Social bots, filtros burbuja y mentiras que se
viralizan: la derecha ha interpretado mucho mejor que sus oponentes políticos
cómo es el funcionamiento de las redes sociales. Las manipulaciones de la
popularidad de diferentes temas o las alteraciones de las preferencias del
público, originadas inicialmente en la esfera virtual, repercuten luego en la
política.
Por supuesto que
nada de lo que dice Donald Trump puede darse por cierto sin haberlo chequeado.
Pero de todo lo que dijo durante la primera gran entrevista que brindó tras las
elecciones, hay algo que parece tener fundamento. Trump aseguró que debía su
triunfo a las redes sociales, es más, apuntó: «Creo que las redes sociales son
más poderosas que el dinero de campaña». La pregunta que sigue es, entonces,
¿cómo influyó ese poder en 2016, un año que parece concebido por el redactor de
un revista satírica en estado de ebriedad?
Fake
news
La función básica
de las noticias falsas (fake news) es tan antigua como el ser humano: se
trata de una forma tecnificada del rumor. Ahí surge el primer problema, ya que
en las redes sociales como Facebook la presentación es la misma sea cual fuere
el origen de la información. Un artículo de The New York Times chequeado
por 15 expertos causa la misma impresión que cualquier disparate inventado por
adolescentes macedonios. El desarrollo de instant articles (artículos
instantáneos) acentúa aún más el fenómeno, ya que estos artículos se suben al
servidor de Facebook y –salvo por el logo del medio en cuestión– tienen todos
la misma apariencia. Ha nacido una nueva forma de rumor visual y llega
camuflada como una noticia verdadera: la noticia mimetizada.
Según Mark
Zuckerberg, la idea de que las noticias falsas tienen influencia política es
«un disparate». Yo creo que esa afirmación es una defensa mal diseñada. De
hecho, el departamento de publicidad de Facebook, por caso, está persuadido de
que comunicar a través de esa red social sí tiene efecto. Las investigaciones también
apuntan a que las informaciones inventadas en las redes sociales actúan como
formadoras de opinión. Incluso existen diarios falsos como el Denver
Guardian. El nombre y el diseño imitan los de un diario tradicional que se
presenta como neutral: todo mentira.
Las noticias falsas
persiguen dos objetivos principales: captar la atención para ganar dinero con
publicidad y ejercer influencia política. Esto tiene un efecto político porque
la función de las noticias en las redes sociales es distinta de lo que suele
suponerse: no se trata tanto de difundir información como de generar comunidad.
Sucede que los posteos sirven para proyectar la propia personalidad, fortalecer
el lazo con quienes comparten la misma forma de pensar y diferenciarse de
otros. Y esto suele darse más allá de las convicciones políticas que uno tenga:
dime qué compartes y te diré quién quieres ser.
Es por eso que los
usuarios tienden a compartir aquellas informaciones que apoyan su propia visión
del mundo; la veracidad o la objetividad pasan a un segundo plano: es la hora
de las noticias falsas, de las que existen representantes mucho más numerosos y
efectivos en la derecha que en la izquierda. Y esto modifica la formación de
opinión política. El entorno personal digital cobra mayor importancia y,
alimentado de noticias falsas, puede escalar en una espiral que refuerza
siempre la propia opinión: los medios clásicos –y por ende, los criterios
periodísticos– pierden así su importancia. La base de la decisión electoral, la
percepción personal del mundo, se encamina hacia la «verdad sentida».
Filtros
burbuja
A diferencia de
las fake news, el filtro burbuja (el hecho de que uno tiende a
rodearse de personas que comparten las mismas ideas y de que sus posiciones se
vuelven más relevantes) no necesariamente es un fenómeno negativo. Se trata más
bien de un mecanismo social antiquísimo y muy útil. Y es que los filtros
burbuja también pueden funcionar como espacio de protección. Pero uno puede
caer fácilmente en la trampa de esos filtros porque los seres humanos tienden a
sobreestimar su entorno más próximo.
Al mismo tiempo,
aquello que no puede verse o sentirse pierde importancia: ojos que no ven,
corazón que no siente. Las redes sociales, especialmente Facebook, pueden
fortalecer en forma imperceptible ese mecanismo del filtro burbuja. Como a
Facebook le interesa la interacción, tiende a presentarles a sus usuarios
aquellas informaciones ante las cuales van a reaccionar. Pero eso termina
llevando a una reducción de la diversidad de opiniones en el propio entorno.
Una consecuencia puede ser la polarización, ya que los grupos pueden caer en
una suerte de espiral de opiniones que se refuerzan a sí mismas. Esto puede
derivar en una actitud de «nosotros contra ellos». Es decir, el clásico terreno
fértil para la radicalización... con consecuencias palpables en las elecciones.
Social
bots
Los social
bots son perfiles automatizados en las redes sociales que aparecen sin
embargo como «humanos». Dado que constituyen un fenómeno realmente nuevo –que
adopta la forma de una imitación engañosamente genuina de un usuario–, aún es
muy poco lo que puede decirse sobre su efecto concreto, pero al parecer es de
enormes dimensiones. No obstante, esto no significa en principio nada porque –y
esto a muchos les causará conmoción– los instrumentos tecnológicos, al igual
que los políticos, suelen usarse irresponsablemente aun cuando no se tenga la
más pálida idea de sus consecuencias.
Pero al menos
deberíamos tomar en serio los social bots: ¿cuánto interés hay
realmente por un tema determinado? ¿Puede calcularse cómo se distribuyen
verdaderamente las posiciones a favor y en contra? También puede pensarse en
una nueva forma automática de imponer agenda (automated agenda setting),
es decir, despertar la atención sobre ciertos temas por medio de una avalancha
de mensajes automatizados en Twitter y las reacciones que despiertan.
De allí
surge una dimensión de los social bots poco considerada: su
función como estrategia de relaciones públicas. Cuando determinados conceptos
aparecen entre los trending topics de Twitter, aumenta la
probabilidad de que se publiquen artículos de prensa sobre ellos. No está claro
si los social bots ejercen una influencia política directa
sobre los usuarios. Lo que sí es factible es que puedan llegar a influir en las
redacciones de los medios periodísticos. Y con la función que permite imponer
agenda en forma automática, nace un punto de partida para la influencia
política indirecta.
Propaganda
social
Un fenómeno
lindante con los social bots que ha surgido en los últimos
años es el género de la propaganda social (social propaganda): se trata
de la influencia política más o menos encubierta que se ejerce con las redes
sociales y en ellas. Como es posible publicar en forma anónima, con un
pseudónimo o a través de testaferros, las redes sociales terminan siendo un
paraíso político perfecto para los profesionales de la propaganda. Los archivos
de Edward Snowden revelaron la existencia del Grupo de Búsqueda e Inteligencia
contra Amenazas (Joint Threat Research and Intelligence Group, jtrig). Esta agrupación, perteneciente a
la Central de Inteligencia del gobierno británico, trabaja manipulando la red.
Noticias falsas, falsas acusaciones con sus correspondientes informes de
víctimas, encuestas o votaciones online alteradas: las
actividades son de lo más pérfidas y están ampliamente diversificadas. Los
instrumentos de los británicos fueron descubiertos; los de los rusos recién
comienzan a perfilarse.
Eso resulta
relevante porque en las democracias occidentales las elecciones están sujetas a
la influencia de los medios y de la propaganda social. Y porque la Rusia de
Vladímir Putin se ha puesto del lado del autoritarismo de derecha. No solo
otorgándole créditos al Frente Nacional francés, sino también por su cercanía
política con Trump, con Alternativa para Alemania (afd, por sus siglas en alemán) y con el Partido de la
Libertad de Austria (fpö). La
revista Newsweek se pregunta incluso si Putin habría
«instalado» a Trump recurriendo a los correos electrónicos de políticos
demócratas supuestamente hackeados por fuerzas rusas y
apoyando la plataforma de filtraciones y tramas políticas Wikileaks, que entre
tanto se ha vuelto favorable a Trump. Y también por el tratamiento en las redes
sociales. Irónicamente, esa influencia encubierta sobre otros países sigue un
modelo: el de Estados Unidos en épocas de la Guerra Fría. Con las redes
sociales, ese «juego» se torna cada vez más complejo y difícil de desentrañar.
La propaganda
social utiliza instrumentos como el astroturfing, es decir, crea la
ilusión de un apoyo masivo con el objeto de que se sumen apoyos genuinos: la
masa ejerce un efecto de atracción, y las redes sociales no están ajenas a esa
influencia. Otra estrategia es inundar la red y confundir publicando una
variedad de interpretaciones distintas de sucesos reales, inventando otros
falsos y agregando verdaderos disparates.
De ese modo, los
hechos se hunden en la marea de opiniones, porque entre la «opinión» y la
«interpretación de la realidad» existe una zona gris muy difícil de penetrar. Y
la desconfianza cada vez mayor hacia los medios tradicionales surte un efecto
amplificador: si se supone que no hay «ninguna verdad», la mentira
propagandística ocupa un lugar con idénticos derechos que la noticia
esclarecedora. Es difícil estimar cuál es el efecto concreto de los distintos
instrumentos de la propaganda social. Lo que está comprobado es que la
propaganda surte un efecto. Y es probable que esto también valga para sus
hermanas, las redes sociales.
Contraesferas
públicas
Por último, cabe
mencionar como un fenómeno absolutamente positivo el de las contraesferas
públicas. El hecho de que cualquiera tenga la posibilidad de publicar en las
redes sociales es, a más tardar desde la «teoría de la radio» de Bertolt
Brecht, un sueño más bien de la izquierda: una contraopinión pública que se
mueve por fuera de las regulaciones y las reglas mediáticas burguesas; que no
está obligada a seguir los mandatos editoriales del mercado ni las dependencias
políticas de los medios públicos. Esto, en principio, es bueno y tiene un
efecto vivificante. Los blogs, las cuentas de Twitter, los canales de YouTube y
las páginas de Facebook crean una esfera periodística que hace avanzar a la
sociedad. Aquí la influencia política es una bendición, más allá de la clasificación
de las opiniones en conservadoras o progresistas. Pero lamentablemente hay dos
tendencias que confluyen produciendo un viraje.
Por un lado, las
redes sociales privilegian el sensacionalismo, la exacerbación y la
dramatización, y esto genera una mayor polarización política y emocional de la
sociedad. De ese modo, la esfera política, que en la democracia necesita con
suma urgencia volverse más racional, se vuelve hiperemocional. La agitación
política se convierte en el estado natural; los medios tonos, las
contextualizaciones y las relativizaciones pierden terreno o dejan de existir.
Y por otro lado, este mundo de agitación mediática, este sensacionalismo de las
redes sociales, les resulta mucho más funcional a la derecha y a la extrema
derecha que al resto de las fuerzas políticas. Esto es así porque –hay que
admitirlo luego del triunfo de Trump–, por grosera o xenófoba que parezca o
sea, la derecha ha comprendido mucho mejor cómo funcionan las redes sociales. Y
ese es el efecto más fatal de las redes sociales sobre las elecciones.
Por Sascha Lobo
Nueva Sociedad, Mayo - Junio 2017
Este artículo es
copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad ,
Mayo - Junio 2017,
ISSN: 0251-3552
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