El refrán “Dios los cría y ellos se juntan” alude, en sardónico
registro, a la asociación de personas no muy santas con el inocultable
propósito de infringir el orden establecido y cometer fechorías. Una variante
de esta sentencia, “Dios los cría y el diablo los junta”, viene a cuento a raíz
de las declaraciones de José Luis Rodríguez Zapatero y José Alberto «Pepe»
Mujica, repudiadas dentro y fuera del país, exonerando a Nicolás Maduro de
culpas en el éxodo masivo de unos 3 millones de venezolanos negados a ser
súbditos, siervos o vasallos de un régimen asfixiante, marcadamente militar y
abiertamente totalitario.
El español, en el promiscuo Foro de Sao Paulo, culpó
de la diáspora a las sanciones de la administración y la justicia
norteamericanas a funcionarios corruptos; el uruguayo, a través del tendencioso
medio informativo ruso Sputnik, sin
achacar expresamente el origen del fenómeno migratorio al yankee go
home!, responsabiliza del mismo… ¡al petróleo! Ambas posturas responden
a la solidaridad automática y la ceguera ideológica propias de la fraternidad
populista. En el fondo, alcahuetería de la peor especie y, a pesar de ser buen
tema para sacarle punta, pasaremos de largo y abordaremos más bien el veto a la
libertad de expresión implícito en la criminalización del humor y, asimismo, la
intención prostituyente de constitucionalizar la dictadura.
Situado a 58 kilómetros de Mérida, a unos 3.505 metros sobre el
nivel del mar, Apartaderos es el pueblo más alto de Venezuela. Gracias al
paisaje de sus alrededores, conoció tiempos mejores y un turismo alegre hoy
objeto de evocación triste. Con una temperatura media anual de 8° centígrados,
los nativos (¿apartaderenses?) entran en calor dándole duro tanto a la lengua,
cuanto a la mamadera de gallo, sobre todo cuando se está de guardia en una mal
dotada y casi decorativa estación bomberil. Es el caso de Carlos Varón y
Ricardo Prieto, apagafuegos que al frío de las cumbres andinas pusieron la
risueña cara de su buen humor y, a fin de no aburrirse, bautizaron a un asno
con el nombre del patriota mandón y lo grabaron mientras «inspeccionaba» el
cuartelucho. El video de la humorada, viralizado en redes sociales, le sacó el
peñón a Nicolás: ¡metan presos a esos carajos! Y enrejados están a la espera,
ley del odio mediante, de un juicio inicuo y una eventual reclusión de hasta 20
años. Acaso la jodienda de estos servidores públicos merezca una reprimenda.
Mas no del gobierno, sino de la Sociedad Protectora de Animales, por infamar
al Equus africanus asinus, noble pariente de la mula de
Belén y de la jumenta parlanchina de Balaam, mencionado 130 veces en la Biblia
–sobre lomos asnales cabalgaron Abraham, David, María y Jesús de Nazaret, ¡na’
guará!–, presente con papel principalísimo e innominado en El Quijote (el
rucio de Sancho Panza) y recordado bebiendo agua estrellada en Platero y
yo. La ocurrencia de Varón y Prieto, hechuras de Jehová emparejadas
en la ironía, es travesura menor comparada con la elección, en 1958, de la
rinoceronta (¿¡!?) Cacareco a la Alcaldía de Sao Paolo –su triunfo, festejado a
carcajadas limpia en todo Brasil, fue desconocido y se repitieron los
comicios–. Encarcelar a los bromistas merideños equivale a conculcar el derecho
de reír. ¡Viva el burro de Apartaderos!
Entre lamentos y risa transcurrió una semana signada por la
amenaza de una nueva carta magna, engendro parido por ignaros de los que cría
Dios y amontona el resentimiento, del cual circula un esbozo espeluznante desde
su preámbulo. Su lectura provoca dentera, pues «igual que en la vidriera
irrespetuosa de los cambalaches», descrita por Discépolo y cantada por Gardel,
se mezclan ahí poderes terrenales y celestiales, héroes y villanos, en lenguaje
redundante y de pomposas circunstancias: “Como pueblo, en la República
Bolivariana de Venezuela, en ejercicio de nuestros poderes creadores, invocando
la protección de Dios, la gesta histórica de nuestro Libertador Simón Bolívar,
el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes que conformaron
nuestra sociedad humana, de los precursores y forjadores de la Patria y el ejemplo imperecedero de nuestro
amado y eterno Comandante Hugo Chávez Frías», etcétera.
¿Quiere
más el lector? Aquí tiene: «Hoy, como pueblo venezolano, en las condiciones
mundiales actuales de crisis terminal del capitalismo y de construcción impostergable del
socialismo, nos asumimos como Patria Bolivariana Socialista para
reconstruirnos como sociedad humana…». En el artículo 2 de la inacabada bicha
queda meridianamente claro hacia dónde nos quieren conducir los asaltantes del
poder: «El pueblo en Venezuela se constituye en un Estado Popular, Democrático,
de Derecho y de Justicia Social, esencia de la Patria Bolivariana Socialista…».
Quienes aún sueñan con la regionalización democrática desestimada por Chávez,
quedarán perplejos y haciendo cui-cui con el artículo 4: «La República
Bolivariana de Venezuela es un Estado federal centralizado políticamente,
desconcentrado administrativamente…». No disponemos de espacio para glosar la
totalidad de un texto todavía no examinado en su totalidad. En el proyecto
normativo ya no somos ciudadanos. Ahora se nos llama «seres humanos» –¡tiene la
palabra el ser humano Fulano de Tal!–.
El adefesio es copia desmejorada del
bodrio bolivariano de 1999 y abunda en cursis recomendaciones de esta guisa:
«Una ley especial establecerá la unidad político territorial de la ciudad de
Caracas, la cual será llamada la Cuna de Bolívar y Reina del Wuaraira Repano».
En ninguna parte aparece el concepto de propiedad privada y el artículo 147
establece tres clases de tenencia de bienes –social, colectiva y particular–.
Asusta, ¿no? Ningún pueblo medianamente sensato puede legitimar esa constitucionalización
de la dictadura. A sus rebuznadores, ¡hiaaaa, hiaaaa!, debemos mandarlos a que
los cocee un burro.
23 DE SEPTIEMBRE DE 2018 12:14 AM
rfuentesx@gmail.com
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