La digitalización, junto con la «etapa superior» de la inteligencia
artificial, anticipa fuertes transformaciones en todas las dimensiones de las
relaciones sociales, con impactos en la política que aún no podemos perfilar
con precisión. No obstante, ya pueden verse algunos efectos de la
«psicopolítica digital» y del control y procesamiento de enormes volúmenes de
datos para anticipar el comportamiento humano, maximizar ganancias y
perfeccionar la penetración y el control de los mercados, en el marco de una
«razón tecnoliberal» en expansión.
Las revoluciones políticas más importantes se están
produciendo en los laboratorios y las empresas tecnológicas. Allí se está
decidiendo si el futuro va a estar en nuestras manos y de qué modo. Daniel
Innerarity
Introducción
¿Qué tipo de liderazgo demandará una realidad que se
articula cada vez más por consensos que se establecen en las redes? ¿Cómo se
construirá lo común, esa amalgama de prioridades, propósitos e intereses que
hacen posible la sociedad, en la era de la individuación? ¿Cómo se tomarán
decisiones en una realidad signada por la instantaneidad del touch en
una pantalla? Las herramientas digitales se expandieron a todos los órdenes
existenciales y crearon una cotidianeidad reticular en la que la comunicación
fluye arrebatadamente. Los líderes políticos decidirán presionados por la
inmediatez, abrumados por una sobreinformación saturada de un barullo que no da
tregua para el ejercicio introspectivo.
La digitalización de la vida va a impactar en todas las
dimensiones de las relaciones sociales. Solo a modo de ejemplo: ¿cuál será el
futuro de la democracia o, de modo más simple, cómo ejerceremos nuestro
elemental derecho a decidir libremente si, como se anuncia, la combinación de
desarrollos de inteligencia artificial y de biotecnología no solo permitirá
interpretar la información que surge de nuestra vida cotidiana, privada, sino
también manipular nuestras emociones y comportamientos?
La era digital
La velocidad, extensión e intensidad que exhibe la
dinámica de innovación tecnológica están modificando la naturaleza y los
patrones que guían las relaciones sociales. Ese masivo proceso de
digitalización de información sobre las personas devino en la construcción de
una «infoesfera», imponente caja de resonancia que mezcla y reconfigura
constantemente las ideas, las emociones y los impulsos emitidos por un número
infinito de usuarios en la red.
A este proceso se están incorporando progresivamente
desarrollos de inteligencia artificial que están llamados a profundizar y
complejizar los cambios en marcha. Son herramientas que procesan información
mediante algoritmos, en cantidades y a una velocidad que exceden la capacidad
del cerebro humano. La inteligencia artificial lleva consigo la posibilidad del
autoaprendizaje, es decir, la capacidad de los algoritmos de incorporar
permanentemente nueva información y perfeccionar automáticamente sus recursos
para analizarla, lo que permite a las máquinas generar su propio capital
cognitivo. El concepto de singularidad, aplicado en el ámbito de la tecnología,
hace referencia a este momento, que deviene en crucial instancia en la que las
máquinas podrían alcanzar una inteligencia igual o superior a la del ser
humano. Es decir, se trata de máquinas (computadoras, robots, softwares)
capaces de aprender por sí solas y de mejorarse a sí mismas, susceptibles de
inaugurar un inédito proceso de creación de inteligencia. La magnitud de este
proceso ha motivado a Henry Kissinger, uno de los más importantes arquitectos
del orden mundial del siglo pasado, a expresar lo siguiente:
La tecnología moderna plantea desafíos para el orden y la
estabilidad mundial que carecen de todo precedente (...). Personalmente, creo
que lo que trae aparejado la inteligencia artificial es crucial (...). Que
nuestras propias creaciones posean una capacidad de análisis superior a la
nuestra es un problema que deberemos resolver.
La capacidad de autoaprendizaje aún no es conceptual,
sino que se produce en términos de resultados matemáticos, mediante ajustes que
van rediseñando los algoritmos. Estos, como representación matemática de la
información, no reconocen el contexto ni la perspectiva histórica, de allí que
sus resultados deriven de un procedimiento de procesamiento de datos que se
concreta en función de los objetivos e intereses del programador.
Capitalismo y vigilancia
La sociedad en red hace que la comunicación fluya de
manera incesante, diseminando las huellas de la vida de las personas por el
tejido tecnológico. La exposición pública y la vida privada pueden ser grabadas
y recopiladas como datos, que pueden ser interpretados y grabados para influir
sobre los deseos, aspiraciones y necesidades. La manipulación de grandes
volúmenes de datos (big data) pone en marcha una lógica de acumulación que
tiene por finalidad la predicción del comportamiento humano para maximizar
ganancias y perfeccionar la penetración y el control de los mercados. La
información sobre y de las personas deviene en insumo estratégico para la
creación de riqueza y de poder. La tecnología de poder que se deriva de esta
nueva lógica de acumulación monetiza la intimidad y prioriza, por sobre la
propiedad de los medios de producción, la de los medios de manipulación de
comportamientos
.
Así, cuanta más información sobre una persona se dispone, más posibilidades
existen para influir sobre ella. Puntualiza Shoshana Zuboff:
El asalto sobre los datos acerca del comportamiento en el
día a día de las personas es tan amplio que las dudas ya no se pueden
circunscribir al concepto de privacidad y a sus efectos. Ahora estamos ante
otro tipo de desafíos, que amenazan las bases mismas del orden liberal-moderno.
Son retos que impactan sobre la integridad política de las sociedades y el
futuro de la democracia.
Los
algoritmos pueden identificar los miedos, deseos y necesidades, y esa
información se puede utilizar en contra de los usuarios. El uso abusivo de
estos dispositivos de vigilancia y manipulación podría hacer inviable la
democracia representativa y crear una «dictadura informacional» En este sentido, Daniel Innerarity precisa:
Los tres elementos que modificarán la política de este
siglo son los sistemas cada vez más inteligentes, una tecnología más integrada
y una sociedad más cuantificada (…) La gran cuestión hoy es decidir si nuestras
vidas deben estar controladas por poderosas máquinas digitales y en qué medida,
cómo articular los beneficios de la robotización, automatización y
digitalización con aquellos principios de autogobierno que constituyen el
núcleo normativo de la organización democrática de las sociedades.
¿Qué pasará cuando, en pocos años, el cruce entre
herramientas de la inteligencia artificial y de la biotecnología abra las
puertas a formas aún más novedosas, por lo intrusivas y sofisticadas, de
control social? Yuval Harari advierte sobre esta distopía: «El auge de la
inteligencia artificial podría eliminar el valor económico o político de la
mayoría de los humanos. Al mismo tiempo, las mejoras en biotecnología tal vez
posibiliten que la desigualdad económica se traduzca en desigualdad biológica»
Aplicar recursos de la inteligencia artificial producirá
otro efecto llamado a generar reacciones sociales y políticas: el creciente
desempleo por el reemplazo de la mano de obra tradicional. Estas tecnologías
trastocarán la relación entre capital y trabajo en las economías de todo el
mundo. Aun cuando generen nuevos empleos, se prevé que lo harán en una
proporción mucho menor a la de los que destruirán.
Psicopolítica digital
La construcción tecnológica de la personalidad
estandariza al ser humano, lo aleja de lo imprevisible, lo sistematiza y
codifica, pautando las reacciones, reconfigurando las creencias y afectando el
libre ejercicio del juicio personal, instancia germinal e indispensable para el
acto político. El espacio de lo político se reduce y los márgenes para el
ejercicio de liderazgo se comprimen. El ser digital funge, esencialmente, como
un ser individual, protagonista de asociaciones fugaces e inestables.
Es el
sujeto de una dinámica de atomización social que desmonta el sentido abarcador
de lo público. La organización reticular fragmenta el espacio de participación
política y conspira contra la gestación de dinámicas de consenso sobre
intereses colectivos. La segmentación del público favorece la asociación de
voluntades en torno de objetivos parciales, de nicho. De esa manera, las
prioridades se alejan de lo común y se sitúan en el plano de lo grupal,
temporario y superficial.
El medio digital sumerge al líder político en una
realidad sin privacidad, en la sociedad de la comunicación y de la
visibilidad-transparencia. Lo expone, lo hace visible. La visibilidad es el
resultado natural de las interacciones en la red y la búsqueda de transparencia
es una premisa que el ciudadano digital ha interiorizado como fetiche pero que,
en el extremo de un ideal absoluto, afecta la toma de decisiones. La excesiva
exposición puede atrofiar u oprimir la voluntad del decisor, nublar sus
convicciones y debilitar su predisposición a exponer sus creencias. Esta
exposición pone en entredicho entonces al líder y al decisor, pone en cuestión
la determinación del conductor, afectando una dimensión estratégica de la
política. Como señala Byung-Chul Han: «El imperativo de la transparencia sirve
sobre todo para desnudar a los políticos, para desenmascararlos, para
convertirlos en objeto de escándalo. La reivindicación de la transparencia
presupone un espectador que se escandaliza»
El ritmo de comunicación constante, espontáneo e
inestable descompone las ideas en opiniones, lo que resta densidad a la
elaboración ideológica. Debilita la necesidad de asociación y construye
retraimiento. Desaparece la idea de conjunto. Éric Sadin lo resume del
siguiente modo: «La innovación digital modifica y modela el universo cognitivo,
con lo que debilita la posibilidad de la acción política, entendida esta como
la implicación voluntaria y libre de los individuos en la construcción del bien
común.
La subjetividad que construye la sociabilidad en red es autorreferencial. La
representación autorreferencial es representación de sí mismo, es
autorrepresentación que debilita la idea de comunidad y los sentimientos de
empatía, que paraliza el sentido de adhesión, la disposición a la lealtad,
necesarios para articular la representación. La crisis de representación es
otra de las dimensiones estratégicas de la política que se ponen en cuestión.
Son precisos, nuevamente, los términos de Han:Nos dirigimos a la época de la
psicopolítica digital. Avanza desde una vigilancia pasiva hacia un control
activo.
Nos precipita a una crisis de la libertad con mayor alcance, pues ahora
afecta a la misma voluntad libre. El big data es un instrumento
psicopolítico muy eficiente que permite adquirir un conocimiento integral de la
dinámica inherente a la sociedad de la comunicación. Se trata de un
conocimiento de dominación que permite intervenir en la psique y condicionarla
a un nivel prerreflexivo.
Pulsión tecnototalizadora
Cuarta Revolución Industrial, Revolución Informacional,
Revolución Digital: distintas nominaciones para describir el creciente poder
global de un orden corporativo concentrado, protagonizado por un grupo de
megaempresas que han alcanzado un nivel de influencia sistémico y están
cambiando la escala del modelo global de negocios.
Empresas como las estadounidenses Google, Amazon,
Facebook, Apple, Microsoft, Amazon, Tesla, Netflix, Airbnb y Uber o las chinas
Baidu, Alibaba y Tencent impulsan un cambio de paradigma en el capitalismo
global. Participan de un exclusivo club de gigantes ambiciosos, líderes en
innovación, que están protagonizando un acelerado y certero proceso de
acumulación de poder político, económico, cultural y logístico para erigirse en
los creadores de un inédito «modelo industrial-civilizatorio»
.
Siete de las diez mayores empresas globales por capitalización
bursátil en el mundo son monopolios tecnológicos. Por ejemplo, el valor
bursátil de Microsoft alcanzó este año el billón de dólares, un monto que
compite con el pib de México, la decimoquinta economía mundial. Para
entrever el grado de influencia que han alcanzado estas empresas, sirve tomar
como ejemplo Twitter, un servicio de mensajería por internet que, se calcula,
hace circular unos 500 millones de intercambios por día. Si partimos de la
premisa de que cada tuit contiene unas 20 palabras promedio, el volumen de
contenidos que se publican en Twitter en un solo día equivale al que, se
estima, produjo un diario tradicional de una gran ciudad, por ejemplo The
New York Times, en 182 años.
Las grandes corporaciones tecnológicas se expanden
poniendo bajo control nuevas áreas de la economía y utilizando recursos
tecnológicos que optimizan las condiciones de conectividad y la velocidad de
los procesadores. Se estima que las velocidades de cálculo se duplican cada 18
meses y que la conectividad se duplica a un ritmo apenas más lento. Estas
megaempresas interpretan y ejecutan, en los hechos, una ideología
universalizadora tecnoliberal que les sirve como argumento de legitimación.
Postulan la razón tecnocientífica que presenta a la tecnología como la
herramienta definitiva, aquella que resolverá los problemas pendientes del ser
humano. La ontología tecnolibertaria consiste en descalificar la acción humana
en beneficio de un ser computacional, que se juzga superior. La inteligencia
artificial representa la mayor potencia política de la historia, ya que se la
convoca a personificar una forma de superyó dotado en una presunción de verdad
que orienta nuestras acciones, individuales y colectivas, hacia el mejor de los
mundos posibles1
La razón tecnoliberal da rienda suelta a un capitalismo
precarizador, extremo, que a la vez que entroniza una cotidianeidad actuada por
individuos sin identidad ni vínculos consolidados, disgrega las formas de
organización y convivencia inherentes a la comunidad humana, vaciando de
sentido las estructuras de solidaridad comunitarias, desde la familia hasta los
sindicatos, la escuela, la universidad y, por último, el Estado.
Conclusiones
Los excesos del imperio de la conectividad inhiben las
posibilidades de reflexión, la inmediatez provoca inseguridad y sesga la
introspección. El desarrollo del conflicto político comienza a articularse en
el plano de la información, a medida que se aleja del espacio físico, lo que
expone al decisor político a la tentación de una respuesta simple, emocional y
efectista. Los consensos que surgen de la sociedad en red recrean valores,
referencias y símbolos que nacen de la búsqueda de asentimiento antes que de la
meditación. Son resultados que no han sido tamizados por la experiencia ni la perspectiva
histórica.
Si desde siempre el ejercicio del liderazgo necesitó del
contexto y de la historia, y del conocimiento por encima de la información, hoy
y cada vez más deberá lidiar con prácticas que ponen en juego estrategias de
marketing y eslóganes previstos para obtener la aprobación inmediata.
La
omnipresencia de lo digital está destruyendo los tejidos de confianza que
mantuvieron unido al conjunto social, pero a una velocidad tal que
instituciones y decisores no se pueden adaptar; así, es poco lo que pueden
hacer para repararlos. Estas dinámicas nos conducen a un futuro que estará
signado por un andamiaje tecnológico con capacidades potencialmente absolutas
que es preciso humanizar. Se trata de prestaciones que ponen en cuestión el
tipo de organización social que las cobijará y que aún demandan un anclaje
ético y un conjunto de postulados filosóficos que las rijan.
Nota: este texto integra el volumen Futuros: miradas
desde las humanidades, coordinado por Andrés Kozel, Martín Bergel y Valeria Llobet,
de próxima aparición en la colección Futuros (FUNINTEC / UNSAM
Edita). Foto: Mike MacKenzie
Relacionados
1.
Enzo Girardi: es docente de la Maestría en Estudios
Latinoamericanos del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad
Nacional de San Martín (unsam) y coordinador del grupo Cibersociedad,
Ciberdefensa, Ciberseguridad, Protección de Datos Personales (c3pd) en esa
misma universidad.Palabras claves: digitalización, inteligencia artificial,
psicopolítica digital, razón tecnoliberal.Nota: este texto integra el volumen
Futuros: miradas desde las humanidades, coordinado por Andrés Kozel, Martín
Bergel y Valeria Llobet, de próxima aparición en la colección Futuros (funintec
/ unsam Edita).. «Lo digital es lo político» en La Vanguardia, 11/3/2019.
2.
Ver Allan Dafoe: «The ai Revolution and International
Politics» en YouTube, 17/7/2017, www.youtube.com/watch?v=zef-mIkjhak.
Para conocer con mayor detalle el pensamiento del ex-secretario de Estado
norteamericano sobre la emergencia de la inteligencia artificial, v. H.
Kissinger: Orden mundial, Debate, Buenos Aires, 2016.
3.
S. Zuboff: «Big Other: Surveillance Capitalism and the
Prospects of an Information Civilization» en Journal of Information Technology
vol. 30, 2015.
4.
S. Zuboff: «The Secrets of Surveillance Capitalism» en Franfurter
Allgemeine, 5/3/2016.
5.
Martin Hilbert: «La democracia no está preparada para la
era digital y está siendo destruida» en La Nación, 10/4/2017.
6.
D. Innerarity: ob. cit.
7.
Y. Harari: «Why Technology Favors Tyranny» en The
Atlantic, 10/2018, p. 98.
8.
B.-C. Han: Psicopolítica, Herder, Barcelona, 2014, p. 11.
9.
É. Sadin: La silicolonización del mundo, Caja Negra,
Buenos Aires, 2018, p. 96.
10.
B.-C. Han: ob. cit., p. 39.
11.
É. Sadin: ob. cit.
12.
Ibíd., p. 109.
Nuso. org
26 de Octubre del 2019
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