La derrota de la oposición es política y electoral. No hay eufemismos para ocultar que la pérdida de votos, partimos de siete millones setecientos mil en el 2015, es consecuencia de una meta-política que separó a los partidos de la realidad. Estamos en el hoyo donde nos condujo una estrategia que llamó a la abstención como antesala al derrocamiento de Maduro a corto plazo.
Frente a un fracaso contundente, que en materia de gobernaciones nos enrostra nuevamente un mapa rojo rojito, hay que discutir las causas del revés y cómo recomponer la función de orientación, organización y movilización del descontento de un país donde mejoras, parciales y aisladas, en la economía no van a reducir la masacre social que sufre la población.
Ayudar a millones de familias a eludir la condena a una muerte segura debería ser el principal empeño del gobierno y de la oposición. Para que sea una tarea común es imprescindible que las fuerzas de cambio aborden, con un enfoque diferente, su labor de oposición. La disposición a respaldar políticas de regeneración de la economía y el Estado de Derecho debe tener como propósito reconfigurarse como una alternativa democrática y de oposición, más allá de integrarse al régimen como su contraloría social.
Sin el cambio del modelo político institucional que impone el poder actualmente dominante, no habrá efectiva vigorización de la economía. No es solución aceptar el endurecimiento del autoritarismo oficialista en el ámbito de los derechos políticos y electorales a cambio de una liberalización administrada del corsé estatista sobre la hostigada economía de mercado.
Los necesarios y deseables entendimientos con el gobierno no pueden liquidar la existencia de una oposición que esté del lado de la gente y que ofrezca un relato de país unido en la aspiración compartida de una transición hacia la libertad y el bienestar.
La sorpresa del 21 de noviembre no fue el resultado electoral, que las distintas fracciones opositoras anticiparon y trabajaron con suicida tenacidad para que ocurriera, sino el escaso espacio que la grave situación del país tiene en la agenda de los dirigentes opositores nacionales. Todos cegados por la convicción de preservar la propia parcela a costa de acabar con la de los vecinos. La idea de triunfo compartido no cabe en los alambrados del espíritu que trazan la peor de las divisiones humanas, las del odio.
Hoy la unidad es una petición que no se puede cumplir ni en la oposición ni entre ésta y el gobierno. Detrás de las proclamaciones laten cálculos pequeños. Además, no se promueve unidad ignorando el conflicto entre el desarrollo de la sociedad y un gobierno que no puede controlarla autocráticamente.
El centro de la unidad nacional es encontrar, entre proyectos contrarios, los modos y medios para dirimir esa contradicción dentro de la constitución y el relanzamiento de una democracia sustentada en el ciudadano y no en la fuerza coactiva del poder.
Para avanzar en la unidad de la oposición es necesario que sus distintas ramas que se expresaron en las elecciones regionales y locales comiencen por quemar las facturas y descalificaciones que las debilitan mutuamente.
Una oportunidad de aproximación es unirse para volver a ganar Barinas. El gesto de Henry Falcón y de Avanzada Progresista es una buena señal, pero la candidatura de Claudio Fermín, continúa la división que fortaleció al oficialismo el 21n. Ninguna motivación justifica que organizaciones que manifiestan estar en el campo de la oposición, cumplan el papel de restarle votos a Sergio Garrido. Un paso en falso que aún puede corregirse.
17 de Diciembre del 2021
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