Desde el 9 de abril de 1948, cuando mataron a Jorge Eliecer Gaitán,
Colombia no tuvo un momento de paz, hasta que e l año pasado el gobierno
concretó algunos acuerdos políticos con las FARC que los amainaron. Fueron 60
años de violencia política y del narcotráfico, hasta el domingo 27 de mayo
cuando se celebraron las elecciones presidenciales más tranquilas de su
procelosa vida republicana en las que en primera vuelta, el uribista de derecha
Iván Duque ratificó la gran proyección
electoral que le atribuían las encuestas y rozó el 40% —se quedó en el 39,13%—,
unos 2,7 millones de votos, por encima del izquierdista Gustavo Petro, que logró el
25,09%; mientras la participación fue
del 53,38%, un récord para el país andino.
Una semana antes en Venezuela, donde no hay segunda vuelta, Maduro ganó
con 6.190.612 votos (67,8%) en una jornada que registró una baja participación
del 46,02% que se convirtió también en protagonista, pues ese promedio de
abstención en las tres últimas elecciones presidenciales (2006, 2012 y 2013)
fue del 21%. En segundo lugar figuró el candidato opositor y exgobernador Henri
Falcón, con 1.917.036 votos (21%). El tercer candidato y pastor evangélico
Javier Bertucci obtuvo 988.761 votos.
El triunfo de Maduro no trajo otra cosa que más confusión y
desdibujamiento de la gobernabilidad. El nuevo cono monetario dijo que
comenzaba a funcionar el 4 de junio, y fue pospuesto por un mínimo de 90 días;
el aislamiento internacional es cada vez más grande, pues no escuchó las
opiniones de la mayoría de naciones que integran esa comunidad; ofreció darle
libertad a los presos políticos y se ve
como una víctima arrinconada de sus propias palabras y de las luchas intestinas
de sus partidarios, mientras ha crecido el número de oficiales de la FANB
detenidos bajo la acusación de intentar subvertir el orden; la inflación crece
en el día y el dólar paralelo dobló la cifra con la que llegó a las elecciones;
mientras los productos de la dieta básica escasean o han llegado a precios
inalcanzables, y son un nudo gordiano los servicios de electricidad, agua,
medicina y transporte. Ofrece un dialogo en el que solo cree su asesor
extranjero Rodríguez Zapatero y los españoles de Podemos. Le ofrece la guerra a
los Estados Unidos, pero la solidaridad de rusos, chinos, nicaraguenses y
cubanos solo pasan por el tamiz de sus beneficios económicos. Los 60 años de violencia
en Colombia, paradójicamente se le están revirtiendo, bajo otros parámetros, a
Maduro.
Pero como afirma el periodista Luis García Mora, también se ha producido
el rechazo casi absoluto de los venezolanos a los partidos de oposición y sus
líderes, junto a los del gobierno. Y diera la impresión de que los partidos
(léase MUD) han dado prioridad a su
papel como instrumentos de sí mismos en
detrimento de su función representativa, y ser incapaces de cumplir las
expectativas de orientación, participación y configuración de la voluntad
política que se espera de ellos.
Mientras Colombia, después de 60 años de violencia, va camino en la búsqueda
de una esperanza, Venezuela se ha quedado muy atrás en un desandar sin destino
claro.
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