domingo, 17 de diciembre de 2017

Elecciones chilenas - dos artículos y una entrevista con Jorge Edwards

La movilización de la izquierda decide las presidenciales de Chile
El progresista Guillier trata de atraer el voto del Frente Amplio y recurre incluso a Pepe Mujica

En un país como Chile, dominado por el centro político desde que recuperó la democracia, la izquierda más radical apenas ha tenido protagonismo. Pero por primera vez es clave. Es ese grupo el que define las elecciones presidenciales del domingo, que disputan el expresidente Sebastián Piñera, derechista moderado, y el periodista y senador de corte socialdemócrata Alejandro Guillier. Todo depende de la movilización del voto izquierdista del Frente Amplio, cercano a Podemos, que logró un 20% en la primera vuelta. Si acude en masa a votar por Guillier y contra Piñera, el progresista tendrá una oportunidad. Si no, ganará el expresidente, que tiene a su electorado de derecha más compactado. Guillier ha recurrido a todo para animar a esos votantes, incluido el efecto sorpresa final con un cierre de campaña con el uruguayo Pepe Mujica, el personaje más querido por la izquierda latinoamericana.


Chile vive estos días dos realidades paralelas. Por un lado, están los medios y el ambiente político y de poder, implicado como muy pocas veces en una batalla de final mucho más incierto del esperado. Hace solo un mes, se pensaba que las elecciones serían un paseo para Sebastián Piñera. Pero la decepción de la primera vuelta, cuando sacó un 36%, mucho menos de lo esperado, abrió la posibilidad de una victoria de Guillier, y el ambiente ha cambiado completamente en la segunda. El empate técnico que dan las encuestas, con ligera ventaja para Piñera, ha derivado en una encarnecida batalla mediática en la que parece que Chile se la juega a todo o nada el domingo. Pero a la vez, en otra realidad paralela, está la mayoría del país, que ha decidido no votar y vive al margen de esta pelea. Desde que se eliminó el voto obligatorio, hace seis años, Chile tiene una de las participaciones más bajas del mundo, por debajo del 50%. Y después de varias crisis políticas, con escándalos de corrupción y financiación ilegal que afectaron a todos los partidos, sigue bajando.

Por eso en las elecciones del domingo la verdadera batalla se libra para convencer a la gente de que acuda a votar. En la primera vuelta lo hicieron 6,7 millones de chilenos, el 46,7% de los convocados. En segunda siempre baja, porque muchos no quieren taparse la nariz para votar a alguien que no es su preferido. Guillier solo tiene una posibilidad si la participación no se desploma. Si gana, necesitará los diputados del Frente Amplio para gobernar, por lo que lo que parecía un giro a la derecha en línea con la ola liberal que vive la región podría convertirse en un volantazo hacia la izquierda. Los dirigentes del Frente Amplio han pedido el voto para Guillier pero con cuentagotas, y él necesita una participación masiva de ese mundo para ganar. Mujica trató de apuntalar ese voto en el mitin con Guillier: “Yo apoyo a todos los progresistas del mundo, porque me gasté la vida tratando de contribuir a que hubiera un mundo más igual”.

Todo ha cambiado en menos de un mes. Si la primera vuelta parecía un plebiscito a Michelle Bachelet, la presidenta de centro izquierda, muy criticada en diversos sectores por algunas reformas progresistas, ahora todo ha girado y esta segunda parece un plebiscito a Piñera. Si Guillier consigue movilizar un voto anti derecha similar que en Perú, por ejemplo, impidió en la recta final y por solo 40.000 votos la victoria de Keiko Fujimori, podrá dar la sorpresa. No es fácil, porque en Chile el alejamiento de la política es muy fuerte y porque Piñera es un moderado y no resulta un personaje tan odiado como Fujimori. Pero el giro ha sido tan fuerte que Bachelet, que hace un año estaba hundida en las encuestas, ahora ha recuperado un apoyo del 40%, reivindica con orgullo sus reformas y ha tenido una gran participación en la campaña, cuando antes Guillier huía de su imagen.

“Con encuestas poco rigurosas se logró crear un estado de opinión en Chile de que el Gobierno n de Bachelet carecía de apoyo, que el triunfo de la derecha iba a ser avasallador. Pero la primera vuelta dejó en evidencia que hay una mayoría de centro izquierda que quiere cambios incluso más profundos. El problema es articular esa mayoría. Si Guillier gana debería gobernar con un modelo a la portuguesa, porque el Frente Amplio no va a entrar al Gobierno”, explica el analista Ernesto Águila, académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

“Va a ser una elección estrecha, va a depender crucialmente de la participación”, detalla Harald Beyer, director del Centro de Estudios Públicos (CEP) y exministro de Educación de Piñera. “Si cae en 700.000 personas en el balotaje, con un alto grado de certeza Piñera ganará. Si cae en menos de esa cantidad comienza a existir una posibilidad de que Guillier gane”. Beyer cree que Guillier lo tiene difícil para lograr todos los votos del enorme espectro que va desde la Democracia Cristiana a la izquierda. “El voto del Frente Amplio parece ser mucho más heterogéneo de lo que se cree. En muchos votantes hay una desilusión respecto del Gobierno de Bachelet, porque no fue capaz de abordar una agenda que redujera las fragilidades del proceso modernizador chileno. Por ello, no es evidente que se movilicen para votar por Guillier”, resume.

Eugenio Guzmán, sociólogo y decano de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo, coincide con esta idea y cree que ganará Piñera. “El llamamiento al voto a Guillier de los líderes del Frente Amplio fue muy tibio, durante meses dijeron que su enemigo principal era la Nueva Mayoría. Hay una parte del Frente Amplio que quiere arrinconar a Guillier, como hace Podemos con el socialismo en España. Guillier ha hecho todos los guiños posibles a la izquierda, incluido Mujica, pero lo tiene más difícil”, sentencia.

Jorge Baradit, un escritor de best sellers como La historia secreta de Chile muy activo en las redes, donde moviliza en contra de Piñera, cree que la llegada de Mujica fue “un golazo” que tendrá su efecto. “El rechazo enorme a Piñera y el apoyo al borde de los 90 minutos de Boric y Jackson [principales líderes del Frente Amplio] indica que el voto debería ir a Guillier”. Aún así, Baradit coincide con los analistas en que hay un porcentaje de gente que apoyó en primera vuelta a Beatriz Sánchez, la periodista candidata del Frente Amplio, pero no respaldo a los parlamentarios de este grupo, y que nadie sabe cómo se va a comportar. Son ellos, ese voto protesta de izquierda descontentos con el supuesto milagro chileno, los que deciden las elecciones del domingo, porque todo el resto parece ya muy definido.

Buenos Aires / Santiago de Chile 15 DIC 2017 - 21:04 CET
Foto principal: El candidato Alejandro Guillier cierra su campaña electoral en Santiago de Chile junto al expresidente uruguayo Pepe Mujica. REUTERS





JORGE EDWARDS | ESCRITOR CHILENO

“Chile tiene tendencia a perder sus oportunidades”

El Premio Cervantes 1999, de 86 años, analiza su país a propósito de la segunda vuelta presidencial del domingo

Santiago de Chile 16 DIC 2017 - 03:58 CET EL PAIS


El escrito chileno Jorge Edwards. SEBASTIÁN UTRERAS
A pocas horas de la elección presidencial chilena del domingo, que se definirá entre la derecha de Sebastián Piñera y el centroizquierda de Alejandro Guillier, al escritor Jorge Edwards (Santiago, 1931) considera “muy malo” que en la primera vuelta de noviembre pasado apenas un 46% de los ciudadanos haya sufragado. “Soy un chileno muy viejo ya, tengo muchos años y he visto muchas presidenciales, desde niño”, recuerda el Premio Cervantes 1999 en su piso del centro de la capital chilena, en un atardecer de primavera, mientras observa desde su ventanal el cerro Santa Lucía, uno de los íconos de la cuidad. “Las elecciones eran siempre lo más entretenido que había: toda la preparación –el proceso, la propaganda, las discusiones–, apasionaban a todo el mundo. Una vez dije que las elecciones de Chile eran como el toreo en la vieja España”, señala quien fue embajador en Francia durante el mandato del actual candidato de la derecha, Sebastían Piñera.

Pregunta. ¿Y qué ocurre ahora?

Respuesta. Es un país mucho más mediático, menos culto, menos lector. Eso mismo, quizá, hace que todo sea más movible. Pero yo creo que Chile tiene una base suficiente para crear un Estado de derecho moderno. Nuestra referencia tiene que ser la Alemania de Merkel, la Francia de Macron, una España en que Ciudadanos juegue un papel desde el centro y, a lo mejor, una Argentina futura con Macri. Tenemos que tener una política y una cultura moderna, ilustrada, democrática. En esas condiciones puede haber alternancia en el poder y gobernar el centroizquierda o el centroderecha.

P. La elección de ese domingo tiene un resultado incierto.

R. Pero ahora los tipos dicen: “Yo voto por Guillier, porque quiero atajar a Piñera, a la derecha”. Esas son censuras, en el fondo. Cuando gobernó Piñera entre 2010 y 2014 fue una derecha completamente democrática. No le tocó un pelo a nadie y no alteró la protección social, sino que la mejoró. Nosotros podemos elegir y creo que una derecha moderna, aliada en lo posible con el centro, puede en estos momentos ser útil para Chile.

P. ¿Se siente optimista, pesimista o indiferente respecto del país?

R. No soy optimista de fondo, pero no soy totalmente pesimista. Chile es un país que siempre Chile tuvo mayor influencia y fuerza que su tamaño. Teníamos un Estado de derecho que funcionaba –que se destruyó en la crisis del año 20 y en 1973– y en cierto modo era un guía de América Latina. Chile es un país muy interesante, con muchas posibilidades, pero que tiene una tendencia a perder sus oportunidades por superficialidades, por tonterías, por vanidad.

P. ¿A qué se refiere?

R. A que, por ejemplo, Chile tuvo un desarrollo enorme a fines del siglo XIX, con el salitre, con el cobre, la educación. Era un país cada vez más moderno y avanzado, pero se produjo una guerra civil fenomenal y se terminó eso por largo tiempo. Espero realmente que ahora en Chile haya un progreso real, porque la posibilidad de el país se desarrolle en forma moderna existe, pero estamos lejos: Chile sigue exportando piedras de cobre.

P. A diferencia de la gente de la calle y aunque ambos candidatos son moderados, la clase política parece enervada. ¿Qué piensa sobre el tono de la campaña?

R. Habría sido mucho mejor que, en vez de una pelea de perros y gatos, en la campaña hubiera habido una reflexión muy seria de alternativas reales para el país. Pero ha sido una pelea medio vulgar: crispada, áspera, a veces francamente mal educada. Yo habría preferido que los grandes políticos estén un poco por encima de esas cosas, como era antiguamente. La crispación chilena en este momento quita libertad. Espero que Chile esté pasando por un momento febril, como una persona que está con 38 grados, pero que va a volver a una normalidad.

P. ¿Cuáles son los principales problemas que Chile debería resolver?

R. Me presentaría de candidato si supiera. No sé. Es evidente que deberíamos tener una educación mejor y que llegue a más gente, por ejemplo. Pero me parece curioso que Chile, desde la llegada de la democracia en 1990, haya tenido un desarrollo bastante interesante y, sin embargo, actualmente haya una fuerza de movimientos anti sistema muy sorprendente. No entiendo la relación. Ahí hay ingenuidad y un poco de esnobismo intelectual. Hay mucho que hacer para eliminar la demagogia, la lata y el lugar común.

P. En septiembre pasado, Vargas Llosa en una visita a Chile calificó de “cavernaria” a la derecha que se opuso a la despenalización del aborto en tres circunstancias, que finalmente fue aprobada.

R. Creo en el aborto, tal como está regulado ahora. Mario es muy bueno para las frases. Pero en Chile también hay una izquierda cavernaria.



Eso que está sucediendo en Chile
El clima político se ha enervado, un ambiente de catástrofe circula entre los adversarios y alguna prensa habla de la elección con mayor incertidumbre en muchos años


Algo raro ha ocurrido en la elección presidencial de Chile en su último tramo, el mes que separa la primera vuelta de la segunda ronda de mañana. El clima político se ha enervado, un ambiente de catástrofe circula entre los adversarios y alguna prensa habla de la elección con mayor incertidumbre en muchos años. Y, sin embargo, se trata de una segunda vuelta entre los dos candidatos más moderados que hubiesen podido escoger la derecha y la izquierda dentro de sus respectivos repertorios.

Tampoco es casual que sea así, cuando hace ya años que la sociedad chilena está dividida en esos dos grandes grupos, que a Norberto Bobbio le parecían tan propios del sentido común. Esos grupos tienen tamaños tan parecidos que los candidatos con aspiraciones realistas saben que deben converger hacia el centro, siempre con la voluntad de mover ese centro hacia su propio lado.

El candidato de la derecha es Sebastián Piñera, que ya gobernó Chile entre el 2010 y el 2014, acometiendo la hazaña de quebrar la hegemonía del centroizquierda (luego de que este se quebró a sí mismo), sin que se pueda decir que haya modificado el curso de la sociedad chilena; por el contrario, nadó por el río abierto por sus antecesores, lo que le ha sido reprochado por sus adversarios de ambos bandos. Es rico como lo son los ricos de iniciativa propia: gracias a la habilidad para usar los vacíos o las “ocasiones expertas” que esconde —solo para los listos— la economía capitalista, de donde nace gran parte de la antipatía con que lo tratan algunos periodistas; en una sociedad aristocrática —pero la de Chile no lo es, aunque lo pretenda— sería un nouveau riche, una fortuna de primera generación. Dentro de la derecha es lo más próximo al centro, lo más cercano al liberalismo pragmático (Harvard, no Chicago) y lo más parecido a un católico tolerante. No hay en su fisonomía intelectual nada de la ultraderecha, ni la populista ni la integrista, aunque ambas estén obligadas a apoyarlo, tapándose las narices.

El representante de la izquierda, Alejandro Guillier, ha llegado a esa posición por un default mantenido antes y después de que la coalición gobernante, la Nueva Mayoría, se despedazara. Entre otras razones, resistió a esa catástrofe porque antes había pasado 20 años como conductor de noticias en horarios estelares. La única sorpresa —la noticia, habríamos dicho cuando todavía existían las noticias— es que él mismo parece no haber advertido esa ventaja hasta fines del año pasado. En parte de esas dos décadas fue además el rostro más creíble de la televisión chilena, aunque (¿o porque?) inició allí los modales del escepticismo populista que ha terminado por poner de cabeza a las instituciones republicanas. Con una falta de ansiedad, que algunos han confundido con desgano, ha soportado el menoscabo de muchos viejos políticos y los emplazamientos arrogantes de otros más jóvenes. Pero no ha dejado que nadie se confunda: se ha mantenido independiente, siempre cerca del Partido Radical, el más antiguo de Chile y el gran estandarte del centro laico, lejos de la izquierda ortodoxa y muy lejos de la ultraizquierda, las que también tendrán que apoyarlo con pastillas antináuseas.

Ni Piñera es el regreso del pinochetismo ni Guillier es el camino hacia Fidel Castro: los dos dictadores pueden descansar en paz, en esta elección no hay nadie que los represente. Piñera y Guillier son personas conservadoras, ordenadas y con buena estrella: han llegado a donde están porque la vida les ha sonreído y porque Chile es lo que es. Quizás por eso ninguno le ofrece a Chile horizontes épicos, una gran saga del futuro, una ucronía construida aquí y mañana. Y como nada similar está en juego, el vacío, el hueco, lo ha llenado una polaridad de raíces muy lábiles.

Una de sus fuentes se encuentra en los resultados de la primera ronda, que presentaron números muy decepcionantes para los dos candidatos principales, Piñera y Guillier. Entre dos decepciones, siempre es más importante la mayor. Una intervención muy rápida, ya no del Gobierno, sino de la misma presidenta, Michelle Bachelet, se apuró a interpretar esa votación como el triunfo de una mayoría en favor de “los cambios”, aunque en ello sumaba a una nueva fuerza de izquierda, el Frente Amplio, que nacía de la oposición a su programa. Puede haberlo dicho solo como defensa de su gestión, pero en los hechos se convirtió también una oblicua manera oficial de convocar a la unidad “en contra de” la ventaja parcial de la oposición. Sumada a la parálisis interpretativa de la derecha, esta versión terminó por transformar su triunfalismo inicial en el pavor de una carrera apretada, lo que a la vez alentó a la izquierda para…
Y así por delante: dialéctica en acción. No se había producido en Chile una competencia electoral tan marcada por los apetitos de última hora. Solo que no hay un 11-M ni nada que se le parezca. Lo que hay, en cambio, es un enorme interrogante acerca de cómo funcionará el voto voluntario en esta segunda ronda; esta es, en realidad, la “incertidumbre” a la que se refieren los medios. En otros contextos esto puede ser difícil de entender, pero la cultura democrática chilena se forjó en el voto obligatorio (con inscripción voluntaria), hasta que la ingeniería social estimó —hace sólo seis años— que era hora de intervenir esa cultura, momento desde el cual todas las incertezas se han trasladado hacia quiénes son esas personas que forman la minoría que vota.

Los candidatos pueden haberse sentido forzados a más o menos ambigüedades a partir de sus propias ansiedades, pero nada dramático se juega en Chile mañana. El presidente que sea elegido será un hombre moderado, respaldado por fuerzas racionales, previsibles y conocidas. Quien quiera especular sobre sus torceduras tendrá que esperar algo más de tiempo.

Ascanio Cavallo es periodista político chileno

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