Según el diccionario de la RAE, plagiar es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como
propias”.
Los académicos luchamos contra la
copia textual desde el principio de la formación de los alumnos.
Mientras que en los países de
nuestro entorno hay tolerancia cero con el fraude y el plagio en el ámbito
académico, en nuestro país se multiplican los casos sin consecuencias.
Plagio académico
Una de las funciones básicas de la universidad es
la generación de conocimiento. Sin embargo, una parte significativa de la
sociedad, incluyendo a la mayoría de los representantes públicos, presta poca
atención a la importancia de este aspecto. Una prueba clara es la falta de importancia que se
ha dado desde las instituciones los repetidos casos de plagio de Fernando
Suárez Bilbao desvelados
por este diario. Queremos centrarnos aquí en el
desprecio que supone para los valores universitarios la mala praxis en
la generación de conocimiento.
De acuerdo con´ las comparaciones de texto publicadas por eldiario.es, el rector de la Universidad Rey Juan Carlos podría haber basado una
parte significativa de su producción académica en el plagio extensivo de la
producción de otros académicos e incluso de estudiantes. Dada la doble función
de la universidad, como formadora de futuros académicos y generadora de
conocimiento, cabría esperar una reacción clara y fulminante ante las
malas prácticas que, como el plagio, pueden comprometer esta
generación de conocimiento. Por ello, la tibieza de la reacción dentro del
mundo académico es lo que más ha sorprendido a periodistas como Raquel Ejerique. Desgraciadamente, si se conocen los grandes vicios y problemas del
mundo académico español esto no sorprende tanto.
La revisión de trabajos anteriores juega
un papel clave en la generación de conocimiento,
dado que permite recuperar conocimiento perdido u olvidado, y promover nuevos
campos de investigación. Pero una revisión académica no se limita a recopilar y
resumir el conocimiento. Debe proporcionar una síntesis de lo ya conocido,
ponerlo en valor de manera crítica, y relacionarlo con otras áreas del
conocimiento.
Por eso es tan grave el plagio en la universidad y
la academia; dado que consiste en copiar literalmente resultados y/o síntesis
anteriores en lugar de generar conocimiento nuevo. Al igual que en arte el
plagio es una apropiación indebida de la originalidad en la
obra copiada, en ciencia y en humanidades el plagio es una apropiación indebida
de la originalidad crítica en la recopilación, evaluación y síntesis de
conocimiento.
Hay distintos tipos de plagio. La copia literal de
texto, y la apropiación indebida de ideas, que se explican y desarrollan sin
atribuir su autoría al proponente original. Podría argumentarse que la copia
textual no identificada es menos grave que la apropiación de ideas, pero no
deja de ser ilícita: copiar y pegar párrafos y ahsta páginas enteras es una
forma ilegítima de presentar el trabajo de otro como propio.
Lo que hace particularmente grave el caso del
rector Suárez es que los académicos luchamos contra la copia textual desde el
principio de la formación de los alumnos. Por eso se han desarrollado
herramientas informáticas como la que acaba de implementar la universidad Rey Juan Carlos. Las buenas prácticas en enseñanza implican devolver
los trabajos de los alumnos de grado que incluyen dichas copias textuales para
que los corrijan, o incluso suspenderlos si esa copia es demasiado extensiva.
Muchos cursos incluyen clases de deontología, con formación específica sobre el
plagio y otras vulneraciones de la propiedad intelectual. Cuando estas
prácticas llegan a los estudiantes de master se incide de
manera particular en ellas.
Ningún alumno bien orientado sobre el uso de malas
prácticas que incluya copias textuales de frases, y menos aún párrafos enteros,
dentro de sus trabajos originales debería pasar de este nivel. Y a nivel de
doctorado es razón suficiente para suspender toda una tesis doctoral. Algunos
autores de este artículo conocemos de primera mano varios casos donde copias
textuales de fragmentos bastante más pequeños que los que ha calcado Fernando Suárez Bilbao han conllevado el suspenso de una tesis doctoral, o la petición de
una revisión íntegra de la misma, tanto en Inglaterra, Estados Unidos, Portugal
o Brasil como (en algunos casos) en España.
Cualquier trabajo académico que se publica, quizás
con la excepción de los libros de texto y manuales técnicos, debe ser original
e inédito, ya sea una tesis doctoral, un capítulo de libro o un artículo
científico. No debemos dejarnos engañar por la tibia o nula reacción de
instituciones como la conferencia de rectores o de algunos responsables
políticos: nadie que entienda el plagio como una práctica inocua o que lo use
en beneficio propio debería ostentar el título de doctor. Por eso, a la
Universidad de Dusseldorf no le tembló la mano a la hora de retirar el título de doctor a Annete Schavan, la ya exministra alemana de Defensa, 33 años después de haberlo
obtenido.
Y no sólo eso;: la falta de ética en dicho
comportamiento debería invalidar la ostentación de cualquier cargo de
responsabilidad en la universidad. Por eso han tenido que dimitir de sus
puestos y renunciar a su título de doctor todos los altos cargos “cazados”
plagiando su tesis doctoral en otros países: la propia Annette Schavan, el primer
ministro rumano Victor Ponta,
el presidente húngaro Pál Schmitt,
o el ministro de defensa alemán Karl Theodor zu Guttenberg. Otros
países, sin embargo, son más tolerantes con el plagio: ahí están los famosos
casos del presidente de México Emilio Peña Nieto, o del
presidente ruso Vladimir Putin. ¿A quién nos queremos parecer?
El plagio, por lo que tiene de apropiación indebida
del esfuerzo ajeno, de abuso de poder y de limitación a la igualdad de
oportunidades y méritos, es una práctica comparable a la corrupción política
y económica. Y tal vez esa similitud es, precisamente, la que hace que los
responsables de nuestras instituciones públicas y privadas sean tan tolerantes
con este fenómeno.
Porque la realidad es que el plagio y el
fraude científico, para los que hay tolerancia cero en los países de
nuestro entorno directo, no reciben un tratamiento claro y
ejemplificador en nuestro país. Con la evidencia que se ha presentado en
los medios, Fernando Suárez no habría durado más de un par de días en su cargo
de rector en ninguna de las universidades de los países europeos,
norteamericanos o asiáticos a los que decimos querer parecernos. Y si ostentara
un cargo público, ya hubiera dimitido para evitar su destitución – como ha ocurrido en Alemania, Francia o Estados Unidos.
Pero en España se multiplican los casos de fraude
académico o falsedad en las titulaciones académicas que no tienen
consecuencias, incluso cuando los responsables deberían cundir con el ejemplo
al ser altos cargos de instituciones públicas. Baste nombrar los del Presidente
de la Generalitat Valenciana Francisco Camps; el
presidente del Comité Olímpico Español Alejandro Blanco; el
conseller de la Generalitat Valenciana Manuel Cervera; el director del Instituto de
Estudios Fiscales José Antonio Martínez Álvarez. Y, por
supuesto, el famoso caso de plagio en dos artículos liderados por el
catedrático de Física y Química de la Universidad de Vigo, Juan Carlos Mejuto, absuelto
por la Universidad y premiado por la Xunta de Galicia. Gonzalo Astray, primer autor de dichos
artículos, acabó obteniendo el título de doctor y siendo propuesto para la
obtención del premio extraordinario de doctorado en Ciencias.
Y eso que los casos denunciados por los medios son
tan sólo la punta del iceberg. La tolerancia al plagio y el fraude impregna
hasta tal punto la vida académica, que está protegida por numerosos aspectos de
la normativa y el funcionamiento de la Universidad. Por citar tan sólo uno de
los más notables, típicamente los tribunales de tesis son elegidos por los
propios directores de tesis, por lo que resulta sencillo recurrir al amiguismo
y el clientelismo cuando una tesis no alcanza el nivel de exigencia adecuado.
Si este mecanismo no es suficiente, el nepotismo dominante en muchas
Universidades asegura la intimidación de los directores o miembros del tribunal
que podrían oponerse a estas prácticas. Como declaraba el Dr. José Luis Menezo, codirector
del Conseller Manuel Cervera, respecto al extensivo plagio de su tesis: “Te la
tragas. Te callas porque es un alto cargo. En este mundo si vas de don Quijote
te dan a derechas e izquierdas”.
Es difícil que progresemos como sociedad si no
rechazamos las malas prácticas y la falta de ética. Mal vamos si no nos parece
importante que haya personajes públicos que ostenten títulos que no merecen. Y
peor aún cuando personas que detentan cargos de responsabilidad traicionan las
bases mismas de las instituciones que gobiernan.
No sólo estamos promoviendo la mediocridad, estamos
despreciando la validez de los que alcanzan títulos y cargos en base al
esfuerzo y el trabajo original y excelente realizado de manera ética, que
afortunadamente son la mayoría. Y con ello estamos desperdiciando la capacidad
de inducir una transformación social que tienen las personas que, de verdad,
buscan la verdadera excelencia, que no es sino dar lo mejor de uno mismo en
cada faceta de nuestro trabajo.
Joaquín Hortal / Luis Santamaría / Fernando Valladares / Miguel Angel Rodriguez-Gironés / Jordi Moya
29/11/2016 - 14:58h
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