Sorprende que en un naufragio tan
catastrófico y evidente no hayan surgido ya dirigentes decididos a salvar el
barco y persuadir que a todos nos va la vida en ello, no importa el color
político. Con un gobierno empeñado en ignorarlo, negarlo o convertirlo en
conspiración del imperialismo capitalista, la gente echa de menos a estadistas.
Estos no son extraterrestres y hacen falta del lado del gobierno y de la
oposición. Al estadista lo distingue su capacidad de superar la parcialidad
electoral inmediatista y el beneficio personal o partidista, con una visión y
voluntad de país que reta y convence a la sociedad y suscita una
creatividad nueva e inclusiva.
Cada día aumentan en todos los sectores
el sufrimiento y la conciencia de la gravedad, pero no la sensación de
que las soluciones están más cerca, y el malestar se incrementa con el juego de
pin-pon entre la Asamblea que hace nuevas leyes y el Ejecutivo que manda
bloquearlas. En los que se alegraron por la profunda derrota electoral
madurista, se va enfriando la esperanza, pues les parece que la MUD se diluye
como voluntad y estrategia unitaria alternativa y que se van imponiendo los
intereses particulares partidistas, o que hacen propuestas inviables con
la ideología reinante.
Por otra parte, el gobierno sorprende y
disgusta a muchos de sus propios simpatizantes nacionales e internacionales,
por su parálisis mental e incapacidad de tomar decisiones, mientras la
catástrofe se agrava y crece la agresividad política y social.
El pesimismo también reaviva teorías
fatalistas sobre la inferioridad de nosotros como nación con un determinismo
genético-histórico que nos predestina al fracaso. Les parece de mal gusto soñar
con una Venezuela de esperanza, recordar lo que nuestro país logró en
circunstancias difíciles del pasado, con pactos entre adversarios y tolerancias
sociales ejemplares; incluso les parece evasivo poner ante los ojos a países
latinoamericanos que sufrieron situaciones catastróficas peores y se
refugiaban en nuestra amplia hospitalidad. Esas naciones superaron las
coyunturas adversas y quienes nos envidiaban son hoy nuestra envidia. Pasan los
días y lo que en diciembre fue esperanza y primavera se va transformando en
invierno fatalista y se contagia la enfermedad de la antipolítica.
Por lo contrario, la realidad clama por
estadistas guiados por la Constitución democrática y capaces de soñar con los
pies en la tierra y de encontrar razones para ir juntos, como única posibilidad
de construir exitosamente. Estadistas capaces de crear un relato de esperanza
novedoso y transformador donde la muerte se convierte en vida, por el esfuerzo
de la gente. Crear el relato y creer en él, contagiar esa fe a toda la
población, transmitir convicciones, convocar y aglutinar. No pedimos milagros,
pero sí sensatez. No hacen falta genios de la economía ni doctores de la
política, sino voluntades con ética, remeros decididos a remontar corrientes
adversas, concertar una decena de medidas claves y aplicarlas con decisión; su
éxito depende de que sean deseados y apoyados por la gente y por líderes
significativos de la actual oposición, del chavismo y de la Fuerza
Armada, decididos a cumplir la Constitución y hacerla cumplir. Los
comunicadores y sus diversos medios son decisivos, pues la población debe
sentir en carne propia la propuesta y sus efectos en la llegada inmediata de
medicinas, alivio en los supermercados, mercales, abastos, farmacias y centros
de salud, y signos de liberación en las cárceles políticas…Decisiones
negociadas internacionalmente con más pragmatismo y menos ideología.
Decisiones
que no se quedan en ayudas momentáneas, sino que van a políticas económicas que
desbloquean la actividad empresarial y hacen a nuestro país atractivo
para la inversión y la productividad. Medidas que combinen el estímulo a la creatividad
empresarial con la nueva visión social inclusiva de la empresa, como camino de
superación de la pobreza y esperanza de los pobres, con políticas que
fortalecen su organización y productividad y multiplican sus oportunidades.
Camino de drástica recuperación ética y
lucha por el rescate constitucional de las instituciones y el implacable
castigo a la corrupción y al saqueo público. Necesitamos un gobierno de
salvación nacional capaz de hacer más con menos, tomar decisiones difíciles,
responder al país que a gritos silenciosos pide reconciliación. Un gobierno de
transición que se pone límite temporal a sí mismo, pues los partos felices no
pasan de nueve meses de embarazo.
LUIS UGALDE28 DE ABRIL 2016 - 12:01 AM
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