Hay una oposición que persiste en conservar las causas de los fracasos de estos dos decenios. Una fanaticada ortodoxa que considera sacrilegio pensar distinto y aplasta cualquier diferencia. Su renuencia al cambio la hace reacia a la crítica y adicta al uso de descalificaciones para evitar el verdadero debate de ideas sobre resultados, objetivos, nuevas estrategias, discursos y conductas políticas.
La oposición ortodoxa deambula, como en esas películas de seres inanimados, sin rumbo fijo.
Se auto adjudica el papel de los buenos que libran, siempre de palabra, una lucha a muerte contra los malos, mientras en los hechos cava el debilitamiento opositor y prepara un regreso a la abstención.
Se sueñan en una guerra. Una artificial metáfora de la política asentada en su naturaleza pugnaz, contradictoria y antagónica. Pero el objetivo de la política no es destruir la paz ni generar cambios por las armas, sino construir, como lo define Aristóteles, una convivencia social con fines nobles.
Los conservadores, extremistas que juegan al suma cero, sea en el gobierno o en la oposición, trabajan para profundizar los conflictos no para solucionarlos.
Si alguien duda del infierno puede observar en Venezuela dos fuertes indicios de su existencia: la vorágine de crisis que desencadena el gobierno y el empeño opositor en crear en su seno un caos para seguir siendo oposición.
El ángel de luz, uno de los cincuenta nombres de Lucifer, de la oposición ortodoxa más que una persona es una manera anacrónica de pensar para alejar la política de las aspiraciones de la gente y considerar a la democracia como una promesa diferida, mientras en el presente reproduce el autoritarismo.
Ella considera a la democracia como un mecanismo de control de la actual autocracia, del mismo modo que el poder atentae contra los valores y herramientas de la cultura democrática porque la ve
como un modo de opresión de la burguesía y el capitalismo. Ambas coinciden en su hostilidad a la democracia.
No es casual que el embudo, figura con la que Dante describe al infierno, se aplique perfectamente a este régimen: que lo ancho aloje a una minoría de privilegiados y lo estrecho sea el triturador de la mayoría.
El poder por el poder mismo es una concepción que coloca a la política fuera de la realidad.La soledad del aislamiento desata todos los egos por encima de otros intereses.
Somos producto de tres fracasos. Uno, el del gran error del proyecto “retardatario” al pretender justicia social y bienestar impuesta por el Estado. Dos, el de la falsa conciencia opositora que también pretende actuar fuera de las reglas democráticas. Los dos fracasos están sostenidos por la ausencia de una élite que piense y trabaje junto al país que ya no quiere seguir condenado a vivir en el siglo XX.
Dante encierra a los violentos contra el prójimo en el séptimo círculo. En el octavo y noveno se atascarían muchas de las figuras del actual espectro dirigente.
Pero, ¿qué hacer para no terminar en un décimo círculo que nos achicharre y disuelva a todos?
Las respuestas deben surgir desde los ciudadanos. Lo primero es evitar unas primarias cerradas que aceleren la división. Después, volver a la gente para crear una fuerza democrática innovadora desde las cenizas de la actitud ortodoxa y conservadora. En esa fuerza, mientras los partidos se reparan, hay que alentar la presencia de instituciones, activistas sociales y políticos independientes que son hoy la reserva para defender la democracia practicándola en todos los espacios locales y regionales.
16 de Mayo del 2022
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