Hace
algunos años, en mí transitar como estudiante de pregrado en la Escuela de
Ciencias Políticas, nos encontramos con un artículo de opinión del filósofo y
ensayista español José Ortega y Gasset, que apareció publicado en los años 30,
titulado: “No ser hombre de partido”
(La Nación, de Buenos Aires, 15 de mayo de 1930). Que nos “obligo” a leer ese
eminente profesor Guillermo del Olmo, quien venía graduado de Yale University y
andaba metido en los estudios de la Epistemología. De donde tomo el título para
esta columna.
En las ideas expuestas por el filósofo español, se evidencia con
claridad que la discusión se centraba en la creencia de algunos, de que toda la
gente (grandes mayorías), debían de adscribirse a alguno de los partidos políticos
tradicionales. Estos, argumentaban que la sociedad será en su propia esencia
lucha y nada más que lucha, convivir significaba pelear “franca o
artificiosamente”. Y como la lucha necesitaba grupos beligerantes, había que
hacer de estos la forma sustantiva de la existencia humana.
Lo más importante
del mundo será el partido. Para esta posición, los individuos no interesaban porque morían y era preciso
perpetuar los partidos. Todo hombre sería miembro de algún partido, y sus ideas
y sentimientos serían partidistas. Lo expresado aquí, denotaba claramente que no
hay verdad ni justicia; había solo lo que al partido le convenía, y esa era la
verdad y la justicia y se entendía que habría otras tantas verdades cuantos partidos
hubiera. Ortega y Gasset, colocado en el otro extremo, enfrentaría esta
posición, y comienza desmontando la imprecisión venida del siglo XIX, donde se
decía que la existencia de partidos como tales haya sido normal entre los
hombres, a lo cual rebatía diciendo que esto era falso, que más o menos habrían
existido siempre grupos combatientes; pero que esto no quería decir que fuesen
“partidos”.
Si en éstas lo sustancial era el deseo, sinceramente sentido, de
obtener tal o cual ventaja, y solo en vista de él se agrupaban los hombres y
luchaban, en el “partido” lo sustancial es el partido mismo. Traigo esta
interesante lectura, para llamar la atención de lo banalizada que está la
discusión y las actuaciones a lo interno de nuestros partidos políticos, es
verdaderamente asombroso como ya en los inicios de los nacientes partidos, la
discusión era por el debate de las ideas e interpretación de la sociedad,
quizás por evitar el monopolio o el pensamiento único, que podrían distorsionar
el pensamiento libre, sin ataduras o imposiciones. Y quien ahora, en este
contexto, no podría decir, como Ortega y Gasset en 1930, que por fortuna esa
creencia de que todos los hombres sean partidistas, comienza ya a ser arcaica,
extemporánea y se va convirtiendo en vana gesticulación. Crece, en cambio, el
número de personas que consideran esa exigencia, además de tonta, profundamente
inmoral, y que siguen con fervor esta otra norma: “No ser hombre de partido”.
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