A Rigoberto
Henríquez Vera
Uno
de sus protagonistas
El ciclo andino (1899-1935), bajo el
liderazgo militar de Castro y Gómez, erradicó el caudillismo, los viejos
partidos históricos regionales mediante
la creación de un Estado moderno.
Lo que Garantizó el orden y la seguridad para la tranquilidad de un tejido social de origen nacional e
internacional. Hasta ese entonces (1830-1899), se percibía la atomización de
grupos humanos bajo el mandato de un caudillo. En ese contexto político, era difícil
promover un proceso de modernización. Por supuesto, hubo intentos
significativos para poner a nuestra provincia en sintonía con las
circunstancias históricas.
Sin embargo, esos esfuerzos desaparecieron
con el tiempo como resultado de los conflictos intercaudillezcos e
interregionales. Pues bien, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez (1899-1935) se
le considera los padres que echaron los cimientos
institucionales de una maquinaria estatal para alcanzar la pacificación del
territorio nacional. Era la paz lo más
deseado por los venezolanos. Lo que significó el nacimiento de la Venezuela
Moderna- clave para comprender en su justa dimensión histórica nuestro destino vital en la era
contemporánea.
En
ese orden de ideas, fue fundamental un
clima intelectual que dio origen a una filosofía política de contenido
bolivariano que legitimó la figura del hombre único. Persuadir a hombres y mujeres de este país, con ideas, símbolos y
representaciones de que el General Gómez era la encarnación de la paz. Con la
muerte de Juan Vicente Gómez, Venezuela entró en una nueva etapa histórica
(1935-1945) en la que dos militares, hijos del gomecismo, Eleazar López
Conteras e Isaías Medina Angarita, asumieron la responsabilidad política de
orientar el Estado y la sociedad hacia el desarrollo de una economía
capitalista bajo la tutela del intervencionismo y del continuismo.
Estos dos
militares, de raigambre gomecistas, no
creían en la democracia. Tenían una
visión de Estado y de sociedad bajo los ideales del cesarismo. Se
consideraban los herederos de los
próceres de la independencia. Por lo tanto, el poder era paras unas minorías
con el sello del libertador. Las multitudes, analfabetas y primitivas, no tenían el espíritu genuino
del civilismo como para disfrutar de los valores de democracia. Ante este
enfoque político, emergió una generación
(1928) que cuestionó el poder absolutista de unos gobernantes y se planteó la necesidad de
recuperar para el país la soberanía popular como plataforma fundamental
para la implantación de la democracia.
El 18 de octubre de 1945 representó el
inició y el fin de un ciclo autoritario
y el rescate de la soberanía popular para que los venezolanos escogieran libremente a sus gobernantes a
través del voto. Así, la nación
reivindicó su ser republicano que había sido arrebatado por caudillos y
oligarcas, desde 1811. Ese hecho histórico, de tanta trascendencia para el
futuro de Venezuela, es lo que le da sentido y significado político al
18 de octubre de 1945. Deja como conciencia histórica a las nuevas generaciones
una cultura civilista que liquidó el gendarme necesario y la utopía en la
década de los sesenta. Cultura civilista que ha impedido que la provincia de Venezuela se embriague
con las aguas del mar de la felicidad.
No obstante, la frivolidad de las elites políticas y empresariales contribuyó al deterioro de
las instituciones democráticas y, como consecuencia, hacia la muerte lenta de República y casi su destrucción total en el marco de un gobierno revolucionario y bolivariano
con el afán de instaurar un estado
comunal. La República que nació como
respuesta histórica al vasto imperio español (1810-1811), que desvió su
camino a lo largo del siglo xix y parte del siglo pasado, que devolvió su
pasión libertaria con el 18 de octubre
de 1945 y que se fortaleció y consolidó
en la era democrática; hoy como diría Julio César:
“¿La
República -es decir, el estado con su
constitución legítima- ¡la República no es ya más que una palabra!” (Ortega,
1980, p. 198).
¿Qué hacer?
Se requiere la presencia de una clase política que promueva una reforma intelectual para demoler el viejo estado y construir uno
nuevo en sintonía con las tendencias históricas que se están gestando en la global. Un Estado
y una nación en perspectiva liberal y en
concordancia con una economía de libre
mercado. Un estado que trascienda
significativamente el modelo político y económico de origen rentista,
estatista, intervencionista, bolivariano y revolucionario. La conciencia histórica que salve en el tránsito histórico lo mejor
del pasado desde el presente y proyectarse hacia el porvenir. De lo contrario, la vorágine nos devorará.
Traigo a colación un bello pasaje de Ortega
y Gasset sobre su célebre biografía Mirabeau o el político, en el que describe
magistralmente la diferencia entre un
político y un revolucionario:
La
política de Mirabeau, como toda auténtica política, postula la unidad de los
contrarios. Hace falta, a la vez, un impulso y un freno, una fuerza de
aceleración, de cambio social, y una
fuerza de contención que impida la vertiginosidad. Es preciso, en lo posible
acomodar todas estas cosas a la
revolución y salvar la subitaneidad del tránsito. Admirable expresión que
condensa todo el método político y diferencia a este de la magia. El
revolucionario es lo inverso a un político: porque al actuar, obtiene lo
contrario de lo que se propone. Toda revolución, sea ella roja, sea ella
blanca, provoca una contra revolución. El político es el que anticipa a este
resultado, y hace la vez, por si mismo, la revolución y la contra revolución
(Ortega y Gasset, 1927, p. 48).
Es el desafío para una
clase política que asuma con responsabilidad política la de reconciliar a los venezolanos en aras de una nación que mira hacia el
futuro sin odio y resentimientos. Por tanto, El
18 de Octubre nos legó su fervor republicano, civilista, libertario y la
importancia del poder creativo e innovador, derivado del capital humano, como fuente de riqueza
material y cultural. Como memoria histórica incorporemos esos elementos en
una perspectiva política en que la
patria se mueva hacia una dinámica
republicana, libertaria, liberal, federal, de libre mercado en el ámbito con un
nuevo paradigma energético que se asoma en el horizonte (el ciclo del oro negro
tiene sus días contados).
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