viernes, 6 de julio de 2018

Humillar la academia - Juan Guerrero




Ese contraste entre riqueza académica, intelectual mientras apenas se sobrevive con poco más de 1 dólar, es inmoral, obsceno y ofende la dignidad de un profesional.
Mi esposa llega a la casa visiblemente consternada y entristecida. Me cuenta que en su universidad, en el Departamento de Matemática, a uno de los profesores lo encontraron en su sitio de trabajo medio desmayado. –Pero no quiso ser atendido. Se fue a dar su clase, me dice.

Al rato me comenta que por las redes sociales, en su grupo de contactos, informan que el profesor Pablo Pérez fue rescatado por sus estudiantes, quienes tuvieron que hacer una colecta y comprarle dos arepas con queso. –Estaba tan débil que no podía sostener la arepa para masticarla, -me dice. 
–Mientras estaba explicando un ejercicio, de repente se desvaneció y lo tuvieron que sostener y sentar para que se recostara en su escritorio.El profesor Pérez tiene que caminar 60 cuadras para llegar hasta la universidad. De ida son 30 cuadras e igual de regreso. Si tiene suerte, se monta en el autobús de los estudiantes y se queda cerca de donde vive, por barrio Unión, en Barquisimeto. Con todo y doctorado no tiene capacidad monetaria para mantener su vehículo, ni tampoco para comprarse ropa ni zapatos. Todo eso me lo comenta mientras su mirada se torna enrojecida y la rabia e impotencia se traducen en palabrotas y maldiciones contra el régimen.
   Pero aunque le escucho, la imagen de otro profesor todavía la tengo grabada en mi memoria. Saúl Moreno es su nombre. Tiene las mejillas hundidas y una barba de varios días. Los ojos vidriosos. Encorvado a pesar de no tener más de 45 años. De voz amable y muy solidario. Su vestimenta es precaria y toda su humanidad delata la miseria y el hambre que padece.
   Esta es la cruel y devastadora realidad del Alma Mater en Venezuela. La universidad venezolana está en la miseria y ruina. El reducto de dignidad que por años blandía con orgullo y virtud hoy está siendo mancillado, ejecutado de manera planificada por el régimen totalitario.
   Quienes persisten como mi esposa son más que docentes, apóstoles académicos que acuden al Alma Mater para encontrarse con no más de 4 o 6 bachilleres. Salones de clases que antes se mantenían con 35 o 42 estudiantes, no quedan sino sombras con pupitres vacíos. Es que el régimen, de hecho, los está excluyendo del sistema educativo.
   La universidad venezolana, republicana, autónoma, democrática y pública está siendo ocupada por el hambre, la marginalidad y la delincuencia. El promedio de sueldo de un docente-investigador apenas llega a 1,5 dólares al mes. Yo sobrepaso ese mísero pago por contar con otra entrada, la de mi pensión. Así, llego a más de 2,5 dólares. Junto con el sueldo de mi esposa, 2,5 dólares, con todo y su orgulloso doctorado, sobrepasamos los de muchos docentes.
   Pero para sobrevivir tenemos que ponernos a hacer galletas, suspiros, tortas por encargo, y así llegamos vivos a fin de mes. Ya es raro cuando compramos jamón o salimos a un centro comercial.
   Descubrí por estas madrugadas que tomar agua amortigua el hambre y la engaña. Pero no puedo dejar de pensar en el profesor Pérez y el rostro del profesor Saúl me persigue. Ese rostro del hambre, del desespero y también de quien calladamente sigue adelante. No tengo casi palabras para rellenar este escrito. Todo se me convierte en imágenes, rostros demacrados, gente que veo por las calles, tristes, cabizbajas, silenciosas, solitarias.
   Las veces que he ido a buscar a mi esposa a la universidad politécnica no escucho las risas ni la bulla de los estudiantes. Todo se nota enmudecido. Todo está quedando en cámara lenta. Las personas miran al suelo como buscando una moneda perdida. Hace varios días fui a llevar un documento de mi esposa a una oficina. Era mediodía. Los empleados comían en sus lugares de trabajo. Apenas una sacaba un pedazo de pan y lo mordía mientras me recibía la planilla. Cuando salí, por los jardines llenos de hojarasca, varias personas estaban almorzando mango verde y arepas. Cuando me vieron, disimularon reírse y ocultaron la fruta.
   -Es que en la universidad todavía hay dignidad, orgullo y vergüenza. -Eso es una muralla contra la tiranía, pensé. Pero después, reflexioné y me acordé de la vez que viajaba con mi entrañable amigo y poeta, Abraham Salloum Bitar. Mientras conversábamos sobre la indigencia, de pronto él me sentenció: -Si yo cayera en la extrema pobreza, llevado por un régimen tiránico. Si me acorralan y tuviera que refugiarme debajo de un puente para vivir. Preferiría suicidarme. No sé cuál sea el pensamiento de los cientos de miles de docentes universitarios que están cayendo en la miseria material. Ese contraste entre riqueza académica, intelectual mientras apenas se sobrevive con poco más de 1 dólar, es inmoral, obsceno y ofende la dignidad de un profesional. No sé, ni quiero pensar en ese doloroso contraste que estoy describiendo.
   No tengo palabras para narrar la miseria que veo en la universidad. Su fuente casi inagotable que ha sido la producción de conocimiento, mientras se practica el sentido de la justicia, la libertad y la democracia como virtudes y principios del Alma Nutricia, están siendo fracturados en sus dos bases esenciales: su población cívica (estudiantes, profesores, personal administrativo y de servicio), y el presupuesto para hacer academia/producir conocimiento (investigación, docencia y extensión). La universidad venezolana, hoy, es un inmenso colegio donde apenas se ofrecen clases y prácticas teóricas sobre documentación desactualizada. Laboratorios, bibliotecas, publicaciones, centros deportivos y artísticos, así como proyectos y asesorías externas, han pasado a segundo plano o dejaron de funcionar por falta de presupuesto. En cualquier centro universitario venezolano se ven las huellas del hambre, tanto en los rostros y vestimenta de sus profesores, estudiantes y demás personal administrativo y de servicio, como en el absoluto abandono de sus áreas verdes e inmuebles.
   Los profesores Pablo, Saúl, así como mi esposa y tantos miles de docentes-investigadores están siendo acorralados por el hambre, la marginalidad y la delincuencia que permite el régimen totalitario. Pero hay que resistir, persistir y no desistir. Hasta más allá del hambre y la miseria resistiremos. Los estudiantes no se quedarán desamparados. Nuestro destino es luchar con lo mejor que sabemos hacer: producir conocimiento.
Foto por: Archivo PRIMICIA 
Publicado: Jueves 28 Junio de 2018 Creditos: Juan Guerrero
(*)  camilodeasis@hotmail.com   TW @camilodeasis   IG @camilodeasis1

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