De cómo un enchufe puede explicar el potencial y los
límites de esa extraña superpotencia que es la Unión Europea.
El enchufe británico es una maravilla del diseño. Lleva
aislamiento hasta la mitad de las patillas, lo que hace que sea prácticamente
imposible recibir una descarga eléctrica, incluso si no está metido del todo en
la toma de corriente. Los dos orificios que suministran la electricidad
permanecen cerrados y no se abren hasta que no se ha conectado la toma de
tierra. Así, un niño que esté aprendiendo a gatear no podrá electrocutarse
por mucho que se esfuerce. También está pensado para que, si se pega un tirón,
los dos cables que llevan energía eléctrica se desconecten antes que la toma de
tierra.
De este modo, la posibilidad de achicharrarse se reduce aún más. Es
probablemente el enchufe más seguro del mundo, a menos que uno lo destroce
a pisotones. Y, sin embargo, aparte del Reino Unido y unos pocos países antaño
gobernados por el Imperio británico, el magnífico enchufe de las Islas ha sido
desechado en favor de unos chismes endebles y a menudo peligrosos de dos
patillas.
Aparte del Reino Unido y unos pocos países antaño
gobernados por el Imperio británico, el magnífico enchufe ha sido desechado en
favor de unos chismes endebles y a menudo peligrosos de dos patillas
Tal como sugieren las ventas de adaptadores eléctricos,
hace falta más que un buen diseño si se quiere que determinados estándares se
adopten a nivel global. Para contar con esa fuerza es necesaria una alquimia de influencia
reguladora y poder de mercado que el Reino Unido no posee.
Es una mezcla, sin
embargo, que la Unión Europea ha llegado a dominar a la perfección. Todo, desde
la producción de madera en Indonesia hasta la privacidad de Internet en América
Latina, lo decide ahora una patulea de burócratas, diplomáticos,
europarlamentarios y lobistas en el centro de Bélgica. Es lo que Anu
Bradford, de la Columbia Law School, ha bautizado el “Efecto Bruselas” en
un libro del mismo nombre en el que explica cómo, pasito a pasito, la
Unión Europea se ha convertido en una superpotencia reguladora.
Hace falta más que un buen diseño si se quiere que
determinados estándares se adopten a nivel global
La UE, que no es una superpotencia en el sentido
tradicional de la palabra, consigue apuntarse este éxito de tres maneras. En
primer lugar, el mercado del continente europeo es tan enorme –aproximadamente
un quinto del Producto Interior Bruto global, según los tipos de cambio del
mercado–, que los productores no pueden prescindir de él por muy onerosa que
sea su legislación. Luego, a diferencia de Estados Unidos, cuyo objetivo es una
regulación suave, Bruselas se regodea en la aprobación de normas muy
estrictas. Parece haber un cierto orgullo en contar con las leyes más severas
sobre cualquier tipo de asunto, desde la privacidad hasta el medio ambiente.
Por eso, si una compañía quiere vender sus productos en todo el mundo, en lugar
de perder dinero fabricando un montón de versiones distintas se ve obligada a
atenerse a los estándares europeos. Estos dos factores combinados dan
lugar a un tercer modo de influir en el mercado global,
Ya que muchas
veces las empresas presionan a sus propios gobiernos para que endurezcan
su regulación hasta adaptarla a los niveles europeos, no vaya a ser que
algún competidor les tome la delantera produciendo artículos de poca calidad
destinados solo al mercado nacional. De esta forma, el Efecto Bruselas ha
convertido a la Unión Europea en una máquina legislativa que se
autoperpetúa.
Muchas veces las empresas presionan a sus propios
gobiernos para que endurezcan su regulación hasta adaptarla a los niveles
europeos
Mientras cada vez más naciones y negocios globales se ven
abducidos por este rayo tractor sónico, hay un país que trata de escapar: el
gobierno británico de Boris Johnson celebra la diversidad en un momento en
el que lo que se lleva es la uniformización de la normativa europea. El Reino
Unido quiere forjar relaciones con países que se encuentran fuera de Europa,
pero a menudo estos países se mueven en la dirección opuesta. Globalización
significa, cada vez más, europeización. Gran Bretaña puede tratar de seguir su
camino sola dentro de su propia esfera regulatoria, pero probablemente tendrá
tanto éxito como con el enchufe de tres patillas.
Globalización significa, cada vez más, europeización
La última manifestación del Efecto Bruselas ha llegado en
forma de otro tipo de enchufe. La Comisión Europea está planteándose obligar a
las compañías fabricantes de móviles a adoptar una clavija universal para
todos los cargadores. A Apple, que usa sus propios diseños, este cambio no le
hace ninguna gracia. Los detractores de la propuesta temen que las compañías
tengan que seguir utilizando cargadores ya obsoletos hasta que se apruebe el
cambio. Pero es muy probable que las quejas de Apple no vayan a
ninguna parte y, al final, se vea obligada a decidir entre aceptar la norma
solo en la Unión Europea o cambiar la clavija en todos los mercados.
Esta
última opción será seguramente la menos costosa y, a diferencia de lo sucedido
con su pariente británico, la nueva clavija tiene muchas posibilidades de
convertirse en global, con independencia de que sea o no una buena idea.
Bruselas puede torcer la voluntad de gigantes como Apple,
pero ser una superpotencia solo en el aspecto regulatorio tiene también
sus límites. Cuando, a principios de este año, Estados Unidos mató al
comandante iraní Qasem Soleimani, la presidenta de la Comisión Europea,
Ursula
von der Leyen, convocó a su gabinete y, de forma bastante extraña, los
comisarios responsables de asuntos tales como la demografía, la juventud y la
salud tenían voz y voto en el tema de una posible guerra en Oriente
Próximo. Cuando se trata de poder blando y de marear la perdiz con la clavija
del cargador, a la Unión Europea no le gana nadie. Pero, si se habla de poder duro,
la Unión Europea recuerda la descripción que hizo el guitarrista de Oasis, Noel
Gallahger, de su hermano Liam: “Un hombre con un tenedor en un mundo de sopa”.
Cuando se trata de poder blando y de marear la perdiz con
la clavija del cargador, a la Unión Europea no le gana nadie
Incluso en los sitios en los que Bruselas realmente parte
el bacalao, los beneficios no son tan evidentes. La Unión Europea fija cada vez
más las normas de Internet, pero las que hacen caja son principalmente las
grandes compañías americanas (y el gobierno de Estados Unidos, que es el que
recauda los impuestos). No cabe duda de que Facebook y Google son lo
suficientemente grandes como para digerir cualquier regulación que se les
imponga, pero a las compañías europeas más pequeñas esta
normativa se les puede acabar atragantando. Aparte de producir lobistas
con un nivel de vida estratosférico y mantener restaurantes de lujo en el
barrio de negocios europeo de Bruselas, las ventajas de este estado de cosas no
parecen a veces tan claras.
La ganancia no es solo limitada, sino también de corto
vuelo. El dominio regulador de la
Unión Europea es un asunto reciente. Y los
cimientos sobre los que ha construido su poder se tambalean. La UE es todavía
uno de los mayores mercados mundiales, pero es muy probable que la cuota que
mantiene en la economía global disminuya en las próximas décadas. Y, a medida
que se reduzca, decrecerán también los incentivos para seguir los dictados de
Bruselas.
De Bruselas a Pekín
Los avances tecnológicos pueden debilitar aún
más ese poder. Fabricar un aparato complejo adaptado a diferentes estándares
cuesta mucho dinero porque exige reorganizar toda la producción. Si la
impresión 3D se generaliza, es posible que los costes de cumplir al mismo
tiempo con la normativa europea y con otras distintas se reduzcan. En algunas
áreas, los estándares elevados tienen visos de convertirse en una
maldición, más que en una virtud. Con la inteligencia artificial, las compañías
sometidas a regímenes regulatorios menos estrictos pueden acabar haciéndose con
un liderazgo inalcanzable por la vía de una experimentación poco ética.
“Lo que hoy se conoce como el Efecto Bruselas puede acabar siendo el Efecto
Pekín”, advierte Bradford. Cabe imaginar que estos cambios quedan aún lejos.
Los países se ven cada vez más obligados a elegir una esfera de influencia.
Cuando las otras opciones son un Estados Unidos errático y una China no
democrática, la Unión Europea tiene algo que ofrecer. Pero la hegemonía
pocas veces dura y no es probable que la supremacía regulatoria europea
vaya a ser una excepción. Hasta los más altos estándares pueden acabar siendo
ignorados. Y si no, veamos lo que pasó con el enchufe británico.
© 2020 The Economist Newspaper Limited. Todos los
derechos reservados. Perteneciente a Economist.com, traducido por Rodrigo
Brunori, publicado bajo licencia. El artículo original, en inglés, se puede
encontrar en www.economist.com
Muy Negocios y Economia
https://www.muynegociosyeconomia.es/economia-y-finanzas/articulo/la-parabola-del-enchufe-971581933322utm_source=mdirector&utm_medium=email&utm_campaign=MUY_tecnologia_020320
11 de Marzo del 2020
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