Es jueves y tengo, como cada semana, que imaginar lo qué leerán en el artículo que publicará Tal Cual el domingo.
Escribir me hace pensar en política. Debo descifrar las
acciones de otros, formarme una idea de la situación y valorar responsablemente
tendencias, evitando dictar cátedra.
En vez de juzgar, jugar a ser cronista. Echar un cuento
cuyo final lo deciden unos actores fuera
del cuento. Los análisis no siempre descifran la estructura de la realidad. A
veces el deseo sustituye la explicación, para satisfacción de quienes se
contentan con reafirmar sus visiones.
Me he hecho conservador. Pienso despacio, no solo por
buscar distancia, sino porque miro mucho y hago poco. Me detengo en una línea de tiempo en la que se marcan
errores y derrotas de una historia de involución de Venezuela. La dibujó en
materia económica el maestro Hugo Batista. Pero falta teoría explicativa sobre
el cambio de valores, el abandono de la ley, los agujeros de la desigualdad o
la molicie que deshizo la intelectualidad orgánica de la democracia.
En Venezuela hay política sin pedagogía. Ya no hay
maestros (los dirigentes se mantienen sin obra, sin logros o sin una vida
personal ejemplar) y hacer política es más retador y riesgoso por la
prescindencia casi absoluta de democracia. El autoritarismo no solo restringe
derechos y asfixia la republica sino que se empeña a fondo en descomponer a las
fuerzas de cambio, dividirlas y anular su conciencia.
La gente se desinteresa de la política porque la política
no se interesa en la gente. Afincada en una lucha de poder, se desvincula de
las brazadas de una mayoría para sobrevivir más allá de la bolsa Clap. El
juicio moral de una franjita artificialmente politizada considera indignidad
ocuparse, como sea, de llevar el pan a la casa.
El agüamiento de la política habla de lo que somos y
hemos dejado de ser como sociedad en las últimas cuatro décadas. La degradación
de los partidos es una forma específica de ese proceso en el que la política
perdió idealidad y dejó de ser un mecanismo de agregación de intereses y
solución de conflictos por medios que hacen mejores a las personas y a la
comunidad.
Los partidos no
tienen consistencia porque no expresan una causa de país. En toda época,
construir un partido ha exigido sacrificios, una entrega con alma y corazón
para levantarlo a pulso de numerosos dirigentes. Es visible hoy que esta prueba
no la están dando cúpulas partidistas que viven en un anillo de privilegios.
Hay muchos otros factores que intervienen en la pérdida
de nuestra democracia y el declive de nuestros partidos. Uno de ellos apunta al
extravío de una oligarquía partidista que se concentró en defender su estatus y
se ha hecho dique de la renovación. No han tenido mejor destino estrellas del
relevo que sucumbieron por endeblez ética.
Somos prisioneros del túnel que cavamos. El primer deber
es salir de él. Una proeza que una mitad del país intenta y la otra mitad, con
cierta fe recóndita, espera que ocurra.
Hay que inventar, entre muchos y distintos, ese modo de
salir del aglomerado de crisis que nos paraliza.
Hay que traspasar lo convencional y ofrecer una idea,
asomar un elemento de estrategia alternativa o ayudar a reaprender la democracia para realizarla en
espacios libres del control del gobierno y de la desvariada lucha por delimitar
parcelas cuando necesitamos un horizonte común. Y si es con el apoyo de los
partidos y la rectificación de sus dirigentes, mejor
05 de Abril del 2022
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