Las puertas del hospital están abiertas
a los enfermos, las puertas de la escuela al alumno, las puertas del templo a
los feligreses y creyentes. Tres instituciones invulnerables. EL hospital para
curar, la escuela para aprender y el templo para orar.
La salud es un don de la providencia
inconmensurable, parte esencial del ciclo vital humano. La salud como el agua,
su valor se minimiza. Sólo al perderse se toma plena conciencia del valor. Sin
salud la vida está deteriorada, fracturada y en minusvalía. Fomentar la salud
en estos tiempos, es otorgarle relevancia a la vida.
La escuela, el lugar donde el niño
aprende a formarse, donde se moldea y se forma al hombre, es también el sitio
para aprender a conferirle valor a la vida. La escuela es esencial en el
desarrollo y crecimiento del hombre.
El templo es la institución que
complementa las anteriores. La formación religiosa es el alimento espiritual
para los creyentes. La oración le confiere valor al sentimiento y al espíritu.
Le confiere paz y sosiego al ser humano.
Las puertas del hospital nunca pueden
cerrarse, pues cerrarlas es desprenderse de la misma existencia. Fomentar la
salud y curar la enfermedad es promover calidad de vida. La salud no es sólo
ausencia de enfermedad. En la Escuela de Medicina aprendimos que la salud se
promueve y se fomenta. La promoción y el fomento de la salud son valores cuyo
aprendizaje debe venir desde los primeros niveles de la escuela.
La buena alimentación, la prevención de
las enfermedades y la preparación adecuada de la capacidad cognitiva son el
camino para la grandeza de un país. La ausencia de ellos es impedimento para el
completo desarrollo corporal y espiritual.
He aquí nuestro empeño por lograr un
buen ciudadano. Que con su desempeño sea factor fundamental en el bienestar
personal, familiar y social. Un hombre útil para la sociedad. Un ciudadano
probo para el país.
De esta manera estaremos construyendo
el futuro de la república.
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