miércoles, 7 de octubre de 2015

El acuerdo de paz de Colombia se hace pedazos - Mary Anastasia O'Grady - Carlos Valverde


En un dramático discurso pronunciado el martes ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, anunció que su gobierno se encaminaba a firmar dentro de poco un acuerdo con el sindicato del crimen organizado FARC, para poner fin a las hostilidades. “El tiempo de la paz” está cerca, predijo solemnemente.
No tan rápido, dispararon las FARC ese mismo día. Sus líderes dieron a conocer un documento de seis puntos objetando las afirmaciones del equipo negociador de Santos en La Habana sobre el estado de los diálogos y lo que se ha acordado.
El público colombiano no tiene manera de saber a quién creer. Después de cuatro años de negociaciones en Cuba entre el gobierno de Santos y las FARC, el “avance” del que se jactó su presidente en Nueva York aún no es público. Por supuesto, incluso si los colombianos fueran a verlo, nada podrían decir al respecto: Santos retiró recientemente su promesa de someter la totalidad del acuerdo final a un referéndum nacional.
Las FARC, por su parte, entienden que tienen todo el poder que necesitan sobre Santos. El mandatario ha apostado su legado a un acuerdo y está hambriento del reconocimiento internacional que le acarrearía la firma de un tratado de paz. Lo que está en juego es aún más después del espectáculo en Nueva York, donde Santos prácticamente prometió que presentaría un acuerdo final completo dentro de seis meses. El presidente de Colombia debe haber estudiado el arte de la negociación con el equipo que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, envió a tratar con Irán.
El bando de Santos ha dicho que las FARC no enfrentarán cárcel si confiesan sus delitos. Si lo hacen, recibirán penas de cinco a ocho años que limitarían sus movimientos a las zonas rurales en las que viven. En su comunicado, las FARC dicen que nunca estuvieron de acuerdo con ningún proceso que suponga cualquier confinamiento o restrinja la libertad de quienes admitan alguna culpa.
Las FARC también estipularon en su comunicado que el gobierno democráticamente electo de Colombia no tendrá autorización para interpretar el acuerdo. Esa autoridad, dijeron, residirá en los futuros jueces que asuman su tarea en la jurisdicción especial para la paz. Las FARC esperan tener un papel en la selección de dichos magistrados.
El gobierno de Santos ha dicho que el acuerdo sobre justicia todavía contiene cierta “ambigüedad” y requiere más negociaciones. Las FARC dicen no: el asunto “está cerrado”; no hay nada más que discutir.
La semana pasada, las FARC también clarificaron su posición no negociable sobre cómo se pagarán las reparaciones a las víctimas de los crímenes cometidos por el grupo guerrillero. Según el diario El Espectador, Enrique Santiago, un asesor jurídico de las FARC, dijo a la emisora colombiana Blu Radio que la organización no tiene responsabilidad por ninguna reparación. La adecuada compensación a las víctimas, afirmó, es responsabilidad de los individuos que cometieron los crímenes. Si el culpable no tiene dinero, entonces el Estado colombiano —es decir, los contribuyentes— tendrá que pagar.
Esto suena como una conveniente vía de escape para una organización que, según estimó el año pasado la revista Forbes, obtiene un ingreso anual de US$600 millones del narcotráfico.
Los partidarios del pacto me han sugerido que el apoyo al reciente acuerdo sobre justicia por parte del gobierno de Obama, Cuba y el papa Francisco demuestra su legitimidad. Sin embargo, no está claro qué acuerdo: ¿la versión de Santos o la versión de las FARC? Más aún, ¿por qué las opiniones de unos extranjeros tienen más peso que las de los colombianos?
El afán por tercerizar una importante decisión política al Tío Sam y el Vaticano es especialmente extraño viniendo de la izquierda, que pasó la mayor parte del siglo XX criticando el imperialismo norteamericano y la interferencia extranjera en los asuntos internos de los países de la región.
Los colombianos merecen justicia por los delitos de las FARC. También merecen seguridad. Sin embargo, durante mucho tiempo las FARC han sido cuidadosas de decir sólo que depondrían sus armas, no que las entregarían. Los traficantes de drogas que van a la cárcel en los países con un débil estado de derecho son legendarios por manejar sus negocios desde las prisiones. Imagínese a Colombia cuando estos jefes de la mafia vivan legalmente por todo el país, sin haber renunciado ni a sus bienes ni a sus armas.
Santos quiere que los colombianos confíen en las FARC, consideradas un grupo terrorista por el Departamento de Estado de EE.UU. Sin embargo, el presidente colombiano no vive en lugares como el departamento de Nariño, cerca de la frontera con Ecuador y el océano Pacífico. Las FARC han identificado el área como un buen lugar para cultivar coca. Apenas en agosto, durante un supuesto cese al fuego, las FARC mataron a Gilmer Genaro García, un líder de la comunidad afrocolombiana que se les cruzó en el camino.
El viernes, Santos atacó a sus críticos que respetan la ley alegando que para estos “la paz es inaceptable”. El mandatario debería guardar su virulencia para los líderes de las FARC. El sábado, volvieron a plantear objeciones a la versión del presidente sobre el acuerdo de justicia, señalando que la fecha límite de marzo no es “viable”. Pero, sin duda, Santos encontrará con el tiempo una forma de arreglar sus diferencias con los gánsteres.
Por MARY ANASTASIA O’GRADY
The Wall Street Journal. Lunes, 5 de Octubre de 2015 0:02 EDT

Escriba a O’Grady@wsj.com







La Paz del Castro Chavismo Santista
Por Carlos Valverde  

Fundador y Ex Dirigente Nacional del MOIR 


El 23 de septiembre del 2015 pasará a la historia de nuestro país como el día en que se cometió el más grave acto de traición a la tradición democrática de Colombia, calculado y ejecutado por Juan Manuel Santos en su condición de Presidente de la Republica y comparable solo a la felonía realizada por el presidente José Manuel Marroquín con la “venta” de Panamá.

El episodio empezó cuando después de su posesión el 7 de agosto del 2010 Santos se reunió con Chávez y lo declaró “su nuevo mejor amigo”. Allí lo que se pactó fue iniciar el más tenebroso y truculento maridaje bajo la égida de los hermanos Castro, dictadores seculares en la Isla de Cuba y responsables en el siglo pasado del mercenarismo pro soviético, cuando enviaron hombres del pueblo cubano para servir a los intereses de los nuevos zares rusos en su política expansionista en el África y donde a nombre del “socialismo” asesinaron a miles de hombres, mujeres, ancianos y niños en Angola. Los Castro sólo son bendecidos por los partidos y grupos políticos adscritos a la corriente pro-mamerta de América Latina y el mundo, que en Colombia están representados por el Polo Democrático Alternativo y los supuestos “progresistas”.

Pónganle el nombre que quieran a quienes así hablamos y concluimos: traidores, derechistas, fascistas o cualquiera de los epítetos a que están acostumbrados los “izquierdistas” colombianos. Como afirmaba Francisco Mosquera “ese archipiélago de grupos y subgrupos clasificados bajo el membrete de “izquierda”, un distintivo que en Colombia sirve para todo aunque no exprese nada”, hoy al servicio de los más oscuros intereses contra la nación por sus ambiciones electorales que los llevaron a beber del manantial terrorista, aunque muchos de ellos no hayan respaldado el uso de las armas.

Fidel Castro, Raúl, Maduro, Santos y sus secuaces han entrampado a Colombia. Para lograr su propósito han levantado la bandera del combate contra el fascismo, tal como lo hizo el Partido Comunista contra Gaitán en la década del 40 del siglo pasado y hoy adecúan esa misma táctica contra el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, el único líder de masas en la nación capaz de detener, por el respaldo mayoritario entre los más de 45 millones de compatriotas que habitamos nuestro país, que Colombia se transforme en la nueva Venezuela. Uribe no sólo tiene el apoyo, sino que ha logrado desentrañar el peligro que se avecina y las frases “almibaradas” de quienes dirigen el complot.

El comunicado leído en La Habana, bajo la parafernalia orquestada por Raúl Castro y con la presencia de Juan Manuel Santos y Timoshenko, está basado en la total impunidad para las Farc. El narcotráfico, el secuestro, el reclutamiento forzado de niños y todos los crímenes de lesa humanidad, si se confiesan, tendrán “castigo” de 5 a 8 años que será determinado por una Jurisdicción Especial para la Paz integrada por magistrados nacionales y extranjeros y consistirá en “un componente de restricción de libertades y derechos”. Los delitos políticos o conexos gozaran de amnistía o indulto. Es decir, que no habrá un día de cárcel y por tanto el Estado Mayor terrorista de las Farc podrá participar en política y aspirar a cargos en los cuerpos legislativos y a la presidencia de la república. ¡Enhorabuena!

Los hechos son tozudos e irrefutables. Chávez la emprendió contra Uribe y Maduro militarizó la frontera, desató una violenta represión contra los colombianos acusándolos de para- militares, les marcó su casa a humildes pobladores y ordenó derrumbarlas, se apropió de sus pocos bienes materiales, asesinó indígenas, violó el espacio aéreo, vulneró nuestra soberanía y dignidad. Previamente callaron los países de Unasur ante el fallo amañado de La Haya que pretende despojar a nuestra nación de 75.000 kilómetros cuadrados de mar territorial, fallo que fue recibido con alborozo por el estado mayor del narco-terrorismo y el Sr. Ortega, presidente de Nicaragua, recibió la felicitación de las Farc. En el penúltimo acto de esta comedia Santos viajó a Ecuador, bajó la cabeza y se plegó a la infamia cometida por el déspota Maduro contra nuestra patria y nuestros hermanos colombianos. En el entreacto los filibusteros de la “izquierda” que tanto alardean de defender la soberanía frente a Estados Unidos se colocan a la orilla del Presidente Santos y sienten el terror que les produce perder a Bogotá, para continuar saqueándola y fungiendo de representantes de la pobrería, otorgándoles irrisorios auxilios, sin permitir el desarrollo de la producción y la infraestructura. Los uribistas, los integrantes del Centro Democrático y la mayoría de la población bogotana debemos prepararnos para votar por Francisco Santos a la Alcaldía de Bogotá, porque él representa el rechazo al pacto de impunidad y entre otras cosas por eso se diferencia de los otros candidatos.

Como afirma el ex presidente y senador Uribe estamos ante un Golpe de Estado contra la democracia. El Congreso será sustituido por el Congresito, las leyes se amañan para complacer a las Farc, las cortes se suplantan con las anunciadas Salas de Justicia y con el Tribunal para la Paz. El cerco se cierra sobre Colombia a nombre de una concepción que es la causante de este enredo: que el país vive una guerra y por tanto hay que acabar con el “conflicto armado”. Lo cierto es que nuestra nación es víctima del ataque de grupos terroristas que se fundaron en el periodo de la guerra fría, entrenados y financiados desde el exterior y en consecuencia el desangre y las tropelías contra nuestros campesinos son ejecutadas por grupos de malhechores al servicio del socialismo del siglo XXI y del narcotráfico internacional.

Lo demás son paparruchadas de Santos y su círculo palaciego que ha echado por la borda la tradición democrática de Colombia. La paz con los terroristas no puede ser obtenida sobre la base de allanarles el camino a la dirección del Estado. A Uribe le corresponde la difícil tarea de profundizar su liderazgo y recurrir a organizar no sólo a sus adeptos más fervientes sino a la mayoría de la población colombiana para salvar la nación.

http://www.analitica.com/opinion/la-paz-del-castro-chavismo-santista/ 





El dudoso acuerdo de Colombia con los terroristas


MARY ANASTASIA O’GRADY
Lunes, 28 de Septiembre de 2015 0:02 EDT
The Wall Street Journal

La decisión del Vaticano de desconocer a la comunidad de derechos humanos de Cuba durante el viaje del papa Francisco a la isla dejó cabizbajos a muchos católicos. Fue doloroso ver imágenes del Pontífice codeándose con Fidel y Raúl Castro mientras al menos 140 disidentes cubanos —proscriptos que son pobres, muchos de ellos negros— eran arrestados, algunos llevados a la rastra, por la policía secreta.

Lo que captó menos la atención, pero puede resultar igual de perjudicial para los débiles y vulnerables en América Latina, fueron las declaraciones del Papa sobre Colombia.

Refiriéndose a cuatro años de negociaciones del gobierno colombiano en La Habana con el grupo terrorista y narcotraficante de las FARC, el papa Francisco dijo: “Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación”. Traduciendo el lenguaje del Pontífice, eso quiere decir “concluyan esto”.

Días después, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, voló a la isla, estrechó manos con el dictador cubano Raúl Castro y el líder de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri (alias “Timochenko”), y anunció un acuerdo. John Kerry, secretario de Estado de Estados Unidos, elogió el pacto y esta semana Santos está en Nueva York para asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas y para recibir más elogios.

Tal vez Kerry ha visto el acuerdo, pero los colombianos no. Todo lo que saben son porciones que ha compartido Santos. Parece como una lista de exigencias de las FARC que data desde el inicio de las negociaciones hace cuatro años. Si lo que sabemos hasta ahora sirve de indicación, este acuerdo es una rendición ante los terroristas que hará que Colombia sea más peligrosa, menos justa y más pobre.

Las atrocidades cometidas por las FARC no llevarán a los perpetradores a la cárcel. En lugar de eso, serán juzgados por uno de los dos tribunales especiales, que incluirán jueces de otros países. ¿Qué países? Nadie sabe. Si los acusados reconocen sus delitos, las penas más severas serán la reclusión en las áreas rurales donde ya viven, por entre cinco y ocho años, y algo de servicio comunitario. En el caso de los crímenes contra la humanidad, esto violará los compromisos de Colombia bajo la Convención de Ginebra.

Las FARC han dicho que no entregarán sus armas. La guerrilla debe reparaciones a las víctimas y a la nación, pero nadie sabe de qué forma pagarán sus deudas o a quién. Los líderes de las FARC ingresarán a la arena política llenos del efectivo que obtuvieron en los negocios de la cocaína y el secuestro.

El año pasado, Santos anunció que quería ampliar la definición de delito político para incluir el tráfico de drogas de modo que las FARC pudieran argumentar que no son mafiosos sino actores políticos. También tenía el propósito de cumplir con las exigencias de los guerrilleros de no pagar con cárcel.

Cuando los colombianos protestaron ruidosamente, el mandatario argumentó que nunca lo había dicho. Incluso le pidió a su embajador en Washington que escribiera una carta a este diario negando que lo hubiera dicho.

Por supuesto que lo dijo. Sus palabras fueron grabadas. Ahora eso es parte de su arreglo con los mafiosos, que también prohíbe la extradición.

Miembros de las fuerzas armadas colombianas, el gobierno civil y la sociedad civil también serán puestos en el banquillo junto con los terroristas, tal cual como siempre lo han querido las FARC.

Esto pondrá a los colombianos que se oponen al grupo guerrillero a la par con lo que esencialmente es un sindicato de crimen organizado, respaldando así el argumento engañoso de que esta es una guerra civil en la que las dos partes son igual de responsables.

Esta es una narrativa viciosa. La condena de militares con testimonios falsos es ya un pasatiempo favorito de la izquierda colombiana. Ahora será más fácil porque los soldados serán presionados para que confiesen delitos que no han cometido con el fin de evitar sentencias draconianas. Esto implicará a sus superiores, los blancos principales.

Las fuerzas armadas han realizado grandes sacrificios para pacificar a Colombia y son la institución más respetada del país. Si les preguntaran, los colombianos nunca estarían de acuerdo con esta traición. Por lo tanto el presidente ha roto su promesa de realizar un referendo nacional sobre el acuerdo.

Ya perdí la cuenta de cuántas veces Santos me dijo personalmente que los colombianos tendrían la oportunidad de votar sobre lo que se acordara en La Habana. El mandatario repitió esa promesa en entrevistas y numerosos discursos a la nación. Aun así, durante un programa radial en agosto declaró de forma categórica: “Nunca me he montado en un referendo”. Ahora llama la consulta popular un “suicidio”.

A Santos no le preocupa el escarnio que evoca entre los colombianos con sus negaciones patológicas de lo que ha dicho cuando aquello ya no es conveniente. Está demasiado ocupado trabajando en su próximo engaño: para eludir la Constitución, propone comisiones especiales en el Congreso para que aprueben el acuerdo. Y le está pidiendo al Congreso el poder para gobernar por decreto —al estilo de Hugo Chávez— por un periodo de 180 días de modo que pueda dictar la implementación del acuerdo.

Colombia es una democracia frágil. Santos, con la ayuda de Raúl Castro, el papa Francisco, el gobierno estadounidense de Barack Obama, está en el proceso de matarla.



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