Celebré los ruidos gruesos del presidente de la AN cuando fue burlada su investidura
en el aeropuerto de Caracas. Hice gala de mi celebración en el Twitter, esta
vez con centenares de seguidores, para que no quedara duda de mi apoyo ante el
abuso de la militarada. Que el jefe del Legislativo y sus compañeros de viaje,
representantes todos del pueblo, fuesen sometidos a una infamante requisa y al
acoso de unos “periodistas” pagados y mandados por el régimen para meter
zancadillas, merecía una repulsa que no dejara dudas y que podía expresarse
mediante lo que habitualmente consideramos como malas palabras. Cuando la
bota militar se ceba contra la civilidad merece la respuesta de la insolencia.
Eso pensé en el momento y me coloqué en la entusiasta barra de los apoyadores
de quien maneja los trabajos del Parlamento, pero el asunto pasó a mayores. En
breve, respondió al comandante de la GNB con un lenguaje semejante en
procacidad. Guardé silencio entonces para pensar lo que debía escribir
hoy.
Valió la pena el mutismo. Mientras lo llevaba a cabo, recordé el pormenor
de un mitin transmitido por la televisión, que mostraba al mismo
diputado-presidente agarrándose la bragueta ante la multitud. Era una de las
armas que utilizaría contra el gobierno, aseguró ante el micrófono. Bragueta
contra “revolución”, bragueta civil contra bragueta militar, bolas vestidas de
paisano contra bolas verde oliva. Sea por el amor de Dios. Lo fundamental de la
historia radica en los aplausos que el gesto cosechó. Las ovaciones fueron
clamorosas, como si la gente volcara su regocijo ante una iniciativa digna de encomio.
Y así topamos con la médula del asunto. Que en la plaza pública se exhiban
conductas de prostíbulo ante las cuales un auditorio muestra su respaldo,
indica uno de los peligros inminentes de la actual etapa política. Un episodio
de tal naturaleza nos remite hacia el estado de descomposición ante el cual
estamos próximos como sociedad, o en el cual nos meteremos con la mayor
comodidad si no se produce una rectificación de la manera de
abordar los negocios públicos.
Pero el presidente de la AN no es hombre de prostíbulos. Disciplinado en su
oficio, bien formado en materia profesional, amigo de las bibliotecas y de una
escritura que realiza con propiedad, de pronto se aficiona a poses y a
vocabularios de los bajos fondos. ¿Por qué? El hambre de aplausos es
canija. La popularidad puede buscarse en la parcela resbaladiza de los
arrabales. En especial cuando está probado que el poder se puede casar con la
chabacanería, como nos enseñó hasta la saciedad el estilo oratorio del
comandante Chávez y de muchos de sus seguidores. ¿Si para ellos significó una
multiplicación de clientelas, no producirá iguales o mejores réditos a
quien sube con velocidad de adolescente la escalera de la fama?
El presidente de la AN debe considerar que no le habla a un populacho, ni
que actúa a sus anchas frente a masas amorfas y rudimentarias, ante
espectadores que dependen de la ordinariez para conceder soporte a un
liderazgo. Si Chávez y sus corifeos han tratado a la gente y todavía la tratan
como populacho, ahora corresponden los miramientos requeridos por una sociedad
que ha actuado con un grado de madurez inédito en la historia de Venezuela. A
la demostración de civilidad exhibida en las elecciones parlamentarias, pero
especialmente en el apoyo del referendúm revocatorio, corresponde la mesura de
quien ha sido escogido por el pueblo para que lo represente en la escala más
elevada. En ocasiones como la del mitin referido tal vez se puedan establecer
vínculos entre la política y los cojones, entre el arrabal y la retórica, entre
la vulgaridad y el favor popular, pero nadie, a estas alturas, merece que le
fomenten la afición a ese tipo de cercanías.
Un hombre capaz de presentarse con discursos cultivados carece de motivos
para encanallar su comunicación con la ciudadanía. El asunto no consiste en
presentarse de traje y corbata en la Cámara, ni en exigir ropas formales a los
diputados de la oposición. El camino es más derecho y menos superficial, aunque
más arduo. Desde antiguo se habla del lenguaje de los cuarteles en sentido crítico
y peyorativo. Que no suceda lo mismo con el lenguaje del parlamento.
ELÍAS PINO ITURRIETA3 DE JULIO 2016 - 12:01 AM
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