Pasó por allá, por 1981. Contra todo pronóstico, lo aguantó y se aguantaron ambos, y así trabajaron juntos como una llave imbatible. Se estuvieran cumpliendo ahora 40 años del primer encuentro. Pero Teodoro Petkoff murió en 2018. Azucena Correa lo sigue recordando, y se sigue acordando de la primera vez que lo vio.
Entonces Teodoro estaba allí. Pero Azucena no sabía que era Teodoro Petkoff. Alguien le dijo. Ese es Teodoro, y ella vio al hombre sentado en el piso, recostado a la tarima, de cara al público, las piernas extendidas, informal, con la desfachatez de un adolescente a quien le importa poco si lo toman en serio o no. Azucena Correa no lo conocía; conocía a Germán Lairet y a Franklin Guzmán. Por supuesto que había oído hablar de Teodoro Petkoff, pero eso era otra cosa.
Teodoro escuchaba al ponente que hablaba arriba en la tarima, y aguardaba turno. Azucena también escuchaba y observaba, atenta a todo movimiento, no dejaba escapar ningún detalle. No podía. Era la encargada de que el simposio organizado por el MAS, Movimiento al Socialismo, se desarrollara sin alteraciones. Un par de meses atrás había sido contratada por Germán Lairet y Franklin Guzmán a quienes les urgía que alguien pusiera orden en el despelote de papeles, invitaciones, nombres, ponentes, países, continentes, en aquello que se iba a llamar Del Socialismo existente al nuevo socialismo, un evento de repercusión nacional e internacional, que la revista Nueva Sociedad, reseñó de esta manera:
«El Movimiento al Socialismo (MAS) partido político venezolano, realizó en Caracas, del 27 al 31 de mayo de 1981, un simposium internacional que denominó «Del Socialismo Existente al Nuevo Socialismo». A este evento concurrieron personalidades y movimientos provenientes de distintas latitudes, con el propósito de analizar y reflexionar sobre la problemática actual del socialismo, y contribuir a la elaboración de versiones alternativas aplicables en especial en América Latina y en particular en Venezuela. El simposium abarcó los siguientes temas: El Socialismo Existente; El Nuevo Socialismo: Latinoamérica y el Nuevo Socialismo; el Socialismo Posible para Venezuela».
Antes de que Lairet, jefe de la fracción parlamentaria, y Guzmán, jefe de propaganda del MAS, la llamaran, Azucena Correa se ganaba la vida como profesora de gimnasia en un centro de Santa Rosa de Lima. Era profesora de gimnasia, graduada en Uruguay, aunque jamás había ejercido la profesión pues lo suyo era el comercio.
Era una modesta empresaria de éxito en su pueblo natal, Paso de los Toros, hasta que la dictadura militar le trastocó el mundo, obligándola al exilio, migrar a Caracas en 1978 con dos niñas, de 17, Mercedes, y de 12, Fabiana. Y era Mercedes la que trabajaba con el doctor Lairet, y fue Lairet quien le preguntó si conocía a alguien que les metiera la mano en el tema del evento, y Mercedes, que no, que «no conozco a nadie, doctor», pero se le ocurrió hablarle de su mamá, la única a quien podía recomendar, ya que la conocía de verdad, conocía la épica de Azucena, que empezó a trabajar a los 17 años en calidad de cajera en un gran almacén del gobierno uruguayo llamado Subsistencia.
Luego se desempeñó como asistente contable en la Agencia Ford de Paso de los Toros. A los 23 años montó el Supermercado Jamaica — «más bien una bodega grande», recuerda Mercedes—, pero Azucena quería que el nombre llamara la atención. Más tarde, abrió la boutique, Pilchoteka A-13. Pilchoteka, por «pilchas», o lo que es lo mismo, ropa, trapos, en uruguayo. Todo un impacto en Paso de los Toros, puesto que organizó desfiles de moda, los primeros que se realizaban en el pueblo, y con modelos profesionales de Montevideo. El negocio prosperó, dice Mercedes, y Azucena pudo comprar un almacén en el cual ofrecía ropa, colchones, telas, juguetes, bisutería y zapatos.
—Ese era el negocio que tenía hasta que llegó a Caracas. Gracias a ese emprendimiento logró construir su casa propia, diseñada por un arquitecto argentino y decorada por ella misma. Muy moderna.
Tenían carro, moto, lo que era muy significativo en el Uruguay de los años 60 y 70. El entorno era una clase media bien instalada. Además, Azucena llevaba en el lomo a toda su familia y parte de la familia del esposo. Crio y mantuvo a los hijos de su hermana, mantuvo a su papá, le daba una mano a su hermano y a los hijos de este. También a los hijos de los tíos paternos.
«Siempre los estaba ayudando con zapatos y uniformes que sacaba de la tienda, los ayudaba con dinero».
Por si faltara poco, fue Azucena la responsable de que en Paso de Toros ganara el Frente Amplio en 1971, cuando tomó la iniciativa de comprar un alto parlante, instalárselo arriba al carro, meter un casette en la casetera con discursos de los líderes del movimiento, y recorrer el pueblo con aquello a todo volumen para que la gente oyera y se convenciera del cambio y votara por el cambio.
Con estos antecedentes, ¿cómo es que Mercedes no iba a pensar en su mamá? Pero Germán dudó. Le pareció de pronto que Azucena era mayor, aunque luego de pensarlo, aceptó hablar con Azucena. Al día siguiente se reunió con Azucena, la encontró barriendo el apartamento. Azucena no soltó la escoba y escuchó al doctor Lairet, apoyada en el palo de la escoba.
«Le dije que sí, que para mí no sería difícil» —recuerda Azucena—. Y ya han pasado 40 años, y Teodoro está muerto, y Germán muerto, y Franklin muerto, y el MAS es un partido moribundo, y el socialismo existente es justo el que Teodoro Petkoff no quería para Venezuela. Opinaba que «los modelos socialistas existentes, precisamente por su carácter no democrático y seriamente burocratizados, permiten todas esas aberraciones. Donde no hay democracia y el poder no está sometido a ningún tipo de control por parte de la población, y el grupo gobernante ha confiscado los atributos políticos del pueblo, es prácticamente imposible poner al desnudo los casos de corrupción. Allí están ausentes todos los controles de tipo parlamentario o social. La administración ultracentralizada conduce al despilfarro y la ineficiencia. Esto permite fenómenos como el mercado negro, basado en escaseces incomprensibles…Esas experiencias socialistas para mí no son válidas…». (Foro con Alfredo Peña, 1981).
—Entonces preséntate mañana en casa de Franklin Guzmán que lleva la oficina del simposio, y habla con él —le dijo Germán Lairet—.
Y eso fue lo que hizo Azucena. Le entregaron una maleta llena de hojas y una máquina eléctrica. «Aquí tienes esto para que lo organices», le señaló Guzmán. Y a Azucena todavía hoy no se le quita de la cabeza que «la intención era desahuciarme». Llegó a casa con el montón de papeles y la máquina eléctrica. Y allí estaba Mercedes que, apenas verla, le dice:
—Mamá, ¿tú estás loca? Nunca has escrito en una máquina eléctrica.
Azucena se quedó mirándola también, con la maleta a un lado y la máquina al otro, que estaba metida en un estuche que parecía otra maleta. Mira a Fabiana, que andaba por los 15 años y le seguía la corriente a su hermana mayor. Las vio y las encaró.
—No te importa. Váyanse a acostar. Déjenme sola, y olvídense de mí.
A continuación, extendió todas las hojas en el suelo. Clasificó país por país. Venían delegados de todo el mundo. Dirigentes de la OLP, de movimientos y partidos de América Latina, Europa y los Estados Unidos. Ordenó los ponentes. Los ubicó por país de origen y al movimiento, partido u organización al que pertenecían. Trazó líneas. Montó cuadros. Coordinó las fechas y las horas de las intervenciones. Ordenó la lista de los invitados especiales. Los confirmados y los que faltaban por confirmar. Revisó y organizó el grupo de los anfitriones y los delegados nacionales. Vio el nombre de Teodoro Petkoff. Lo escribió en su sitio, ya Petkoff era un hombre famoso, polémico, a punto de ser candidato presidencial, enfrentado a Fidel Castro, enemigo de los comunistas, acusado de revisionista y divisionista, atacado por querer un socialismo con rostro humano, democrático, a lo venezolano.
Al otro día temprano, bajó y compró cartulinas y en ellas copió en grande lo que había escrito en hojas sueltas. Vio a México, Estados Unidos, Nicaragua, Francia, Colombia, Chile, España, etc. Le impresionó la magnitud del evento. Al cabo de varias horas se dirigió a la oficina. Desplegó en la pared las cartulinas. Cartulina por cartulina. En estricto orden, por continentes, países, delegados. Cuando Franklin Guzmán llegó y vio aquello, la reacción fue de sorpresa.
—¿Y tú hiciste esto?
—Claro, tú me dijiste que armara el simposio.
—Sí, pero es que esto nadie lo había podido hacer. Aquí han venido secretarias, profesores, y nadie ha podido armar esto.
—Yo lo hice a mi manera. No sé si es lo que tú quieres. Hice lo que a mí me parece que debe ser el orden.
—No, no. Está bien. Esto me ha superado. Va más allá de lo que yo esperaba. Está muy bien. Ya te quedas. No te vas.
¿Te quedas? Azucena apenas sonrió. Pero la emoción no le cabía adentro, en ese cuerpo forjado por la educación física, 14 horas diarias de educación física que se le habían convertido en un calvario. «Estaba cansada», quería otra cosa, y el trabajo del simposio le atraía. Más de oficina. Más de relaciones. Más mundo. Y el mundo iba a significar que conociera a Petkoff, al tipo sentado abajo en la tarima, al tipo que veía en los pasillos de las salas de Parque Central donde se celebraba el evento, el tipo que pasaba por su lado y ni siquiera saludaba.
—No era ningún saludador. No le paraba a nadie. Era antiparabólico, más en aquella época.
Luego vio al tipo en la tarima, pues era su turno. Tomó la palabra. Y era concreto y preciso. Firme y directo. Y Azucena estaba impactada. «Maravillada», dirá, le comentará después a Mercedes. Mientras lo escuchaba pensaba que «si este tipo diera ese discurso en Uruguay, fuera presidente. Yo quedé obnubilada con el discurso. Contundente. Corto y preciso. Y fue siempre así».
Tres días duró el simposio. Toda la prensa se hizo eco. Todo un éxito mediático. El MAS elevaba el nivel del debate. Ya Teodoro Petkoff había publicado Checoslovaquia, el socialismo como problema, el libro que ocasionó que lo más alto del poder soviético lo atacara, y el libro que, al mismo tiempo, labró la amistad con Gabriel García Márquez y Mikis Theodorakis. El MAS llevaba 10 años de fundado. Y Azucena estaba allí. Recogiendo las ponencias. Clasificándolas. Armando un archivo. El archivo todavía existe. Lo conserva Leopoldo Puchi. Las ponencias iban a ser recogidas en un libro, pero nunca se editó. Para Azucena era el momento de despedirse. Ahí estaba Franklin Guzmán a quien le dijo, esto se acabó, ahora me quedo sin empleo, ayúdame a conseguir trabajo, yo no conozco a nadie. Y Franklin Guzmán le dio la respuesta que menos esperaba.
—Ya tienes empleo.
—¿Dónde?
—Vas a ser la secretaria de Teodoro.
—¿De Teodoro?
—¿No te lo había dicho?
—Nada. Me entero.
—Mañana te presentas en la fracción parlamentaria.
Fue Mercedes la primera en enterarse. «Voy a ser la secretaria de Teodoro Petkoff». Mercedes de nuevo la vio de arriba abajo.
—Mamá, tú no lo aguantas a Teodoro un día —se lo dijo así, en uruguayo— Todo el mundo dice que es insoportable.
Era verdad. Azucena Correa lo va a saber luego. Las mujeres afirmaban que Teodoro era insoportable y a la vez todas querían ser sus secretarias. Teodoro tenía secretaria. Pero no le gustaba, por entrometida. Le había dicho a Germán Lairet que se la cambiara. Quería que se la sacaran de encima. Y la solución resultó ser Azucena, que llegó al día siguiente a la fracción parlamentaria en el edificio Parajitos del Congreso de la República. Se ubicó en el que se supone iba a ser su puesto de trabajo. Y allí la encontró el tipo al que ahora admiraba y veía con cara de presidente.
—¿Y tú que estás haciendo aquí? –dijo apenas entró.
—Me dijeron que voy a ser tu secretaria.
—¿Quién te lo dijo?
—Franklin y Germán.
Oído esto, salió disparado para la oficina de Germán Lairet. Azucena Correa siguió sentada en el escritorio, y el teléfono repicaba y Azucena atendía las llamadas y anotaba quién llamaba. Lo hacía para que respondiera las llamadas, pero las otras secretarias, las de los otros diputados, le decían que no se molestara, que Teodoro no contesta llamadas de nadie. Azucena no les prestaba atención, y siguió anotando. Cuando Teodoro volvió, le entregó la lista de las llamadas. Se las leyó una por una. Con el bolígrafo en la mano.
—¿Qué hago con esto?
—¿No vas a contestar?
—Bueno, no sé.
—Hay que contestar.
Ahí comenzó todo. «Yo empecé a llamar y a contestar. Y desde el otro lado me preguntaban. Bueno, ¿y Teodoro responde las llamadas ahora? Pero eso no era culpa de Teodoro sino de la secretaria. La gente me hacía la misma pregunta. Los diputados, los dirigentes del MAS, los dirigentes de otros partidos, los periodistas. Desde ese momento Teodoro comenzó a tener comunicación con el resto del mundo».
Así empezó todo. Así Azucena Correa lo conoció. Así estuvieron trabajando juntos desde 1981 hasta 2018, cuando murió. Azucena pulverizó los pronósticos, lo aguantó y se aguantaron ambos. Cada mañana se cumplía el mismo ritual. Cuando llegaba, Azucena ya estaba allí, esperándolo. No decía buenos días, ni buenas tardes, ni cómo estás. Su saludo era:
—Qué hubo.
Y apenas mirándola, seguía hasta su puesto, y Azucena más atrás, con la lista de llamadas, que ahora Teodoro Petkoff, presidente del MAS, respondía sin falta, sin que se quedara ninguna por contestar.
Tal Cual Digital
02 de Noviembre del 2021
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