Obama y Castro buscan avances
pese al desacuerdo en derechos humanos
“El embargo va a terminar, lo
que no puedo decir con seguridad es cuándo”, dice el presidente de Estados
Unidos
Durante medio siglo estuvieron enfrentados en una Guerra
Fría que incluso llevó al mundo al borde de la guerra atómica. Los sistemas
políticos —uno, capitalista, otro, comunista— son distintos. La idea que cada
uno se hace de los derechos humanos es opuesta.
La posibilidad de afrontar preguntas incómodas de la
prensa, una rutina para cualquier presidente de Estados Unidos, supone un
engorro para cualquier líder cubano, como se vio este lunes en la rueda de
prensa de Barack Obama y Raúl Castro en La Habana, uno de los momentos
centrales de la primera visita a Cuba de un presidente estadounidense en activo
en 88 años.
Las diferencias no desaparecerán pero, como dejaron claro
Obama y Castro, tampoco serán un obstáculo infranqueable para que continúe el proceso
de deshielo iniciado en 2015.
Obama dijo que la falta de respeto a
los derechos humanos es uno de los frenos para la normalización plena de las
relaciones entre ambos países y reiteró que el futuro de Cuba corresponde
decidirlo a los cubanos, sin injerencias extranjeras pero democráticamente.
"Defenderemos los derechos humanos universales, incluido el derecho a la
libertad de expresión, de reunión y de religión", dijo.
Castro defendió la sanidad gratuita —limitada en EE UU—
como un derecho humano y marcó el límite del acercamiento en el mantenimiento
del sistema político que él mismo encabeza.
Obama intenta aislar los derechos humanos del resto de
asuntos en discusión. El presidente recordó que EE UU cuenta con aliados que
tienen sistemas distintos y citó a China como otro país con otro sistema
—autoritario y controlado por el Partido Comunista, como Cuba y, sin embargo,
las relaciones están normalizadas desde hace décadas.
El embargo comercial, cuyo fin Castro reclamó y que
depende del Congreso estadounidense, "acabará", dijo Obama,
partidario de levantarlo. "Lo que no estoy del todo seguro es cuándo”,
añadió.
En otro momento, Castro aclaró que por parte cubana el fin
del embargo y la devolución a Cuba de la base de Guantánamo eran esenciales
para garantizar el desarrollo de las relaciones.
La rueda de prensa, de más de una hora, era una
reclamación de la Casa Blanca, un ejercicio de libertad de prensa que también
forma parte de la agenda estadounidense en estas conversaciones. El Gobierno
cubano acabó aceptando la petición.
El presidente cubano tuvo que responder preguntas sobre
democracia y derechos humanos. En dos ocasiones, asesores se acercaron al podio
para aconsejarle. Se desconoce qué le dijeron.
La jornada, la segunda de Obama tras aterrizar el domingo
en La Habana, empezó con una ofrenda floral al monumento al poeta José Martí,
héroe nacional de Cuba. La banda militar cubana interpretó el himno de Estados
Unidos. Obama y su delegación escucharon firmes en la Plaza de la Revolución,
una gran extensión de aire soviético rodeada de edificios gubernamentales y con
un trasfondo icónico: los relieves en las fachadas ministeriales de los
revolucionarios Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos.
Final
de mandato
Al iniciar la visita oficial con la ofrenda a Martí, Obama
no sólo siguió la tradición de otros jefes de Estado que visitan La Habana.
También envió una señal fuerte. “Es una manera de honrar a los cubanos sin
pasar por la revolución”, comentó tras la ofrenda el periodista Jon Lee
Anderson, autor de la monumental ‘Che Guevara’, biografía de referencia del
guerrillero argentino. La ofrenda a Martí señala el respeto a la soberanía
cubana frente a las injerencias extranjeras, incluida la de EE UU. Y es un
homenaje al prócer de la patria, una figura de unidad más allá de las
ideologías, un héroe que no es monopolio de la revolución, venerado en La
Habana y en Miami, sede del exilio.
La de La Habana es la tercera reunión entre ambos
mandatarios desde que el 17 de diciembre de 2015 anunciaron la normalización de
las relaciones. Las anteriores fueron el pasado abril en Panamá, durante la
cumbre de las Américas, y en Nueva York, en septiembre, durante la Asamblea
General de la ONU.
El ritmo del deshielo ha sido sostenido. Ambos países han
reabierto embajadas y EE UU ha relajado las condiciones para hacer negocios y
viajar a Cuba. Al mismo tiempo, la apertura política ha sido inexistente: el
cálculo de la Casa Blanca es que, a largo plazo, la liberalización económica
acabe por impulsar una transición a un régimen pluralista, pero el cambio de
régimen ha desparecido del vocabulario de la Casa Blanca
Obama es un afroamericano de 54 años, un presidente
elegido democráticamente cuyo segundo mandato termina en enero. Castro tiene
84, es blanco y ha sido revolucionario, ministro de Defensa y sucesor al frente
de Cuba de su hermano Fidel. Se ha fijado 2018 como limite de su mandato. La
Casa Blanca ha querido acordar la normalización con un Castro, la familia que
ha dominado el Gobierno del país en los últimos 57 años. Si algo tienen ambos
en común, es que se acercan al final de sus mandatos.
La visita de Obama a La Habana debe sellar el fin de una
hostilidad de más de medio siglo, que empezó poco después de la revolución de
1959 y tuvo sus momentos más tensos durante el intento de invasión de Cuba en
1961 y la crisis de los misiles nucleares soviéticos en 1962. EE UU impuso un
régimen de sanciones —el embargo— que en gran parte sigue vigente. Estos días
se han visto y se verán imágenes insólitas: desde el Air Force One, el avión
presidencial estadounidense, aterrizando en La Habana, hasta el presidente de
EE UU entrando con todos los honores el Palacio de la Revolución, sede del
poder en Cuba.
EL
LÍDER CUBANO: “¿QUÉ PRESOS POLÍTICOS? DAME LOS NOMBRES”
El presidente de Cuba, Raúl Castro, negó ayer en la
conferencia de prensa junto a su homólogo estadounidense que en su país haya
presos políticos. Cuando un periodista estadounidense preguntó al líder cubano
al respecto, este replicó para negar que los haya: “¿Qué presos políticos? Dame
los nombres”. “Si hay presos políticos, antes de que llegue la noche estarán
sueltos”, aseguró el mandatario.
El presidente de Cuba evitó contestar a la pregunta de si
prefería que ganara las elecciones presidenciales Donald Trump o Hillary Clinton.
“Todavía no puedo votar en Estados Unidos”, zanjó.
Castro cortó la parte final del encuentro con la prensa
apelando a cuestiones de agenda. “Si me quedo me hacen 500 preguntas. Yo dije
que iba a contestar una pregunta y voy a contestar una y media”, dijo después
de que Obama le exhortase expresamente a responder a una pregunta de una
periodista de un medio estadounidense.
Foto: Barack Obama y Raúl Castro durante su encuentro EFE REUTERS-QUALITY
El
pensamiento único a prueba
Obama deberá seducir a
quienes gritan consignas y las sienten, pero dudan de la lealtad al marxismo
21
MAR 2016 - 17:41 CET EL PAIS
Sospechando que Estados Unidos arremetería contra la
revolución después de que la URSS dejase de subsidiarla, un funcionario cubano
proponía entonces morir matando: bombardear Miami y después, al monte. Mijaíl
Gorbachov había puesto el contador a cero durante su viaje a La Habana en 1988:
se acabaron las multimillonarias ayudas a fondo perdido libradas durante más de
tres decenios de coalición ideológica. Cuba sola frente al imperio. El
funcionario del bombardeo tenía mando en plaza y la solución planteada no era
una bravuconada de sobremesa, sino una propuesta político-militar aplaudida por
el corrillo oficialista presente en su despacho.
La presencia de Barack Obama en Cuba será aplaudida en las
calles, destacada en los medios de comunicación y bendecida por quienes
secundan la apuesta americana: un sostenido cañoneo de jamones y salchichas
sobre los flancos más vulnerables del castrismo. Pero el viaje presidencial
será observado con recelo entre la nomenclatura, entre la militancia del
partido, sumida en la introspección, persuadida de que peligra su hegemonía, y
la revolución misma, si los planes estadounidenses consiguen su objetivo: la
implosión del sistema a causa de sus propias contradicciones.
No es del todo cierto que Obama haya cedido mucho a cambio
de nada, que haya entregado un cheque en blanco sin que Raúl Castro y el buró
político del Partido Comunista se hayan movido un ápice en su negativa a
encarrilar el país hacia las libertades políticas. Los inquilinos de la Casa
Blanca no son pendejos. Sin apenas margen de maniobra, urgido por una economía
naufragada, Cuba aceptó la mano tendida de Washington. Lo hizo asumiendo que el
proceso hacia su consolidación puede romper la ortodoxia doctrinal y el
pensamiento único.
El envite americano es diáfano: liquidar las estructuras
de partido único desde dentro, minando el inmovilismo de sus cuadros con
interlocución y pacifica convivencia, desmontando los argumentos que
cohesionaron el partido. En este sentido, una agitación sutil, casi invisible,
con epicentro en las conciencias de quienes se consideran revolucionarios y
patriotas, tiene lugar en Cuba desde el 17 de diciembre del 2014.
El humor de la mujer que perdió su empleo en una empresa
estatal y abrió un pequeño restaurante es revelador de esa catarsis en el ADN
revolucionario. Fastidiada por los impertinentes modales de un comensal
estadounidense, extrapolando bilis y política, la emprendedora se preguntaba en
voz alta si la conciliación iba a significar el regreso al vasallaje, al
arrodillamiento a cambio de divisas.
El funcionario que propuso machacar la calle Ocho de Miami
con misiles no era un chiflado, a pesar de que llegué a pensarlo, sino un
cubano de su tiempo y circunstancias, primogénito de una familia con un
profundo sentimiento antiestadounidense. El hombre recordaba cómo los yanquis
impidieron la entrada de los mambises en Santiago durante la guerra colonial,
se apropiaron de Guantánamo y de la soberanía nacional con la enmienda Platt,
intentaron asesinar a Fidel y bloquearon sin compasión.
Obama llega a un país en el que, con
mayor o menor aprovechamiento,
los manuales escolares de tres generaciones recogen la complicidad de CIA en
los cuartelazos de Guatemala (1954), Brasil (1964), República Dominicana
(1965), Chile (1973), invasiones de Granada (1983) y Panamá (1989), y su
intervencionista despliegue por medio mundo. Buen número de las banderolas que
Obama observará durante su recorrido serán empuñadas por pioneros, vanguardias
populares y miembros de la Unión de Juventudes Comunistas, aleccionados desde
la guardería con canciones alegóricas y la tesis de que la defensa de la patria
frente a la depredación de la superpotencia solo es posible desde la patriótica
trinchera del partido.
La sociedad civil que Obama deberá cautivar no es la
representada por el medio millón de emprendedores privados, ya convencidos de
que el control estatal de los medios de producción es incompatible con el
progreso económico y la creación de empleo; tampoco, la que grita consignas
como letanías. Deberá seducir a quienes gritan consignas y las sienten, pero
íntimamente dudan entre la lealtad a un ideario marxista aliñado, y los nuevos
tiempos: la pacífica vecindad ofrecida por Estados Unidos, estigmatizado como
la metrópoli del capitalismo salvaje y el intervencionismo.
De
Obama a Coolidge
Lejos del enemigo y cerca del
vecino, Cuba regresa a su identidad histórica
21
MAR 2016 - 12:05 CET EL PAIS
El hecho cronológico es exacto. Calvin Coolidge fue el
primer presidente estadounidense en activo que, en 1928, pisa suelo cubano. Y
nadie se acordaba. Fue el anunció de la visita de Barack Obama a Cuba el que
desempolvó el dato para llevarlo del archivo a la memoria política. Lo que
confirma, de alguna manera, al pensador británico Timothy Garton Ash: toda
historia lo es del presente.
De modo que el hecho histórico es la visita de Obama. En
más de un sentido. Estrictamente hablando, Coolidge asistió a una reunión
panamericana que se celebró en Cuba en esa fecha, no estuvo en una visita de
Estado a propósito de Cuba. Obama es, por tanto, el primer Presidente
estadounidense que llega a la isla por culpa de la isla. Un acontecimiento
mayor de la historia hemisférica.
Más allá de Cuba, el aterrizaje de un presidente de los
Estados Unidos en territorio mitológico puede considerarse el fin del ciclo
imperial en Las Américas iniciado por John Quincy Adams a principios del siglo
XIX.
Por razones geoestratégicas, Cuba atesoró el
antiimperialismo latinoamericano durante toda la primera mitad del siglo XX en
un sinfín de asociaciones y ligas intelectuales y estudiantiles que
reverberaban en las universidades, en los cafés y algunas tertulias doctorales
del país, fundado en el dixit martiano de impedir, con la independencia cubana,
que los Estados Unidos “se expandieran, con esa fuerza más, sobre nuestras
tierras de América”.
A Cuba llegó el dominicano Juan Bosch
en 1955 a hablar de cómo detener las ambiciones norteamericanas en el Caribe, y
Antonio Guiteras, un político cubano inteligente pero efímero, agitaba en los
años 30 del siglo pasado la pasión de muchos jóvenes siempre ofendidos con la
existencia misma de los gringos. Un buen historiador, Emilio Roig de
Leuschering, primer animador del hoy muy visitado casco histórico de La Habana
Vieja, escribió un vademécum tituladoCuba no le debe su independencia a los Estados Unidos,
con el que pretendió dejar en claro que la intervención estadounidense en la
guerra por la independencia de 1898 nada tuvo que ver con nuestra posibilidad y
existencia como nación política. Y Rubén Villena, un poeta, puso toda la fuerza
de su métrica en favor del más etéreo y gaseoso de los antiimperialismos: el
poético.
Hasta la llegada de Fidel Castro en 1959 constituíamos una
especie difusa del dilema moral de la frontera latinoamericana de los Estados
Unidos. Desde 1961 ya no hay dilema moral: Cuba clausura el concepto de patio
trasero, muy extendido en las Américas, y encabeza una guerra ofensiva en
varios frentes contra el par imperialismo-capitalismo que, según las escuelas
de pensamiento predominantes, personificaban los Estados Unidos.
¿Cuál fue el corolario de una percepción nacida de ciertos
comportamientos brutales de los norteamericanos en el Caribe y Centroamérica?
El nacimiento y la extensión de un nacionalismo latinoamericano duro por todo
el hemisferio hasta regiones y países que, como Uruguay, no tenían anécdotas
que contar de sus relaciones con los Estados Unidos.
Con la visita que Obama inicia hoy se destruye la
consecuencia doctrinal más perniciosa de ese nacionalismo duro: la noción de
que el vecino del norte es el enemigo histórico-natural de Cuba.
El nacionalismo cubano de la segunda mitad del siglo XX,
hasta su muerte en las playas del consumo de Miami, se formó en la guerra
estructural contra el significado mismo de Norteamérica. Fue un nacionalismo
negativo que adquiría sustancia, cuerpo y unidad en la medida que se activaba
con la mínima gesticulación yanqui. Y Los Estados Unidos han gesticulado lo
suficiente como para sostener una saga de discursos de Estado y desfiles de
masa, solo superados por el ejercicio maximalista de los norcoreanos.
Pero sin enemigos no hay nacionalismo duro. Su muerte, en
el caso de Cuba, comporta un problema con los fundamentos del proyecto de país
porque absorbió, para liquidarlos, el modelo, el knowhow y la riqueza económica
heredados, junto a la identidad plural de la cultura cubana y del modelo
político liberal que nos situaba en Occidente.
Obama, y esto es un retorno histórico, permite retomar los
fundamentos culturales de la época en que nos visitó Coolidge. Hoy debilitados
por una experimentación tensa y fallida en la frontera sur de los Estados
Unidos a propósito de los Estados Unidos.
Lejos del enemigo y cerca del vecino, Cuba regresa a su
identidad histórica al tiempo que se redescubre en su nacionalismo cultural.
Manuel Cuesta Morúa es portavoz
partido Arco Progresista Twitter @cubaprogresista
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/20/america/1458513448_250065.html
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