Insistir en el encallejonamiento
electoral de la crisis existencial que vivimos demuestra más que miopía:
criminal ceguera política. La oposición no tiene más que dos caminos: o rompe
el statu quo dialogando con los factores críticos del régimen –civiles y
militares– para buscar una salida consensuada, o se pone al frente de la
sociedad civil con una sola consigna: fuera Maduro y por un nuevo gobierno.
Ambas iniciativas no son excluyentes y requieren de la activa participación de
todas nuestras fuerzas. Es hora de ir pensando en ellas.
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Guardo un grato recuerdo y un gran
respeto por lo que fuera la Coordinadora Democrática, de cuyas instancias de
asesoría y dirección tuviera el honor de formar parte. Fue, si se me permite el
símil, la cátedra de venezolanidad que recibiera de quienes me acogieran
generosamente como interlocutor hasta convertirse en compañeros y amigos: Pedro
Pablo Aguilar, Humberto Calderón Berti, Alejandro Armas, Pedro Nikken, Alberto
Quirós Corradi, Agustín Berríos, Marco Tulio Bruni Celli, Adolfo Salgueiro,
Hiram Gaviria, Enrique Mendoza, Pablo Castro, Felipe Mujica, Pompeyo Márquez,
Cecilia Sosa Gómez, Asdrúbal Aguiar, María Teresa Romero, Maruja Tarre. Junto a
ellos Rosario Orellana, Américo Martín, Rafael Alfonzo y tantos otros. Son muchos
más, pero a ellos me refiero en primer lugar, pues compartimos el día a día, de
la mañana a la noche, con notable dedicación e intensidad y sin ningún afán de
retribución material, impulsando el esfuerzo colectivo por encontrar una salida
a la grave crisis existencial puesta de manifiesto con los sucesos del 11 de
abril, las conversaciones oposición-gobierno avaladas por César Gaviria al
frente de la OEA y Jimmy Carter al frente de su fundación, y el brutal
cambio de las circunstancias políticas derivado de los resultados adversos del
llamado referéndum revocatorio. Momento a partir del cual nuestro adversario
pasaría a convertirse en nuestro enemigo, pues dejó de ser la mera
representación de un gobierno estrictamente venezolano sujeto a las determinaciones
constitucionales, para convertirse en un poder determinado en gran medida por
la injerencia del gobierno cubano y el desarrollo de tendencias dictatoriales y
autocráticas, con la pretensión de instaurar un régimen totalitario, del mismo
signo, en Venezuela. Guardo conmigo todas las grabaciones de las conversaciones
de la mesa de discusión y acuerdos Coordinadora-Gobierno. Una iniciativa
ejemplar como para insistir en restituirla. ¿Cómo pretender salir del dramático
impasse en que nos encontramos sin instituir el medio humano y técnico como
para discutirlo, acordarlo y ponerlo en práctica?
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Privilegio la mención de dichos
nombres, en razón de las graves consecuencias para el país de su marginación de
la participación política inmediata, pues otros de igual o mayor importancia,
como Julio Borges, Andrés Velásquez, Luis Manuel Esculpi, Felipe Mujica,
Gabriel Puerta Aponte o Teodoro Petkoff, pasaron sin mayores hiatos, de
participar en ese foro colectivo profundamente liberal, independiente y fuertemente
influenciado por la sociedad civil y la militancia solidaria sin intereses
partidistas inmediatos, a la lucha política directa. Pues en ellos se
condensaba la memoria histórica y política de la Venezuela democrática. Fue una
irreparable desgracia que la Coordinadora Democrática, una vez fracasado su
ingente esfuerzo por imponer, coordinar y hacer posible el referéndum
revocatorio –aviesamente manipulado por el régimen y traicionado por las
autoridades electorales mediante un descomunal fraude continuado y el
desconocimiento de la auditoría y control acordados por la mesa de negociación
y acuerdos– se autodisolvió y sus miembros más destacados, que a mi parecer
eran los que arribo menciono, volvieron a sus actividades privadas, se
marginaron de toda militancia política y dejaron el terreno de la lucha activa
contra el régimen a la libre disposición de la clase política militante, en
franca minusvalía ya desde antes del verdadero deslave protagonizado por el
chavismo al asaltar el poder.
El hecho de que muchos de ellos
continuaran su actividad política en grupos de reflexión y análisis, en algunos
de los cuales tuve el privilegio de participar –el Grupo Ávila, el M4D, el M2D
y la Mesa de reflexión y análisis– no cambió el hecho decisivo de que la
política opositora había escapado del control de la sociedad civil para
convertirse en materia del cabildeo, particularmente electorero, de los
partidos políticos. Esa tendencia terminó por hacerse fuerte y consolidarse
cuando Julio Borges y Teodoro Petkoff optaran por respaldar la candidatura
presidencial de Manuel Rosales y reivindicaran el protagonismo esencial de
los partidos políticos ya organizados. Desde el año 2006 en adelante, la
política opositora se convirtió en patrimonio exclusivo de los partidos, sin
práctica injerencia de factores independientes provenientes de la sociedad
civil y ésta se vio reducida a mera masa de respaldo electoral convocada
exclusivamente para participar en procesos electorales sobre cuya determinación
pasaría a estar absolutamente excluida. El ámbito de la autonomía política de
la sociedad civil se vería tan dramáticamente reducida, que el segundo hombre
de Acción Democrática lo reduciría tres años después, en 2009, a la
alternativa de votos o balas. La esencia que motorizara la Coordinadora
Democrática –el espontáneo afán participativo de la civilidad en la resolución
de sus destinos– se vería coartada para siempre. A la alternativa voto o balas
correspondía la alternativa partido o nada. La sociedad civil había dejado de
existir como actor político en la crisis venezolana.
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La Mesa de Unidad Democrática no vino a
suplantar ni a reemplazar a la Coordinadora Democrática. Nace como una cúpula
de direcciones partidistas tras el objetivo de unificar los disímiles criterios
de acción de los partidos existentes. El análisis táctico y estratégico, que en
la Coordinadora Democrática formaba parte de sus comisiones, y el trabajo de
masas, del que en la Coordinadora Democrática se ocupaban distintos frentes con
representación de los propios activistas interesados, quedó a cargo de los
partidos. Sin embargo, su objetivo central ha sido y, aparentemente, seguirá
siendo estrictamente electoral: forjar alianzas. Sin ninguna incidencia sobre
las acciones de masas. Ello permitió lo que en tiempos de la Coordinadora
hubiera sido política y organizacionalmente imposible: que las acciones de
calle, las gigantescas y trascendentales manifestaciones de masas y la lucha
callejera que en 2014 alcanzaran el nivel de una auténtica rebelión nacional y
pusieran en jaque al gobierno, pudieran ser desconocidas, incluso negociadas
por los partidos de la MUD en diálogos directos, públicos o secretos, con las
autoridades de gobierno. Con las nefastas consecuencias de todos conocidas.
A dicha depreciación de las acciones de
masas y la inexistencia de un ente coordinador de valor reconocido nacional e
internacionalmente –como lo fuera la Coordinadora Democrática, que llegó a
disponer de su propio aparato de relaciones internacionales, con la activa
participación de ex embajadores, expertos en política internacional y
reconocidos internacionalistas venezolanos que mantuvieran permanente contacto
con los gobiernos de la región, el mundo diplomático y las distintas
organizaciones multinacionales– se suma el rechazo a una estrategia
confrontacional, el privilegio exclusivo de la participación electoral y, por
esa vía, la legitimación de la supremacía interna de los dos partidos ejes de
su sistema de poder: AD y PJ. En tiempos de la Coordinadora Democrática, AD no
salía de las catacumbas en que terminara encapillada por la acción disolvente
del chavismo y PJ se encontraba recién en sus principios. VP ni siquiera
existía. De allí la casi inexistente presencia de los partidos. Y la abrumadora
relevancia de la sociedad civil, por más que el segundo hombre del régimen,
Luis Michelena, se preguntara con sarcasmo “¿con qué se come eso”?
4
¿Cabe revertir ese divorcio entre la
sociedad civil y la sociedad política? Es una pregunta clave que hace al futuro
de este proceso aparentemente descabezado y caótico en el que naufragamos. ¿Es
posible salir de la dictadura sin la activa participación de la sociedad civil,
vale decir: de las masas? ¿Es un ente como la Asamblea Nacional capaz de
enfrentar a las secuestradas instituciones del Estado sin poner en juego la
influencia decisoria de los principales interesados en el cambio, los propios
venezolanos? ¿Se bastan las direcciones de los partidos opositores, y
particularmente sus máximas dirigencias, sus cúpulas, sus secretarías generales
para torcerle la mano al gobierno y a las principales instituciones del Estado
que le asisten, como el PSUV, las fuerzas armadas, las fuerzas policiales y
parapoliciales, el TSJ, la Fiscalía?
Un somero análisis situacional desvela
un hecho de capital importancia para los intentos opositores por desalojar al
gobierno y restituir el Estado de Derecho: mientras el gobierno naufraga en los
desastres causados por su feroz incompetencia, el agotamiento de su hegemonía y
la carencia brutal de medios financieros –finalmente el responsable de la
tragedia del desabastecimiento, la inflación, la inseguridad pública y el
desastre sanitario, al que pronto se agregara la crisis de agua y
electricidad, es el gobierno, más nadie– y no parece disponer de una masa
crítica y social de apoyo, las fuerzas sociales de la oposición parecen
intactas. El hecho de que las mayorías sean las víctimas de la crisis y
reconozcan la responsabilidad del régimen en dicha crisis, propicia su
reencuentro con una política activa de movilizaciones que le de expresión al
monumental descontento popular y busque la drástica solución a sus problemas
saliendo de sus actuales responsables y encontrando vías de esperanza y
resolución a sus problemas con un nuevo gobierno.
Encapsular la acción opositora a la
legislatura da muestras de una proverbial orfandad de ideas, carencia de
inteligencia política e incapacidad imaginativa: reducir el enfrentamiento
político al ámbito estrictamente discursivo de las leyes y enconchar la
búsqueda de soluciones inmediatas al recinto parlamentario demuestra cobardía
histórica, miseria intelectual y una trágica pobreza de iniciativas. Sobre todo
dada la escandalosa ausencia de esa pléyade de grande políticos, asesores e
intelectuales orgánicos en los partidos opositores y en la Asamblea
Nacional. Basta escuchar a los altos dirigentes y comunicadores del PSUV
–Vanessa Davis y Pérez Pirela– y a ex funcionarios de importante rango
militar –el ex general Rodríguez Torres– para comprobar la aterradora
orfandad en que se encuentra el régimen. El extravío es generalizado. Basta
escuchar a las principales figuras opositoras –Henry Ramos, Julio Borges o
Henrique Capriles– para comprobar la trágica carencia en hombres y medios de
que sufre la MUD por burocratismo, mezquindad grupal y falta de apertura a una
representación independiente amplia y capacitada.
Insistir en el encallejonamiento
electoral de la crisis existencial que vivimos demuestra más que miopía:
criminal ceguera política. La oposición no tiene más que dos caminos: o rompe
el statu quo dialogando con los factores críticos del régimen –civiles y
militares– para buscar una salida consensuada, o se pone al frente de la
sociedad civil con una sola consigna: fuera Maduro y por un nuevo gobierno.
Ambas iniciativas no son excluyentes y requieren de la activa participación de
todas nuestras fuerzas. Es hora de ir pensando en ellas.
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