lunes, 27 de abril de 2020

Los estudios sobre las masculinidades, el feminismo y “nosotros” - Fernando Bolaños.



Este trabajo pretende dar una revisión general al surgimiento de los estudios de las masculinidades, es decir, describe el contexto de las relaciones de género desde el actual momento de crisis en que se encuentran las sociedades occidentales u occidentalizadas y el surgimiento de los estudios de las masculinidades desde la categoría de análisis género en el ámbito académico, así como plantear algunas preguntas finales que inviten a la reflexión sobre el qué hacer de los grupos que intentan problematizar las diversas condiciones masculinas en la actualidad.


A partir de los años cincuenta del siglo pasado se crea una coyuntura favorable para varios movimientos reivindicatorios, entre ellos el de las mujeres. Este momento histórico posibilitó el surgimiento de los estudios de género: “Con el fin de la segunda guerra mundial se crea una coyuntura favorable a la no discriminación por razones de raza, nacionalidad o sexo. [...] como resultado de dicha coyuntura, se comienza a reflexionar respecto de la condición femenina en la sociedades occidentales” (Gomáriz, 1992).

Para esta época se comienza a hablar de la universalidad de los derechos humanos y a condenar la discriminación en todas sus formas. Sin embargo, para 1950 la mayoría de las mujeres del mundo aún no votaban. La producción teórica del movimiento feminista[1] implicó una ruptura con las ideas naturalistas, desde el planteamiento de que existen roles sexuales hecho por Talcott Parsons, hasta las ideas provenientes de la antropología norteamericana que señalan a la cultura como determinante no sólo de los papeles sexuales, sino en sus conductas y comportamientos externos; pasando por el planteamiento de Lévi Strauss en Las estructuras elementales del parentesco, donde sugiere que las identidades sexuales proceden de la cultura y no tanto de la biología.

En la segunda mitad del siglo XX, se articula lo que se conoce como “el nuevo feminismo” o feminismo de la segunda ola. Diversos factores contribuyen a esto: a) la movilización anti-autoritaria del momento histórico, el cambio del ciclo de vida de las mujeres occidentales -aumento de la esperanza de vida, disminución de la fecundidad, etc.-; b) la adquisición de la paridad educativa con respecto al varón y c) la separación entre reproducción y sexualidad mediante el control científico de la natalidad (Gomáriz, 1992). En los años ochenta, -paralelamente a la discusión ideológica del feminismo de la diferencia y el feminismo de la igualdad[2]- en el ámbito específico de la teoría, se consolida el sistema teórico sexo-género[3] planteado por Gayle Rubin en su trabajo The traffic in Women: Notes on the ‘Political Economy’ of Sex a mediados de los setenta, que supera en profundidad y extensión las distintas teorías sobre el patriarcado formuladas hasta ese momento. En esta misma década, el movimiento de emancipación de las mujeres crece y se desarrolla en el hemisferio sur y principalmente en Latinoamérica (Bonder, 1998); además, la reflexión feminista se amplía y consolida, especialmente a través de su posición establecida en las universidades, principalmente en Europa y Estados Unidos. Se abre el abanico teórico -desde el regreso a la lucha de sexos/clases hasta las formulaciones del postfeminismo-, pero es la teoría de género la que se desarrolla más ampliamente cuando acaba la década (Barret y Phillips, 1995).

Se continúan los estudios sobre sexualidad y, aunque en los setenta ya se hacían los estudios sobre la construcción social de la masculinidad, se da acceso a algunos/as investigadores/as al examen de algo novedoso: el género masculino (Barret y Phillips, op. cit). La novedad de este objeto de estudio consiste en que una porción de hombres se dedicaban a los estudios de género. Es en los ochentas cuando la producción sobre masculinidad se sitúa en relación con las teorías de género, también porque diversas autoras consideran frontalmente que una teoría tal, no puede serlo sin referirse a ambos sexos, ya que para abordar de una manera más amplia la comprensión de las relaciones de poder, resultó necesario involucrar el estudio de la condición masculina– Gayle Rubin, Linda Nicholson y Joan W. Scott, por ejemplo-. En las últimas décadas han aumentado y se han formalizado los estudios de género, incluyendo la condición masculina del macho de la espacie humana, frente a las problemáticas surgidas a partir de los cambios estructurales en las sociedades occidentales. A partir de los cambios sociales logrados por la lucha feminista en la emancipación de la mujer y la necesidad de su inserción en el mercado de trabajo, se dio una modificación en la dinámica relacional entre los géneros marcada hasta ese entonces, con efectos en la percepción y construcción de las identidades de género[4].

La incorporación de la mujer al campo de trabajo y una percepción de detrimento en el poder de los hombres, además del cambio en la definición de los roles masculinos y femeninos han llevado a una crisis de la identidad masculina. Mabel Burín lo menciona de la siguiente forma: “en los países occidentales ha ocurrido un cambio en las mentalidades, las posiciones subjetivas y genéricas de hombres y mujeres, a partir de la revolución industrial, la Revolución Francesa y por último de la revolución tecnológica -posmodernidad- con nuevos resultados”.

A partir de los ochenta y más en los noventa, la condición masculina pasó a ser un problema a enfrentar, con la puesta en crisis de un eje constitutivo de la subjetividad masculina: el ejercicio del rol de género como proveedor económico dentro del contexto de la familia nuclear y sus efectos, la pérdida de un área significativa de poder masculino, y las nuevas configuraciones en las relaciones de poder entre los géneros. En la actualidad, la clase, la raza, la orientación sexual, la edad, etc; se han convertido en factores de diferenciación masculina, por lo que en los estudios de género se habla de masculinidades (Burín, 2000), a diferencia de pensar la existencia de una sola masculinidad.

Michael Kaufman profundiza en la explicación de las causas del surgimiento de malestares en los hombres a partir de los cambios logrados por el movimiento feminista y la alteración del balance entre el poder y el dolor[5] de los hombres como consecuencia: “En sociedades y épocas en que el poder social masculino fue muy poco cuestionado, éste superaba tanto al dolor, que prácticamente lo disimulaba en su totalidad”, es decir, los privilegios sobre otras personas, en especial mujeres, que el sistema patriarcal ha otorgado a hombres concretos en momentos históricos específicos, sobrepasaba con creces el dolor ocasionado por dichas prácticas. Pero con el surgimiento del feminismo moderno, la balanza entre el poder de los hombres y entre las mujeres ha estado experimentando un rápido cambio. Esto es particularmente cierto en las culturas en donde la definición del poder de los hombres ya dejó de hacerse partiendo de un control rígido sobre el hogar y de un fuerte monopolio en el dominio laboral (Kaufman, 1997).

Cabría preguntarnos en qué medida, o en qué esferas de la vida cotidiana, esta alteración del balance entre el poder y el dolor de los hombres ha cambiado en una cultura como la nuestra, o específicamente, en la Ciudad de México, ya que pueden existir experiencias diferentes para los varones de otras regiones del país; incluso, para los que habitan en una ciudad tan grande como la mencionada. A medida que se desafía el poder de los hombres – cambios en el ejercicio de poder, en detrimento de alguna forma tradicional de este ejercicio-, aquellas cosas que llegan como compensación, premio o distracción de por vida frente a cualquier dolor potencial, quedan progresivamente reducidas o al menos, puestas en tela de juicio. Por ejemplo, respecto del espacio público considerado como exclusivo de los hombres y “lo masculino”, la inserción de las mujeres en el mercado laboral y con ello, la modificación del rol tradicional de los varones como el principal proveedor -con la autoridad y poder que se le asocia- se ha visto afectado en diversas formas. Debido a este y otros logros de las mujeres en las relaciones de género en diversos espacios o esferas, muchos hombres tienen una percepción de detrimento de poder en sus hogares y vidas en general, y muchas mujeres se han hecho de diversos recursos –por lo menos económicos- con los que cuentan para enfrentar sus relaciones de pareja y sus vidas en general:
“Al mismo tiempo que la opresión de las mujeres se problematiza, muchas formas de esta opresión se convierten en problemas para los hombres. Las experiencias individuales de dolor e inquietud generadas entre los hombres y relacionadas con el problema de género se manifiestan cada vez más y han comenzado a lograr una audiencia y una expresión sociales en formas diversas, incluyendo distintas vertientes del movimiento de los hombres, desde grupos reaccionarios, antifeministas, hasta movimientos mítico poéticos[6] u organizaciones masculinas partidarias del feminismo” (Kaufman, op. cit.).

Un cierto equilibrio entre el mayor poder masculino frente al dolor que puede acarrear su ejercicio, se alteró al modificar en alguna medida “la balanza” del poder entre hombres y mujeres. Los estudios de las masculinidades son una respuesta a este desequilibrio, al explorar lo antes invisible o “normal”: la condición genérica de los varones y el malestar producto del desequilibrio. Los logros del movimiento feminista en varios ámbitos, incluyendo las legislaciones locales y los tratados internacionales, la inserción de las mujeres en el mercado de trabajo y la modificación en la dinámica relacional y familiar que conlleva, así como el establecimiento de la sexualidad gay y lesbiana como alternativas públicas, además de las recientes libertades sexuales, simbolizan una amenaza para el orden social y de género dominante, que tiende a conservarse. Esto implica una perspectiva bastante cercana a la realidad, donde existe una tendencia a la crisis en el orden de género y respuestas a ésta, que van desde movimientos reivindicadores de la masculinidad hegemónica, hasta los grupos de hombres que trabajan a favor de la equidad entre los géneros[7].

Desde esta visión teórica o con la mirada de género, se han realizado diversos estudios que abordan las vidas de hombres concretos o reales, y su intento por significarse “hombres” mediante sus prácticas. Martha Zapata comenta sobre la llegada de los estudios de masculinidades a América Latina, que éstos se deben primero, al impulso generado por la creación de grupos de hombres en Estados Unidos, que debido a las consecuencias dramáticas del SIDA, comenzaron a reflexionar sobre las prácticas sexuales de los hombres. Los enfoques teóricos que se utilizan para el estudio del tema, provienen de la discusión Europea relativa a las condiciones de género y a los enfoques de Butler, Bourdie y Connell, que llegaron por diversas vías a América Latina: a través de la difusión de la investigación antropológica anglosajona, por medio de su historial de recepción y del efecto de estudios latinoamericanos en Estados Unidos, así como a través del análisis de algunos trabajos de autores franceses, tales como, Elizabeth Banditer (1993), Michel Foucault (1983), entre otros (Zapata, 2001).

Desde los estudios feministas[8] se considera que las epistemologías son estrategias diseñadas para justificar creencias. Ejemplos de ello serían las apelaciones a la autoridad divina, a la costumbre y a la tradición, al “sentido común”, a la observación, a la razón y a la autoridad masculina. La feministas argumentan que las epistemologías tradicionales excluyen sistemáticamente, con o sin intención, la posibilidad de que las mujeres sean sujetos o agentes del conocimiento (Harding, 1998). En congruencia con estas consideraciones y sobre la relación de las epistemologías tradicionales con los estudios de los hombres, Guillermo Núñez comenta que la producción del conocimiento dominante no sólo excluye a las mujeres en varios sentidos, sino que, también puede excluir a los hombres como objeto de conocimiento; por ejemplo, al ser excluidos como poseedores de conocimientos, desprovistos de conocimientos sobre sí mismos, al ser excluidos por falta de credibilidad social como productores de conocimientos por razones de su identidad genérica y que en general, las concepciones sobre el conocimiento y su producción excluyen a muchos hombres.

Comenta que ello se debe a no considerar el vínculo íntimo entre el poder, el “ser hombre” y las posibilidades de conocimiento sobre “el ser hombre” como construcción social, ya que las epistemologías tradicionales masculinas-sexistas implican una complicidad entre las definiciones dominantes de “hombría” y el “conocimiento”. Ello produce un silencio, y por ende, una exclusión del conocimiento de ciertas facetas importantes de la vida de los “hombres” relacionadas con su construcción como sujetos genéricos. Concluye comentando que estos silencios y encierros “masculinos” se perciben en la vida cotidiana de muchos varones en su diversidad (Núñez, 2007).

Así, encontramos a un nuevo objeto de conocimiento antes invisibilizado por las epistemologías tradicionales, aparecen los varones como sujetos genéricos, es decir, el universalismo del “ser hombre”, que ahora implica el preguntarse sobre sus posibles significados en sus diferentes condiciones. Los estudios de género definen a una masculinidad dominante o hegemónica, como las creencias sociales y culturales que demandan a los hombres a ser de una manera específica, y algunos de ellos han explorado cómo los hombres aprenden ciertas creencias y las reproducen en actos de violencia, control, competencia, alcoholismo, etc; entre hombres y hacia las mujeres (Liendro, Garda y Carevantes; 2002). Sobre estos esfuerzos de comprender las masculinidades y su relación con las vidas de los sujetos concretos en sus relaciones, Víctor Seidler[9] propone para estudiar a las masculinidades un modelo alternativo a las teorías clásicas de la investigación científica, que identificaron la masculinidad con la racionalidad y que trata de responder a los retos planteados por el feminismo. Ofrece un modelo que rechaza la interpretación de la masculinidad sólo como una relación de poder e insiste en considerar las contradicciones a las que se ven enfrentados los propios hombres en relación con la masculinidad dominante: “necesitamos tomar en cuenta seriamente lo que los hombres piensan y sienten acerca de sí mismos [...] escuchar a los hombres y permitirles expresar su propia experiencia”. Sostiene que es necesario introducir una nueva metodología de investigación que recoja las propias emociones que la visión clásica dejó de lado (Minello, 2002)[10].

Considero que en las historias de los hombres se encuentran las respuestas del porqué de muchas de sus prácticas, incluyendo el ejercicio de la violencia contra la pareja, los/as hijos/as, hacia otros hombres y contra sí mismos. Así, al explorar las formas en que los hombres encarnamos las masculinidades, podremos acercarnos a lo que se considera como una “ciencia de la masculinidad realmente significativa” (Connell, 2003), la cual es parte de una mayor exploración de las posibilidades humanas, y sus negociaciones o apropiaciones específicas en cada sujeto.

Vemos que el surgimiento de los estudios de masculinidades responde a la alteración de un cierto orden de relaciones de género en diversos espacios, producto de procesos históricos e impulsados principalmente por mujeres y abiertamente por las feministas, con un sentido de resistencia, reivindicación de derechos, en pro de relaciones con equidad -y no con la intención de reproducir o invertir las relaciones de dominación-.

Como respuesta a esta modificación en el equilibrio de poder entre los géneros en lo grupal y en lo individual, y en ciertos aspectos de la vida social, es que nacen los estudios de las masculinidades, para ser específicos, como una respuesta académica a un movimiento social con un ala académica.

Con estos estudios se ha podido comprender como las mismas propuestas, dispositivos, discursos y prácticas hegemónicas de género que mantienen oprimidas a muchas mujeres, también oprimen y constriñen las vidas y relaciones de muchos hombres, ello, al problematizar el poder que se detenta desde un cierto papel en el orden de dominación, el papel del que posee más poder.
Vemos como la problematización de la realidad y sus fenómenos específicos a la luz de la categoría género, incluidos los sujetos hombres y mujeres, implica la desconstrucción de las masculinidades y las feminidades dominantes en los cuerpos, en lo social y las instituciones, pero principalmente, implica tener una mirada relacional y visibilizar las inequidades de poder construidas por género y que se articulan con otras condiciones sociales. Con esta nueva mirada es que muchos grupos de personas y organizaciones alrededor del mundo pretenden abordar las condiciones de los hombres para mejorara sus vidas y sus relaciones, incluida en ello la violencia que generan en contra de otras personas (principalmente mujeres).

Los hombres que trabajamos en contacto más directo con los varones y más alejados de la práctica académica que involucra la mirada de género, usualmente no consideramos esa relación al mirar los fenómenos, y nos puede resultar fácil pensar que es un asunto sólo de hombres, de conocimiento de hombres en prácticas de hombres, para hacer cambiar a los hombres, para “curarlos” y/o para mejorar sus condiciones de vida, y olvidamos que en la realidad los fenómenos humanos, es decir, sociales, no los podemos dejar de mirar en lo relacional y nombrar y confrontar las inequidades y abusos de poder, incluyendo el género.

¿Por qué hago este comentario sobre muchos hombres que nos dedicamos al trabajo con hombres? ¿Basado tal vez sólo en una percepción mía? Ojalá y sea así. Desde hace algunos años he tenido la oportunidad de escuchar a otros hombres que trabajan con hombres en políticas públicas o en espacios de las organizaciones civiles, ya sea con jóvenes o adultos, sobre derechos sexuales y reproductivos o sobre violencia de género, sobre los temas de la agenda de trabajo con hombres y sobre cuáles son los obstáculos a enfrentar, y sobre ello hay opiniones que me llaman la mucho atención.

Primero, sobre los temas de trabajo con hombres, parece que la agenda actual sobre los principales temas de interés de las agrupaciones que trabajan con hombres cada vez se inclina más a ver los costos que implica la masculinidad dominante en la vida de los varones, ello, aunado las condiciones de clase, raza, condición social, edad, etc. Temas como la salud de los hombres, la construcción de nuevas formas de ser padres, el desempleo, el dolor en la vida de los hombres que ejercen violencia, y otros, suelen ser parte de esta agenda. Lo que me llama la atención, no es la pertinencia o necesidad de el abordaje de estas condiciones de los varones (ya que comparto el interés y también las considero muy necesarias), sino que cuando aparecen estos temas, pareciera que la poblematización sobre el abuso de poder y violencias de los hombres en contra de mujeres y niñas en diversos espacios queda como un asunto “del pasado” o saldado, sin necesidad de nombrarlo, y por ello, de generar reflexión y prácticas para abordarlo de una manera más eficiente y efectiva. Ello podría ser sólo mi percepción, es posible que haya respondido a factores situacionales y no como una generalidad, pero hay algo más en estas reuniones que me hace preguntarme sobre qué es exactamente lo que hacemos en nuestras prácticas, y respecta al surgimiento de un “nosotros”.

Este “nosotros” me lleva al segundo punto, que consiste en que en ocasiones he escuchado a algunos compañeros mencionar ante ciertas tensiones con “las feministas” (que habría que empezar por saber a qué feminismo se refieren, porque como sabemos no hay sólo uno) que implican la no credibilidad en el trabajo con hombres o la falta de interlocución, que “ellas” y su agenda difieren de la agenda de “nosotros”. Estoy consciente de la agenda de las mujeres desde el feminismo es diferente respecto de varios fenómenos y problemáticas concretas al trabajo que es necesario con los varones, sus construcciones simbólicas o reales y sus condiciones de vida, pero lo que me hace reflexionar es la forma de nombrar a las diferentes personas, experiencias y abordajes teóricos metodológicos que son producto de la inclusión de la mirada de género en la realidad, es decir, “Ellas” y “nosotros”.

Esta forma de nombrar la realidad ¿No suena conocida? ¿Los temas de hombres y los de mujeres? ¿No es una dicotomía más pero ahora como grupos organizados? ¿Los hombres somos iguales y las feministas (ellas) también? ¿Se puede abordar la realidad de los hombres y las mujeres por separado? ¿La equidad no implicaría a las personas de diversas condiciones independientemente de su sexo y en un sentido relacional? ¿El trabajo con varones excluye los aportes del pensamiento feminista? ¿La categoría de análisis género no es un aporte del feminismo académico?

Teniendo en cuenta que los estudios de las masculinidades surgen como respuesta de la problematización de la misma realidad que las mujeres y el feminismo problematizaron para develar las inequidades de poder y sus costos debido al género (masculino/ femenino), ¿No estaríamos reduciendo una vez más la realidad a dicotomías simplistas para mirar los fenómenos y sus abordajes? Peor aún, esta manera de nombrar construyendo un “ellas” (mujeres) y un “nosotros” (hombres) ¿No guarda parecido con una lectura patriarcal de la realidad? Teniendo en cuenta este segundo punto es que me nacen preguntas sobre los discursos de los varones u organizaciones que se dedican al trabajo con hombres.

Las últimas preguntas queme surgen ante ello son: ¿Por qué es que se da esto? ¿Es falta de reflexión y consciencia histórica? ¿Falta de rigor en la formación en torno a la categoría de análisis género y su surgimiento desde los aportes feministas? ¿O no se considera que tengan relación con los estudios de las masculinidades? ¿Las agendas de verdad se han separado? ¿Es una resistencia política a un cambio social profundo en busca de nuevos privilegios reales o simbólicos por parte de algunos “nuevos hombres”? ¿Puede existir verdaderamente una agenda y concepción de la realidad separada de esa menara tan simple y total? Ahí dejo las preguntas que me hago a este respecto, realmente me gustaría escuchar algunas respuestas si es que es necesario, ya que posiblemente, como dije al inicio, sólo sea mi errónea percepción.

Finalmente, y si no es solo mi percepción, creo que sería importante abrir un espacio para debatir y reflexionar sobre lo mencionado, involucrando a las personas que trabajan con hombres, a quienes teorizan sobre los varones, a las compañeras feministas interesadas en el tema, y en general a las personas que tienen experiencia de trabajo con hombres desde la categoría de análisis género, ya sean feministas, masculinistas, pro-feministas, antisexistas, que trabajan en pro de la equidad o cualquier auto-denominación o etiqueta se que quiera utilizar, lo importante es, considero yo, hacerlo con responsabilidad, rigor teórico, postura política clara, respeto y con actitud de apertura y escucha mutua.

NOTAS

[1] Anteriormente existió una fase del feminismo sufragista, cuyo principal objetivo fue la obtención el voto en la mayoría de las sociedades occidentales, todo esto, en las primeras dos décadas del siglo XX. Gomáriz (1992).

[2] Esta discusión implica el planteamiento por parte del feminismo de la igualdad del reconocimiento del carácter de “iguales” para las relaciones entre hombres y mujeres, y con ello, la modificación de orden social y genérico. El de la diferencia plantea que esta noción de “igualdad” acunada desde el liberalismo, tiene raíces masculinas y ello implica, la lógica de la desigualdad en la propia definición. Sostiene que además de existir diferencia entre hombres y mujeres, es importante reconocer las existentes en las propias mujeres, y que tiene su origen en la raza, etnia, clase, etc.

[3] Los géneros son históricos, por resultar de la conjugación inextricable que en cada 
momento conforman lo bio-psico-socio-cultural; en cada cultura, en cada sociedad, en cada época, el género es diverso y permanentemente mutable. En ese sentido, el género se integra históricamente por el conjunto de cualidades biológicas, físicas, económicas, sociales, psicológicas, eróticas, políticas y culturales asignadas de manera diferenciada a los individuos según su sexo. El género es más amplio que el sexo y lo contiene: es el conjunto de maneras aceptadas históricamente de ser mujer u hombre en cada época, en cada sociedad y en cada cultura (CONAPO y Comisión Nacional de la Mujer, 2001).

[4] Gomariz juzga que la coincidencia en el tiempo del desarrollo de los estudios sobre masculinidad y el debate sobre el agotamiento de la modernidad no es casual, comenta que nos encontramos ante una crisis que refleja un profundo cambio de época. Un salto tecnológico ha incorporado nuevos elementos a nuestras vidas, la crisis económica de los años setenta se ha mostrado como el inicio de una transformación profunda en las estructuras económicas mundiales, el quiebre ecológico, se ha pasado de un mundo bipolar a otro unipolar. Con relación a todo ello, los paradigmas cognitivos y valóricos muestran grietas. Gomariz comenta que algo semejante pasó con el acceso de la sociedad a la electricidad y el motor de explosión durante el siglo XIX y con ello, una profunda transformación sociológica. Entre esas transformaciones el autor ubica el referido a las relaciones entre los géneros y el desasosiego sobre la identidad masculina. Gomariz, Enrique, 1997.

[5] Para más información revisar la tesis de Kaufman sobre lo que denomina las experiencias contradictorias de poder y dolor de los hombres en relación con el concepto 
de masculinidad hegemónica y su operación en los sujetos.

[6] En nuestro país y en especial en la Ciudad de México, se han creado algunos grupos similares a los mencionados por el autor, algún grupo en defensa de los hombres frente a procesos de litigio por divorcio o patria potestad, o el “movimiento” que invitó a una marcha masculina el 20 de marzo del 2005, para exigir algunas “reivindicaciones para los hombres” frente a lo que llamaron “hembrismo”, entre otros calificativos y desde una postura de victimización. Considero que sería importante documentar estas expresiones, independientemente de la falta de seriedad con la que se erijan, ya que pienso dan cuenta de un fenómeno mayor envergadura y seriedad, que emerge en las relaciones sociales y como producto de cambios en éstas. En México durante, como parte de este mismo fenómeno, en el 2005-2006 se crea la Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres –AMEGH-, con el fin de crear espacios de interlocución científica sobre las producciones en materia de hombres y género. En 2008, en la Ciudad de México, se reunió un grupo de personas representantes de instituciones, grupos que trabajan con hombres en Latinoamérica, con el fin de conformar el grupo de Men Engage para América latina, iniciativa de Naciones Unidas que ha creado estos grupos regionales en otros continentes con el objetivo de generar las agendas regionales para impulsar políticas públicas para hombres. El grupo de México, en sus sesiones de trabajo como tales, primeramente declara: “No somos un movimiento de hombres”.

[7] Si consideramos a la violencia como una práctica que apuntala un sistema de dominación, podemos comprender cómo esta misma lógica se utiliza para las relaciones de pareja y el espacio doméstico. Cuando el orden patriarcal de las relaciones de pareja se ve modificado o se pone en riesgo cierta lógica de poder –el dominio de un hombre sobre la pareja mujer, hijas/os y el espacio doméstico en general-, la violencia se utiliza para reestablecer ese orden de dominio, es decir, ante la posibilidad de cambio, se utiliza la violencia como forma de restablecimiento de cierta dominación.

[8] Los estudios feministas poseen una visión filosófica y ética destinada a transformar las relaciones desiguales y opresivas entre los géneros y al interior de ellos, los estudios feministas originaron la formulación y el desarrollo de la perspectiva de género, aunque también utilizan otras categorías teóricas para sus estudios académicos, por ejemplo, Patriarcado y Diferencia sexual; en general, estos estudios son parte sustantiva de la respuesta histórica a la opresión. La perspectiva de género es un enfoque teórico y metodológico para la ciencia. Estos aportes no sexistas de la sexualidad influyen en la modificación del paradigma central de las ciencias y de la política. Repensando al “hombre” como paradigma de las ciencias, los estudios feministas intentan crear en términos reales a la humanidad con sus humanas y humanos en coexistencia dialéctica. Con ello, la diferencia y la diversidad, justificadoras de desigualdades, están siendo resignificadas en términos de la igualdad construible de maneras concretas (CONAPO y Comisión Nacional de la Mujer, 2001).

[9] Seidler, Victor. Man enough. Embodying masculinities. 1997, citado en Minello, (2002).

[10] El autor hace una importante aclaración y concuerda con otros respecto de lo mencionado, al recordar que si bien los principales filósofos de la Ilustración fueron sexistas y elitistas, el Liberalismo del siglo XXVIII es una de las principales bases de los movimientos de liberación, incluyendo el feminista. Por ello, el rechazar por completo los métodos clásicos de las ciencias sociales implica graves riesgos. Además, alerta de otros trabajos que basan sus conclusiones en la experiencia personal, es decir, sin un trabajo de investigación que las sustente. Minello, Nelson; op. cit.

BIBLIOGRAFIA

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Minello, Nelson, “Masculinidad/es: un concepto en construcción” en Nueva Antropología , no. 61. 2002.

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G Miradas Multiples

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27 de Mayo del 2020

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