viernes, 27 de julio de 2018

La izquierda cómplice - Trino Márquez



El cambio de gobierno en España a favor de Pedro Sánchez y el triunfo de López Obrador en México han traído aparejado un cambio en la actitud de los líderes victoriosos frente a la hecatombe que vive Venezuela.


Los gobiernos de Rajoy y Peña Nieto condenaron de forma categórica la destrucción de la democracia venezolana, la represión y violación sistemática de los derechos humanos y la crisis humanitaria que devora a los venezolanos. La solidaridad de la España de Rajoy con Venezuela fue explícita.

Sin rodeos. Ahora vuelve a entronizarse un gobierno de izquierda, cuyo ministro de asuntos exteriores, Josep Borrel, se limita a expresar en Bruselas ante el canciller Jorge Arreaza -en un encuentro entre la Celac y la Unión Europea- su “preocupación” por lo que sucede en Venezuela y a pedir elecciones “libres y justas”, sin mencionar países.

México, en el gobierno de Peña Nieto, abandonó la Doctrina Estrada formulada por Genaro Estrada, secretario de Relaciones Exteriores en 1930, durante la administración de Pascual Ortiz Rubio. Esa doctrina es simple: en nombre de la autodeterminación de los pueblos y la soberanía de las naciones, los gobiernos pueden destruir sus propios países sin que México los sancione o, incluso, los critique. En un continente plagado de regímenes autoritarios y caporales, la decisión de un país tan importante para la región, les vino de maravilla. Ahora López Obrador desempolva la vieja tesis. Su gobierno se hará el desentendido frente a tragedias como la venezolana y la nicaragüense.

En unas declaraciones recientes, el director de Human Rights Watch para América Latina, el combativo José Miguel Vivanco, criticó el “silencio” del gobierno del izquierdista Tabaré Vásquez ante el drama de Venezuela. Vivanco le recrimina al mandatario uruguayo que se resista a adherirse a la declaración presentada por Perú el pasado 6 de julio ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, suscrita por 53 naciones, en la cual se critica la situación venezolana y se condena al gobierno de Nicolás Maduro.

El Congreso de Guatemala, dominado por la izquierda, se negó a firmar una resolución en la cual ese parlamento enjuicia la masacre perpetrada por Daniel Ortega y Rosario Morillo contra el pueblo de esa pequeña y arruinada nación.
El comportamiento cómplice de ese sector de la izquierda –que, cuando le conviene, posee una visión aldeana de la política, que no le interesa nada que ocurra más allá de sus fronteras nacionales, ni le importan los derechos humanos, ni la destrucción de otra sociedad que no sea la suya- permitió que la tiranía cubana se eternizase y, –con su silencio e indiferencia- consiente que Venezuela y Nicaragua sean destruidas por camarillas militaristas, corruptas y sanguinarias.

El celestinaje de esa izquierda se modifica cuando un gobierno democrático actúa para defenderse de sus enemigos. En esos casos reacciona con estridencia. De Fidel Castro se han escrito numerosos volúmenes documentando sus incursiones en buena parte de los países de América Latina, con el propósito de implantar el socialismo. Hugo Chávez también desplegó una febril actividad internacional en el marco de la filosofía expansionista del Foro de Sao Paulo, que acaba de ratificarse en La Habana con el respaldo a los regímenes de Maduro y Ortega. En 2008 Chavez movilizó las tropas del ejército –en una operación bufa- contra Colombia, cuando el presidente Álvaro Uribe decidió atacar en Ecuador el campamento de Raúl Reyes, uno de los más temibles líderes de las Farc. En ese acto irresponsable, la “solidaridad” de Chávez comprometió la seguridad nacional y la vida de los soldados y oficiales venezolanos, quienes nada tenían que ver con ese episodio y quienes tradicionalmente fueron víctimas de las tropelías de esos insurgentes narcotraficantes. Por fortuna, su decisión de atacar a Uribe no pasó de ser una opereta, de las tantas que protagonizó.

El Estado de Israel fue blanco favorito de los ataques de Chávez y sigue siéndolo de la iracundia de Maduro. Debido a su manifiesto apoyo a los palestinos, el gobierno venezolano rompió relaciones diplomáticas con Israel, a pesar de la numerosa e importante colonia israelita que vive en nuestro país. Maduro ha apoyado públicamente en varias oportunidades a los independentistas catalanes, quienes se colocaron al margen de la Constitución de 1978 y actúan contra el Estado español.

La izquierda no se detiene ante fronteras nacionales cuando intenta proyectar internacionalmente sus planes. En esos trances invocan el internacionalismo proletario proclamado por Marx y Engels. Cuando lo que buscan es someter las sociedades, esclavizarlas y destruirlas, apelan a los principios opuestos: la autodeterminación y la soberanía. Son unos tartufos, expertos en el arte de protegerse lanzando luces de bengala para confundir.

De los cambios que están produciéndose en el panorama internacional y de la blandenguería de los gobiernos de España, Uruguay y del que asumirá en México, debemos tomar nota los venezolanos. El apoyo internacional siempre hay que procurarlo, pero nada de forjarse ilusiones. Del régimen de Maduro solo saldremos cuando internamente acumulemos la fuerza necesaria para sustituirlo. Con los gobiernos “progresistas” no podemos contar.



19 julio, 2018 
@trinomarquezc

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