Las dictaduras han ejercido desde
siempre una fascinación malsana sobre las personas. Y esa fascinación tiende a
acentuarse en los intelectuales o en los individuos de cierta formación. El
filósofo Platón, por allá en el año 366 A.C., visita a Sicilia para educar al
tirano Dionisio II en el arte de gobernar. Ilusamente creía poder convencer al
autócrata sobre las bondades del conocimiento, la justicia y la honradez. Lo
cierto fue que tuvo que salir huyendo de allí, bajo falsa promesa de regreso,
porque su vida peligraba a causa del tirano que pretendió educar. Dos mil años
después, un cierto secretario de Florencia, Niccolo Macchiavelli, dedicó su
obra principal “El Príncipe” al mismo hombre que lo había puesto preso y
torturado con anterioridad. Y el propio Beethoven dedico una de sus sinfonías,
la Tercera, al tirano Napoleón Bonaparte, aunque luego borraría la dedicatoria.
En el siglo XX, la dictadura más
atroz que conociera el mundo llegó al poder de la mano de los electores. Adolf
Hitler fue electo Canciller de Alemania con casi un 50% de los votos populares.
Josef Stalin tuvo millones de devotos al igual que Benito Mussolini. Francisco
Franco todavía hoy despierta simpatías. Mao Zedong es objeto de culto en China,
como su par Kim Il-Sung de Corea del Norte. Si sumamos los asesinatos ordenados
por esos dictadores, fácilmente pasamos de largo los cien millones de muertos.
Cifra por lo demás espeluznante.
Durante la Guerra Fría, las grandes
superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, tenían su propia colección
de dictadores y tiranos. Del lado americano estaba Anastacio Somoza, de quien
F.D. Rooselvet diría que era un ´son of a bitch, but he´s our son of a bitch´.
Augusto Pinochet en Chile, José Rafael Videla en Argentina, José María
Bordaberry en Uruguay, Arthur da Costa en Brasil, por nombrar algunos. Del lado
comunista estaban Nicolae Ceaucescu en Rumania, Walter Ulbricht en la República
Democrática Alemana, Pol Pot en Camboya, Muamar Gadafi en Libia, Fidel Castro
en Cuba, por nombrar otros. Y algunos de esos tiranos eran de ambos ambos,
dependiendo de su carácter ese día. Tal fue el caso de Idi Amín o Saddam
Hussein. Todos ellos asesinos de su propio pueblo. Todos ellos genocidas. Todos
ellos tratados como dioses en su momento de mayor gloria y opresión. Todos
ellos ya muertos. Tiranos de izquierda, tiranos de derecha.
Lo inquietante es que estas personas
no asesinaron a millones de ciudadanos por sí mismos. Sus acciones fueron
apoyadas por sus propios compatriotas. Campesinos, maestros, soldados, obreros,
intelectuales. Todos ellos renunciaron a su propio raciocinio y simplemente
creyeron en la palabra de esos dictadores como un mandato divino. En nombre de
la libertad, del progreso, de la patria o de la revolución obedecieron las
órdenes más indignas, delataron a su propia familia, asesinaron a sus amigos,
patearon a su vecino y finalmente, ellos mismos sufrieron la cárcel, el
destierro o la muerte que gratuita repartieron en nombre de ese dictador.
Es curioso que a veces los
intelectuales, literatos y poetas se cuenten entre los más fervorosos
partidarios de esos tiranos. Así vemos a un Gabriel García Márquez y Julio
Cortázar defendiendo a Fidel Castro, a Martin Heidegger apoyando a Hitler, a
Gabrielle D’Annunzio apoyando a Mussolini, a Noam Chomsky aplaudiendo a Chávez.
Parecer ser que las finas intelectualidades de esos pensadores no entendían (o
no entiende, en el caso de Chomsky) acerca de los derechos humanos, de la
libertad, de la dignidad humana o del valor de la vida.
Ha muerto Fidel Castro, un tirano de
izquierda. El hombre que secuestró las libertades del pueblo cubano, y gracias
a la mayoría del pueblo cubano, por casi seis décadas. Castro nunca creyó en la
democracia, ni en los derechos humanos, ni en la libertad. Para él, la
democracia consistía en elegirlo una y otra vez como jefe supremo de Cuba. La
libertad consistía en ser libre para alabarle. Los derechos nacían y morían en
su persona, inexistentes en los demás. Hoy la humanidad puede dormir aliviada
porque uno de sus opresores no volverá a ver la luz del día.
Ha muerto Fidel Castro, un tirano. No
importa que fuera de izquierda. Para las tiranías, el tema ideológico es casi
un accidente. Siempre y cuando sirva para adormecer las mentes, acallar las
conciencias, comprar las voluntades y obedecer las órdenes, la ideología es la
sirvienta predilecta de los dictadores.
Ha muerto Fidel Castro, el tirano. Un
rezago de la Guerra Fría. Sostenido en el ajedrez geopolítico internacional
como ese peón incómodo que queda atrapado en una esquina sin poder avanzar.
Castro fue una especie de fósil viviente, que Hugo Chávez trato de revivir con
proyectos fallidos. El “Socialismo del Siglo XXI” y “Patria, Socialismo o
Muerte” no fueron sino vulgares refritos del dictador cubano. Que descansen en
paz los dictadores con sus ideas.
Ha muerto Fidel Castro, un tirano.
Irá al cementerio como todos los tiranos. Los vivos nos quedaremos escribiendo
su historia, su verdadera historia. Mientras vivió, los cronistas oficiales
cantaron loas a su ferocidad e ignominia. Una vez muerto, el verdadero juicio
de la historia determinará que su legado fue de pobreza, miseria, persecución y
oprobio.
Ha muerto Fidel Castro. Una oración
por la paz de Cuba. Oremos por los que salieron de la isla y murieron fuera de
su país. Por aquellos que murieron en una cárcel cubana por el delito de
criticar al dictador. Por aquellas que se prostituyeron a turistas extranjeros
debido a la miseria, mientras el dictador comía suculentos manjares en costosas
mansiones. Por aquellos que aun viven y padecen las torturas de un régimen
autocrático.
Ha muerto Fidel Castro. Latinoamérica
sigue viva. Hay más democracia, hay más libertad, hay más riqueza. Ese bufón
devenido en dictador no logró convencer a los latinoamericanos de sus sueños de
muerte y desesperanza. Hoy vemos como Perú y Chile, pero también Brasil y Costa
Rica, están a punto de desarrollarse, tal como Colombia y México. Los únicos
que compramos esa pesadilla castrista fuimos los venezolanos, y con esfuerzo
saldremos pronto de ella. Así pues, gritemos hoy con gusto: “¡Ha muerto el
comunismo! ¡Ha muerto Fidel Castro!”.
Prof. Lenin Eduardo
Guerra
27 de Noviembre de 2016
Departamento de Políticas Públicas
Universidad de Los Andes-Venezuela
leninguerra@gmail.com Twitter: @guerra_lenin
27 de Noviembre de 2016
Departamento de Políticas Públicas
Universidad de Los Andes-Venezuela
leninguerra@gmail.com Twitter: @guerra_lenin
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