sábado, 10 de julio de 2021

El lenguaje secreto de las flores - Gloria Garrido

 


Mística y simbolismo de las diosas del mundo vegetal

Un día los discípulos de Buda se reu­nieron para oír su sermón. Pero él no dijo una palabra. Se inclinó, arrancó una flor del suelo y la sostuvo entre sus dedos para que todos la vieran. La asamblea permaneció muda de estupor. Tan sólo uno en­tre todos los presentes mostró con su sonrisa que comprendía el mensaje.

Síntesis a la vez del ciclo vital y de la perfec­ción, de la iluminación espontánea y lo inex­presable, las flores son por excelencia arquetipos del alma y de las virtudes con que ésta debe adornar­se. Fugaces pero eternas, bellas e inocentes, entre to­dos los organismos vivos son el mejor ejemplo de la regeneración continua del universo.

Jeroglíficos perecede­ros que apuntan hacia la eternidad, las flores figuran en los ritos iniciáticos de to­das las culturas, desde la egip­cia a la cristiana. Y han sido ubi­cadas estratégicamente en la iconografía y arquitectura religio­sas así como en la pintura o litera­tura laicas, o en los tratados alqui­mistas con una finalidad única: recordar, a quien conozca su ar­got, la ruta hacia el Jardín de las Hespérides. Según las tradiciones esotéricas, en este jardín simbólico, que no es sino un estado espiritual, el ser humano puede, tras vencer a los dragones que custodian sus puertas, tener experiencia y conocimiento de la divinidad y alcanzar los dones que aseguran la inmortalidad.

Una copa griálica

La primera clave que el buscador del Jardín des­cubre al adentrarse en este código floral es la ne­cesidad de vaciarse de todo equipaje superfluo para convertirse en una copa griálica. Receptá­culo idóneo de los dones celestes. En el lengua­je iniciático cada flor tiene un significado oculto pero, tal y como han señalado los expertos en simbolismo Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, todas ellas representan el principio femenino y pasivo de la naturaleza, el cáliz capaz de alber­gar la lluvia o el rocío, cuyo influjo vivificante,' asociado a las virtudes del alma en la tradición cristiana, o a la quintaesencia en el arte alquímico, permite la redención y el retorno al origen del estado primordial.

Otro simbolismo que abarca a todas las flores tiene que ver con su apertura. La floración, se­gún el esoterista Rene Guénon, representa el desarrollo de la sustancia universal primitiva. Es para el caminante en pos del edén perdido, o para el alquimista que trabaja en su atanor, una advertencia sobre la posibilidad de alcanzar la perfección espiritual a partir de elementos básicos y naturales como la luz, el aire, el agua y la tierra que ali­mentan a las plantas. Una metáfora similar propo­ne el tratado taoísta El secreto de la flor de oro, en el cual el elixir de la vida a conseguir es el resultado de una alquimia interior que conjuga la unión de cuatro principios elementales del orga­nismo en la medicina y filosofía chinas: la esencia (ching), el aliento (chi), el agua y el fuego.

Son muchas las flores utili­zadas en el arte y la literatura para evocar los arcanos del sendero de evolución, pero en­tre todas ellas, por su riqueza en significado, profusión en todas las culturas, y similitud en su morfología, crecimiento y desa­rrollo, destacan el loto, el lirio y la rosa.

     

Arriba, personajes de un mosaico en Tebas aspiran el aroma de un loto.  Derecha, Brahma emerge de un loto ante Vishnú y Lakshmi

Iluminación espontánea

Flor espiritual por excelencia, el loto reúne to­das las características que deberían adornar al iniciado.  El loto azul que se abre con los prime­ros rayos del sol - el blanco lo hace en el ocaso-fue considerado por los egipcios como símbolo de resurrección y renacimiento, y desde la di­nastía adornó a algunas de las deidades más im­portantes como Horus o Thot. Ofrecido a vivos y muertos, en manifestación de alegría o deseo de otra vida en el más allá respectivamente, fi­gura en los mosaicos de numerosas tumbas donde se ven mujeres con un loto prendido en el cabello o aspirando su embriagador aroma. Y asimismo ha sido hallado en el interior de mu­chos sarcófagos, la momia de Tutankamón, por ejemplo, estaba cubierta de pétalos de loto.

Pero es en Oriente, India, China o Japón, don­de esta flor se convierte en un paradigma continuo para quienes persiguen el estado de Buda. El botón de loto es la forma más común para las divinidades hindúes, chinas o japonesas que lle­van la flor en sus ojos, en los pies, en las manos o en un vaso, cuando no emergen directamente de él. Y varias sociedades secretas taoístas, como la amidista, fundada en el siglo IV en el monte Lu, lo han tomado como emblema. Una de las características que le otorgan es­te rango de protagonismo es que florece y echa la semilla al mismo tiempo, por lo que representa la simultaneidad de causa y efec­to. Bajo este signo recuerda a los budistas que ningún pensamiento, palabra y obra quedan sin consecuencia, aunque no seamos conscientes de ello. Esta misma característi­ca simboliza que la Verdad predicada por Buda produce de inmediato el fruto de la iluminación. Aunque, la imagen literaria preferida es la que hace referencia a la virtud del loto de crecer en aguas pantanosas v permanecer inmaculado, un ejemplo a seguir por el adepto que, en medio de la co­rrupción de la rueda ce­nagosa del samsara, de­be mantenerse puro  Estar en el mundo sin apegarse a él. Al mismo tiempo esta peculiaridad del loto es también un recordatorio para no olvidar que es posible pasar de un estado de oscuridad, incerti-dumbre o angustia, a otro de conciencia ele­vada. Un loto abierto con ocho pétalos es símbolo del Óctuple Camino recorrido por Buda y que lleva al nirvana. Y el génesis del mundo hindú sitúa a Brahma, el creador del cielo y la tierra, emergiendo de un loto. En los Upanishad se dice: «Dentro de la ciudad de Brahma. el cuerpo, está el corazón, y en el corazón hay una pequeña casa. Esta casa tiene la forma de un loto, y en su interior re­side lo que debe buscarse, aquello que hay que investigar y realizar». El loto, por com­partir su calidad de espacio sagrado, está asi­mismo asociado a los yantras hindúes, dia­gramas místicos con el poder de conceder todos los deseos solicitados tanto materiales como espirituales. En el yantra de la diosa Kali (lo mismo que en el del dios Ganesh y otros) el loto representa a la diosa madre, materia o sustancia universal.

En Occidente tampoco hemos sido ajenos a los influjos de esta flor. Fue Hornero, por boca de Ulises, quien habla en la Odisea del país de los lotófagos, para quienes esta flor es el único alimento «dulce como la miel, el que lo come ya no piensa jamás en regresar a su patria, sino en quedarse allí para siem­pre». ¿Se trata de una alusión velada al deseo de permanecer en el estado beatífico espiri­tual que el loto representa?

Mundo de ultratumba

Otra flor que deja un rastro visible para quien anhela el elixir de la verdadera vida es el lirio. Asociado a la azucena, al iris y a la flor de lis, es capaz de crecer sobre aguas ce­nagosas como el loto y por ello también es símbolo de las posibilidades de evolución del ser. Vinculado probablemente por estos mo­tivos desde la antigüedad a las pruebas que el héroe ha de superar en el mundo de ul­tratumba para regresar victorioso a la luz del sol. Así, en Mesopotamia, donde el lirio fue además emblema de la realeza, se creía que el héroe Gilgamesh fue en busca de esta flor al ultramundo para resucitar a su amigo Enkidu. Mientras que en la mitología griega se dice que Perséfone recogía azucenas cuando fue raptada por Hades para convertirse en reina temporal de los infiernos.

Símbolo de la pureza y la inocencia en el cristianismo, su pistilo exagerado la asoció sin embargo a la diosa Venus y los sátiros y, por tanto, de la fecundación y la virilidad. Relación que, según Angelo Gubernatis en su Mithologie des Plantes, pudo llevar a los re­yes de Francia a adoptarlo bajo la forma de flor de lis en su heráldica.

Existen otras versiones que intentan ex­plicar esta decisión. Una de ellas dice que en el siglo el rey merovingio Clodoveo acer­tó a salvar su ejército bloqueado en el Rin al observar unos lirios que crecían en el río y su­poner que en ese punto el cauce no podía ser muy profundo. Otra leyenda sostiene que un ángel le ofreció al rey un lirio de oro co­mo símbolo de purificación por su conver­sión al cristianismo. Sin embargo, tal y como Rene Guénon ha señalado, existe otro mo­tivo oculto, relacionado con la aritmética y geometría sagradas, que hace de esta flor santo y seña de numerosas sociedades se­cretas incluso en nuestros días. Esta razón ar cana se basa en el número de sus pétalos que suelen ser tres o seis.

El número tres, por un lado, forma parte de la secuencia Fibonacci, conectada a su vez con la proporción áurea y Fi o número do­rado que aparece continuamente ligado tan­to a la naturaleza como al arte. Dicho dígito fue, bajo la forma geométrica del pentagra­ma, clave cifrada de la fraternidad pitagóri­ca primero y luego de gnósticos y sociedades secretas renacentistas que intentaban recu­perar el esplendor dorado de los tiempos platónicos. A este respecto cabe señalar que Leonardo da Vinci pintó una exquisita azu­cena conservada hoy en la Librería Real del Castillo de Windsor. Sus tres pétalos han convertido también al lirio en símbolo ex­celso para el cristianismo de la Santísima Tri­nidad y por ende de la perfección, luz y vida.

Los pistilos exagerados del inocente lirio han relacionado esta flor con los ritos de fecundidad en honor de Venus realizados por los sátiros griegos

El significado de los pétalos

En cuanto a los lirios de seis pétalos, están enlazados, según Guénon, con la tradición esotérica de una forma indefectible. Si uni­mos sus extremidades de dos en dos se ob­tiene el doble triángulo conocido también por el nombre de «sello de Salomón». Una figura muy usada por los judíos que, curio­samente, utilizaban lirios para adornar las columnas del templo de este rey bíblico.

Por otra parte, el mismo número seis, según la Cabala hebrea, es el de la creación. En la iglesia primitiva y medieval, el doble trián­gulo fue también, como ha señalado L. Charbonneau-Lassay, emblema de Cristo. Los los dos triángulos opuestos y entrelazados re­cuerdan la unión de las dos naturalezas, di­vina y humana, en la persona de Jesús. Mien­tras que para alquimistas y magos simboliza la fusión de microcosmos y macrocosmos que alude a la ley expuesta en los tratados de Hermes: «como es arriba es abajo».

Es muy probable que este simbolismo oculto en su número de pétalos haya influi­do decisivamente para que el lirio figure tanto en el escudo de la casa de Valois -dinastía real francesa-, como en el de la de Lancaster -dinastía real inglesa-. O que lo haya convertido en la brújula que marca el norte en los mapas de los cartógrafos; el sím­bolo de algunas divisiones del ejército esta­dounidense; y carta de presentación del mo­vimiento scout para cuyos miembros los tres pétalos de la flor recuerdan su promesa de amor a Dios y a la Patria (central), de ayuda al prójimo (izquierda), y de observación de sus preceptos (derecha).

En todo caso, el mensaje más valioso que tiene el lirio para quien busca la entrada al Jardín se halla en esta cita del Nuevo Testa­mento (Mateo 6,28): «Observad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan, ni hilan. Así abandonado a las manos de Dios, el lirio está mejor vestido que Sa­lomón en todo su esplendor». Y es así como el adepto debería re­correr la senda, con una total con­fianza en la Providencia divina.

Según la místi­ca árabe quien desee contem­plar la gloria de Dios debe mirar rosas

Renacimiento místico

Se dice que la rosa es a Occidente lo que el loto a Oriente. Símbolo de la perfección sin mácula, de la copa de la vida, el alma, el corazón y el amor, así co­mo de renacimiento e inmortalidad, la rosa es el centro místico de ritos iniciáticos y de obras de arte. Por poner algunos ejemplos cabe citar El asno de oro de Apuleyo. libro en el que esta bestia recupera su forma huma­na gracias a comer una corona de rosas ro­jas que le ofrece un sacerdote de Isis, duran­te la celebración de los misterios de la diosa. Mientras que en el Paraíso de Dante esta flor es comparada al amor celestial. A su vez, La Primavera El Nacimiento de Venus de Botticelli, cuadros emblemáticos de la magia talismánica renacentista, muestran pétalos de rosas y otras flores en los vestidos de sus personajes o el suelo que pisan. Sin olvidar el Fausto de Goethe, donde las rosas apare­cen en manos de ángeles para alejar con su luz y amor a los diablos que quieren apode­rarse del alma del doctor.

 

Las espinas que adornan a la rosa la rela­cionan con la sangre derramada y la hacen símbolo de un renacimiento místico. De ahí que el cristianismo la compare en su iconografía con la copa que recoge la sangre de Cristo o con sus llagas. En la sociedad rosa­cruz, la rosa evoca el grial o el rocío celeste de la redención, y el emblema de esta co­munidad secreta sitúa la flor en el centro de la cruz, o sea, en el lugar del corazón de Cris­to. Lugar importante ocupa también en la mística sufí. En El jardín de las rosas de Saadi de Siraz, éstas se convierten en el ve­hículo que lleva a la contemplación sublime: «Iré a coger las rosas del jardín, pero el per­fume del rosal me ha embriagado», y otro sufi, al-Wasití, dice: «aquel que quiera con­templar la gloria de Dios, que contemple una rosa roja...». Este lenguaje es comparado por algunos eruditos al del Cantar de los Can­tares cuando habla de la rosa de Sarón. A to­do este simbolismo cabría añadir las rosas célticas que aparecen en los libros de caba­llería como el Román de la Rose de Guillau-me de Lorris y Jean de Meung que constru­yen el tabernáculo del Jardín del amor; la rosa mística de las letanías a la Virgen Ma­ría, o las de oro que los papas bendecían an­tiguamente el cuarto domingo de cuaresma y ofrecían a las princesas meritorias.

Rosales de los filósofos

Los colores de las rosas fueron elegidos por los alquimistas para describir los estados de su obra, y sus propios tratados se titularon a menudo «rosales de los filósofos».

En general, todas las flores tratadas aquí, el loto, el lirio o la rosa se relacionan con el arte alquímico a través de los rosetones ro­mánicos y góticos. En la Edad Media, el ro­setón central de las catedrales se llamaba Rota, o rueda. Y precisamente, como dice Fulcanelli en El misterio de las catedrales, la rueda es el jeroglífico alquímico por exce­lencia pues hace referencia al tiempo nece­sario para la cocción de la materia filosofal. De hecho, el combustible que el alquimista ha de mantener constante día y noche para provocar los diversos efectos que se obser­van en la redoma se llama «fuego de rueda». El rosetón, asegura Fulcanelli. representa por sí solo la acción de este fuego y la dura­ción de la cocción. Y es una constante en la arquitectura religiosa de los siglos XIV XV. por lo que se dio al estilo de esta época el nombre de «gótico flamígero».

El rosetón de todas las catedrales góticas está asociado con la Gran Obra; alude al tiempo de cocción de la materia filosofal y a la acción del fuego de rueda alquimia) Los rosetones de Notre-Dame de París (arriba) son una referencia a las ruedas de los alquimistas.

La mayoría de los rosetones -de Nótre-Dáme, de Chartres o de Lyon, por ejem­plo- representan rosas estrelladas de seis pétalos que reproducen el Sello de Salo­món, una estrella de seis puntas cuya apa­rición, en la materia prima, significa para los alquimistas que se ha seguido el buen camino y que el elixir ha sido preparado según los cánones. Para todos aquellos que sepan descifrar este lenguaje oculto. las flores siempre tendrán, como dijo el poeta Novalis, un mensaje: es posible re­cuperar el estado edénico y la armonía que caracteriza a la naturaleza primordial, tan sólo es necesario cultivar las virtudes del alma y unirlas en un ramillete de per­fección espiritual. •

(Este artículo fue publicado en la revista Año Cero, Año XVII, No. 05, 2006)

http://gmiradasmultiples.blogspot.com/2021/05/el-lenguaje-secreto-de-las-flores.html

10 de Julio del 2021

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