lunes, 23 de noviembre de 2020

Carta del general francés Delawarde ‎sobre la elección presidencial ‎estadounidense - por Général Dominique Delawarde

 


Más que interrogarse sobre quién acabará siendo declarado ganador de la elección ‎presidencial en Estados Unidos, el general Delawarde expresa su sorpresa ante la ‎demostrada voluntad de los medios de difusión de ignorar los fraudes, ‎aunque ya son evidentes. ‎

Mis queridos amigos:‎

Muchos de ustedes me han preguntado mi opinión sobre lo que ha venido sucediendo en ‎Estados Unidos desde el 3 de noviembre en el marco de la elección presidencial. En mi doble ‎condición de experto en inteligencia y especialista del tema Estados Unidos me han hecho ‎numerosas preguntas que resumiré en 2 grandes grupos: ‎

‎1- ¿Hubo fraude electoral? ¿Es creíble la hipótesis de un golpe de Estado tendiente a invertir el ‎resultado de la elección? ‎

‎2- Si Biden fuese finalmente electo el 8 de diciembre y entronizado el 20 de enero de 2021, ‎‎¿qué consecuencias tendría su llegada al poder?‎

Me esforzaré por responder claramente estas preguntas en las siguientes líneas. ‎

*

¿Tiene el autor algún ‎
conflicto de intereses?

Es importante que cada uno de ustedes sepa, antes de iniciar la lectura de esta carta, si su autor ‎tiene algún conflicto de intereses que pudiese orientar sus palabras sobre el tema que aborda. ‎

Mi respuesta es que no. Es cierto que viví en Estados Unidos, en Kansas, bajo administración demócrata ‎‎(Clinton) entre 1995 y 1998, época de la que guardo un excelente recuerdo. Estuve en ‎Estados Unidos en múltiples ocasiones, antes y después de aquel episodio profesional, visitando a ‎mi numerosa familia cercana –tres de mis hermanas y 48 de sus descendientes directos, todos ‎ciudadanos estadounidenses y residentes en diferentes Estados, gobernados unos por los ‎demócratas y otros por los republicanos. He visitado 46 de los 50 Estados de la Unión. ‎En el verano de 1998 recibí la Meritorius Service Medal de Estados Unidos, en aquel momento ‎bajo administración demócrata. No soy miembro de ninguno de los principales partidos políticos ‎franceses (Les Republicains, Partido Socialista, Rassemblement National, La France Insoumise, ‎LREM-Modem, Europe-Ecologie-Les Verts). ‎

Aunque me expreso a veces con vehemente severidad sobre las «modos de gobierno» ‎estadounidenses, esa severidad no está nunca dirigida al pueblo estadounidense que, como ‎muchos otros pueblos, es más bien generoso y sincero, pero es también ingenuo y está ‎manipulado. ‎

Hoy abrigo grandes reservas, incluso hostilidad, hacia la OTAN, por haber comprobado sus ‎derivas desde 1990, en el marco de mis funciones [1]‎

Mi experiencia en materia de inteligencia me ha llevado a dar cada vez menos credibilidad a la ‎enorme mayoría de las agencias de prensa y medios mainstream, en particular a los de ‎Occidente [2]. ‎

No siento aprecio por la acción y/o «la influencia poderosa y nociva de los grupos de presión» ‎transnacionales sobre el funcionamiento del mundo, independientemente de que sean grupos de ‎presión financieros, mediáticos, comunitarios o de cualquier otra naturaleza. ‎

Después de haber dejado claro todo esto, como autor, pasemos al tema que nos interesa. ‎

Contexto pre-electoral de la elección presidencial estadounidense

Desde el fracaso de Hillary Clinton en la elección presidencial de 2016, Estados Unidos se ha ‎dividido profundamente en 2 bandos irreconciliables que se detestan y se han enfrascado en una ‎lucha “a muerte”. Al contrario de lo que la gente cree en Francia o en Europa, esos dos bandos ‎no son los bandos republicano y demócrata, que sólo son las partes visibles del iceberg. Los ‎dos bandos a los que yo me refiero tienen dos concepciones opuestas del mundo: son los ‎‎«soberanistas» y los «globalistas». Los representantes de los «globalistas» los hallamos ‎mayoritariamente entre los demócratas, pero también podemos encontrarlos, aunque en menor ‎proporción, entre los republicanos. ‎

El 24 de septiembre de 2019, desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU, Donald Trump ‎claramente escogió su bando, expresó su visión del mundo y declaró la guerra a los globalistas ‎al declarar:


«Como mi bien amado país, todas las naciones representadas en este recinto tienen una ‎historia, una cultura y un legado que aprecian y que merecen ser defendidos y celebrados, y que ‎nos dan una fuerza y un potencial particular. El mundo libre debe abarcar sus cimientos ‎‎“nacionales”. No debe tratar de renunciar a ellos y reemplazarlos…» [3]‎

Segundos después, Donald Trump agregaba:‎

«Si quieren ustedes la libertad, estén orgullosos de su país. Si quieren democracia, aférrense a ‎su soberanía. Si quieren paz, amen su nación. Los jefes de Estado perspicaces siempre ponen ‎el interés de su propio país en primer lugar. El porvenir no pertenece a los globalistas. ‎El porvenir pertenece a los patriotas. El porvenir pertenece a las naciones independientes y ‎soberanas que protegen a sus ciudadanos, que respetan a sus vecinos y que aceptan las diferencias ‎que hacen a cada país especial y único.»‎

Es comprensible para todos que ese discurso pueda suscitar la adhesión de un vasto sector de la ‎población estadounidense, como lo demuestran los más de 73 millones de votos por Trump contabilizados en ‎noviembre de 2020 –o sea, 10 millones más que en 2016, cuando obtuvo menos de ‎‎63 millones de sufragios. Para todos los que creían que Trump estaba perdiendo apoyo, ese ‎‎15% de aumento es una inmensa sorpresa… como en 2016. ‎

Es evidente que el bando de los globalistas no puede aceptar ese «discurso-programa». Así que ‎hará todo lo que pueda por cerrarle al presidente saliente el camino a la reelección. Mayoritario ‎en el «Estado Profundo estadounidense» (Deep State), disponiendo del control de la finanza y ‎de los GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazone, Microsoft y Twitter), disponiendo también del ‎control de la cuasi totalidad de los medios mainstream y de las agencias de prensa anglosajonas ‎y europeas, el bando de los globalistas va a coordinar la acción de sus “brazos armados” para ‎sacar a Donald Trump de la presidencia de Estados Unidos. ‎

El presidente Trump, por su parte, no es estúpido ni está solo. Dispone de un fortísimo apoyo ‎popular, de una mayoría en el Senado, en la Corte Suprema y 27 de los 50 gobernadores de ‎los Estados de la Unión son republicanos. En la Cámara de Representantes, acaba de reducir en ‎‎12 escaños (por ahora…) la ventaja que tenían los demócratas sobre los republicanos. ‎Ha instalado una administración federal que le es mayoritariamente fiel (no totalmente…), ‎ha cambiado a una mayoría de los jueces federales, resistió exitosamente a 2 intentos del ‎Estado Profundo y de los demócratas de destituirlo (el Rusiagate fabricado desde 2016, que ‎acabó desinflándose… porque era falso y los investigadores, los jueces y la opinión pública ‎estadounidense acabaron dándose cuenta, y el intento de destitución iniciado en la Cámara de ‎Representantes, que se fue a pique cuando llegó al Senado).‎

Por cierto, Trump mostró lucidez cuando dijo, en su último discurso electoral, el 2 de noviembre ‎de 2020, en Carolina del Norte: «Si algo he hecho durante mi mandato ha sido poner ‎en evidencia la deshonestidad de los medios.» [4] Los medios mainstream estadounidenses siempre han suscitado y ‎respaldado las acciones antiTrump. ‎

Es en este contexto de tensiones extremas y después de una campaña electoral durante en la que ‎se han visto todos los golpes bajos posibles –de ambas partes– que se produce la elección del 3 ‎de noviembre de 2020.

¿Han sido honestos los medios y los institutos de sondeos o han tratado de manipular a ‎la opinión?

Los medios mainstream estadounidenses –por cierto, al igual que los medios europeos– ‎no brillan precisamente por su honestidad, pluralismo e imparcialidad. Bajo el control de un ‎puñado de multimillonarios, esos medios defienden las causas e intereses de sus «patrones», ‎miembros activos o simples colaboradores del Estado Profundo. Todo se vale, hasta las mentiras ‎más descaradas. Se pone de relieve todo lo que perjudique al adversario (Trump) y se oculta ‎todo lo que pudiera perjudicar al bando al que se quiere beneficiar (Biden). Los periodistas ‎hacen carrera sólo si se someten o/y se autocensuran. Hoy estamos en una situación de ‎‎«guerra informativa» electoral [5]. Los simples mortales encuentran muchas ‎dificultades para informarse correctamente [6].‎

Hace 4 años que esos medios estadounidenses, perfectamente secundados por los medios ‎‎“hermanos” europeos vienen dedicándose, las 24 horas del día, a denigrar la imagen del ‎presidente Trump ante la opinión pública estadounidense, occidental y mundial. Durante ‎los meses anteriores a la elección se apoyaron en sondeos ampliamente sesgados para hacerle ‎creer al pueblo estadounidense y al mundo –como en 2016– que la elección estaba “decidida” y ‎que una gran ola demócrata iba a sumergir el país. Por citar sólo el ejemplo de la Florida, 4 días antes de la elección una amplia mayoría de los sondeos daba a Biden ganador con entre 1 y ‎‎5 puntos… pero el ganador fue Trump por 3,4 puntos. Las diferencias comprobadas entre esos ‎últimos sondeos y el resultado del escrutinio son tales que no puede hablarse del margen de error ‎sino de mentira y manipulación, interesada y… descarada. Esos sondeos y artículos engañosos ‎se repitieron en la casi totalidad de los Estados de la Unión. Los resultados de Trump y del ‎Partido Republicano, el día de la elección, revelaron la envergadura de esas mentiras-‎manipulaciones mediáticas y de los falsos sondeos preelectorales. ‎

¿Es creíble la hipótesis de un fraude importante en varios Estados claves el día del escrutinio?

Mi íntima convicción me dice que sí ya que existen, en mi opinión, demasiados índices ‎concordantes tendientes a que la jauría “mediática” occidental –de la que ya sabemos quién ‎la controla– pueda convencerme de lo contrario. Los presidentes de China y Rusia no se ‎equivocan en esperar a que se proclamen resultados oficiales, lo cual no sucederá hasta el 8 de ‎diciembre, antes de felicitar al vencedor, cuando realmente se sepa quién es [7].‎

Estos son los indicios que me hacen dudar de la honestidad del escrutinio. ‎

‎1 – La curiosa precipitación, por demás sospechosa, de la jauría mediática estadounidense, ‎seguida de inmediato por su “hermana” de la Unión Europea –que también sabemos quién ‎la controla– en querer imponer un vencedor cuando todavía no se conocen los resultados ‎oficiales de 5 o 6 Estados. Todos sabemos que esos medios estadounidenses son «partidistas» y ‎que son los más feroces adversarios de Trump. Conocemos su método consistente en criticar, ‎cuestionar, modificar, no reconocer, poner en tela de juicio todos los resultados electorales que ‎no les convienen en todo el planeta (como las elecciones presidenciales de Siria, en 2014; ‎de Venezuela, en 2018; de Bolivia, en 2019, y de Bielorrusia, en 2020, por citar sólo 4). ‎También conocemos su propensión a querer promover, más bien imponer, el candidato que ‎les conviene, sin importar que ese candidato sólo cuente con un apoyo muy minoritario (como en ‎los casos de Francia, en 2017; de Bolivia, en 2019; de Bielorrusia, en 2020. También es el caso ‎de Navalni, quien no representa estrictamente nada en Rusia, y sin embargo nuestros medios ‎nos lo “venden” como el contrincante número 1 de Putin). ‎

‎2 – Las muy desacostumbradas acciones de Google, Facebook, YouTube y Twitter censurando, ‎de manera concertada y simultánea, nada más y nada menos que al presidente de ‎Estados Unidos. Esta colusión evidente de esas ‎grandes empresas de servicios, de las que también sabemos quién las controla, simplemente no es ‎‎“natural” ni democrática… ‎

‎3 – Por primera vez en la historia de Estados Unidos, el voto por correspondencia se utilizó ‎masivamente ya que más de un 42% de los electores que votaron lo hicieron por correspondencia (más de 64 millones), a pesar de ser mundialmente reconocido que ese tipo de voto ‎favorece el fraude electoral.‎
El voto por correspondencia incluso se eliminó en Francia en 1975 porque se juzgó propicio al ‎fraude electoral [8].‎

Dicho sea de paso, es extraño que algunos diputados de la mayoría LREM [9] estén tratando ahora de restablecer en Francia el voto por correspondencia, ‎aprovechando la oportunidad que ofrece la epidemia de Covid-19 [10].‎


¿Será que esos diputados tienen intenciones de ampliar las posibilidades de fraude en Francia ‎para alcanzar la reelección en las próximas elecciones locales?‎

Afirmar que no hubo el menor fraude electoral en Estados Unidos, con 64 millones de votos por ‎correspondencia, simplemente no es creíble. ‎

Sin asumir por mi cuenta todo el conjunto de denuncias de fraudes emitidas por los republicanos, y ‎enumeradas en un artículo reproducido en Profession Gendarme [11], voy a retener, sin embargo, un solo ejemplo –‎reconocido por los dos partidos, tanto el demócrata como el republicano– que no es ‎por lo tanto cuestionable ni cuestionado. ‎

Según confesó ella misma al New York Times, Abigail Bowen, la secretaria electoral del condado ‎de Shiawassee (Estado de Michigan), agregó, por error según ella, un cero de más en el conteo ‎de los votos de Biden. En vez de inscribir 15 371 votos a favor del demócrata, su equipo ‎agregó 150 371 sufragios. Dado el hecho que en los teclados de computadora la tecla del 0 no está ‎cerca de la tecla del 5, es extraño decir que fue un error involuntario. La secretaria agrega que ‎el error le fue notificado 20 minutos después y que lo corrigió enseguida. (Felizmente alguien ‎se dio cuenta de este error, al parecer involuntario…)‎

Está muy bien que ese error haya sido rectificado… pero eso plantea, de todas maneras, varias ‎interrogantes:

¿Cuántos “errores” de 0 similares a este se cometieron, voluntariamente o no?‎

¿Cuántos “errores” de ese tipo fueron detectados, notificados y corregidos?‎

¿Cuántos de esos “errores” fueron validados en el conteo final?‎

¿Tiene entonces o no razones justificadas un candidato, sea demócrata o republicano, para ‎solicitar que vuelvan a contarse los votos cuando el resultado se sitúa en un margen del 1% en ‎uno de los Estados de la Unión? ¿No es eso lo que se hace en todas las democracias dignas de ‎ese nombre? ¿Acaso es competencia de los medios proclamar un ganador sin disponer de ‎resultados avalados? ‎

Lo que yo observo es que en 5 Estados calificados de swing states [12] los resultados están en ese margen del 1%: se trata de ‎los Estados de Arizona, Georgia, Wisconsin, Pensilvania y Nevada [13]. En esos 5 Estados, Trump encabezaba la votación, pero Biden supuestamente acabó ‎aventajándolo en todos por unos miles de votos gracias a la llegada oportuna, ‎milagrosa, masiva y repentina de votos por correspondencia que le resultaron muy, muy, muy ‎favorables. ‎

A estas alturas ya ustedes habrán comprendido que, en mi opinión, el voto por correspondencia ‎es la puerta abierta al fraude. Cuando ese voto por correspondencia es masivo, el fraude puede ‎hacerse importante y ser ampliamente suficiente para invertir un resultado en el margen del 1%. ‎Es infinitamente poco probable que no haya habido fraudes. No especularé aquí sobre a quién ‎pudieran haber favorecido esos fraudes y estoy seguro de que nunca llegarán a obtenerse todas ‎las pruebas. Digo solamente que los “ingenuos” medios mainstream estadounidenses ‎y europeos, que tanto quisieran negar a Trump el derecho a que vuelvan a contarse los votos, a ‎que se abran investigaciones y a que se realicen verificaciones, esos mismos medios que –‎tratándose de otros países– tanto se preocupan por los conteos de votos y que tan fácilmente ‎denuncian un «fraude electoral», no se engrandecen con todo esto. Sabíamos que Francia y ‎sus periodistas que se mofan del presunto perdedor –porque se llama Trump– transmitían ‎la imagen de una “mediocracia”. Pero, ¿también deben convertirse en una mediacracia que trata ‎de imponernos presidentes y todo lo que debemos pensar, sobre todos los temas? ‎

Abordemos ahora el segundo tema de mi carta. ‎

Si el “globalista” Biden fuese electo el 8 de diciembre y entronizado el 20 de enero de 2021, ‎‎¿qué evolución podemos esperar para el planeta los europeos y los franceses?

‎Biden es un anciano, de quien todos saben que ya no goza de todas sus facultades mentales ‎–el próximo 20 de enero habrá cumplido 79 años. Debido a ello, si Biden resulta electo, se hallará bajo la ‎influencia de otras personas y tomaría sus decisiones únicamente siguiendo consejos y bajo el ‎‎«estrecho control» de su entorno cercano, emanación del «Deep State» o Estado Profundo y ‎conformado con «globalistas» acérrimos. Es además ese entorno lo que habrá ayudado a Biden ‎a ganar, así que sería ese entorno quien gobernaría, de hecho, Estados Unidos. ‎

Dado su obediencia «neoconservadora», ese entorno de Biden es resueltamente proisraelí y ‎favorable a que se mantenga sobre el planeta una hegemonía absoluta de Estados Unidos. ‎El profundo estudio de ese entorno (biografías, influencias a las que se somete, redes y ‎comunidades de las que forma parte) resultaría muy revelador pero, por desgracia, ‎nada sorprendente. En Francia tenemos los mismos. Habría que prepararse, por ende, con vista a un ‎recrudecimiento de la injerencia agresiva de Estados Unidos tanto en el Medio Oriente (Líbano, ‎Siria, Irak, Irán), por supuesto, a favor de Israel. Pero también en las fronteras de Rusia, en el ‎Mar de China y en Sudamérica. El nuevo equipo de gobierno, brazo armado del «Deep State», ‎creará los pretextos –aunque no existan– e instrumentalizará la nebulosa terrorista, como ‎siempre lo ha hecho Washington en el pasado, para justificar sus actos de injerencia. ‎

Trump logró reducir gradual y considerablemente los bombardeos estadounidenses en el planeta ‎‎(Estados Unidos utilizó 47 000 bombas en 2017, 16 000 en 2018, 12 000 en 2019 y 928 ‎en enero y febrero de 2020, según los últimos datos conocidos) [14]. Trajo de regreso a ‎Estados Unidos gran cantidad de soldados que estaban desplegados fuera del país, principalmente ‎del Medio Oriente. Bajo el primer mandato de Trump, la coalición occidental mató ‎mucho menos gente que bajo los 2 mandatos de su predecesor [el demócrata Barack Obama]. ‎Si un equipo globalista se apodera de la Casa Blanca, esa tendencia podría invertirse a partir de ‎la primavera de 2021… y la sangre correría otra vez. La OTAN sigue sin entender que debería –‎incluso en su propio interés– poner fin a tales derivas. ‎

La mala noticia es que una administración Biden también trataría de implicar a la OTAN, al Reino ‎Unido, a Francia y a la Unión Europea en todos los trabajos sucios que sus estrategas ‎neoconservadores sean capaces de urdir [15]. La mala noticia para Francia es que su dependencia ‎económica (su deuda y el CAC40) y el creciente servilismo hacia Estados Unidos de las élites ‎francesas, formadas precisamente para que sean serviles, le impedirán rechazar todas las ‎invitaciones de Estados Unidos a ser parte de coaliciones creadas en defensa de causas dudosas. ‎

La buena noticia es el hecho que, a ambos lados del Atlántico, los pueblos están empezando a ‎abrir los ojos. Sea o no del agrado de nuestros medios de difusión, de nuestros políticos y de ‎nuestra opinión pública manipulada, el «soberanista» Trump incrementó en un 15% el total de ‎votos que obtuvo en 2016. Sus partidarios controlan la Corte Suprema, el Senado, una mayoría ‎de Estados y se acercan a la paridad en cuanto al número de escaños que controlan en la ‎Cámara de Representantes. Sus partidarios también controlan las zonas rurales estadounidenses. ‎Los demócratas sólo controlan realmente las grandes ciudades. ‎

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En azul, los condados demócratas, en rojo los condados republicanos.‎
Fuente : New York Post‎

En esas condiciones, no será fácil gobernar Estados Unidos y hacer cualquier cosa, sobre todo ‎teniendo en cuenta que la economía estadounidense está en baja y que la deuda es abismal. ‎

Tampoco será fácil gobernar una Unión Europea cuya parte occidental está en bancarrota, con ‎poblaciones a punto de rebelarse, con PIBs en retroceso y presupuestos militares que se verán, ‎quiérase o no, inevitablemente afectados. ‎

En tales condiciones, lo sabio sería dedicarse a resolver sus propios problemas en vez de ir a ‎hacer el papel de sheriff en otras partes del mundo. Lo inteligente sería también no inmiscuirse ‎en los asuntos de Estados soberanos bajo el falso pretexto de luchar contra un terrorismo que ‎nosotros mismos contribuimos ampliamente a crear y a mantener mediante nuestra política ‎exterior calamitosa (hacia países como Libia, Siria, Irak, Yemen, Irán, Rusia, Bielorrusia, ‎Venezuela, Brasil y Bolivia, entre otros) y con posicionamientos oficiales irresponsables ‎insultantes para decenas de países (como en el asunto de las caricaturas) [16]. ‎

Tarde o temprano, una coalición occidental orquestada por globalistas agresivos acabará por ‎romperse los dientes en algún lugar, se asombrará de lo que le ha sucedido, tendrá que bajarse de su pedestal y ‎ser menos arrogante. Se multiplicarán entonces las marchas, las ceremonias fúnebres, las ‎manifestaciones ruidosas y ostentosas contra un enemigo que nosotros mismos habremos ‎provocado y los pueblos tendrán que contar sus muertos y llorarlos. ‎

Basta con ver la “brillante” campaña que han dirigido los gobiernos de los países miembros de tales ‎coaliciones en la llamada «guerra contra el coronavirus» para intuir que tampoco ganaremos ‎la próxima…

Voltarie.net

https://www.voltairenet.org/article211636.html

23 De Noviembre del 2020

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