jueves, 29 de junio de 2017

Nueva visión del desarrollo para superar el populismo - José Ignacio Moreno León

Para asegurar la gobernanza del cambio se requiere promover la cultura del cambio, apalancada en un nuevo liderazgo que comparta esa visión y sea capaz de impulsarla con eficiencia.

La historia de América Latina está salpicada de los fracasos de gobiernos militaristas, autoritarios y populistas de todo signo, incapaces de manejar crisis económicas y sociales y que, además de conculcar las libertades públicas han dejado una herencia de crímenes, deterioro socio económico y corrupción. Por lo anterior, en la región se impone promover una nueva visión del desarrollo para erradicar las tentaciones del populismo y el caudillismo y las recurrencias del neoliberalismo.
Por ello las malas experiencias del pasado y las que aún persisten en algunos de los países de la región nos señalan que el desarrollo de América Latina debe sustentarse en un sistema político y económico promotor del progreso en libertad y con inclusión social y que se fundamente en el respeto a la dignidad de la persona humana y en el que, a la par que se entienda la importancia del mercado como motor del crecimiento, se reconozca igualmente su función esencialmente social, en un marco ético y jurídico que proteja a los más vulnerables.
Esa nueva visión del desarrollo con sentido humano -entendido como el desarrollo humano sustentable-, supone el rechazo a las perversidades del neopopulismo rentista y clientelar y del neoliberalismo economicista que sólo valora al ser humano en su capacidad de consumir, de producir y de competir. Por tanto debe ser un modelo orientado a impulsar el desarrollo productivo, participativo y equitativo, que no puede estar signado por el materialismo, ni el consumismo, ni el fundamentalismo del mercado, sino que debe promover, en libertad, la erradicación de la pobreza, y fomentar la inclusión social y la conciencia ecológica, no solo como objetivos de justicia, sino igualmente como antídoto frente al neopopulismo autoritario y estatista que representa la más grave amenaza antidemocrática del siglo XXI en América Latina. Simultáneamente con el cambio económico y político -que debe tener como objetivo prioritario erradicar la pobreza y la exclusión-, se impone el cambio de los patrones culturales implícitos en esos obstáculos al progreso y que se derivan fundamentalmente de la herencia cultural hispana.
Para asegurar la gobernanza del cambio se requiere promover la cultura del cambio, apalancada en un nuevo liderazgo que comparta esa visión y sea capaz de impulsarla con eficiencia. Se requiere igualmente el fomento de estructuras de gobierno que descarten el presidencialismo autoritario, y que faciliten un nuevo estilo de gerenciar el Estado y de practicar la política. Ello supone fortalecer la democracia y promover instituciones que incentiven el progreso, con ese liderazgo renovado que no se conforme con pregonar los principios del pluralismo, la tolerancia y la alternancia, sino que además combata activamente los abusos antidemocráticos y autoritarios, defienda las instituciones y sus funcionamiento autónomo, promueva el respeto a la propiedad privada y su libre disposición, y el derecho a exigir cuentas de la gestión pública, y valore el reconocimiento del pueblo como conglomerado de ciudadanos capaces de labrarse su propio destino y no como súbditos o reclutas manipulados por un caudillo de turno o por una cúpula castrense.
Supone igualmente, como lo plantea Douglas North, fortalecer las normas sociales que rigen el correcto comportamiento humano, tales como los principios éticos y la honestidad en el desempeño del Estado como promotor del desarrollo, mediante la generación de incentivos para el crecimiento económico, concentrándose en asegurar la transparencia en la gestión y en promover un sistema judicial autónomo que proteja la propiedad privada y garantice la predictibilidad y estabilidad de las reglas del juego establecidas en la sociedad para dar forma a la interacción humana.
Es obvio que el cambio cultural e institucional debe sustentarse en un gran esfuerzo educativo y en la promoción de principios éticos y morales para lograr una democracia de ciudadanos y erradicar el maligno germen de la corrupción que ha estado presente en todos los regímenes autoritarios y populistas. Por tanto se debe promover, a todos los niveles del sistema educativo y utilizando el enorme poder divulgativo de los medios de información y comunicación, los principios éticos y la cultura de los valores del capital social, incorporando la enseñanza de la ciudadanía, de la solidaridad, de la asociatividad, la creatividad, el emprendimiento, el comportamiento ético y el sentido de la excelencia, condiciones fundamentales para lograr una sociedad emprendedora, equitativa y solidaria, en donde ni el clientelismo ni el populismo puedan germinar.
Ante las amenazas latentes contra el sistema democrático que representan el populismo y el déficit de ética en el accionar político y en la gestión de los asuntos públicos, debemos concluir estas notas con dos citas que consideramos de gran relevancia como respuestas a esas preocupantes realidades. La primera de Winston Churchill, en 1947, durante un discurso en Londres en la Cámara de los Comunes en defensa de la democracia en el que afirmaba: “la democracia es la peor forma de gobierno excepto cuando se la compara con cualquier otra.” Y la segunda, el duro reclamo del Papa contra el morbo de la corrupción, cuando en 2015, en el barrio de Scampia de Nápoles -feudo de la mafia italiana- Francisco severamente advertía: “La corrupción es sucia y la sociedad corrupta apesta. Un ciudadano que deja que le invada la corrupción no es cristiano, ¡apesta!”
Director General del CELAUP
Universidad Metropolitana
Twitter: @caratula2000
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19 de junio de 2017

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