A la luz de los últimos acontecimientos de las luchas universitarias, es necesario recordar que las universidades, en cuanto tales, siempre han sido núcleos de transformaciones, porque son espacios de conocimiento dialéctico, de discusión y de surgimiento de diversos enfoques, aun sobre un mismo problema.
No pudo ser una experiencia desestimable el hecho de que
existieran en El Cairo y Bagdad, en la temprana Edad Media, justo cuando en
Europa aún reinaba la oscuridad, Centros de Estudios Generales, donde todo
conocimiento tenía su asiento, inclusive el proveniente de la cultura
grecolatina, de la que los europeos comenzaban a sentirse herederos legítimos.
Mucho menos lo fue el hecho de que en Jerusalén, la Ciudad Santa, convivieran
en sínodos de sabios los hebreos, los musulmanes y los hindúes, compartiendo
los saberes que provenían de la Cábala, de la Alquimia, de la Historia y de la
Filosofía.
La Iglesia había puesto hartos límites a los accesos al
saber. Ni siquiera la Biblia era de acceso permitido, ni aún a los monjes más
conspicuos y ciertos pasajes permanecían ocultos en custodias secretas. Pero
las Cruzadas permitieron el flujo de curiosidades y de ideas. Entre otras
muchas cosas, los árabes habían adoptado desde hace tiempo el uso del cero y el
sistema decimal, desde la cultura hindú. Para el naciente comercio de
Occidente, para la contabilidad en proceso de nacimiento, tal uso de lo decimal
fue un factor importantísimo de facilitación y propició el desarrollo de
operaciones complejas. Como Bagdad era el punto focal más importante del mundo
conocido para el intercambio de mercancías, allí se había generalizado el uso
de cheques, letras de cambio y pagarés, cuya estirpe venía de los chinos. Tal
costumbre se trasvasó a Occidente, donde fue rápidamente asumida por los
funcionarios mercantiles.
Finalmente, desde Bagdad se traspasaron hasta los
enclaves musulmanes en España (Córdova y Toledo, muy especialmente) las
academias, las bibliotecas, los hospitales, las prácticas de alquimia y, especialmente,
los centros de traducción de textos grecolatinos y del Corán, que tuvieron
tanta influencia en la consolidación del Humanismo Renacentista.
No es de extrañar entonces que a partir del siglo XII
surjan corporaciones independientes de intelectuales que buscaban el saber per
se y no como una manera de obtener una Licencia ni para ser funcionarios de
cualquier cosa. Eran corporaciones o gremios, con sus jerarquías establecidas y
sus reglas (algunas de las cuales parecían las de los monasterios) pero
seglares y abiertas a cualquiera que fuera capaz de aprobar el examen, figura
imitada de los chinos. La mentalidad de estas corporaciones se dirigía hacia
características tales como: la tendencia a razonar; la propensión a la
polémica; el anticlericalismo; la duda como método de acercamiento al
conocimiento; el espíritu corporativo.
Estas características distinguirán lo que se llamará
posteriormente –muy posteriormente– la mentalidad universitaria.
Todo esto se ha sido cumpliendo así especialmente en las
universidades latinoamericanas y, específicamente, en la universidad
venezolana. En ese ámbito se han generado importantes descubrimientos, han
crecido intelectuales que han sido faros en los distintos aspectos de la vida
social y cultural y se han formado generaciones de profesionales que han
modelado y han trabajado en todos los aspectos de la vida del país.
Lamentablemente, el gobierno imperante en la actualidad
pretende configurar una universidad dentro de unos parámetros específicos, que
forme profesionales encasillados en un modelo, y para ello está recurriendo a
la asfixia presupuestaria y a un llamamiento al miedo. No se trata solamente
del escuálido sueldo de los profesores universitarios, los trabajadores
universitarios en general. Se trata de algo más profundo: del descenso de la
calidad académica porque no hay dinero para la adquisición de libros y revistas
actualizados, porque se limitan los viajes de intercambio, porque ralea el
fondo para investigaciones de campo y laboratorio y se está convirtiendo la
vida académica en una especie de gueto amurallado por las dificultades, que
facilitaría la eliminación de los que allí habitan.
Me contaba Enrique Carnevali Villegas cómo su padre,
Atilano Carnevali Parilli, y su hermano Gonzalo hicieron vida política en la
Universidad Central de Venezuela, cuándo ésta quedaba frente a la actual
Asamblea Nacional. Eran los tiempos de la dictadura gomecista y aquellos
jóvenes estudiantes se enfrentaron hasta el destierro y la muerte contra la
dictadura opresiva. Los hermanos Carnevali, unos entre muchos, fueron apresados
y enviados a La Rotunda, donde se reunieron con su padre, el doctor y general
Ángel Carnevali Monreal, a quien vieron morir en prisión.
Pero la historia es conocida: estudiantes de la
Universidad Central se dispusieron reactivar la figura de los Centros de
Estudiantes, suspendidos desde los días de Cipriano Castro. Así, instalaron la
Federación de Estudiantes de Venezuela, en julio de 1927, organización ya
pensada desde 1920 y presidida en esa primera instancia por Atilano Carnevali.
Posteriormente se produjeron los acontecimientos de la Semana del Estudiante,
en 1928.
Antes y después, la universidad venezolana ha sido
semillero de ideales y vivero de constructores de sociedad. No hay que olvidar que
fueron los estudiantes de la universidad colonial los que fueron a combatir en
La Victoria el 12 de febrero de 1814, convocados por José Félix Ribas ante la
escasez de tropas. Lograron frenar el avance realista a un altísimo costo en
vidas. La historia de la universidad venezolana está llena de esos ejemplos.
Todos los venezolanos agradecemos nuestras libertades,
duramente conquistadas, a estos y otros héroes que surgieron de la universidad
venezolana. En todas las épocas oscuras, la universidad siempre ha sido la casa
que vence las sombras. Y es algo muy sencillo de comprender para todos, menos
para los que la quieren convertir en una envasadora de enlatados que digan
hecho en socialismo.
11 de Abril del 2021
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