“No hay más perdón que el olvido”. (Jorge Luis Borges)
Sobran y son abundantes los testimonios
de la angustia que causa la actual situación en los más diversos sectores
sociales del país: civiles y militares, políticos, gremiales, académicos,
religiosos. Pero sobra y son contundentes las pruebas de las furias homicidas
que provocan esas angustias de antiguos socios y respaldos en quienes detentan
el poder y no parecen decididos a seguir los designios de la inteligencia,
obedecer la mayoritaria voluntad del pueblo y ceder el poder. A lo que un
elemental patriotismo, sentido de responsabilidad y altura de miras obligarían.
Estamos al borde del precipicio. Las
pruebas del encanallamiento, la miseria y la barbarie alcanzan niveles ya
absolutamente intolerables. El país se mantiene sobre sus pies, gracias a la
generosidad infinita de la Providencia. La acumulación de tensiones bordea la
indignación y una chispa podría hacerlas estallar en un conflicto de
dimensiones apocalípticas. Quien crea que los tiempos de la barbarie quedaron
hundidos en los pantanales del siglo XIX no tiene más que mirar al Medio
Oriente. Los barnices de la civilización, una vez resquebrajados, ceden ante el
ímpetu del primitivismo originario. El animal salvaje que yace en nuestras
profundas determinaciones genéticas habrá sido domeñado, pero constituye
nuestro fundamento ancestral. La afirmación de Hobbes, según la cual la
sociedad está fundada sobre los principios de la guerra de todos contra todos,
acecha desde los profundos pliegues de nuestras pesadillas. En cualquier
momento irrumpe sobre los diques de la conciencia y nos devuelve a las sombras
del canibalismo.
Provocar esa chispa o amenazar a diario
con encenderla solo puede ser ocurrencia de ambiciosos descerebrados, de
traidores al servicio de los enemigos de Venezuela, de aprovechados servidores
de la incuria y la violencia. Las ideologías ya no juegan ningún rol en el
choque que promueven los enemigos de la patria. El pueblo quiere paz. El pueblo
quiere seguridad. El pueblo quiere volver a sus viejas certidumbres. Lleva
siglos demostrando que prefiere la convivencia a la guerra, el entendimiento a
la confrontación, el progreso a la regresión. Sabe que solo la paz y la
prosperidad permiten el ascenso social. Y que ver a un hijo de humilde cuna en
las alturas de profesiones liberales es un orgullo incomparable. ¿O puede
alguien ser tan avieso como para creer que a nuestro pueblo le gusta criar
zánganos, hampones, asesinos, asaltantes, degolladores?
Más allá de la tolerancia ante lo
absolutamente intolerable nos espera el entendimiento. Comenzando por el
perdón, culminando en el olvido. Veo a generales de las Fuerzas Armadas que
tuvieron un papel de primera magnitud en el golpe de Estado del 4 de febrero
ofreciendo su mano generosa para sellar el pacto de entendimiento entre los
viejos adversarios para sacar al país del atolladero. Debemos aceptársela. Veo
a jóvenes intelectuales que abrazaron con idealismo y entusiasmo la magna
empresa de llevar a cabo una revolución marxista, desencantados de la deriva
autoritaria y contrarrevolucionaria de los oportunistas y corruptos que jamás
profesaron ese entusiasmo y ese desinterés, dispuestos a entregarse al
extranjero que pisotea la dignidad de la patria para satisfacer sus mezquinas
ambiciones de riqueza. Hay que tenderles la mano. Veo a ex ministros dispuestos
a demostrar la deriva de la “corruptocracia” que ha asolado al país desde la
muerte del caudillo. Hay que escucharlos.
Es el momento del entendimiento. Es el
momento de desbloquear las salidas. Es el momento de la magnanimidad. Pido la
paz en esta guerra. Pido una tregua en la desesperanza. Pido la unión de todos,
sin distinción de clases, de razas, de partidos, de colores. Pido el amor por
nuestra patria en bien de nuestros hijos. En bien de nuestros nietos. La
Venezuela que todos amamos espera por nosotros. No la defraudemos en esta hora
crucial.
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA28 DE ABRIL 2016 - 12:01 AM
@sangarccs
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