domingo, 5 de abril de 2020

El nuevo dividendo digital de China - ​Andrew Sheng / ​Xiao Geng




La integración de China en la cadena de valor global se producirá cada vez más en espacios digitales. Por más emocionante que sea esa transformación, también será peligrosa.

En las últimas cuatro décadas, China ha pasado de ser un proveedor de salarios bajos a convertirse en uno de los tres eslabones más importantes en la cadena de valor global, junto con Estados Unidos y Alemania. A pesar de los crecientes temores sobre la deuda corporativa de China -que ahora está cerca del 170% del PIB- y su capacidad para eludir la trampa del ingreso medio, la rápida digitalización le permitirá a la economía china seguir ascendiendo en la cadena de valor.

Luego de su «apertura» estratégica hace casi 40 años, China ofreció una fuente abundante de tierra y mano de obra barata, que le permitió alcanzar economías de escala en la fabricación de productos de consumo. Luego, a medida que China avanzó hacia una condición de ingreso medio, se convirtió en un importante mercado de consumo en sí mismo.

En 2012, los actuales líderes de China reconocieron que el «dividendo demográfico» del país había llegado a su fin: la economía china estaba alcanzando su «punto de inflexión de Lewis», momento en el cual el exceso de mano de obra se agotaría y los salarios comenzarían a subir. Y, al mismo tiempo, el «dividendo de la apertura» también estaba alcanzando la madurez y topándose con barreras proteccionistas en todo el mundo.

China todavía puede ingresar en nuevos mercados a través de esfuerzos como la «Iniciativa de un cinturón, una ruta», pero con un costo considerable. En definitiva, sustentar un crecimiento rápido exige seguir subiendo en la cadena de valor global, mediante la implementación de reformas económicas y poniendo un foco en las nuevas tecnologías.

El décimo tercer Plan Quinquenal del gobierno chino (2016-2020) reflejó su compromiso con la asignación de recursos por parte del mercado y la reducción de los costos de hacer negocios. Y en 2015, las iniciativas «Hecho en China 2025» e «Internet Plus» de las autoridades señalaron la determinación de llevar la base industrial del país a la era de Internet. En conjunto, los dos planes apuntan a integrar la inteligencia artificial (IA), la robótica y las redes sociales en los procesos de fabricación, y a digitalizar la economía y la sociedad de China.

Desde 2015, China ha tomado la delantera en el comercio electrónico a nivel mundial. Las compras online representan el 18% de las ventas minoristas totales, comparado con apenas el 8% en Estados Unidos. Las tres principales plataformas tecnológicas de China -Baidu, Alibaba y Tencent- han crecido a punto tal que están empezando a competir con gigantes tecnológicos globales con sede en Estados Unidos como Amazon, Apple, Facebook, Google y Netflix.
Es más, según iResearch, los pagos móviles en China ya representan 5,5 billones de dólares, aproximadamente 50 veces más que los de Estados Unidos. En la mayoría de las ciudades chinas, las aplicaciones de billetera electrónica en teléfonos celulares están sustituyendo el efectivo como el principal método de pago.

El salto de China a la era digital se vio facilitado por una combinación de tecnologías físicas y digitales y nuevos modelos de negocios. Según un estudio reciente de Bruegel, China ya invierte más en investigación y desarrollo, como porcentaje del PIB, que la Unión Europea; y ahora produce tantas publicaciones científicas como Estados Unidos y más doctorados en ciencias naturales e ingeniería. Y, al modernizar el intercambio de información y facilitar la coordinación de tareas complejas, la aplicación de redes sociales WeChat de China -con 938 millones de usuarios en el primer trimestre de 2017- ha contribuido a alzas de productividad antes inimaginables.

Según el Boston Consulting Group, los modelos de negocios de las plataformas de comercio electrónico chinas han evolucionado de manera diferente que en Occidente, ya que respondieron al vertiginoso poder adquisitivo y entusiasmo por la innovación de los consumidores chinos. Al haber sido impulsadas por el gobierno a experimentar con modelos de negocios basados en Internet, las empresas chinas están cambiando drásticamente las prácticas tradicionales. Y eso está pasando tan rápidamente que hasta el gobierno ahora se siente presionado a estar a la misma altura, adoptando nuevas tecnologías como blockchain e IA.

Los pagos electrónicos son un factor clave a la hora de reducir los costos de los negocios y las transacciones en China, porque mejoran la eficiencia en el sector minorista, donde los precios pueden ser inclusive más altos que en Estados Unidos aun cuando los productos se fabriquen en China. Pero el surgimiento del fraude y los fracasos de algunas plataformas «peer to peer» (P2P) hablan de la necesidad de regulaciones más estrictas para mantener la estabilidad sistémica.

En la medida que más actividades se vayan digitalizando, la integración de China en la cadena de valor global se producirá cada vez más en espacios digitales. Los productores chinos pueden usar impresoras 3D, robotización y aplicaciones de Big Data e IA a nivel local, y al mismo tiempo entrar en los mercados globales y traer ideas y capacidades del exterior. Hoy existen posibilidades infinitas de dividir la producción y el consumo en etapas separadas. Pero esto también implica que los muchos éxitos de la nueva economía digital estarán acompañados por muchos fracasos.

Por cierto, los responsables de las políticas en China tendrán que enfrentar varios «dilemas digitales» en los próximos años. Muchas empresas de servicios públicos en China -como las aerolíneas, los trenes, los puertos y las telecomunicaciones- son entidades de un solo producto administradas por empresas estatales (SOE por sus siglas en inglés). Sin embargo, los nuevos gigantes tecnológicos son plataformas de múltiples productos y de onmicanalidad que atraviesan todos los sectores, incluyendo la producción, la distribución, los pagos y, cada vez más, la gestión de la riqueza.

Como en un juego de Go, los líderes de China tienen que mover las piezas del país -es decir, realizar cambios en los modelos de negocios de las SOE- en el lugar correcto, en el momento correcto y de una manera coordinada. Las quejas superficiales sobre el ritmo lento de las reformas de las SOE ignoran el desafío estratégico de crear una competencia productiva en el espacio digital entre las SOE y los gigantes tecnológicos que cotizan en bolsa.

Los gerentes de las SOE pueden argumentar convincentemente que las regulaciones pesadas los colocan en desventaja competitiva, y que los gigantes tecnológicos los están superando al aprovechar las telecomunicaciones, el transporte y los canales financieros administrados por el Estado. Los gigantes tecnológicos, mientras tanto, dicen que si pudieran avanzar más rápidamente en áreas de producción y distribución ineficientes, en particular los pagos móviles, el crecimiento de la productividad se aceleraría.

Otro dilema es que la digitalización es buena para los consumidores, pero posiblemente mala para el empleo y la estabilidad social. En una «China digital» forzosamente habrá ganadores y perdedores. Pero cuanto antes los trabajadores desplazados puedan adaptarse a las nuevas realidades, más saludable será el sistema.

La transformación de China en una economía basada en el conocimiento que ocupe una posición central en la cadena de valor global en definitiva arrojará un «dividendo de reforma». Pero por más emocionante que sea esa transformación, también será peligrosa. Nunca antes una economía tan grande ha experimentado un cambio de tan amplio alcance en tan poco tiempo.

G Miradas Multiples


05 de Abril del 2020

No hay comentarios:

Publicar un comentario