En pandemia la comunicación presencial es un riesgo. Su disminución por encierro social y su desplazamiento por las redes crea un déficit y un vacío.
El primero es hoy imposible de cubrir. El segundo se supera,
momentáneamente, cada vez que un candidato da un abrazo, biocauteloso y populista, a un vecino que agazapa su
indiferencia o su rabia.
Entonces estalla inadvertida, una energía luminosa que por
segundos saca, de las brasas del adentro, un resquicio de esperanza. El candidato
pasa y la gente queda, entre su silencio y sus angustias, con una fugaz
sensación de calidez.
No hay campaña en las redes que prospere sin asidero en las
emociones de quienes se sienten excluidos por dirigentes que los abandonan.
Tenemos una política llena de ausencias humanas y hueca para atender
necesidades que nacen de la lucha por ganarle la partida a la pandemia, a las
crisis sub-humanitarias y al empeño gubernamental de proteger a los integrantes
de su alta plana. Disfrutadores de privilegios
a costa de que las hogueras de las crisis consuman al país que arde
debajo de ellos.
La élite gubernamental debería pensar en una desatendida
afirmación de Platón: “Si los gobernantes fueran hombres de bien, maniobrarían
para escapar del poder como ahora se maniobra para alcanzarlo”. No lo alcanzó a
pensar Pérez Jiménez hasta que chocó con
la fatal inminencia de que “pescuezo no retoña”. Esta piedra, es la que parece
querer eludir Maduro cuando realiza gestos controlados de reformar condiciones
que hagan más transparentes y competitivas las cuatro elecciones que tendrán
lugar en noviembre.
Mientras, el G4, atrapado en el dogma de que nada está
resuelto hasta que todo esté resuelto, demora en definir una decisión sobre su
participación electoral, lo que sumaría a la presión internacional, un claro
estímulo a la negociación de una salida pacífica y electoral al conflicto de
poder.
Para ensanchar la ruta hacia la recuperación democrática,
desde condiciones autoritarias que no van cambiar sin que los que están en el
poder vean algo que ganar, hay que sustituir el esquema de enfrentamiento entre
enemigos, por uno de confrontación entre adversarios. Esta modificación en la
estrategia supone cuatro cosas: 1) capacidad para pasar de página, a pesar de
las facturas, 2) reconocimiento y respeto mutuo a los derechos del otro, 3) disposición a convivir
bajo el marco de la Constitución Nacional,4) que la fuente de legitimidad de
ambos se desplace a la calidad de sus aportes a la institucionalización, al
combate a la pandemia y al acuerdo para refundar a la nación.
Esto implica tener, dentro
de la oposición, una actitud de diálogo, aproximación y unión entre sus
diversas expresiones, al margen de sus tamaños y de sus diferencias.
El contrato electoral entre opositores, para asegurar
ganancias el 21 de noviembre, debe
reducir las líneas rojas y suspender las segregaciones por desacuerdos en las
estrategias.
Al mantener la lucha por nuevas mejoras en las condiciones
electorales, hay que recrear la confianza de la gente en el voto y en la
democracia.
Para pasar de las decisiones por minoría a la participación
de las mayorías, son necesarios varios
impulsos: 1) primero la gente y las políticas de vida, 2) Descentralizar
las decisiones sobre candidaturas, 3) Asegurar candidaturas de dirigentes
sociales, de hombres y mujeres que inicien una rotación de élites y 4)
centrarse en soluciones y la
incorporación de las fuerzas de innovación regional y local.
Esas son bases virtuosas para un consenso sin reparto de
cuotas.
11 de Julio del 2021
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