A María Gabriela
El 20 y 21 de julio de 1969, una fecha que cambió el destino de la historia
universal: el hombre estampó por vez primera sus huellas en la Luna. Esa hermosísima
Luna que cautivó al poeta hindú Tagore, premio Nóbel de
literatura. Esa Luna plateada que fascinó a los poetas del mundo antiguo, dejó
de ser, desde ese entonces, una imagen inspiradora de las Musas y un misterio
científico para la humanidad. Esa Luna contemplada proféticamente y con
entusiasmo por el padre de la ciencia ficción, Julio Verne, en el año de 1859.
Presenciamos desde esa fecha una hazaña que, en definitiva, sería el paso
inicial para la conquista del universo. Es decir, terminó la Edad contemporánea
y apenas comenzó la Edad cósmica. Allende las fronteras naturales de la tierra,
el vano mortal salió hacia el mundo sideral. Una nueva Era preludiaba una
civilización que daba paso al nacimiento de la conciencia planetaria.
En el marco de ese horizonte vital, algunos políticos venezolanos
entendieron la trascendencia de ese acontecimiento para el mundo. El ex-
presidente de la República de Venezuela, Rafael Caldera, sobre este hecho
portentoso, se expresó de esta manera:
… “en esta noche del 21 de
julio los hombres de todo el planeta olvidarán por completo sus fronteras, sus
diferencias ideológicas, culturales, económicas, raciales, de toda índole, para
anhelar en conjunto, por primera vez en la historia, el logro perfecto de una
hazaña que nadie vacila en calificar como el hombre planetario, y que abre
perspectivas que hoy mismo nosotros calificamos su total magnitud por ser
testigos vivientes del extraordinario fenómeno. La significación del primer
descenso del hombre en la luna puede medirse en la idea de que este alunizaje
pone fin a la edad contemporánea para
darle comienzo a la edad cósmica con todo lo que este hecho involucra en
los cambios del ser humano” (Momento, Nº 659, 20 de julio de 1969, p. 24)
De igual modo, el expresidentes Luis Herrera Campins señala:
Cuando estudiábamos la historia universal y
veíamos las diferentes etapas en la que se divide ordinariamente, se decía al
hacer referencia a la última etapa “La época Contemporánea, que comienza con la
revolución francesa y dura hasta nuestros días después de 180 años, en el mismo
mes de julio en que principió, dispone a morir la edad contemporánea para dar
paso a la era cósmica o edad sideral” (“Adiós, edad contemporánea”, El
Universal, 17 de julio de 1969).
En ese mismo orden de ideas, el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri,
coincidió con los planteamientos de ambos ex-presidentes sobre la génesis de una nueva fase del quehacer
histórico del hombre desde una perspectiva cósmica:
Este es un hecho de importancia gigantesca
porque en realidad marca un modo definitivo el comienzo de lo que pudiéramos
llamar la era espacial. Se trata de unos de los acontecimientos fundamentales
de la historia y en grado de consecuencia indudablemente mucho más importante
que ningún otro de los que anteriormente marcaron época en el devenir histórico
(Momento, íbem, p. 24)
Por otro lado, Carlos Canache Mata, exdirigente de Acción Democrática,
valoró, desde un punto de vista cultural y ecológico, esa proeza histórica:
…Vendrá un mayor apego a la tierra y a lo
de la tierra. Vendrá el solidario esfuerzo por hacer que cada hombre pueda
gozar su manera de vivir, por la cultura, por el estado anímico, y por todo lo
que puede y debe disfrutar ( “La inquisición roja“. El Universal, 1969).
No deja de ser interesante la opinión del sacerdote y economista M. Pernau,
quien puso de relieve tanto la importancia del desarrollo técnico como la
factibilidad de nuevas exploraciones del Universo:
El acontecimiento aparece, pues, como punto
clave y terminal de sorprendentes avances técnicos, y a la vez como punto de
arranque de nuevas conquistas. La exploración de los confines del universo. El
acopio de datos en confirmación de la constitución de la materia, del origen y
evolución de la vida; la posible captación de nuevas energías o la acrecida
disponibilidad de variados recursos; las enseñanzas de índole médica; la
obligada adaptación de materiales e instrumental son otras tantas vías abiertas
a la investigación y progreso científico (Momento, 1969, p. 25)
El mundo artístico venezolano se regocijó ante tan maravilloso
acontecimiento universal. Por ejemplo, Aquiles Nazoa y la bella Marina Baura se
emocionaron ante esa odisea que llevará al hombre hasta lo más lejano del
universo. El poeta Aquiles Nazoa, al respecto, expresó: “—!La conquista de la luna! Estamos en vísperas del
despertar jubiloso de los hombres a la consumación real de ese esquema, el más
antiguo, el más constante y bello que haya incubado la fantasía humana” (Momento, 1969, p.27). Por su parte, Marina
Baura, que conquistó el corazón de los venezolanos por su belleza y por su
calidad histriónica, comentó: “creo que es algo tan trascendental que no hay
palabras para expresar lo que significa. El hombre en la luna es, sin duda
alguna, algo maravilloso” (Ídem, p. 27). Como dejar de lado la admiración
que despertó en mi tía francisca, en la sabana de los dioses, Santa Rosa de
Carvajal, al ver por televisión el despegue del Apolo XI, susurró a sus nietos:
“Estamos contemplando la mayor aventura del hombre”.
Como podemos apreciar, Venezuela, tierra de gracia, descubierta un día
por el Quijote de los Océanos, Cristóbal Colón, vio con sorpresa esa hermosa
fantasía en la mirada de premonitoria agudez de Julio Verne, ese 20 y 21 de julio
de 1969, cuando un peregrino del espacio pisó la luna por vez primera. Cuando
Armstrong colocó sus pies en aquel solitario satélite natural, que iluminó con
su resplandor lírico el rostro de
nuestra infancia, en un instante, ¡divino instante!, develó a la Tierra ante
nosotros como una imagen global, en la cada una de sus partes se engranaban
entre sí. Jóvenes, así nacía la globalización como esa conciencia de un mundo
humano-natural, engarzado en síntesis creadora, expresión de la hermosa relación
de lo uno y lo diverso. En otras palabras, aquel astronauta, desde la Luna,
intuía una humanidad única y a la vez disímil. Luis Pawel y Jack Bergier, filósofos
y esotéricos franceses, editores de la Revista Planeta, para ese momento histórico
hablaban de la conciencia planetaria, que conduciría al hombre a descubrir lo más
lejano del cosmos. Los poetas revelaron mediante metáforas a un hombre
espiritual entretenido con la magia y el misterio del mundo sideral.
En la Tierra, el viaje a Luna significó en la década de los setenta del
siglo pasado el avance de las corporaciones globales, la configuración de los
bloques económicos, de las comunicaciones y los viajes espaciales. Los cielos
fueron asediados por los satélites artificiales cuyos periplos veloces abrirían
caminos hacia el infinito y misterioso universo. Los estados y las economías
nacionales comenzaron a desvanecerse ante el empuje incesante de la economía
global de origen digital y virtual.
La fantasía y la odisea sideral desataron el auge de una literatura que
rompió los cánones naturales de la narrativa. El cine, los editores y las
librerías dibujaron y dibujan a cada instante el futuro del hombre cósmico.
Viejas y nuevas generaciones se entusiasmaron con el desarrollo de una
filmografía fuertemente ligada al mundo intergaláctico. Por su parte, la
televisión se convirtió en un medio interesante para describir en todo su esplendor la conciencia histórica.
Tenemos la bella oportunidad de percibir el origen y el destino de nuestras
civilizaciones en su grandeza y decadencia. Nuestros sentidos se agudizan al
descubrir sus orígenes y se percibe con tanta maravilla la cantidad de
descubrimientos de la ciencia en los campos de la física, la biología y la
astronomía. Estamos viviendo un momento vital en la Historia Universal, en el
que mi madre, Libia Aguilar, quien no sabe leer n escribir, tiene el privilegio
excepcional de vivir, oír y ver a través de la red televisiva los temas más
agudos a las que se ha avocado la ciencia
natural !Qué maravilla! Tenemos la ventaja de tener, en nuestras manos,
un saber de la historia de la Tierra y el Universo en un punto axial. Lo vio
con claridad el poeta Borges: “En
un punto de la tierra y el universo el
hombre tendrá en sus manos la sabiduría
de la humanidad”.
Para bien o para mal, el mundo libre ha potenciado una sabiduría, producto
del avance de la ciencia y la tecnología, que le ha permitido al hombre
olfatear los más complejos aspectos sobre la vida, la muerte, la materia y el
universo. Dio el primer paso de poner al hombre en la Luna. Luego, vendrá el
planeta Marte, visitado ya por sondas espaciales. La conquista y la colonización
del Universo, en definitiva, comenzó con esas dos pisadas plasmadas para siempre
en ese lucero reluciente.
No cabe la menor duda, que a partir de esa gran odisea espacial el hombre
cambió su percepción sobre la imagen arrogante y soberbia de erigirse en el
centro y dueño del Universo. Nuevas
miradas se abrirían en ese horizonte vital en la que él pensaría en la
posibilidad de vida en otros planetas. De igual modo, comprender que somos un
punto insignificante en un vasto Universo con millones de galaxias, rodando por
el lumínico y a su vez sombrío espacio sideral. Con el agravante de que nuestro
planeta Tierra peligra ante el asedio incesante de miles de meteoritos,
cruzando por aquí y por allá, el espacio cósmico. Añadimos a esta
circunstancia, el inminente peligro de una guerra nuclear de secuelas fatales
para nuestro planeta. Sin dejar de mencionar la amenaza del recalentamiento global.
Por tanto, debemos preservar y conservar este bello jardín para proteger a la
especie humana. Sanar aquellas heridas que el enloquecido mortal ha infringido
a la Tierra, a lo largo de su quehacer histórico universal. La Tierra, gime y
llora ante los golpes violentos del artefacto mecánico y de los experimentos
nucleares.
Ahora bien, ¿cómo se fraguó esa proeza histórica? Ese afán por conquistar
el Universo comenzó hace unos miles de años, cuando el homo sapiens
se deslumbró ante el resplandor misterioso de aquella Luna, que hechizó su espíritu.
Se inventó mitos y leyendas para rendirle culto a tanta belleza merodeando
silenciosamente por las noches. La fantasía del hombre primitivo se agigantó y
estampó su mirada en aquel suelo lunar. Fueron los hombres prehistóricos los
primeros poetas que le cantaron a la Luna. Los griegos, en cambio, se la
ingeniaron con la razón para explorar la naturaleza del aquel astro que no dejó
de resplandecer en esas islas, que cautivaron a los filósofos presocráticos.
Los teólogos de la Edad Media, por su parte, persuadieron a sus feligreses del
encanto divino de un satélite natural en manos de los ángeles. Sin embargo, los
científicos de la Era moderna enunciaron fórmulas matemáticas que desvelaron
las leyes físicas que regían el funcionamiento del Sistema Solar. Un día los ángeles
emigraron y las moradas celestes se desmoronaron. La ciencia se imponía y
eliminaba las viejas creencias sobre el origen y destino del cosmos. Los
descubrimientos científicos y las tecnologías tuvieron éxito significativo en
el siglo antepasado. Asimismo, la ciencia ficción, en la mente creativa de
Julio Verne, emergió en su célebre relato: El hombre a la Luna (1859).
Otros de los portentosos de la fantasía, el científico y esoterista francés
Camilo Flamarrión, en su libro: Viaje pintoresco por el cielo, relató
sobre la existencia de otros mundos vivientes. En definitiva, la ciencia y la
ficción preconizaron el camino ineludible del hombre hacia la conquista de la
Luna. Los nuevos enfoques de la física relacionados con la teoría general de la
relatividad, de la mecánica cuántica etc., son unos senderos fértiles para
estudiar la esencia de la materia, del espacio, del tiempo, de la gravedad y de
la velocidad de la luz desde el campo no clásico. Así, sentaron los cimientos para dar paso a la Era
atómica y a la Era de los vuelos espaciales.
Los científicos, con sus enfoques teóricos, posibilitarían cambios
importantes en un mundo natural y humano bajo el influjo de la energía atómica,
con la una vía ya factible de viajes a otros horizontes, ubicados más allá de
la Tierra. La creación de la bomba V por los científicos nazis y la explosión
de la bomba atómica en Hiroshima (1945), revelaron a la humanidad, en el fragor
de un dolor inconmensurable, una nueva Era. El mundo atómico, aunado a la
mirada escrutadota del hombre a los cielos infinitos, representaron los signos
de un proceso civilizatorio de origen planetario. La posguerra aceleró la
competencia entre los imperios sobre el dominio de la materia y la puesta en
marcha de los viajes espaciales. La década de los cincuenta del siglo XX, es el
lapso de tiempo de los satélites artificiales, que asaltaron el firmamento con
su urdimbre robótica para husmear los misterios del Cosmos.
El entonces presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, en una célebre
conferencia (1960), anunció al mundo que su país pondría un hombre en la Luna
en una década a más tardar. Ello significaría un paso trascendental para la
historia de la humanidad. Para comprender mejor tamaña proeza, Kennedy resumió
simbólicamente, en cincuenta años, la historia del progreso humano hasta
alcanzar el deseado objetivo de llegar a
la Luna:
No hay hombre alguno sobre la Tierra que
pueda ver, que pueda entender por completo lo lejos a que hemos llegado y lo rápidamente
que nos hemos movido, pero condensen ustedes, si lo desean, los cincuenta mil años
de la historia del hombre en un periodo de tiempo equivalente a medio siglo. En
estos términos, sabemos muy pocos de los primeros cuarenta años, excepto que al
final de esos años el hombre aprendió a usar las pieles de los animales para
cubrir con ellas su desnudo cuerpo. Luego, hace unos diez años, bajo esta misma
pauta, el hombre salió de su cueva para construir otro tipo de refugio. Hace
solamente cinco años que el hombre aprendió a escribir y a usar un carro con
ruedas. La cristiandad se inició hace menos de dos años. La imprenta se inventó
en este año y hace menos de dos meses, durante este periodo de cincuenta años
de historia de la humanidad, la máquina de vapor nos proporcionó una nueva
fuente de energía. El mes pasado pudimos ya disponer de luces y teléfono automóviles
y aeroplanos. La semana pasada dispusimos de la penicilina, de la televisión y
de la energía nuclear, y ahora, si los nuevos vehículos norteamericanos logran
el éxito y alcanzan Venus, habremos literalmente llegado a las estrellas a las
doce de esta misma noche( John F. Kennedy. El deber y la gloria. Selección
Allan Nevis. Editorial Bruguera, 1964, España, p.p.304-305).
En otras palabras, el esfuerzo tanto humanístico como científico de la
civilización occidental se avocó a impulsar esa inmensa empresa que marcó el
rumbo del devenir del hombre en la Tierra. En efecto, el 20 y 21 de julio de
1969 la primera criatura humana posó sus pies en esa Luna plateada de
campesinos y poetas. Una proeza histórica con efectos de suma importancia en la
perspectiva de una humanidad que tiene hoy la grandiosa oportunidad de
disfrutar con delicia la magia y el misterio de la vida, inmersa en un Universo
que no deja de latir desde hace quince mil millones de años, cuando, en las
fracciones de un segundo, emergió del big bang. Hoy, la criatura de Dios
sigue examinando con persistencia los arcanos del mundo sideral, que hoy viene
ocultando silenciosamente una fuerza nueva que parece dar vitalidad al Cosmos
en expansión: la materia oscura. Somos lo uno y diverso en la complejidad de un
planeta que ahora dirige su visor hacia las inmensidades. La Luna abrió nuevos
senderos para alcanzar las estrellas.
Hermosas fueron las palabras pronunciadas por el primer hombre que pisó la
superficie selenita: “Para un hombre este es un paso pequeño;
pero para el género humano es un salto gigantesco”. El periodista W. Mayo interpretó esa frase como algo
revelador que comunicaría un nuevo destino del hombre en la Tierra:
Con ese paso pequeño para Armstrong y
gigantesco para la humanidad se iniciaba el 20-21 de julio de 1969 una nueva
era. La historia olvidará el nombre de dinastías, emperadores y conquistadores,
las guerras, las fronteras de las tribus y de las naciones; pero lo acontecido
el 20-21 de julio de 1969 será recordado siempre. Es día venturoso el hombre
hizo acto de presencia en la luna, que pasó a ser el primer peldaño para subir
a las estrellas (“Comienza una nueva era“. El Universal, 27 de julio de 1969).
De una singular importancia fueron, respecto del tema que nos ocupa, las
reflexiones del profesor venezolano López Orihuela sobre el impacto de tamaño
evento en la dinámica de la humanidad:
Señoras
y señores, celebramos este acto a pocas horas de haber realizado el hombre la
proeza de dominar el espacio y posar su planta en la superficie del globo
lunar. Esta hazaña empequeñece a todas las que había realizado antes, reduciéndoles
a magnitudes casi insignificantes. Abre perspectivas desconocidas de
consecuencias e implicaciones incalculables. Cierra el ciclo de la evolución
biológica del hombre y despeja de obstáculos el advenimiento de una nueva era
en su evolución social. El hombre del mañana tendrá muy poco que extraerle a su
viejo pasado. La humanidad ha producido en los últimos veinticinco años más
conocimiento que el que había acumulado en lo cinco mil años anteriores. La
evidencia de este salto prodigioso de su desarrollo es tal vez la más
importante revelación del vaje intersideral. Como consecuencia de esta victoria
de la ciencia en el descubrimiento de la verdad, cuando los hombres y las
mujeres del mundo regresen de su asombro a sus ocupaciones y desvelos de todos
los días, van a sentir que sus mentes y sus espíritus son el sujeto de un nuevo destino y que cada uno de sus actos
deberá tener una justificación humana universal y que cada sentimiento deberá
ser la expresión lógica de la grandeza del ser (El Universal, 26 de julio de
1969).
Aprovecho esta oportunidad para un reconocimiento significativo al mundo
animal, en la perra Laica y otras especies, fue precursor de esa titánica
aventura espacial. Mundo animal pionero que, sin temor alguno, contribuyó a los
primeros pasos de los experimentos espaciales. En ese sentido, en el trajín de
la vida cotidiana del venezolano, la señora Camila Pérez Carreño envió unas líneas
a El Universal sobre este aspecto que el hombre de vez en cuando olvida:
Con la emoción y la admiración que tienen que
sentir los pueblos y naciones, nuestra generación goza hoy el privilegio de ser
testigo de la hazaña más audaz y portentosa que hasta ahora el hombre ha
intentado. Es una prueba de la asombrosa inteligencia del ser humano, de que
este no acepta limitaciones ni físicas ni intelectuales. Es una hazaña que podría
alterar los pensamientos, las creencias, la tradición de siglos. El valor de
los astronautas confirma que el afán de conquistar lo desconocido supera su
condición temor a lo desconocido. A conciencia de que no faltarán algunas
personas carentes de sentimientos humanitarios y aptas siempre para criticar
los de los demás, reafirmamos aquí nuestra gratitud por la indispensable
contribución de los animales a esta maravillosa aventura reconocemos que esos
animales, verdadera vanguardia del espacio, han sufrido y dado sus vidas antes
de que los grupos científicos de todos los Apolo puedan proclamar la victoria.
Una vez más el animal, sujeto al yugo humano ayuda al hombre al igual que en
otras ramas de la ciencia para la humanidad pueda prolongar su estadía en este
planeta en condiciones más favorables (El Universal, 27 de julio de
1969).
Ahora bien, ¿en estos últimos cuarenta y un años qué representan para la
humanidad esta gigantesca faena histórica? Sin duda alguna, un paso
significativo hacia la conquista y colonización del Universo. Es evidente el
triunfo de la ciencia y la tecnología para examinar con rigor y precisión los más
complejos problemas en torno a la génesis y el destino del Cosmos. La presencia
del hombre en la Luna propició el sendero para continuar explorando lo más recóndito
del mundo intergaláctico.
Este hecho, el del viaje a la Luna, Para los filósofos representará un
marco propicio para la renovación de su quehacer intelectual y contribuir a
despejar el sentido, significado y lugar del hombre en la Edad cósmica. Para
los teólogos, este acontecimiento de envergadura universal expresa la grandeza
y espiritualidad de la belleza divina. El camino para explorar el espíritu de
la ciencia desde la fe y la religiosidad. Los antropólogos y sociólogos, por su
parte, consideran esta hazaña como una oportunidad para esclarecer la
naturaleza del hombre y del hecho social dentro de una dimensión allende las
fronteras de la Tierra. Los historiadores perciben, en cambio, ese viaje a la
Luna como una nueva fase para enfocar los fenómenos históricos y la posibilidad
de imaginar una nueva cronología y calendario para medir el tiempo histórico
desde esa dimensión, la sideral. Así mismo, será de interés para los futuros
historiadores investigar el hecho histórico tomando en consideración la teoría
de la relatividad, de la mecánica cuántica, de la singularidad y del principio
de incertidumbre. Concebir los acontecimientos históricos a partir de las
nociones de orden, del caos, de esa no causalidad, que es un bello reto para
los hurgadores del pasado. En fin, la historia como unicidad y diversidad bajo
el influjo de la multicausalidad. ¡Adiós al determinismo y a la certeza!
Los poetas sintieron con melancolía la pérdida de su inspiración divina
ante el coqueteo de la Luna, que manoseó el vano mortal. Ella se volvió
perecedera. En uno de los Zapatazos se desvela el afán del hombre de
cargar a sus espaldas la Luna y dejarla en un rinconcito de la Tierra. Perdió
su encanto en la fantasía de los hijos de las Musas. En ese orden de ideas, los
científicos de la NASA expresaron con alegría y sorpresa el impacto de esa
odisea espacial en el espíritu de la Tierra, que permanece absorta ante el
torbellino tembloroso de los agujeros negros. Para estos científicos, la
sobrevivencia de la humanidad está garantizada con esas dos huellas que estampó
el hombre en la Luna. Es un acontecimiento de doble significado histórico. Así,
lo expresaron dos insignes hombres de la ciencia: José H. y Von Braum. El
primero, dijo: “Y, ahora, el hombre sobre la superficie
sus pies moviéndose en un mundo
totalmente extraño y hostil, puede compararse con aquella primera criatura que
arrastrándose a gatas, surgió del océano y logró sobrevivir sobre la superficie
de la Tierra” (El Universal, julio,
1969). Más adelante, refiere el significado de este impacto en un cambio
profundo en el hombre como ser biológico y ser psíquico: “El hombre está
actualmente al borde de un nuevo principio, y tal como sucedió en aquel
organismo primitivo que salió del mar y evolucionó y cambió sobre la Tierra,
posiblemente el hombre esté ahora avanzando y saliendo de un antiguo y estrecho
ambiente para pasar a otras circunstancias que posiblemente le cambien y le
reestructuren en su evolución física y biológica”(El Universal, julio,
1969). Von Braum, padre de la astronáutica y responsable del diseño de Saturno
y Apolo II, destacó la importancia de esta odisea y la comparó con la primera
criatura marina saliendo a la tierra. Sobre este aspecto, comentó: “El otro día
cuando me preguntaron con que acontecimiento histórico podría yo comparar esto,
respondió: Con el de la vida acuática emergiendo a la Tierra” (El Universal,
julio, 1969).
Dentro de esa reflexión, Von Braum dejó a los historiadores la última
palabra: “opino que los historiadores en realidad darán a este paso tan
trascendente como aquel otro”. Y como consecuencia de esta proeza, este científico
señaló que era la gran oportunidad para la inmortalidad virtual de la especie
humana: “Creo que la capacidad del hombre par andar y vivir en otros mundos a
garantizado virtualmente la inmortalidad del hombre. De ahora en adelante,
podremos ir a donde queramos a otros mundos sustenten nuestra vida o podemos
cambiar el medio en que vivimos” (El Universal, julio, 1969). Por otro lado, Von Braum vio en esta hazaña
la esperanza de que los pueblos de la Tierra conjuguen sus esfuerzos para
realizar tareas comunes en un marco de paz y seguridad: “Deseo que llegue el
tiempo que el pueblo ruso y el pueblo chino y todo el pueblo del mundo puedan
marchar juntos y conversar juntos” (El Universal, julio, 1969).
Sobre estas breves y concisas notas en torno al significado histórico del célebre
viaje a la Luna, no dejo de recordar a tres buenos amigos, quienes, hace unos
cuantos años, aguzaron sus mentes para esclarecer este hecho trascendente y su
influjo en el destino de un planeta que todavía persiste con viejas ideas que
se produjeron en Occidente: Gerardo López y María Cristina, en largas
conversaciones, tratando de explorar tanto la magia como el misterio de la
proeza lunar en el espíritu del hombre. ¡Vaya conversaciones gratas! Iraide
Belandria, científico y artista, en el silencio del pensar contemplando el
hermoso cielo y la posibilidad de olfatear vida en ese majestuoso y fascinante
Universo, en aquellos días cuando los desiertos y la Laguna de Urao se
despojaban de sus atributos mortales para alcanzar a lo lejos el resplandor de
aquel lucero que no dejaba de mirar el primer hombre que puso sus huellas en la
Luna.
En otro orden de ideas, el humor que desencadenó esa proeza lunar ha
revelado en los poetas la pérdida de su divina inspiración sobre el ser del
misterioso satélite natural. Uno de ellos, desconocido para el público venezolano,
en un melancólico arrebato, exclamó:
!No hay remedio. No hay remedio poeta, se
acabó la inspiración. Desafine el guitarrón, aféitese la coleta y zampe entre
una gaveta las rimas una por una. Póngase usted la vacuna contra el sueño y el
soneto porque ya en un parapeto llegó a la luna! (El Universal, 27 de
julio de 1969).
Los rusos ante la severa derrota que le infringió el imperio con el Apolo
11, en su estado anímico, depresivo y melancólico, se inventaron el coctel
lunar: una combinación de vodka con coca cola y sidra que, seguramente,
impulsaría su imaginación para acelerar las próximas tareas siderales.
Tendría aproximadamente veinte años, cuando tuve la oportunidad en la
sabana de los dioses, Santa Rosa de Carvajal, de mirar con asombro, en un
televisor de pantalla en blanco y negro, tan portentosa aventura cósmica,
exclamé: “!El hombre se apoderó de los cielos en manos de los dioses, los
sabios y los poetas”. El de la calle, al son de una rockola, dijo alguien en su estado etílico: “!Ese cielo es
mío, resplandeciendo en mi alma inocente!”
Agradezco a mi estimado amigo, Marcos Ramírez, escritor
y profesor de Literatura Española Medieval de la Universidad de Los Andes, la
revisión y corrección del contenido de
este ensayo. ..
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