No vamos a iniciar con el párrafo retórico sobre las crisis que ocasiona el gobierno y su gestión destructiva. Santo y seña que exigen muchos que piensan que es más fecundo disparar un tuit ingenioso que asistir a una reunión de vecinos.
Una oposición que no existe para más de la mitad del país
debería abandonar sus rituales y ocuparse de entenderse a sí misma.
Ocultar los errores, desterrar la reflexión crítica,
satanizar las disidencias es insistir en la ruta del cangrejo.
Bloquear el debate y desviarlo es renuencia a reconocer
errores, paso previo a conocer como superarlos. El móvil de esta renuencia es
tener habilitado un retroceso para volver a la estrategia que ha fracasado,
cuyo desastre el fantaseo extremista se empeña en tapar como los gatos.
Las plataformas que llamaron a derrocar a Maduro están hoy
de capa caída. Produjeron la paradoja de un enfrentamiento ilusorio al régimen
que resultó funcional a la estabilidad del gobierno. Sus empeños condujeron a
fraccionar y debilitar a la oposición hasta convertirla en testimonial.
El país necesita un entendimiento plural de una oposición concertada en torno a luchas por
reformas progresivas para aliviar la situación social insostenible, restablecer
capacidades productivas y defender el ejercicio de derechos recortados por la
autocracia. El terreno para que esa oposición le compita hegemonía al gobierno
debe ser electoral y social.
El criterio de avance debe ser la extensión, duración y
estabilidad de los logros, no la velocidad de los atajos.
En las condiciones defensivas en las que se ha colocado la
oposición no es viable imaginar una transición sin un entendimiento con Maduro
y factores del actual campo dominante. Hacia este objetivo apuntan los EEUU, la
Unión Europea y los aliados geopolíticos de la causa democrática en Venezuela.
A la oposición le corresponde restablecer y ordenar sus
fuerzas, acordar entre sus partes las reglas que le permitan operar como un
todo y tomar como escenario de aproximación la gestión en las Alcaldías y
Gobernaciones ganadas en las recientes elecciones regionales. Estos lugares son
la sede para proyectar un nuevo compromiso con la gente y pausar la idea que
acelerar una competencia para seleccionar un candidato presidencial es el hilo
para salir del laberinto.
Todos los escenarios de la oposición están teñidos por su
derrota estratégica, cuyos responsables están dispuestos a desaparecer antes
que reconocerla e incorporarse a un auténtico debate para reformular, lo más
consensualmente posible, una política transicional.
Proteger la fuerza del conjunto es la base para incrementar
la fuerza propia, compartir las responsabilidades por la situación de la gente
y contribuir a crear uno, diez, cien, miles de espacios sociales democráticos
es la ruta.
Trabajar por unir a todos los descontentos y por articular
el fortalecimiento de los partidos a la relación con instituciones y
organizaciones que son hoy actores con mayores fortalezas es el medio
disponible para desplegar liderazgos en tierra.
No existe un manual sobre cómo se llega a un triunfo. Quizá
sea conveniente dejar reposar a Tsun Zu y a Maquiavelo para comenzar a leer a
los venezolanos que estuvieron detrás de los tres eventos históricos que han
hecho avanzar al país: el programa de Febrero del 36, la llamada revolución del
45 al 48 y la reconquista de la democracia en 1958.
Es tiempo de pensamiento y acción para rectificar, unir y
avanzar. ¿Podremos entendernos todos?
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