque sus reclamaciones sólo terminarán cuando levanten una
frontera entre Cataluña y el resto de España. Cambiar lo que ya tenemos, una
vibrante nación cívica y plural, por una especie de Yugoslavia ibérica, donde
los ciudadanos tengan cada uno una nacionalidad distinta, me parece una
irresponsabilidad. El nacionalismo, repito una vez más, es guerra porque tiene
una lógica supremacista y etnicista.
El nacionalismo ha defendido que todo el diseño
constitucional era insuficiente para garantizar la supervivencia de la lengua y
cultura que consideran propias, pero la realidad es que no se trata de un
interés honesto sino de una indisimulada excusa para avanzar en su objetivo: la
secesión. Además, olvidan que las lenguas son herramientas, no un fin en sí
mismo. Los catalanes somos afortunados al contar con dos lenguas oficiales que
nos son comunes. Y esto es capital, tan propio nos es el catalán como el
español. El independentismo ha intentado durante años establecer la diferenciación
entre lengua oficial y lengua propia, argumentando que pese a que el español es
lengua oficial no nos es propia y debe ser tratada como secundaria en las
instituciones y la vida pública.
Ante este escenario, y teniendo en cuenta que la Unión
Europea es una organización de estados-nación entre los que destaca España como
una de las naciones más antiguas de Europa, es clave aportar una estrategia
clara que no se vea condicionada por el marco mental del nacionalismo, alejada
de la búsqueda de un nuevo encaje territorial para Cataluña o para cualquier
otro territorio. El PSOE no puede renunciar a los valores de la izquierda que,
por definición, ha buscado eliminar las fronteras. La izquierda necesita de un
rearme ideológico en Cataluña y en el resto de España para combatir al
nacionalismo y defender los principios básicos de libertad e igualdad amparados
por la Constitución. Los nacionalismos avanzan de nuevo en España de forma
preocupante, y las negociaciones con ellos para facilitar la investidura no hacen
más que facilitarles el camino. Negociar con el PNV para crear un nuevo
Estatuto en el País Vasco en el que se hable de «ciudadanos nacionales»
haciendo referencia únicamente a los ciudadanos vascos o negociar con Bildu en
Navarra debilitará todavía más el pacto entre españoles. No podemos abandonar
los valores progresistas, igualitarios y europeístas, cuya base son las
personas y no los territorios, renunciando a la tradición y la historia para
mirar al futuro que debemos construir en España, un país fuerte y democrático,
y con la mirada fija en la edificación de una gran Europa.
Es cierto que a día
de hoy España se enfrenta a grandes retos, pero una cosa es buscar una solución
a un problema de convivencia discutiendo con los partidos nacionalistas y con
todos los que no lo son y otra muy diferente es cederles la llave de la
gobernabilidad de España. Un pacto con ERC sería un caballo de Troya dentro del
Gobierno de España que no nos podemos permitir.
Concejal de Barcelona
Polis
Digalo ahi digital
http://www.digaloahidigital.com/articulo/catalu%C3%B1a-no-es-una-naci%C3%B3n
24 de Diciembre del 2019
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