Edward Glaeser, autor del libro El triunfo de las ciudades, describe bien cómo en EE. UU. un aumento en un 10% de la población adulta con licenciaturas obtenidas en 1980 permitía pronosticar un 6% más de crecimiento de los ingresos entre 1980 y 2000. A medida que la proporción de la población mejora su nivel de educación, aumenta igualmente su desarrollo económico. El vínculo entre formación y productividad urbana se ha ido haciendo cada vez más marcado desde la década de 1970.
Eso es especialmente relevante en la nueva sociedad digital. Los cambios tecnológicos y científicos transforman económica, social, política y culturalmente nuestra sociedad. Vivimos en un mundo acelerado, hiperconectado y digital en el que no hay ninguna faceta de nuestras vidas que no haya sido afectada por la disrupción tecnológica. La llegada de Internet, las redes sociales, los teléfonos móviles y las nuevas tecnologías de comunicación están revolucionando para siempre la manera de relacionarnos, de organizarnos, de movilizarnos, de gobernarnos, de informarnos e incluso de manipularnos. Un nuevo paradigma que no está exento, sin embargo, de nuevos riesgos. Un tiempo VUCA (acrónimo en inglés de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad) que requiere diseñar igualmente nuevas coherencias y establecer los límites y las formas de la nueva economía digital.
Paradójicamente, en un mundo en el que algunos proclamaban el fin de la centralidad de las ciudades, gracias a la nueva conectividad y a las nuevas formas de comunicación, la globalización y las nuevas cadenas de valor las han fortalecido. Se han convertido en un nuevo actor ineludible de la gobernanza, el desarrollo económico, la lucha contra el cambio climático y la cohesión social, laboratorios de innovación sin precedentes. La nueva sociedad digital, la sociedad del conocimiento y la economía de plataforma, con sus millones de interacciones digitales, han reforzado el valor de la proximidad y las ciudades. San Francisco, Singapur, Londres, Berlín o Barcelona, por poner solo algunos ejemplos, emergen como nodos centrales de las nuevas cadenas de valor global y fuente de riqueza y prosperidad.
El laboratorio de innovación que son las ciudades nos presenta un escenario de inimaginables oportunidades si, como nos indica José María Lassalle, mantenemos la centralidad de lo humano en el desarrollo de las smart cities. Sin un sentido del humanismo tecnológico que permee las políticas públicas y garantice un desarrollo tecnológico cívico y ético, nos asomamos a una revolución tecnológica en negativo para las personas.
Innovación y ciudad
Desplazar el foco de la smart city al smart citizen permite abordar el tema de una manera más inclusiva y participativa, donde juegan un papel central las políticas públicas para desactivar las externalidades negativas de la tecnología. Para ello, es necesario diseñar formas de gobernanza que articulen lo complejo, construir nuevas coaliciones público-privadas, estimular los procesos de cocreación, así como fomentar y articular la participación de la sociedad civil. Las ciudades pueden y deben ser el laboratorio para protagonizar una revolución humanística que dé sentido cívico a las distopías tecnológicas. No queremos ciudades demasiado inteligentes y poco humanas, sino tecnología al servicio del proyecto cívico de la ciudad.
La ciudad como SandBox regulatorio
La ciudad es igualmente el escenario idóneo para innovar en el terreno de las nuevas regulaciones que requiere la nueva sociedad digital. Algunas ciudades globales pueden convertirse en un SandBox regulatorio que permita innovar y testar nuevas formas vinculado a ciertas ineficiencias de las Administraciones para definir nuevas políticas y regulaciones en constante evolución. La respuesta a la disrupción tecnológica y la nueva gobernanza de la sociedad digital precisan de un trabajo de campo y respuestas inmediatas, dado su impacto en ámbitos centrales de la vida de los ciudadanos como el empleo, la movilidad o la sostenibilidad. Tenemos que orientar nuestras ciudades hacia el lugar donde se innova y se experimentan desarrollos tecnológicos centrados en la persona, algo que requiere igualmente de una gobernanza sofisticada.
Las ciudades son las instituciones idóneas para gestionar los riesgos de la posmodernidad. Sus ecosistemas de activos institucionales y estructurales contribuyen a afianzarla como el territorio perfecto para impulsar una propuesta de ciudad inclusiva, cívica y plural sustentada en la tecnología. La innovación permite que la ciudad, tradicionalmente representada por ser sede y foro, se constituya igualmente en nodo y laboratorio y ejerza un papel central en esta nueva era physical de la sociedad digital.
G Miradas Multiples
05 de Abril del 2020
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