El gobierno nacional ideó un plan de destrucción de la Universidad autónoma venezolana que le ha funcionado perfectamente, contando para su ejecución con la valiosa colaboración de factores internos y externos a la Universidad.
En el año 2004, posiblemente antes, se inició la aplicación del plan con el
desconocimiento gubernamental de las Normas de Homologación, aún vigentes, pero
no efectivas y, llega a su clímax, con
la ocupación física del “Campus Universitario” en el caso de la UCV; el abandono y la entrega al hampa común o no
común de las demás Universidades del país, las cuales han sido desmanteladas
impunemente, a la vista de todos; y, el control del funcionamiento
administrativo y organizativo de aspectos fundamentales de la Universidad, tal
es el caso de todo lo referente al manejo de personal docente, administrativo y
obrero y el pago de los salarios correspondientes.
La Universidad autónoma ha desaparecido por completo. Ya no sirve ni
siquiera para finalizar pomposos discursos que arrancaban en los oyentes
grandes aplausos.
El plan de destrucción de la Universidad autónoma ha dado sus frutos. El
gobierno ha sabido colocar muy bien sus piezas en el tablero de ajedrez y las
ha movido a la perfección, logrando dar jaque mate. Hoy, debe estar rebosante de alegría, pues,
ha logrado, con ayuda de vecinos, acabar con la Universidad soñada, aquella en
la que reinaba la búsqueda del conocimiento de manera libre, abierta y
plural. En la que tenía cabida el
conocimiento universal. En la que se formaba el futuro del país y su
desarrollo. La Universidad, que, según la Ley que la regula, en sus artículos
primero y segundo, se define como (…) una comunidad de intereses espirituales
que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar
los valores trascendentales del hombre (…) al servicio de la nación a la que
corresponde colaborar en la orientación de la vida del país mediante su
contribución doctrinaria en el esclarecimiento de los problemas nacionales”.
Quizá, alguien, mejor informado, podrá argumentar, con pruebas contundentes, que esa Universidad
soñada y regulada legalmente, jamás ha existido en el país y, seguro, tendrá
razón, pues, la Universidad venezolana que nació en el año 1958, al calor de la
vida democrática de la nación, nunca llegó a consolidarse, siempre ha estado expuesta a los vaivenes políticos, al
voluntarismo de propios y extraños, motivo por el que la norma regulatoria va por un lado y la
vida universitaria por otra muy distinta. La Ley de Universidades se hizo obsoleta por
falta de aplicación. Resultaba y resulta más cómodo caminar sin regulación. Y,
esto, fue, precisamente, lo que un gobierno autoritario y militarista entendió
desde un comienzo, por lo que la Universidad que marchaba a la libre, resultó
presa fácil de sus apetencias.
El gobierno nacional, en la ejecución de su plan destructor, fue
estrangulando, progresivamente, como buen torturador, a la Universidad que se
define constitucional y legalmente, como autónoma, aunque subordinada y
dependiente, hasta lograr su confesión de renuncia total a la ficción llamada
autonomía.
En la actualidad, la noción de autonomía es un buen recuerdo universitario.
Legado de Simón Bolívar, El Libertador. Y, como toda la obra libertaria de
Bolívar, pisoteada por los legatarios de ayer y de hoy, entre quienes nos
contamos, imposible evadir responsabilidades.
Las generaciones de universitarios post 1958 recibimos una Universidad en
construcción, imperfecta, pero, perfectible.
Durante más de medio siglo logró hacer realizaciones académicas
importantes, alcanzando reconocimientos académicos merecidos y posiciones de
vanguardia en el conjunto de universidades latinoamericanas y caribeñas. La
situación ha cambiado radicalmente. La Universidad venezolana, hoy, es un
engaño, un fraude, ni siquiera sabemos si tiene sus puertas abiertas o
cerradas. Su gobierno es ilegítimo e ilegal. Imposibilitado de tomar
decisiones. El gobierno nacional, interesado en que tal cosa tuviese lugar, se
ha aprovechado de ello para dar el zarpazo final: el control absoluto. La
Universidad autónoma ha sido allanada, ahora, sin tanques y milicias,
pacíficamente, en aplicación de un plan bien orquestado. La pandemia covid-19
ha sido el gran aliado del gobierno junto con un gobierno universitario que no
gobierna, dispuesto dócilmente a entregar la Universidad que no supieron o
pudieron gobernar.
Es increíble el estado ruinoso en el cual se encuentra la Universidad
venezolana. Ofreciendo a los pocos alumnos que aún quedan una educación a distancia
de pésima factura, toda vez que la Universidad no dispone de la tecnología que
la haga posible, ni de profesores y alumnos capacitados para el desarrollo
pleno de las más avanzadas técnicas de información y comunicación, en un país
carente de electricidad, telefonía e internet. Los alumnos, después de más de
dos años libres, sin hacer nada, cohortes represadas, se inscriben para cursar
durante un período académico una asignatura, sin verle la cara al profesor, ni
siquiera digitalmente, pues, la tecnología más moderna utilizada es el correo
electrónico y el WhatsApp.
Profesores, empleados y obreros hacemos lo que nos viene en gana. No
trabajamos, pero cobramos los mendrugos salariales. Nadie repara en ello. Caos
y autarquía total. Desgobierno total. Todo espacio vacío es llenado por algo o
por alguien. El vacío de gobierno
universitario lo llenó el gobierno nacional.
Esta es la Universidad que las generaciones de ayer le estamos legando a
las generaciones de hoy. Una Universidad hecha harapos que se junta y asimila
al conjunto que constituye las mal llamadas universidades creadas en el país
durante el reinado del chavismo-madurismo, como parte importante del plan de
destrucción de la Universidad autónoma venezolana.
09 de Junio del 2022
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