miércoles, 14 de noviembre de 2018

In Memoriam. Bolero somos. En recuerdo de Lucho Gatica - Leandro Area Pereira - Falleció Lucho Gatica - Oleg Kostko





Uno de los hijos del cantante chileno Lucho Gatica informó a través de sus redes sociales del fallecimiento del cantante este martes el cual ya tenía 90 años de edad.


“Buen viaje, te amo”, escribió uno de sus hijos Luis Gatica en su cuenta de Instagram. El fallecimiento del artista también fue informado por la periodista chilena Fernanda Familiar según lo reseñado por la emisora chilena AdnRadio.

“Su familia me autoriza dar la noticia. El mundo de la música está de Luto. Se va uno de los grandes amados por México, Chile y Latinoamérica. Descansa en paz querido amigo, querido padre, querido abuelo. Te amamos”, dijo.

Gatica quien llegó a ser conocido como “El Rey del Bolero” nació en la ciudad chilena de Rancagua el 11 de agosto de 1928, además de ser conocido también como “la figura más gloriosa de la música popular universal surgida en Chile” y con más de 800 canciones grabadas a lo largo de su carrera como músico.

Su trabajo como cantante le permitió codearse con las mayores estrellas de mediados del siglo XX, como Elvis Presley, Frank Sinatra, los Beatles o Julio Iglesias, y además también participó en la elaboración del catálogo que cimentó el “revival” del bolero en los años 90, impulsado por artistas como Luis Miguel.

Falleció Lucho Gatica


13 noviembre, 2018
Oleg Kostko / foto: El Universal (MX) / 13 nov 2018.- 






Bolero somos (En recuerdo a Lucho Gatica)

Leandro Area Pereira 

14 noviembre, 2018

El Bolero es una forma especial de vivir y amar que en su contenido más profundo evoca una añoranza que se resiste a ser desatada de la memoria ingrata. Es vínculo de oro inaudible que se persigue y a veces nos encuentra sorprendidos en el deslave del presente en el que correr sin sentido ni elegancia es el ritmo de moda. Sin mal decir. Al escuchar un bolero nos damos cuenta de la distancia que existe entre lo que somos y lo que dejamos de ser. O puede también que sea motivo para presentir. En todo caso es un radar.

A las mujeres de la casa me parece estarlas oyendo desde el zaguán que da a la calle fraterna. Cantan, silban, entonan, cocinan en conversa con gusto a café y olor de aliños matutinos. Pero en verdad es la música venezolana la que acude a esas horas de pájaros. Tono mañanero el de nuestra música llanera. No debe existir en el mundo otro sonido tan parecido al despertar de la naturaleza, a veces superada por él. Canto especial para acompañar y compartir esas primeras horas de la jornada. En juego de matices y gustos entran a competir los valses criollos, las danzas zulianas o los polos margariteños, las novedades juveniles y los éxitos extranjeros. Pero ya entrada la tarde, cuando esos mismos pájaros que llegaron se van, aparece invitado de honor el bolero con vigor de nostalgia, de amor y de secreto, de ansiedad y tarareos sublimes, para sólo despedirse nuevamente al amanecer. Ahora es la radio que asume la batuta de esa orquesta inaudita de estrellas al alcance de la mano.

¡Qué decir de la adolescencia! Tiempo fugaz de hormonas impacientes. Música por doquier más allá de familia o escuela. A través de ella, con los amigos cruzamos otros puentes definitivos de la personalidad. Nos hace suponer independientes y libres. Y lo fuimos pues permitió multiplicar el horizonte escaso a través del perfume nocturno, del embrujo del pañuelo enamorado, de las primeras letras del amor casi siempre esquivo e incomprendido. Para bien. El romance, el corazón palpitante a la salida del liceo para irnos a ver con quien no nos iba a reconocer. Amor de lejos que se convertía en verdad por magia de la música y su poder de encantamiento. Otra historia era la de aprender a cantar o charrasquear un instrumento para oírnos, para decirnos. Comulgar en la divina fiesta del ensayo callejero con un cuatrico de tres cuerdas mal afinadas, sentados por ahí bajo la luz de un farol. El bolero, a esa hora de serenateros precoces, es todavía raya amarilla, cosa de grandes, nocturnidad pecaminosa que ya apetece.

De adultos, el bolero ocupa para los latinoamericanos y más allá, territorio común de expresión, forma de ser para mirar al mundo y caminar por él con la luz de la sensualidad. Sudor igualitario bañado a ritmo de sueño y despertar, en esta etapa de la vida pretende ser bailado para expresar, en movimientos propiciatorios, la búsqueda de paraísos profundos. Para que ya si puede ser más tarde. Aliento convertido en pecado.

El bolero es un arte social de riqueza humana incontestable que a diferencia del tango, baile ajedrezado que ha sido definido como “un pensamiento triste que se baila”, quizás sea la imaginaria línea divisoria que espera a que dos seres humanos se abracen y borren por fin en unidad de uno.


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