El ensayista franco-búlgaro recibió el premio Príncipe de Asturias en 2008
El pensador Tzvetan Todorov ha fallecido este martes en París a los 77 años, “víctima de complicaciones derivadas de una enfermedad neurodegenerativa”, según un comunicado difundido por su familia. Filósofo, lingüista, semiólogo y teórico de la literatura, Todorov habrá sido uno de los observadores más lúcidos del desorden de las sociedades contemporáneas. Humanista de aliento crítico, dedicó su obra a estudiar la alteridad, la barbarie, los límites de la libertad individual y el espíritu de insumisión ante circunstancias adversas. Nacido en 1939 en Sofía, pero formado en la ebullición intelectual del París de los sesenta, el filósofo obtuvo la nacionalidad francesa en 1973, tras escapar de la Bulgaria comunista, de la que guardó un recuerdo traumático.
Como todo “hombre desplazado”, como le gustaba autocalificarse, Todorov se distinguió por su espíritu inclasificable y su afición a traspasar fronteras entre disciplinas. Se mantuvo a una distancia prudencial de los apóstoles del posestructuralismo, como Foucault o Derrida, y nunca acabó de encajar entre los llamados nuevos filósofos, los jóvenes y mediáticos pensadores que emergieron en los setenta, encabezados por Bernard-Henri Lévy y André Glucksmann. Doctor en Psicología desde 1966, Todorov se especializó en el análisis de la poética y la retórica. Tradujo a los formalistas rusos y firmó un volumen de referencia sobre el género fantástico (Introducción a la literatura fantástica, 1970), antes de renovar las teorías sobre el relato sirviéndose de los postulados de la semiótica. Después de todo, había sido discípulo de Roland Barthes al llegar a París.
Sus objetos de estudio fueron amplios y cambiantes. Cuando se agotaron los poderosos efectos del giro lingüístico, Todorov dejó atrás el estructuralismo y dirigió su interés hacia la historia de las ideas. Estudió los fundamentos de la filosofía de la Ilustración, dedicando ensayos a Rousseau, Voltaire y Diderot. También a Montaigne y a figuras más tardías como Claude Lévi-Strauss, de quien propuso una lectura crítica en Nosotros y los otros (1989). Todorov fijó su mirada en la cuestión de la alteridad en las sociedades coloniales y sus consecuencias en el mapamundi poscolonial que conocemos hoy. “Cada individuo es multicultural. Las culturas no son islas monolíticas”, dejó dicho. “Este miedo a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros, será nuestro gran primer conflicto en el siglo XXI”, pronosticó en 2010 en una entrevista concedida a EL PAÍS, antes de que los refugiados llegaran masivamente al continente europeo y los partidos extremistas batieran récords. “El miedo a los bárbaros es lo que nos arriesga a convertirnos en bárbaros”, dejó dicho en otra ocasión.
RICARDO GUTIÉRREZ
Especialista en cuestiones de memoria histórica, Todorov se mostró fascinado por la figura del insurgente, a quien dedicó su último ensayo publicado, Insumisos (Galaxia Gutenberg), una galería de retratos de personajes históricos que supieron oponerse al poder, de Boris Pasternak a Edward Snowden, pasando por la étnologa francesa Germaine Tillion, figura de la resistencia contra los nazis, con quien intimó poco antes de su muerte en 2008. Todorov presidía la asociación que lleva su nombre. “Hay formas de comportarse con dignidad moral incluso en circunstancias extremas”, explicó a este periódico el año pasado. Otra de sus pasiones fue la relación entre la pintura y el pensamiento. Analizó la obra de Vermeer, Rembrandt y Goya. Un ensayo todavía inédito sobre esta cuestión, Le triomphe de l’artiste, será publicado en marzo en Francia. Será el testamento de este pensador, profesor en universidades como Columbia, Harvard y Yale, doctor honoris causa por la Universidad de Lieja y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008 por representar “el espíritu de la unidad de Europa, del Este y del oeste, y el compromiso con los ideales de libertad, igualdad, integración y justicia”, según el jurado.
La experiencia del exilio durante su juventud le convirtió en un militante infatigable contra los totalitarismos y en un crítico feroz respecto a las atrocidades cometidas en nombre de la utopía revolucionaria, como reflejó en La experiencia totalitaria (2010). Se opuso también la doctrina ultraliberal, que le parecía igual de inhumana, y abogó a menudo por la búsqueda de terceras vías. Durante los setenta apoyó la intervención estadounidense en Vietnam, pero no la segunda guerra de Irak. “El derecho de injerencia es un concepto peligroso, que puede ser utilizado para justificar cualquier agresión, como lo fue el concepto de civilización en tiempos de las guerras coloniales”, escribió en Le Nouvel Observateur en 2004. La única excepción, para Todorov, llegaba en caso de genocidio. “Cuando sucede, hay que hacer todo lo posible para detenerlo”, sostuvo. Todorov estuvo casado entre 1981 y 2014 con la escritora canadiense Nancy Huston, con quien formó una pareja que fue toda una institución de la vida intelectual francesa.
El filósofo Tzvetan Todorov, en su casa de París la semana pasada. ERIC HADJ / EPV
Tzvetan Todorov : “La resistencia es fundamental en democracia”
El filósofo y escritor sitúa el punto de inflexión en Europa en la caída del Muro de Berlín
El filósofo e historiador Tzvetan Todorov, en Madrid. KIKE PARA
Todorov se atrevió en 2003 a hacer inventario de valores, una lista de buenos deseos que Europa ha intentado exportar al mundo con igual brío que los coches, las hortalizas o la tecnología de alta velocidad. Y no es que inventara nada, todo ello estaba más o menos escrito en nuestras cartas de derechos, en nuestras constituciones: la libertad individual, la racionalidad, el laicismo. La justicia. Parecía obvio. Hoy, sin embargo, Tzvetan Todorov (Sofía, 1939) ve alejarse los valores como ese punto en el horizonte que parecía asequible y que tras alguna curva inesperada se vuelve de nuevo lejano.
“Cuando decimos valor, no quiere decir que todos lo respeten, es más un ideal que una realidad, un horizonte al que nos dirigimos”, asegura Todorov en Madrid. “Pero en este momento, esos valores están amenazados”.
El filósofo búlgaro nacionalizado francés, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008 y una de las voces más influyentes del continente, sitúa el punto de inflexión, esa curva en la que todo se desvaneció, no en la crisis que estalla en 2008, sino en la caída del muro de Berlín y en la ruptura a partir de ahí del equilibrio entre las dos fuerzas que deben convivir en una democracia: el individuo y la comunidad.
Pregunta. ¿Sigue vigente su inventario de valores? ¿La libertad del individuo, por ejemplo?
“La economía es independiente e insumisa de todo poder político”
Respuesta. Nuestra democracia liberal ha dejado que la economía no dependa de ningún poder, que se dirija solo por las leyes de mercado, sin restricción a la acción de los individuos y por ello la comunidad sufre. La economía se ha hecho independiente e insumisa a todo poder político, y la libertad que adquieren los más poderosos se ha convertido en falta de libertad para los menos poderosos. El bien común ya no está defendido, ni protegido, ni exigido al nivel mínimo indispensable para la comunidad. Y el zorro libre en el gallinero quita libertad a las gallinas.
P. El individuo hoy por tanto es más débil. ¿Qué libertad le queda entonces?
R. Paradójicamente es más débil, sí, porque los más poderosos tienen más, pero son un puñado, mientras la población se empobrece y la desigualdad se ha disparado. Y los individuos pobres no son libres. Cuando no puedes encontrar medios para tratar tu enfermedad, cuando no puedes vivir en la casa que tenías porque ya no la puedes pagar, ya no eres libre. La libertad no la puedes ejercer si no tienes poder y entonces se convierte solo en una palabra escrita en un papel.
P. Y, sin embargo, la igualdad es un valor fundacional de nuestras democracias. ¿Necesitamos un nuevo contrato social?
R. Si no se puede cumplir, un contrato social no es gran cosa. La idea de igualdad sigue presente en la base de nuestras legislaciones, pero no siempre es respetada. Tu voto vale igual que el mío y la nivelación no ha sido el objetivo de la democracia, pero sí ofrecer el mismo punto de partida a todos como iguales ante la ley, el dinero no compra la ley. Y esto no se respeta. Mire lo que acaban de aprobar los legisladores de Estados Unidos: han multiplicado por diez el dinero que pueden gastar en campaña. Quienes no tengan dinero no gozarán de la libertad suplementaria de gastar de los que lo tienen. Ese peligro de excesiva libertad de unos pocos es el que impide la igualdad de todos.
P. Cuando los derechos se convierten entonces en una realidad formal. ¿Qué nos queda?
“El bien común ya no está defendido al nivel mínimo para la comunidad”
R. Nos queda protestar, acudir a la justicia. No hay que cambiar los principios, porque ya están inscritos, pero hemos visto que hay muchos medios para esquivarlos y es necesario que el poder político no capitule ante la potencia de esos individuos que se saltan el contrato social a su favor. La idea de resistencia me parece fundamental en la vida democrática. Hay que ser vigilante, la prensa tiene que jugar un papel cada vez más importante denunciando las transgresiones de los partidos, hace falta que la gente pueda intervenir, pero sé que eso requiere ser suficientemente vigilante, valiente y activo.
P. Habla de la gente. ¿El poder no debe cambiar? ¿Qué podemos esperar de unos poderes muy locales frente a una realidad globalizada?
R. Hay que reforzar las instancias europeas porque la economía está globalizada. Un país como España o Francia no pueden hacer fuerza, apenas podrán tocar la superficie. Pero la Unión Europea es el mayor mercado del mundo, con 500 millones de ciudadanos activos y también consumidores y con gran tradición de ese equilibrio entre la defensa del bien común y la libertad individual. Si hacemos vivir esa tradición europea, si permitimos órganos más eficaces y activos de la Unión, podremos afrontar la evasión fiscal, los paraísos fiscales y también decisiones clave como el suministro de energía.
P. ¿Confía en su liderazgo? ¿En unos dirigentes capaces por ejemplo de ofrecer la impunidad fiscal para atraerlos a su territorio, como Juncker en Luxemburgo?
R. Si no confiamos en ellos deben ser responsabilizados. Igual que el Parlamento les ha elegido, debe poder destituirlo.
P. Usted definió en 2008 a los países occidentales como "países del miedo" frente a los países del apetito, del resentimiento o de la indecisión. ¿No somos víctimas de ello?
R. Los estragos del miedo han sido inmensos, lo acabamos de ver en el informe del Senado de Estados Unidos sobre las torturas de la CIA o en el caso Snowden, que muestra cómo Estados Unidos pincha el teléfono de Angela Merkel como si ella pudiera formar parte de las amenazas. La idea de que podemos legalizar la tortura es un shock para quien cree en el valor de la democracia y los europeos lo han aceptado de forma sumisa. Las revelaciones de Snowden son muy inquietantes por el principio que se encuentra detrás, el principio de un Estado casi totalitario que colecta toda la información posible sobre sus ciudadanos y por el que países totalitarios como la URSS o Alemania del Este se servían del KGB o la Stasi. Ese sistema de informes anónimos que utilizaban hoy es arcaico porque gracias a la tecnología es más fácil colectarlo, pero todo ello nos deja en una quimera las libertades individuales.
P. ¿Qué Europa quedará tras la crisis?
R. No sé si la crisis va a terminar, sabemos que las economías no obedecen a movimientos racionales, hay movimientos de pasión o locura que desafían todos los pronósticos, tal vez desaparecerá en 2015 o tal vez nunca, tal vez nos quedemos ahí durante una década.
Todorov ha dedicado una vida a analizar todo esto en ensayos aún vigentes como El nuevo desorden mundial (2003), El miedo a los bárbaros (2008) o Los enemigos íntimos de la democracia (2012) pero ahora se centra en otra forma de acercarse al pensamiento. La pintura de la ilustración (Galaxia Gutenberg) bucea en el arte en busca de ideas. Tal vez ahí encuentre las soluciones que el presente, por el momento, no le ofrece.
Tzvetan Tódorov dice que el amor es lo sagrado del mundo moderno
El filósofo destaca los cambios en el rol social de los sentimientos
Tzvetan Tódorov, este sábado en Bilbao. MIGUEL TOÑA EFE
Tzvetan Tódorov, uno de los intelectuales más reconocidos del mundo, ha dicho este sábdo que, a diferencia de otras épocas, "el amor es lo sagrado" para el hombre moderno, porque hoy día pocos se sacrificarían por Dios o la nación, pero muchos lo harían por sus hijos o por otra persona amada.
Filósofo, lingüista, sociólogo, historiador, crítico y teórico literario, Tódorov (Sofía, 1939) ha participado en Bilbao en el festival Gutun Zuria, dedicado este año al erotismo en la literatura. El intelectual búlgaro nacionalizado francés ha explicado que ha pedido a los organizadores del festival hablar del amor más que del erotismo, que solo es "una variante" del amor.
Tras considerar que "ha cambiado mucho el rol social del amor" y que en la modernidad "el amor es lo que puede dar sentido a una vida", Tódorov ha dicho que, debido a una "alquimia única", el amor es "lo sagrado" que tiene el hombre moderno. "Pocas personas se sacrificarían hoy día por Dios, por la nación o por la clase obrera, es decir, por abstracciones, pero muchos padres están dispuestos a sacrificarse si la vida de sus hijos está en peligro y lo mismo se podría decir de otras formas de amor", ha afirmado.
El Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008 opina que el amor produce una "transformación alquímica de los sentimientos" que incluso puede iniciarse, por ejemplo, con un "encuentro por azar" con alguien en la calle. "Una persona sonríe a otra por la calle, y si los dioses están con nosotros, si se han echado los dados de una cierta manera, estos encuentros fortuitos se pueden transformar en la base, el fundamento de toda una vida", ha señalado.
El autor sostiene que el amor ocupa "el primer lugar, pero muy frágil" en el "jardín" del hombre, que "siempre será imperfecto" debido precisamente al amor. "Sabemos que podemos vivir sin amor, hay vidas humanas sin amor, pero lamentamos a quienes viven así", ha expuesto. Ha dicho que el amor es un "sentimiento frágil que puede romperse tan fácilmente como ha llegado" y ha añadido que cuando alguien dice "te amaré siempre" eso demuestra "la fuerza del sentimiento", pero "no es una predicción sobre lo que va a ocurrir 10 o 20 años después".
Tódorov sigue trabajando en su principal interés, que es el de "entender mejor la condición humana". Tras publicar a finales del pasado año La pintura de la Ilustración. De Watteau a Goya, el prolífico y polifacético autor ha adelantado que ahora está centrado en una obra totalmente distinta y que dedicará a los "insumisos" de la historia. Se refiere con este término a personas de distintas épocas y países que "se niegan a obedecer las órdenes que reciben de un orden represivo o dictatorial y que eligen la vía de la resistencia, pero básicamente una resistencia no armada, sino moral". Estos personales "existen, pero son poco habituales", por lo que Tódorov quiere dedicar todo un libro a hacerles "un elogio", porque cree que los políticos actuales "carecen un poco de esta motivación moral, no solo utilitaria o pragmática"
“Hay formas de mantener la dignidad moral en circunstancias extremas”
Tzvetan Todorov traza en ‘Insumisos’ ocho perfiles de lucha contra las dictaduras, desde opositores del nazismo hasta Nelson Mandela
El filósofo Tzvetan Todorov, en su casa de París la semana pasada. ERIC HADJ ERIC HADJ
Tzvetan Todorov (Sofía, 1939) se instaló en París en 1963 tras dejar su Bulgaria natal. Aquella era una dictadura menos terrible que la URSS, pero lo que pasó en la Alemania nazi y en la Rusia de Stalin le provocó reflexiones que ahora desembocan en Insumisos (Galaxia Gutenberg), un libro en el que traza los perfiles de ocho personas que se opusieron a ambas barbaries del siglo XX y a otras dictaduras: Boris Pasternak y Alexander Solzhenitsyn, que se rebelaron contra el monstruo soviético; o la francesa Germaine Tillion y la holandesa Etty Hillesum, que trabajaron contra el odio que les produjo Hitler; o Nelson Mandela. Ellos son algunos de esos personajes que transitan bajo el manto de ignominia que trazan con sangre las dictaduras.
Todorov, autor, entre otros ensayos, de La experiencia totalitaria, fue premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008. En esta entrevista, celebrada en su casa de París, reflexiona sobre el miedo y el odio a propósito de su último libro.
Pregunta. Dice que desde el miedo total empieza el valor total. ¿Lo ha sentido usted?
Respuesta. No en la misma medida que mis personajes. Ellos se han enfrentado con peligros más terribles. Yo vivía un régimen estricto y terrible, pero nunca me arrestaron ni me llevaron a prisión. A mis personajes, en la Segunda Guerra Mundial o en la Rusia soviética, e incluso más adelante, los sometieron a una increíble represión. Por eso quise escribir este libro: para explorar destinos de personas en cuyas experiencias puedo proyectarme. Pero no soy un héroe que se haya opuesto al poder totalitario de grandes enemigos.
P. Es un libro sobre el valor, capaz de superar incluso el odio.
R. Y sobre las renuncias. Mandela, por ejemplo, se sintió frustrado al final de su vida porque la sacrificó en aras de la nación y al final sintió amargura. Pasternak no era un luchador; era una persona privada, pero maduró sus opiniones y decidió dignificar su persona. Y escribió su gran libro sin ninguna consideración a los censores. No era un libro ni anticomunista ni contrarrevolucionario, pero no intentaba acomodar sus puntos de vista al dogma oficial. No estaba preparado, como lo estaba Solzhenitsyn, para sacrificarlo todo por la lucha.
P. Pasternak contemporiza con Stalin. No es estrictamente un insumiso…
R. No; desde luego no al principio. La conversión de Pasternak ocurrió después de un poema que cito y que va destinado a Stalin. Desde ese momento, 1936, se convierte en un insumiso. Ya no hizo lo que se esperaba de él, pero nunca calificó a Stalin de monstruo. Me sorprendió que cuando acabó Doctor Zhivago, en 1956, experimentó más simpatía por Stalin que por Jrushchov. Tenía una mirada compleja sobre Stalin, porque Stalin tuvo hacía él una actitud protectora: le permitió cruzar las tempestades del régimen y sobrevivir sin que le mandaran a la cárcel, ni al campo de concentración, como a otros.
P. Una referencia constante de su libro es el testimonio de Germaine Tillion. Ella decía que había que desarmar al enemigo censurando el odio y defendiendo la compasión. ¿Contra el odio lucha el insumiso?
R. Contra el odio y a favor de la compasión. Germaine es la única de mis personajes a la que conocí. Murió en 2007. Fue antropóloga, resistente antinazi, enviada al campo de mujeres en Alemania y desde entonces intentó hacer todo lo que estaba en su mano para superar el odio al enemigo; quería comprender cómo había pasado todo aquello. No para excusarlo de ninguna manera. Ella no quería imitar a los nazis: sabía que el odio era la política de los nazis. Y cuando estos fueron sometidos a la justicia no podía parar de sentir una especie de compasión. Y luego vino la guerra de Argelia; comprendía desde dentro a los argelinos. No podía traicionar a su país ni a Argelia. Así que decidió salvar a individuos de la muerte y de la tortura. No consiguió parar esa guerra, pero salvó a cien o a doscientas personas. Y se pasó la vida tratando desesperadamente de evitar la violencia.
P. Pero, ¿se puede conciliar ser amenazado por los nazis o por los dictadores y respetarlos?
R. Respetarlos no, pero sí es posible no extraerlos de la humanidad. Esto no significa que no haya que matar; esto es inevitable. Tillion era una luchadora en la guerra contra Hitler, que era inevitable. Pero la de Argelia era evitable; podía haberse manejado de forma pacífica, encontrando un compromiso para evitar cientos de miles de muertos en ocho años de guerra cruel.
P. ¿Cuál es la lección que extrae de la historia de estas vidas?
R. Que hay formas de comportarse con dignidad moral incluso en estas circunstancias extremas. Debo decir que el régimen en el que yo viví no era tan extremo como el de Rusia. En ese otro régimen gente como Pasternak tuvo que defender el respeto a sí mismo, y es lo que él quería, comportarse con dignidad moral.
P. Svetlana Aleksiévich dice que del final del sueño comunista se llegó al desierto capitalista. ¿Estamos en el desierto?
R. Hasta cierto punto, sí. Esto explica muchos aspectos de nuestra vida contemporánea. Mientras existía la dictadura de uno u otro tipo se podía soñar con su final, no como si eso fuera el paraíso, pero sí como el momento en que podían empezar a solucionarse los problemas. Pero los seres humanos necesitamos algo más que la falta de la opresión directa. Debemos encontrar un sentido a la vida. Y a los que han venido luego les ha faltado ese sentido, un proyecto político, una perspectiva. Lo que está pasando ahora con las religiones y sus extremismos es que excitan a los jóvenes frente a cualquier otro proyecto.
LA IDENTIDAD DE LOS BÁRBAROS QUE NIEGAN AL OTRO
En Insumisos, Tzvetan Todorov se plantea una pregunta nuclear: ¿las barbaries de las historias son idénticas? El pensador responde: “Todos los bárbaros no son idénticos. Lo que los distingue es que niegan la humanidad de los demás, a los que maltratan,odian y excluyen de la comunidad humana. Los nazis y los gobernantes de la Rusia comunista no eran lo mismo; tenían muchas diferencias. Pero los unía el odio al otro, al que no los obedecía. El sueño de dominar por las armas es un fracaso”.
También reflexiona sobre la excitación y atracción de los jóvenes por las religiones y los extremismos frente a cualquier otro proyecto, lo que lleva a hablar de los atentados yihadistas en Francia y en otros países.
¿Cómo puede luchar la buena voluntad contra esta guerra de hoy? “No hay respuesta simple a esa interrogante”, responde. “Entran unos encapuchados, disparan, asesinan en Charlie Hebdo, en Bataclán… La buena voluntad no sirve entonces: sirve antes o después. Los bombardeos sobre las bases del IS [el Estado Islámico] a lo mejor sirven a largo plazo, pero lo que se vio fue que esa reacción provocó más seguidores para el IS. Y los ataques de Bruselas vinieron después de esa represalia. Debemos darnos cuenta de que, sin la colaboración de estos jóvenes, que viven aquí, estas acciones hubieran sido imposibles”.
“Necesitamos hacerlos reingresar en la comunidad de un modo u otro y no permitir la extensión de este odio y resentimiento, que ese deseo de venganza no se apodere de ellos. El trabajo no es mandarlos a la cárcel, sino conquistar sus corazones”, añade el intelectual.
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