Cuando esto se publique, por fin estaremos libres de la nefasta, histriónica e interminable campaña madrileña, y cuanto voy a comentar estará probablemente eclipsado por acontecimientos aún peores. Nunca olvidaré el comportamiento de nuestros políticos durante la pandemia.
En vez de aparcar su beligerancia hasta que hubiera pasado, y dedicarse a salvar vidas e intentar remediarla, la han aprovechado para despellejar al contrario, crear conflictos artificiales y sacar de quicio a la gente, como si no estuviera ya lo bastante sacada por la enfermedad, las muertes, la pérdida de empleos y el cierre de negocios. Unos políticos despreciables e indignos. Unos más que otros, desde luego, pero ya se sabe que cuando se arroja barro es muy difícil no participar y no mancharse.
De lo ocurrido en los últimos días (míos, no de ustedes), quizá lo más oprobioso ha sido la utilización del BOE a modo de editorial o tribuna de opinión por parte del Gobierno. Que en esa publicación, y como preámbulo a una ley, se afirme que desde la llegada del Gobierno de Rajoy “se inició un proceso constante y sistemático de desmantelamiento de las libertades” es algo que parece dictado por Puigdemont y compañía, quienes llevan años negando que España sea una democracia. Pero los textos del BOE son del Gobierno de la nación, con obligada rúbrica del Rey. De ser cierto lo entrecomillado, digo yo que nos habríamos enterado de que en 2011 se instauró una dictadura, y, aparte del redactor anónimo de dicho preámbulo y de sus palmeros, ninguno vimos eso por ninguna parte. El PP aprobó leyes pésimas e injustas —me temo que como casi cualquier Gobierno—, pero de ahí a “un desmantelamiento sistemático y constante de las libertades” media un abismo. Que eso aparezca en el BOE, y no en una columna periodística, es escandaloso e insólito salvo en los respectivos reinos de Maduro, Putin, Erdogan, Daniel Ortega y Bolsonaro.
También ha resultado inaudito que los “antifascistas” vallecanos arrojaran adoquines a quienes participaban en un acto de Vox. Se trata de una formación hedionda, con una candidata a la altura, pero no más pestífera que Bildu, a cuyos dirigentes abraza Iglesias y con los que pactan Sánchez o Chivite en Navarra. Al menos Vox no tiene en su genealogía más de 800 asesinatos. Todavía más inaudito fue que el candidato Iglesias aplaudiera a los apedreadores (bueno, su voz Echenique ya alentó a los mastuerzos que arrasaron Barcelona por la condena al truculento rapero de Lérida) y culpara a Vox por hollar su antiguo barrio, por él mismo abandonado. Intolerable fue el envío de cartas con balas al mismo Iglesias, a Marlaska y a Gámez, de la Guardia Civil. Aunque parezca obra de un solo odiador, y no de una organización tipo ETA (que así se anunciaba a sus víctimas), el hecho es abominable, como lo es que Monasterio pusiera en duda su veracidad y le restara importancia. Nadie merece esas misivas.
Quienes están cometiendo las mayores vilezas, sin embargo, son el Govern de Cataluña y sus órganos. Ha sido reveladora la suspensión de la vacunación contra el covid a los policías nacionales y guardias civiles allí destinados y que allí sirven y ayudan a la población. Deja claro que ese Govern ha optado por tratar a los “españoles” como Netanyahu a los palestinos, por no remontarnos más lejos. Lo asombroso es que el Gobierno de todos los españoles no tenga reparo en pactar y gobernar con el apoyo de los racistas Esquerra, Junts x Cat y la CUP. Desde su televisión, TV3, pagada de nuestros bolsillos, se ha calumniado ferozmente al escritor Javier Cercas. Una vez desatadas las burdas tergiversación y difamación, a ellas se apuntaron corriendo, para su imperecedera vergüenza, periodistas, “colegas” y políticos independentistas, llegándose a comparar a Cercas con Karadzic, masivo asesino de bosnios. La bajeza moral de esta campaña carece de parangón en democracia, se parece a las de Falange, la Gestapo, el stalinismo y el franquismo. Lo único que ha hecho Cercas es valerse de la palabra y expresar con elocuencia y argumentos su postura contraria al procés, denunciando con acierto su carácter totalitario e impositivo. ¿Qué mayor prueba de lo adecuado de su diagnóstico que esta tentativa de embadurnarlo, es decir, de embadurnar al disidente?
Claro que no es el único caso de acoso y señalamiento de periodistas. En este diario lo he leído tarde y mal, no así en otros: el Consejo de Informativos de TVE ha dado amparo a sus reporteros ante las acusaciones de Comisiones Obreras —lástima de sindicato histórico, convertido en palafrenero de Podemos— de “favorecer a la derecha y a la ultraderecha y estar contra Iglesias y Podemos”. ¿El motivo? Según los profesionales de la cadena, ese partido “NO convoca a los medios de comunicación. Sólo ofrece vídeos editados y ‘autodeclaraciones’ de Iglesias grabadas. Dan un producto empaquetado y ni siquiera existe posibilidad de intentar preguntar”. Que esos profesionales se nieguen a difundir tal propaganda, “que vulnera derechos fundamentales”, equivale, según la lacayuna CC.OO., a “favorecer a la derecha y a la ultraderecha”. Si el pobre Marcelino Camacho levantara la cabeza, creo que se sentiría deprimido y avergonzado.
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