Venezuela huele a historia. Y en la fascinación que provoca acompañar el
despertar de un pueblo empujado a la conquista de su libertad por sus pulsiones
históricas, hasta me compadezco de aquellos que se vieron en la obligación de
abandonarla y buscar nuevos derroteros. Vivir un despertar como el que estamos
presenciando, así esté lleno de tribulaciones y tropiezos, pasos de ciego y
tientos de fortuna en busca de acertar con la acción definitoria perfecta para
dar en el blanco que corresponde, constituye un privilegio que llevo
exactamente 17 años esperando.
Enrique Krauze vino, vio y volvió a México fascinado por el despertar
estudiantil que presenció, y más que por ese despertar, por sus razones y
motivos: los estudiantes universitarios venezolanos no luchaban tras las
banderas del Che Guevara, Mao o Ho Chi Minh, las ya añejas y exangües señas de
identidad arrastradas por la progresía radical desde los años sesenta. Luchaban
por la libertad ante una dictadura con pretensiones castrocomunistas. Luchaban,
en estricto rigor, por la liberalización de Venezuela. Anticipando en años, por
cierto, la corriente que ya recorre a América Latina: un nuevo liberalismo,
como el de Macri, el de PPK, el del próximo presidente de Chile y el que lleva
a juicio a la ex guerrillera urbana Dilma Rousseff.
Es un cambio de paradigmas, como los que han sucedido tras todos los
grandes movimientos políticos y sociales y, sobre todo, tras las grandes
revoluciones científicas. Tras diecisiete años de extravío y tras décadas
imantada por la seducción del caudillismo militarista y las promesas mesiánicas
de un farsante y sus pandillas, el pueblo venezolano, llevado a los huesos de
sus más elementales necesidades, por fin comprende que el socialismo no es otra
cosa que una cruenta estafa, la perfecta coartada de la barbarie enmascarada de
filosofía alemana y utopismo clásico; el secuestro de la voluntad popular por
unos pocos para enriquecer a mansalva a sus familiares y mesnadas y
entronizarse en el poder para reprimir, encarcelar, asesinar a quienes se le
opongan y devastar las riquezas creadas por el esfuerzo colectivo y los dones
de la naturaleza.
¿Quién iba a creer en medio de los gobiernos democráticos del pasado,
con todas sus fallas, vicios y errores, que al cabo de diecisiete años de
gobierno revolucionario los venezolanos de la principal potencia petrolera de
Occidente no tendrían literalmente qué comer, y los recién nacidos morirían
tras pocas horas de vida por carencia de instrumentos médicos, atención
hospitalaria y medicinas? ¿Qué encontrar un paquete de arroz o un kilo de
azúcar demandaría la escasa fortuna y días y días de implacable persecución y
esperas degradantes? ¿Quién iba a creer que el que llegó al poder prometiendo
freír las cabezas de los corruptos de AD y Copei montaría las más escandalosas
y extravagantes corruptelas de que se tenga memoria en el mundo permitiendo el
saqueo del Estado y el enriquecimiento de sus protegidos en montos
absolutamente inimaginables? ¿En qué país del mundo bajo la protección de un
gobierno “socialista” se han robado cientos de miles de millones de dólares sin
que la justicia, absolutamente pervertida y al lacayuno servicio del dictador,
hiciera una mínima observación?
Esta auténtica agonía de la república, esta estación final del desvarío
y la criminalidad política es la que ha comenzado a servir de aliciente al
despertar de un pueblo desesperado. Ese despertar que se percibe bullir en las
profundidades del sentir popular, que se expresara en la revolución estudiantil
de 2014 y que deparara la inmensa sorpresa de las elecciones parlamentarias del
6 de diciembre. Pues estamos ante una marea incontenible de indignación y
rechazo que va batiendo los muros de contención y ultrapasando los obstáculos
que encuentra tras el logro de su propósito histórico: desalojar al régimen,
reconstruir el dañado tejido social y económico de la república
y devolverle al pueblo venezolano el disfrute de
la plenitud de un Estado de Derecho. Exactamente como sucediera el 23 de enero
de 1958.
La marcha del 1° de septiembre, en buena y oportuna hora convocada por
la MUD y respaldada por todos los sectores sociales y políticos del país, le
dará fecha y hora de nacimiento a los nuevos paradigmas. Es incluyente, pues
abraza el sentir popular tras la necesidad del desalojo mediante el referéndum
revocatorio en este 2016, si el régimen comprende que es la salida ideal para
iniciar la reconstrucción nacional sin traumas ni violencias. Permitiendo el
diseño de un país en el que quepan todos, chavistas arrepentidos incluidos.
Pero es una
marcha que abre todas las opciones constitucionales del desalojo, si el régimen
cometiera la imperdonable imprudencia de cerrar las puertas políticas a la
salida representada por el referéndum revocatorio. La voluntad de un pueblo no
se escamotea por la ruindad y vileza de sus malos hijos. El cierre de la puerta
del revocatorio podría llevar al asalto a los bastiones del régimen, que los
medios e instrumentos sobran. Quiéranlo o no, Venezuela cambiará de giro el 1°
de septiembre. Será otra para siempre. No debemos abandonarla.
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA21 DE AGOSTO 2016 - 12:01 AM
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