Ese contraste entre riqueza académica, intelectual
mientras apenas se sobrevive con poco más de 1 dólar, es inmoral, obsceno y
ofende la dignidad de un profesional.
Mi
esposa llega a la casa visiblemente consternada y entristecida. Me cuenta que
en su universidad, en el Departamento de Matemática, a uno de los profesores lo
encontraron en su sitio de trabajo medio desmayado. –Pero no quiso ser
atendido. Se fue a dar su clase, me dice.
Al
rato me comenta que por las redes sociales, en su grupo de contactos, informan
que el profesor Pablo Pérez fue rescatado por sus estudiantes, quienes tuvieron
que hacer una colecta y comprarle dos arepas con queso. –Estaba tan débil que
no podía sostener la arepa para masticarla, -me dice.
–Mientras estaba
explicando un ejercicio, de repente se desvaneció y lo tuvieron que sostener y
sentar para que se recostara en su escritorio.El profesor Pérez tiene que
caminar 60 cuadras para llegar hasta la universidad. De ida son 30 cuadras e
igual de regreso. Si tiene suerte, se monta en el autobús de los estudiantes y
se queda cerca de donde vive, por barrio Unión, en Barquisimeto. Con todo y
doctorado no tiene capacidad monetaria para mantener su vehículo, ni tampoco
para comprarse ropa ni zapatos. Todo eso me lo comenta mientras su mirada se
torna enrojecida y la rabia e impotencia se traducen en palabrotas y
maldiciones contra el régimen.
Pero
aunque le escucho, la imagen de otro profesor todavía la tengo grabada en mi
memoria. Saúl Moreno es su nombre. Tiene las mejillas hundidas y una barba de
varios días. Los ojos vidriosos. Encorvado a pesar de no tener más de 45 años.
De voz amable y muy solidario. Su vestimenta es precaria y toda su humanidad
delata la miseria y el hambre que padece.
Esta
es la cruel y devastadora realidad del Alma Mater en Venezuela. La universidad
venezolana está en la miseria y ruina. El reducto de dignidad que por años
blandía con orgullo y virtud hoy está siendo mancillado, ejecutado de manera
planificada por el régimen totalitario.
Quienes
persisten como mi esposa son más que docentes, apóstoles académicos que acuden
al Alma Mater para encontrarse con no más de 4 o 6 bachilleres. Salones de
clases que antes se mantenían con 35 o 42 estudiantes, no quedan sino sombras
con pupitres vacíos. Es que el régimen, de hecho, los está excluyendo del
sistema educativo.
La
universidad venezolana, republicana, autónoma, democrática y pública está
siendo ocupada por el hambre, la marginalidad y la delincuencia. El promedio de
sueldo de un docente-investigador apenas llega a 1,5 dólares al mes. Yo
sobrepaso ese mísero pago por contar con otra entrada, la de mi pensión. Así,
llego a más de 2,5 dólares. Junto con el sueldo de mi esposa, 2,5 dólares, con
todo y su orgulloso doctorado, sobrepasamos los de muchos docentes.
Pero
para sobrevivir tenemos que ponernos a hacer galletas, suspiros, tortas por
encargo, y así llegamos vivos a fin de mes. Ya es raro cuando compramos jamón o
salimos a un centro comercial.
Descubrí
por estas madrugadas que tomar agua amortigua el hambre y la engaña. Pero no
puedo dejar de pensar en el profesor Pérez y el rostro del profesor Saúl me
persigue. Ese rostro del hambre, del desespero y también de quien calladamente
sigue adelante. No tengo casi palabras para rellenar este escrito. Todo se me
convierte en imágenes, rostros demacrados, gente que veo por las calles,
tristes, cabizbajas, silenciosas, solitarias.
Las
veces que he ido a buscar a mi esposa a la universidad politécnica no escucho
las risas ni la bulla de los estudiantes. Todo se nota enmudecido. Todo está
quedando en cámara lenta. Las personas miran al suelo como buscando una moneda
perdida. Hace varios días fui a llevar un documento de mi esposa a una oficina.
Era mediodía. Los empleados comían en sus lugares de trabajo. Apenas una sacaba
un pedazo de pan y lo mordía mientras me recibía la planilla. Cuando salí, por
los jardines llenos de hojarasca, varias personas estaban almorzando mango
verde y arepas. Cuando me vieron, disimularon reírse y ocultaron la fruta.
-Es
que en la universidad todavía hay dignidad, orgullo y vergüenza. -Eso es una
muralla contra la tiranía, pensé. Pero después, reflexioné y me acordé de la
vez que viajaba con mi entrañable amigo y poeta, Abraham Salloum Bitar.
Mientras conversábamos sobre la indigencia, de pronto él me sentenció: -Si yo
cayera en la extrema pobreza, llevado por un régimen tiránico. Si me acorralan
y tuviera que refugiarme debajo de un puente para vivir. Preferiría suicidarme.
No sé cuál sea el pensamiento de los cientos de miles de docentes
universitarios que están cayendo en la miseria material. Ese contraste entre
riqueza académica, intelectual mientras apenas se sobrevive con poco más de 1
dólar, es inmoral, obsceno y ofende la dignidad de un profesional. No sé, ni
quiero pensar en ese doloroso contraste que estoy describiendo.
No
tengo palabras para narrar la miseria que veo en la universidad. Su fuente casi
inagotable que ha sido la producción de conocimiento, mientras se practica el
sentido de la justicia, la libertad y la democracia como virtudes y principios
del Alma Nutricia, están siendo fracturados en sus dos bases esenciales: su
población cívica (estudiantes, profesores, personal administrativo y de
servicio), y el presupuesto para hacer academia/producir conocimiento
(investigación, docencia y extensión). La universidad venezolana, hoy, es un
inmenso colegio donde apenas se ofrecen clases y prácticas teóricas sobre documentación
desactualizada. Laboratorios, bibliotecas, publicaciones, centros deportivos y
artísticos, así como proyectos y asesorías externas, han pasado a segundo plano
o dejaron de funcionar por falta de presupuesto. En cualquier centro
universitario venezolano se ven las huellas del hambre, tanto en los rostros y
vestimenta de sus profesores, estudiantes y demás personal administrativo y de
servicio, como en el absoluto abandono de sus áreas verdes e inmuebles.
Los
profesores Pablo, Saúl, así como mi esposa y tantos miles de
docentes-investigadores están siendo acorralados por el hambre, la marginalidad
y la delincuencia que permite el régimen totalitario. Pero hay que resistir,
persistir y no desistir. Hasta más allá del hambre y la miseria resistiremos.
Los estudiantes no se quedarán desamparados. Nuestro destino es luchar con lo
mejor que sabemos hacer: producir conocimiento.
Foto por: Archivo PRIMICIA
Publicado: Jueves 28 Junio de 2018 Creditos: Juan Guerrero
Publicado: Jueves 28 Junio de 2018 Creditos: Juan Guerrero
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