Llegó febrero, y con él una repentina ola de rumores sobre la estabilidad del gobierno, y sobre la supuesta inminencia de su caída. La gente cita pretendidas informaciones provenientes de las fuentes más diversas según las cuales Maduro ya estaría negociando su salida, y al fascismo militarista venezolano solo le quedarían pocas horas de vida.
Ciertamente la historia nos
enseña cómo en momentos de fuertes cambios o de crisis sociales los rumores
aumentan porque ante la incertidumbre y los huecos de información se inventa
cualquier cosa para llenarlas. En otras palabras, ante la angustia y la falta
de certeza surge la distorsión. Sin embargo, así como los rumores pueden ser
originados por situaciones de incertidumbre, también sirven para orientar
comportamientos sociales. Y es justamente aquí donde radica su potencial
peligro.
En que algunas personas lleguen a estar tan convencidas de la supuesta
veracidad del rumor, que terminen sustituyendo la realidad por este último y
guíen su conducta política en función de él. ¿Usted recuerda cuando hace apenas
unos meses algunos afirmaban con total seguridad que no iba a haber elecciones
parlamentarias, y que en el caso negado de que las hubiese ya estaba todo
arreglado porque el gobierno “no se iba a dejar”?
En respaldo de tan sólida certeza, los creyentes alegaban conocer
(siempre, por supuesto, porque “alguien” se los dijo) de reuniones secretas y
movimientos de trastienda donde ya eso estaba decidido y que, en consecuencia,
no se podía hacer nada. Si la dirigencia de la MUD, comenzando por su
secretario ejecutivo, no hubiese sido lo suficientemente inteligente para
evitar caer en la trampa de estos rumores, no habría nunca desarrollado la
exitosa estrategia de penetración popular aguas abajo que finalmente le dio el triunfo,
y la hubiera sorprendido la inminencia de la elección convencidos de que ella
nunca iba a ocurrir.
Los rumores de hoy hablan de un gobierno arreglando maletas, porque ya
decidió irse. Cuidado. Una cosa es que el madurocabellismo esté en su etapa terminal,
y otra muy distinta que ya esté acabado o que falten solo horas para que
abandone el poder. Haber entrado en su fase de declive no significa que pueda
predecirse su fin, ni siquiera que no pueda mantenerse artificialmente en el
tiempo a pesar de su estado agónico.
El calificativo “terminal” no hace referencia a una realidad cronológica
sino a una condición situacional, asociada con el desgaste de la autoridad, la
declinación de los apoyos populares, y el ocaso de la emoción –ya lejana y
superada– que caracterizaba los inicios del actual modelo político. El
madurocabellismo no solo es un desastre, sino que además ya es inviable. Pero
sigue vivo y en el poder.
Todavía le queda mucho dinero, recursos de represión, andamiaje
institucional y la necesaria ausencia de escrúpulos para intentar sostenerse
remando contra la corriente de los hechos y de los tiempos. Por ello el peligro
de que la reciente explosión de rumores pueda frenar o desviar la única
estrategia a la que el gobierno teme, que es la insistencia opositora en la
organización popular y en la convicción de la vía electoral como único
instrumento efectivo de cambio social.
Frente a esta estrategia, y a semejanza de las estrategias goebbelianas,
aparecen rumores –algunos de ellos impregnados de un insoportable hedor
militarista– que buscan paralizar a la gente, sacarla del esfuerzo organizativo
y llevarla a un estado psicológico pasivo-expectante, en el cual se refuerza el
pensamiento mágico de las soluciones fáciles y voluntaristas, y se retrotrae a
la población a estadios fantasiosos alejados de la realidad.
Nadie va estar pensando en organizarse ni en preparase para nuevas y
necesaria luchas en ese estado. La apuesta de algunos sectores interesados
parece apuntar en esa dirección. Dejémoslos solos con sus rumores, y no le
hagamos el juego a quienes solo merecen ser vencidos como lo hacen las grandes
naciones: en las urnas y a punta de pueblo
(Enviado por el autor)
No hay comentarios:
Publicar un comentario