¿Existe la moral en política? ¿Qué elegimos
los que no votamos? ¿Cuál es la opción ahora -moral y política- de quiénes participaron inconscientemente en
un fraude que estalla ahora como revelación en una conciencia atormentada, o
desdichada, porque los números no fueron los que soñaron en su adánica y poco convincente inocencia? ¿Es posible que
el hambre sea una mercancía negociable, con su agónico valor de cambio?
De ahora a lo que
sigue sale esta suerte de epistemología de la pregunta: el por qué, por qué,
por qué de los viejos sabios o de los párvulos en estado de crecimiento
y percepción de un mundo y una vida.
Moral y política. Un
tema enmohecido pero que desde Maquiavelo adquirió ese rango de amoralidad que
coloca a la política en un más allá del bien y el mal. Nace entonces la real
política, que es la trama del parlamento de los hechos. Los hechos adquieren
autonomía y ley de gravedad: en política
entonces todo viene a girar en torno al
hecho, por ilógico, arbitrario, ilegítimo o absurdo que sea. Visto así, la moral no puede entrar al
ejercicio político porque se hace costumbre, y esto vendría a crear un
obstáculo ético para la cruel, desalmada y cruda realidad del hecho, que como
es real es racional. Metafísica de la objetividad Suprema. Nietzsche dijo que los hechos no son morales,
y dijo bien, y sobre esa distinción dionisíaca estructuró un andamiaje de la
voluntad de poder que raya en lo diabólico. El superhombre confecciona hechos
sin moral y los legitima sin piedad. ¿Y quién le puede exigir moral al
Superhombre? Los venezolanos que ayer cayeron en la “amoralidad”, o en la
“inmoralidad” del régimen, a sabiendas o no de lo que les esperaba, DEBEN ahora
conjurar la desdicha con la “ética de la responsabilidad”.
La abstención y la “ética de la convicción”.
Los que ayer elegimos la incómoda condición de una “ciudadanía negativa”, votamos por sacar a la política del fango
putrefacto en la que está, y por el rescate de la institucionalidad democrática.
Ahí está la razón de los números. Un fenómeno
electoral cantado, rezado y razonado, arrojó una cifra modesta que luce ponzoñosamente
razonable ante dos “hechos” indescriptibles: no hubo fraude y la abstención fue
un voto en blanco por Maduro. Si se
cantó diez, once millones y la cifra no llegó a los seis, he ahí la imparcialidad
del Gran Ente. Ahora bien: el punto no era la cifra sino el resultado. Y ahí lo
tienen. Genius fraudélicos.
¿Qué queda ahora para
quienes comprometieron su condición democrática y la apostaron a la demagogia?
Una gran pregunta que espera por razonadas respuestas, sin parlamentos de
cromañón.
¿Es ciertamente
posible que el hambre sea una mercancía negociable en estados de incertidumbre
entera? Pido ayuda al maestro Fernando
Mires de quien leí en estos últimos días sesudas reflexiones sobre la
irresponsabilidad histórica de quienes optamos por la ciudadanía negativa.
Mires nos ilustró sabiamente, apelando incluso a la discursividad encantadora
del romanticismo de cantina, en un esfuerzo grandioso pero inútil para que
cerráramos los ojos ante esta desvergüenza de la dictadura. ¿Es el hambre
negociable o intercambiable, maestro Mires?
Ahí le dejo el bolero “Hambre” en la voz insaciablemente erótica de la
inolvidable Blanca Rosa Gil. ¿Qué hacer,
qué sentir?.
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