Hace pocos días se celebró, con un imponente desfile
militar, el 70 aniversario de la llegada del Partido Comunista al poder en
China, marcando una época, sobre todo durante el último cuarto de siglo, con
Deng Xiaoping a la cabeza, de cambios profundos que han desdibujado su perfil
socialista, el que Mao y sus seguidores le trazaron.
Capitalismo, hoz y martillo
Cierto, la transformación de China ha sido espectacular.
Desde principios de los ochentas, la economía se encuentra entra las que
más crece en el planeta, según lo demuestran el tamaño del PIB (que ha crecido
a un promedio del 10% durante los últimos años), su creciente participación en
la economía mundial, los niveles de consumo y en general todos los indicadores
que suelen emplear los técnicos para medir los asuntos del desarrollo, incluso
el esfuerzo descomunal invertido en la educación de su gente, todo ello sin
rehuir, por cierto, su decidida participación en la carrera armamentista con
Rusia y Estados Unidos.
Pero se observan, así mismo, cifras elevadas de
desempleo, marcados desequilibrios regionales, niveles muy altos de
contaminación ambiental (China es uno de los principales causantes del cambio
climático y consume cerca de la mitad del carbón que se produce en el mundo),
notable desigualdad social y como éstos, otros aspectos que traslucen un
desarrollo que, si bien es notable, tiene sus luces y sus sombras.
China navega capitalismo en popa. El suyo es un
capitalismo rudo, por no decir salvaje, y busca ser la primera potencia
económica del planeta y cuenta, inclusive, las agallas propias de una nación
imperialista. No re inventó, entonces, el socialismo, tratando de amoldarlo al
Siglo XXI, según pregonan con terquedad de algunos ideólogos, no sé si
dogmáticos o despistados, sino que instaló el capitalismo a su estilo, bajo la
mano visible del Partido Comunista, controlando cuidadosamente los espacios a
la otra mano, la invisible del mercado.
Qué diría Orwell
Por donde quiera que se le mire el suyo es un gobierno
despótico. El Partido Comunista es la madre de todas las organizaciones y el
cargo de Presidente, desempeñado por Xi Jinping, concentra todos los poderes y
supone su permanencia indefinida en el puesto. La participación de la gente en
la orientación del proceso social es muy limitada. La organización de los
trabajadores siempre resulta muy cuesta arriba. Y por citar apenas un último
asunto, el informe de los organismos internacionales en cuanto a los derechos
humanos es casi impresentable, entre ellos el de Human Rights Watch.
En
China pareciera, así pues, asomar un capitalismo de estado incubado dentro de
un férreo autoritarismo político que ofrece estabilidad y altísimas tasas
de crecimiento económico. En algunos estudios lo han calificado de
“tecnodictadura”, expresión de un modelo fundamentado en los últimos avances
tecnológicos, que prefiere abiertamente el “orden” por sobre la libertad.
En este sentido cabe mencionar entre otras cosas, que el
gobierno usa cada vez más circuitos cerrados de televisión, grandes bases de
datos e inteligencia artificial con el objetivo de estudiar el comportamiento,
las esperanzas, los miedos y los rostros de los ciudadanos chinos e impedir la
disidencia y los desafíos a su autoridad.
Es sabido por diversas fuentes, que el régimen chino
estableció bases de datos de «crédito social» en línea, acompañado de una
suerte de “carnet por puntos” (cualquier parecido con el gobierno venezolano es
simple ocurrencia), lo que sugiere que eventualmente podría lanzar una sola
calificación para todos los ciudadanos chinos, que incluye evaluaciones
crediticias, comportamiento en línea, registros de salud, expresiones de lealtad
al partido y otras informaciones, mediante la mayor utilización de la
inteligencia artificial, el reconocimiento de voz, los datos masivos y otras
tecnologías digitales, al paso que restringe el acceso de los ciudadanos a
internet mediante una nueva versión de la “gran muralla China”.
En 2015 el Presidente Xi Jinping aprobó un plan
estratégico orientado a modernizar su base manufacturera mediante el desarrollo
de diez sectores de alta tecnología, entre los que figuran la robótica, los vehículos
alimentados por nuevas energías, la aeronáutica espacial, la inteligencia
artificial e incluso la genética. Pekín aspira, así, lograr una autosuficiencia
del 70% en las áreas escogidas.
Y la cosa va tan en serio que en 2017 fue el país del
mundo que registró más patentes (un 43,6% del total), más del doble que Estados
Unidos, y que en 2018 su inversión en Investigación y Desarrollo (IyD)
representó el 2,1% de su PIB frente al 1,4% de diez años atrás. En el mismo
sentido vale la pena hacer notar que ya figura como potencia en campos como la
inteligencia artificial, el big data y la robótica y varias de sus empresas se
codean con las más importantes en el escenario internacional. Habrá,
pues, que ver cuáles son las consecuencias que derivan de este dominio chino en
el resto del mundo.
Hasta en el fútbol
En los últimos años el gigante asiático aspira, así
mismo, a figurar de manera estelar en el fútbol, en donde su actuación ha sido
hasta ahora muy modesta. En función de lo anterior, ha convertido el desarrollo
del balompié en un asunto de Estado y tiene como objetivo que el país sea una
"superpotencia mundial de fútbol" dentro de pocos años y para ello,
aparte de fortalecer su liga profesional, atrayendo entrenadores y jugadores de
todas partes del mundo, está realizando importantes inversiones en
infraestructura (estadios, canchas, centros de entrenamiento).
Según el plan
propuesto, llevado a cabo por la Federación China de Fútbol, se ha previsto
destinar alrededor de 800.000 millones de dólares durante la próxima década y
se espera que el año 2020 el equipo masculino figure como el mejor de Asia y
sea campeón mundial a más tardar dentro de 15 años.
La idea es, pues, sustituir a Europa como nuevo eje del
balompié mundial, no sólo en el sentido meramente deportivo, sino, sobre todo,
desde el punto de vista comercial. Así, el fútbol seguramente tomará otros
rumbos y asumirá otros esquemas, quien sabe con qué consecuencias.
Y como se dice del fútbol se dice, en general, del
deporte. Resulta difícil suponer que China no resulte el país que obtenga más
medallas en los próximos Juegos Olímpicos.
¿Modelo para estos tiempos?
En resumen, China ha adoptado, desde hace tres décadas,
un capitalismo sui generis, que combina con una forma de gobierno asentada en
el partido único y la centralización del poder, un formato que los chinos han
dado en identificar, más antes que ahora, como “socialismo de mercado”,
buscando hacer simbólicamente amigables la hoz y martillo con su sistema
capitalista peculiar, un injerto que comienza a verse con simpatía en
algunos sectores ideológicamente vario pintos, en diversas partes del planeta.
Mala noticia ésta, me parece. Preocupa pensar que el
modelo chino pueda ser considerado como una opción política deseable frente a
los desafíos que derivan de la denominada Cuarta Revolución Industrial, cuyas
implicaciones abarcan, de manera radical, todos los ámbitos de la vida humana.
Digalo Ahi Digital
22 de octubre del 2019
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