jueves, 15 de febrero de 2018

¿En qué país estamos? - Pastor Heydra.


La situación actual de Venezuela es compleja, caótica y rayana con el anarquismo. Atender las emergencias cotidianas como el auge del hambre, las enfermedades, el apogeo de la delincuencia, la escasez de absolutamente todo, hasta de liquidez monetaria; el desempleo; la crisis de los servicios de agua, luz, aseo, comunicaciones, transporte público; el quiebre del sector empresarial y la caída de la producción nacional, incluida la petrolera, y una hiperinflación que resultó ser la mayor del mundo, 2.616% en 2017, en una economía dolarizada con ingresos en bolívares cada vez más devaluados; con un cuadro institucional y legal desastroso, y por añadidura la convocatoria irrita de un adelanto de elecciones presidenciales ventajista, con eliminación de partidos e inhabilitación de posibles candidatos; sumado a una dirección opositora, de intereses furtivos, dudosa moralidad y sinuoso proceder, absolutamente errática e inepta, quien sabe si por conveniencia y acuerdos tras bastidores, parecen ser algunos de los elementos que integran este explosivo coctel, al cual, para ser realista, no se le ve salida inmediata clara.


Los problemas nacionales ahora quedan de lado, la gran preocupación para la élite dirigente es la elección del 22 de abril, mientras miles de compatriotas se marchan atropelladamente a Chile, Perú, Ecuador, Brasil, Colombia o Panamá buscando nuevos derroteros. El gobierno tiene candidato NM, y monta una infantil campaña de que seremos invadidos por la V Flota de USA, que más de un incrédulo cree, y facilita el discurso de “El Cabito” de 1902: “la planta insolente del extranjero…”; mientras parte de la dirigencia opositora se debate sobre su participación o no. Henry Falcón dice que él se lanza, sin sopesar opiniones como las importantes posiciones internacionales de la UE y el Grupo de Lima de que no reconocerán esos resultados. Como dijera el apóstol Tomas, según el Nuevo Testamento, cuando le anunciaron que Cristo regresaría de entre los muertos: “Ver para creer”. Y tuvo que hacerlo, con la expresa recriminación del señor.

He visitado Cuba varias veces y el Chile de Allende, y en esos países, con menos riqueza que el nuestro y procesos de cambio genuinos e intensos, a pesar de sus inconvenientes, nunca se vivió el drama que padecemos. Este tiene mucho que ver con incapacidad y desconocimiento, un marxismo trasnochado en estado mortecino desde hace 28 años, y un gobierno que muchos analistas vinculan a una corrupción galopante, chispeada de tráfico de estupefacientes y a una claque del alto mando militar que tiene las riendas nacionales, con la venia complaciente de los mandatarios formales, para contar con el respaldo de las armas. Todos habidos de poder, sin importarles lo que está pasando ante sus narices.

Viví tres años en el Chile de Allende, hasta su caída y muerte. Fue un socialdemócrata de avanzada, no se engañen, respetuoso de las instituciones, los cambios progresivos y la democracia. Chile vivió una verdadera “guerra económica”, pero a pesar de los problemas de escasez, nunca faltaron los productos agrícolas, pecuarios y marinos por ellos producidos; había medicamentos, la educación era de primera, la delincuencia estaba en rangos normales, El colapso político de 1973 fue producto de una fuerte crisis económica y política que se manifestó en una inflación de tres dígitos que llegó a un 606%, la más alta de su historia (Venezuela llegó en 2017 al 2.616 %); aunado a las provocaciones de los partidos de ultra izquierda (PS Altamirano, MIR, MAPU), y a las circunstancias de la “guerra fría” que ayudaron a su derrocamiento. Fue sustituido por Pinochet 1973-1990 que entronizó un régimen de sombras, terror, persecuciones y muerte a lo largo de 17 años, aun cuando logró modificaciones económicas sustantivas, con los “Chicago Boys” y las tesis neo liberales de Hernán Büchi, su fallido candidato presidencial. Ese se consideró un modelo a seguir por muchos economistas, debido a la prosperidad de sus índices macroeconómicos que se mantuvieron estables durante las décadas siguientes. Sin embargo, las excesivas facultades a la empresa privada y la carencia de control estatal, conllevaron a un desmedido incremento de la desigualdad económica y de la segregación social, especialmente en alimentación, salud y educación.

En octubre de 1988 en pleno régimen militar hicieron  un referéndum, para decidir si Augusto Pinochet seguía o no en el poder hasta el 11 de marzo de 1997. La Concertación de Partidos, con todos los factores en su contra, salvo la unidad de las fuerzas políticas opositoras, una dirección acertada, sin mezquindades, y el deseo de cambio que tenía ese pueblo hastiado de la dictadura, decidió participar, y triunfó.

El universo electoral fue de 7.435.913 personas. Del total de votos válidos, el 55,99 % fue por el «No», y 44,01 % por el «Sí». Conforme a disposiciones Constitucionales, el triunfo del «No» implicó la convocatoria para 1989 de elecciones de presidente y parlamentarios, que condujeron tanto al fin de la dictadura, como al comienzo de un periodo de transición a la democracia, presidido por el democristiano Patricio Aylwin.


Una lección muy distinta a la abstención ramos allupiana de 2005; a la evaporación de la mayoría parlamentaria y la disminución de la AN de 2015 a 2018. Ahora viene la elección adelantada de presidente ¿Qué hará lo que queda de la MUD con la vocería de una mayoría democrática que no le pertenece, pero parcialmente seguirá su línea? Deshojan la margarita. ¿Van, no van, se dividirán más? Que Dios nos coja confesados.

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