lunes, 21 de marzo de 2016

Visita del presidente Obama a Cuba - un reportaje y dos artículos de opinión de El País

Obama y Castro buscan avances pese al desacuerdo en derechos humanos


“El embargo va a terminar, lo que no puedo decir con seguridad es cuándo”, dice el presidente de Estados Unidos


Durante medio siglo estuvieron enfrentados en una Guerra Fría que incluso llevó al mundo al borde de la guerra atómica. Los sistemas políticos —uno, capitalista, otro, comunista— son distintos. La idea que cada uno se hace de los derechos humanos es opuesta.

La posibilidad de afrontar preguntas incómodas de la prensa, una rutina para cualquier presidente de Estados Unidos, supone un engorro para cualquier líder cubano, como se vio este lunes en la rueda de prensa de Barack Obama y Raúl Castro en La Habana, uno de los momentos centrales de la primera visita a Cuba de un presidente estadounidense en activo en 88 años.
Las diferencias no desaparecerán pero, como dejaron claro Obama y Castro, tampoco serán un obstáculo infranqueable para que continúe el proceso de deshielo iniciado en 2015.
Obama dijo que la falta de respeto a los derechos humanos es uno de los frenos para la normalización plena de las relaciones entre ambos países y reiteró que el futuro de Cuba corresponde decidirlo a los cubanos, sin injerencias extranjeras pero democráticamente. "Defenderemos los derechos humanos universales, incluido el derecho a la libertad de expresión, de reunión y de religión", dijo.
Castro defendió la sanidad gratuita —limitada en EE UU— como un derecho humano y marcó el límite del acercamiento en el mantenimiento del sistema político que él mismo encabeza.
Obama intenta aislar los derechos humanos del resto de asuntos en discusión. El presidente recordó que EE UU cuenta con aliados que tienen sistemas distintos y citó a China como otro país con otro sistema —autoritario y controlado por el Partido Comunista, como Cuba y, sin embargo, las relaciones están normalizadas desde hace décadas.
El embargo comercial, cuyo fin Castro reclamó y que depende del Congreso estadounidense, "acabará", dijo Obama, partidario de levantarlo. "Lo que no estoy del todo seguro es cuándo”, añadió.
En otro momento, Castro aclaró que por parte cubana el fin del embargo y la devolución a Cuba de la base de Guantánamo eran esenciales para garantizar el desarrollo de las relaciones.
La rueda de prensa, de más de una hora, era una reclamación de la Casa Blanca, un ejercicio de libertad de prensa que también forma parte de la agenda estadounidense en estas conversaciones. El Gobierno cubano acabó aceptando la petición.
El presidente cubano tuvo que responder preguntas sobre democracia y derechos humanos. En dos ocasiones, asesores se acercaron al podio para aconsejarle. Se desconoce qué le dijeron.
La jornada, la segunda de Obama tras aterrizar el domingo en La Habana, empezó con una ofrenda floral al monumento al poeta José Martí, héroe nacional de Cuba. La banda militar cubana interpretó el himno de Estados Unidos. Obama y su delegación escucharon firmes en la Plaza de la Revolución, una gran extensión de aire soviético rodeada de edificios gubernamentales y con un trasfondo icónico: los relieves en las fachadas ministeriales de los revolucionarios Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos.

Final de mandato

Al iniciar la visita oficial con la ofrenda a Martí, Obama no sólo siguió la tradición de otros jefes de Estado que visitan La Habana. También envió una señal fuerte. “Es una manera de honrar a los cubanos sin pasar por la revolución”, comentó tras la ofrenda el periodista Jon Lee Anderson, autor de la monumental ‘Che Guevara’, biografía de referencia del guerrillero argentino. La ofrenda a Martí señala el respeto a la soberanía cubana frente a las injerencias extranjeras, incluida la de EE UU. Y es un homenaje al prócer de la patria, una figura de unidad más allá de las ideologías, un héroe que no es monopolio de la revolución, venerado en La Habana y en Miami, sede del exilio.
La de La Habana es la tercera reunión entre ambos mandatarios desde que el 17 de diciembre de 2015 anunciaron la normalización de las relaciones. Las anteriores fueron el pasado abril en Panamá, durante la cumbre de las Américas, y en Nueva York, en septiembre, durante la Asamblea General de la ONU.
El ritmo del deshielo ha sido sostenido. Ambos países han reabierto embajadas y EE UU ha relajado las condiciones para hacer negocios y viajar a Cuba. Al mismo tiempo, la apertura política ha sido inexistente: el cálculo de la Casa Blanca es que, a largo plazo, la liberalización económica acabe por impulsar una transición a un régimen pluralista, pero el cambio de régimen ha desparecido del vocabulario de la Casa Blanca
Obama es un afroamericano de 54 años, un presidente elegido democráticamente cuyo segundo mandato termina en enero. Castro tiene 84, es blanco y ha sido revolucionario, ministro de Defensa y sucesor al frente de Cuba de su hermano Fidel. Se ha fijado 2018 como limite de su mandato. La Casa Blanca ha querido acordar la normalización con un Castro, la familia que ha dominado el Gobierno del país en los últimos 57 años. Si algo tienen ambos en común, es que se acercan al final de sus mandatos.
La visita de Obama a La Habana debe sellar el fin de una hostilidad de más de medio siglo, que empezó poco después de la revolución de 1959 y tuvo sus momentos más tensos durante el intento de invasión de Cuba en 1961 y la crisis de los misiles nucleares soviéticos en 1962. EE UU impuso un régimen de sanciones —el embargo— que en gran parte sigue vigente. Estos días se han visto y se verán imágenes insólitas: desde el Air Force One, el avión presidencial estadounidense, aterrizando en La Habana, hasta el presidente de EE UU entrando con todos los honores el Palacio de la Revolución, sede del poder en Cuba.

EL LÍDER CUBANO: “¿QUÉ PRESOS POLÍTICOS? DAME LOS NOMBRES”

El presidente de Cuba, Raúl Castro, negó ayer en la conferencia de prensa junto a su homólogo estadounidense que en su país haya presos políticos. Cuando un periodista estadounidense preguntó al líder cubano al respecto, este replicó para negar que los haya: “¿Qué presos políticos? Dame los nombres”. “Si hay presos políticos, antes de que llegue la noche estarán sueltos”, aseguró el mandatario.
El presidente de Cuba evitó contestar a la pregunta de si prefería que ganara las elecciones presidenciales Donald Trump o Hillary Clinton. “Todavía no puedo votar en Estados Unidos”, zanjó.
Castro cortó la parte final del encuentro con la prensa apelando a cuestiones de agenda. “Si me quedo me hacen 500 preguntas. Yo dije que iba a contestar una pregunta y voy a contestar una y media”, dijo después de que Obama le exhortase expresamente a responder a una pregunta de una periodista de un medio estadounidense.
La Habana 22 MAR 2016 - 03:18 CET EL PAIS
Foto: Barack Obama y Raúl Castro durante su encuentro EFE REUTERS-QUALITY


El pensamiento único a prueba

Obama deberá seducir a quienes gritan consignas y las sienten, pero dudan de la lealtad al marxismo



Sospechando que Estados Unidos arremetería contra la revolución después de que la URSS dejase de subsidiarla, un funcionario cubano proponía entonces morir matando: bombardear Miami y después, al monte. Mijaíl Gorbachov había puesto el contador a cero durante su viaje a La Habana en 1988: se acabaron las multimillonarias ayudas a fondo perdido libradas durante más de tres decenios de coalición ideológica. Cuba sola frente al imperio. El funcionario del bombardeo tenía mando en plaza y la solución planteada no era una bravuconada de sobremesa, sino una propuesta político-militar aplaudida por el corrillo oficialista presente en su despacho.
La presencia de Barack Obama en Cuba será aplaudida en las calles, destacada en los medios de comunicación y bendecida por quienes secundan la apuesta americana: un sostenido cañoneo de jamones y salchichas sobre los flancos más vulnerables del castrismo. Pero el viaje presidencial será observado con recelo entre la nomenclatura, entre la militancia del partido, sumida en la introspección, persuadida de que peligra su hegemonía, y la revolución misma, si los planes estadounidenses consiguen su objetivo: la implosión del sistema a causa de sus propias contradicciones.
No es del todo cierto que Obama haya cedido mucho a cambio de nada, que haya entregado un cheque en blanco sin que Raúl Castro y el buró político del Partido Comunista se hayan movido un ápice en su negativa a encarrilar el país hacia las libertades políticas. Los inquilinos de la Casa Blanca no son pendejos. Sin apenas margen de maniobra, urgido por una economía naufragada, Cuba aceptó la mano tendida de Washington. Lo hizo asumiendo que el proceso hacia su consolidación puede romper la ortodoxia doctrinal y el pensamiento único.
El envite americano es diáfano: liquidar las estructuras de partido único desde dentro, minando el inmovilismo de sus cuadros con interlocución y pacifica convivencia, desmontando los argumentos que cohesionaron el partido. En este sentido, una agitación sutil, casi invisible, con epicentro en las conciencias de quienes se consideran revolucionarios y patriotas, tiene lugar en Cuba desde el 17 de diciembre del 2014.
El humor de la mujer que perdió su empleo en una empresa estatal y abrió un pequeño restaurante es revelador de esa catarsis en el ADN revolucionario. Fastidiada por los impertinentes modales de un comensal estadounidense, extrapolando bilis y política, la emprendedora se preguntaba en voz alta si la conciliación iba a significar el regreso al vasallaje, al arrodillamiento a cambio de divisas.
El funcionario que propuso machacar la calle Ocho de Miami con misiles no era un chiflado, a pesar de que llegué a pensarlo, sino un cubano de su tiempo y circunstancias, primogénito de una familia con un profundo sentimiento antiestadounidense. El hombre recordaba cómo los yanquis impidieron la entrada de los mambises en Santiago durante la guerra colonial, se apropiaron de Guantánamo y de la soberanía nacional con la enmienda Platt, intentaron asesinar a Fidel y bloquearon sin compasión.
Obama llega a un país en el que, con mayor o menor aprovechamiento, los manuales escolares de tres generaciones recogen la complicidad de CIA en los cuartelazos de Guatemala (1954), Brasil (1964), República Dominicana (1965), Chile (1973), invasiones de Granada (1983) y Panamá (1989), y su intervencionista despliegue por medio mundo. Buen número de las banderolas que Obama observará durante su recorrido serán empuñadas por pioneros, vanguardias populares y miembros de la Unión de Juventudes Comunistas, aleccionados desde la guardería con canciones alegóricas y la tesis de que la defensa de la patria frente a la depredación de la superpotencia solo es posible desde la patriótica trinchera del partido.

La sociedad civil que Obama deberá cautivar no es la representada por el medio millón de emprendedores privados, ya convencidos de que el control estatal de los medios de producción es incompatible con el progreso económico y la creación de empleo; tampoco, la que grita consignas como letanías. Deberá seducir a quienes gritan consignas y las sienten, pero íntimamente dudan entre la lealtad a un ideario marxista aliñado, y los nuevos tiempos: la pacífica vecindad ofrecida por Estados Unidos, estigmatizado como la metrópoli del capitalismo salvaje y el intervencionismo.




De Obama a Coolidge

Lejos del enemigo y cerca del vecino, Cuba regresa a su identidad histórica



El hecho cronológico es exacto. Calvin Coolidge fue el primer presidente estadounidense en activo que, en 1928, pisa suelo cubano. Y nadie se acordaba. Fue el anunció de la visita de Barack Obama a Cuba el que desempolvó el dato para llevarlo del archivo a la memoria política. Lo que confirma, de alguna manera, al pensador británico Timothy Garton Ash: toda historia lo es del presente.
De modo que el hecho histórico es la visita de Obama. En más de un sentido. Estrictamente hablando, Coolidge asistió a una reunión panamericana que se celebró en Cuba en esa fecha, no estuvo en una visita de Estado a propósito de Cuba. Obama es, por tanto, el primer Presidente estadounidense que llega a la isla por culpa de la isla. Un acontecimiento mayor de la historia hemisférica.
Más allá de Cuba, el aterrizaje de un presidente de los Estados Unidos en territorio mitológico puede considerarse el fin del ciclo imperial en Las Américas iniciado por John Quincy Adams a principios del siglo XIX.
Por razones geoestratégicas, Cuba atesoró el antiimperialismo latinoamericano durante toda la primera mitad del siglo XX en un sinfín de asociaciones y ligas intelectuales y estudiantiles que reverberaban en las universidades, en los cafés y algunas tertulias doctorales del país, fundado en el dixit martiano de impedir, con la independencia cubana, que los Estados Unidos “se expandieran, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
A Cuba llegó el dominicano Juan Bosch en 1955 a hablar de cómo detener las ambiciones norteamericanas en el Caribe, y Antonio Guiteras, un político cubano inteligente pero efímero, agitaba en los años 30 del siglo pasado la pasión de muchos jóvenes siempre ofendidos con la existencia misma de los gringos. Un buen historiador, Emilio Roig de Leuschering, primer animador del hoy muy visitado casco histórico de La Habana Vieja, escribió un vademécum tituladoCuba no le debe su independencia a los Estados Unidos, con el que pretendió dejar en claro que la intervención estadounidense en la guerra por la independencia de 1898 nada tuvo que ver con nuestra posibilidad y existencia como nación política. Y Rubén Villena, un poeta, puso toda la fuerza de su métrica en favor del más etéreo y gaseoso de los antiimperialismos: el poético.
Hasta la llegada de Fidel Castro en 1959 constituíamos una especie difusa del dilema moral de la frontera latinoamericana de los Estados Unidos. Desde 1961 ya no hay dilema moral: Cuba clausura el concepto de patio trasero, muy extendido en las Américas, y encabeza una guerra ofensiva en varios frentes contra el par imperialismo-capitalismo que, según las escuelas de pensamiento predominantes, personificaban los Estados Unidos.
¿Cuál fue el corolario de una percepción nacida de ciertos comportamientos brutales de los norteamericanos en el Caribe y Centroamérica? El nacimiento y la extensión de un nacionalismo latinoamericano duro por todo el hemisferio hasta regiones y países que, como Uruguay, no tenían anécdotas que contar de sus relaciones con los Estados Unidos.
Con la visita que Obama inicia hoy se destruye la consecuencia doctrinal más perniciosa de ese nacionalismo duro: la noción de que el vecino del norte es el enemigo histórico-natural de Cuba.
El nacionalismo cubano de la segunda mitad del siglo XX, hasta su muerte en las playas del consumo de Miami, se formó en la guerra estructural contra el significado mismo de Norteamérica. Fue un nacionalismo negativo que adquiría sustancia, cuerpo y unidad en la medida que se activaba con la mínima gesticulación yanqui. Y Los Estados Unidos han gesticulado lo suficiente como para sostener una saga de discursos de Estado y desfiles de masa, solo superados por el ejercicio maximalista de los norcoreanos.
Pero sin enemigos no hay nacionalismo duro. Su muerte, en el caso de Cuba, comporta un problema con los fundamentos del proyecto de país porque absorbió, para liquidarlos, el modelo, el knowhow y la riqueza económica heredados, junto a la identidad plural de la cultura cubana y del modelo político liberal que nos situaba en Occidente.
Obama, y esto es un retorno histórico, permite retomar los fundamentos culturales de la época en que nos visitó Coolidge. Hoy debilitados por una experimentación tensa y fallida en la frontera sur de los Estados Unidos a propósito de los Estados Unidos.
Lejos del enemigo y cerca del vecino, Cuba regresa a su identidad histórica al tiempo que se redescubre en su nacionalismo cultural.
Manuel Cuesta Morúa es portavoz partido Arco Progresista Twitter @cubaprogresista
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/20/america/1458513448_250065.html


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