Quienes hoy ejercen el poder de facto en Venezuela
conforman una mafia dedicada a expoliar al país. No producen, depredan lo producido
por sus víctimas. Han saqueado por años las cuentas públicas, embolsillándose
las partidas para el mantenimiento de la infraestructura y los servicios, para
inversiones, y las destinadas a compras y contrataciones. Lo mismo con empresas
y fundos confiscadas, hoy totalmente desahuciadas de sus capacidades
productivas por el despojo a que fueron sometidas. Continúan rematando las
riquezas del subsuelo a cambio de jugosas comisiones, como revelan los
escándalos que se destapan en la banca mundial. Por si fuera poco, algunos se
han convertido en garantes y cómplices del tráfico internacional de drogas a
través de territorio venezolano. Ahora, además, secuestran para sí el oro de
las bóvedas del BCV. Llevaron al país al borde de la expiración, pero siguen
pegados como sanguijuelas para extraerle sus últimos fluidos vitales.
Las mafias las cohesiona la lealtad absoluta con sus
jefes. Quienes son admitidos en el expolio cumplen sin miramientos las órdenes
impartidas: no hay escrúpulos ni moral que se interpongan. De ahí su crueldad y
recurrencia a la violencia. Observan ritos y profesan votos de lealtad,
encerrándose sobre si mismos para reforzar su espíritu de cuerpo y asegurar la
unidad de mando. Preservan, con ello, la eficacia y contundencia de sus
pillerías. La Cosa Nostra, por encima de todo. La complicidad
en las fechorías blinda a la mafia contra deserciones y/o traiciones. Avenirse
con ella para que se aparte del delito, alegando el respeto a la ley y/u otras
consideraciones referentes al bien social, no es posible.
El hecho de que Maduro y sus cómplices sigan atrincherados
en el poder, sin admitir las ofertas para que su inevitable e irremediable
salida sea menos traumática, sólo se explica reconociéndolos como mafia. Su
comportamiento criminal se afianza aún más por disponer de una construcción
ideológica que refuerza su apego a una colectividad perversa. Los aísla de
tener que entenderse con una realidad que le es cada vez más adversa. Cuentan,
además, con esbirros cubanos como demiurgo diabólico capaz de asegurar --hasta
ahora-- que no se salgan del libreto. Con la repetición incesante de mitos de
la vieja izquierda y su imbricación con resabios patrioteros alimentados por el
culto a Bolívar, la mafia inculca a los suyos que son “revolucionarios”,
luchadores por los intereses más nobles de la humanidad. Es irrelevante si se
lo creen o no; lo importante es alimentar su convicción de que el país les
pertenece por ser los únicos y auténticos representantes del Pueblo o de la
Patria. Esta razón no se refuta por estar reducidos a una exigua minoría: es de
naturaleza cualitativa. Si la mayoría se opone, mal por la mayoría: pierde toda
legitimidad como expresión del pueblo y, por tanto, no es “pueblo”. Todo les
resbala, porque, aun con las barbaridades que cometen, la Historia (con
mayúscula) los absolverá. Su ideología sirve de amparo, proveyéndoles de una
burbuja anti acústica como refugio. Disuelve todo criterio moral con que pueda
juzgarse su accionar, porque el fin siempre justificará los medios.
Es muy agradable, muy cómodo, poder gastarse millones
para el usufructo personal, importar lujos que hace tiempo desaparecieron del
país, contratar camiones cisterna cuando falla el agua, tener plantas
eléctricas particulares y contar con una plantilla de guardaespaldas bien
armados para resguardar tu seguridad, la de tu familia y tus caudales. ¿Qué
importan los sufrimientos causados con esta malversación si se cuenta, cual
bálsamo que alivia culpabilidades, con una narrativa que remite la causalidad
de los horrores padecidos al accionar de enemigos que conspiran contra la “revolución”
y contra los intereses de la Patria? Por ello, este universo paralelo discurre
felizmente, hasta el punto de promover “Estudios Avanzados, Hugo Chávez
Constituyente” (¡!) y lograr manifiestos de solidaridad de cierta “izquierda”
(¿?) en otros países. Mientras puedan seguir disfrutando su jauja particular y
blindarse contra el mundo real, repitiendo incesantemente embustes con los
cuales inmunizarse contra su responsabilidad en la destrucción del país, los
mafiosos van a continuar aferrados al poder. No habrá terreno común de
entendimiento, alegando el interés y bienestar de los venezolanos.
Lo argumentado apunta a la irracionalidad de la
presente situación. Cualquiera pensaría que, ante las muestras abrumadoras de
repudio, el colapso notorio de su gestión, la presión nacional e internacional,
el efecto de las sanciones impuestas y la amenaza, muy creíble, de que serán
redobladas, los integrantes de la mafia --entre los cuales destacan militares
corruptos--, entrarían en razón sobre la necesidad de negociar su salida, sobre
todo cuando todavía tienen agarrado la sartén por el mango. ¿Cómo es posible
que alguien tan bruto, ignorante e incompetente, que tan aviesamente ha
destruido al país, no lo hayan removido sus propios partidarios? ¡¡Cómo es que
sigue todavía ahí!!
La perversidad del fascismo criollo desafía todo
intento de superación de la situación planteada con base en criterios
racionales. La imagen que viene a la mente es la de Hitler en su bunker en la
película “La Caída”, incapaz de enfrentarse con la realidad de su derrota,
invocando ante sus generales batallones fantasmas para lanzarlos contra los
rusos que están a las puertas de Berlín, para suicidarse al final,
denostando de su pueblo --los alemanes-- por no haber estado a la altura de sus
designios. ¡La ideología, en sus versiones extremas, es locura pura!
Hay una analogía entre la situación planteada y el
análisis de John Maynard Keynes sobre la gran depresión de los ’30 del siglo
pasado. Como se recordará, la fuerte caída en la actividad económica se
prolongó por años, desafiando la idea prevaleciente de que la economía poseía
fuerzas correctivas que restablecerían automáticamente un equilibrio de pleno
empleo. Keynes argumentó la posibilidad de que la economía se atascara en un
equilibrio de profundo subempleo de recursos y de mano de obra, si las
expectativas de los inversionistas eran adversas. No invertirían, por lo que se
retroalimentaría las condiciones que generaban la depresión, perpetuando las
expectativas adversas. Recomendó que un agente externo, el Estado, ampliara la
demanda agregada a través de un mayor gasto público para insuflar en los
empresarios una perspectiva positiva de rentabilidad. La racionalidad implícita
en las fuerzas correctivas, autónomas, del mercado, estaban ausentes.
Al igual que la gran depresión, Venezuela corre el
peligro de estancarse en un “equilibrio malo”, uno en el cual no se logra
desalojar a los mafiosos por mecanismos racionales y en que, a pesar del
colapso visible del país en todas sus dimensiones, encuentren todavía posible
sobrevivir para continuar depredando lo poco que queda. La idea que recobra
cierta fuerza ahora, de negociar elecciones con Maduro todavía en el poder,
empantanaría al país en un tremedal sin salida. Desmoralizaría las fuerzas
opositoras y otorgaría al usurpador, totalmente insensible a las desgracias
provocadas por su gestión, un respiro contra el implacable acoso de “los
enemigos de la revolución” (¡!), sin garantía alguna de elecciones legítimas.
La prolongación del impasse implicaría una tragedia aun mayor que la vivida
hasta ahora. Al igual que la prescripción keynesiana, no puede confiarse en que
la racionalidad habrá de prevalecer para arribar a la solución deseada. Hace
falta el empujoncito para que, aun tras su burbuja alienante, los delincuentes
sientan irremediable su evacuación. ¿Qué cosa logrará que una mafia
ideologizada y tan perversa entre en entendimiento? No hay fórmula sino seguir
aumentando la presión. Muchas opciones están sobre la mesa y, lamentablemente,
ante la insania perversa, no puede descartarse la aplicación de ninguna.
Humberto García Larralde, economista, profesor de la UCV, humgarl@gmail.com
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