Todas las culturas del mundo —la asiática, la africana,
la de Orien-te Próximo, la del hemisferio europeo-occidental— han fomenta-do la
escritura sapiencial. Durante más de medio siglo he estudia-do y enseñado la
literatura que emergió del monoteísmo y sus secularizaciones posteriores. ¿Dónde
se encuentra la sabiduría ? sur-ge de una necesidad personal, que refleja
la búsqueda de una sagacidad que pudiera consolarme y mitigar los traumas
causados por el envejecimiento, por el hecho de recuperarme de una grave
en-fermedad y por el dolor de la pérdida de amigos queridos.
A lo que leo y enseño sólo le aplico tres criterios:
esplendor es-tético, fuerza intelectual y sabiduría. Las presiones sociales y
las modas periodísticas pueden llegar a oscurecer estos criterios durante un
tiempo, pero las obras con fecha de caducidad no perduran. La mente siempre
retorna a su necesidad de belleza, verdad, discernimiento. La mortalidad
acecha, y todos aprendemos que el tiempo siempre triunfa. «Disponemos de un
intervalo y luego nuestro lugar ya no nos conoce».
Los cristianos que creen en la voluntad de Dios, los
judíos que confían en ella, y los musulmanes que la acatan, poseen sus propios
criterios de sabiduría y, sin embargo, cada uno precisa comprender esas normas
a título individual si quiere que las palabras de Dios le iluminen o conforten.
Los secularistas asumen un tipo distinto de responsabilidad y su interés por la
literatura sapiencial es considerablemente más nostálgico o angustiado,
dependiendo del carácter. Seamos devotos o no, todos aprendemos a anhelar la
sabiduría allí donde pueda encontrarse.
A principios del siglo XXI de nuestra era, Estados Unidos
y Eu-ropa occidental están separados por casi tantos factores como los que les
mantienen incómodamente aliados. En la práctica, el Nuevo Mundo o la Tierra del
Atardecer* vive una existencia tan laica como casi toda Europa, pero los
estadounidenses tienen tendencia a separar su vida interior de la exterior.
Muchos mantienen conversaciones con Jesús y su testimonio puede ser
convincente, dentro de unos límites. La religión, para ellos, no es el opio,
sino la poesía del pueblo, y por ello rechazan lo que conocen de Marx, Darwin y
Freud. Y, no obstante, también pueden tener sed de una sabiduría humana que
complemente sus encuentros con lo divino.
La escritura sapiencial, para mí, posee sus propios
criterios implícitos de fuerza estética y cognitiva. Este libro pretende
ofrecer normas que atraigan a hombres y mujeres instruidos, lectores
corrientes, tal como los llamó Virginia Woolf, siguiendo a Samuel Johnson. El
mercado está abarrotado de versiones degradadas de las tradiciones
sapienciales: divas del pop hacen alarde de unas cintas rojas que pretenden ser
cabalísticas, invocando así la tradición oculta del Zohar, la obra maestra del
esoterismo judío. La sabiduría de Kierkegaard, desesperadamente apremiante a
pesar de su capa de ironía, se detiene en las fronteras de lo esotérico, ante
lo que el gran sabio cabalístico Moshe Idel denomina «la Perfección que
absorbe». Idel, amablemente, se opone a su heroico precursor en los estudios de
la Cabala, el majestuoso Gershom Scholem, que había hablado de «la fuerte luz
de lo canónico, de una Perfección que destruye». La sabiduría, sea esotérica o
no, me parece una perfección capaz de absorber o destruir, según lo que le
aportemos.
¿De qué sirve la sabiduría si sólo puede alcanzarse en
soledad, reflexionando sobre lo que hemos leído? Casi todos nosotros sa-bemos
que la sabiduría se va de inmediato al garete cuando estamos en crisis. La
experiencia de hacer de Job es, para la mayoría de no-sotros, menos severa que
para él: pero su casa se desmorona, sus hi-jos son asesinados, está cubierto de
dolorosos forúnculos y su es-posa, magníficamente lacónica, le aconseja: «
¿Todavía perseveras en tu entereza? ¡Maldice a Dios y muérete!» Eso es todo lo
que le oímos decir y se hace difícil de soportar. El libro de Job es una
estructura en la que alguien se va conociendo cada vez más a sí mismo, en la
que el protagonista llega a reconocerse en relación con un Yahvé que estará
ausente cuando él esté ausente. Yesta obra, la más sabia de toda la Biblia
hebrea, no nos concede solaz si aceptamos dicha sabiduría.
En el salmo 22, el rey David comienza lamentándose: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», el clamor de su descendiente,
Jesús de Nazaret, en la cruz. El salmo 23 lo canta sir John Falstaff, en Enrique
V, en su lecho de muerte, como sabemos por Mistress Quickly, que embrolla
los dos versículos: «Por prados de fresca hierba me apacienta» y «Tú preparas
ante mí una mesa frente a mis adversarios», y acaba diciendo: «y una mesa de
verdes pastos». W. H. Auden consideraba que, para Shakespeare, Falstaff era una
especie de imagen de Cristo. Eso también me parece embrollar las cosas, pero es
enormemente preferible a despreciar a Falstaff tachándolo de viejo glotón que
chochea de amor, el señor del desgobierno. La agudeza de Auden es un tipo de
sabiduría, mientras que los estudiosos que denigran a Falstaff son, como mucho,
unos zombis.
No he visto que la literatura sapiencial sirviera de
consuelo: Job no pudo consolar a Hermán Melville ni a su capitán Ahab, pero les
provocó una furiosa reacción cuando Dios le hizo a Job pregun-tas retóricas: «Y
a Leviatán, ¿lo pescarás tú a anzuelo?» Yo mismo reacciono de manera más furiosa
a la palabra de Dios: « ¿Pactará contigo un contrato?», aunque aprecio que el
poeta del libro de Job evoque tan magníficamente el Yahvé inicial del escritor
J, autor primigenio del palimpsesto que ahora leemos como Génesis, Éxodo y
Números. Caprichoso e incluso sarcástico, a este asombroso Yahvé hay que
temerle, un miedo que es el comienzo de la sabiduría.
El libro de Job y el Eclesiastés, Homero y Platón,
Cervantes y Sha-kespeare, nos enseñan una sabiduría dura, suspendida entre la
tra-gedia y la ironía. No es probable que la ironía de una era o cultura sea
igual a la de otra y, no obstante, la ironía siempre tiende a decir una cosa
mientras quiere decir otra. La tragedia, aun cuando la veas como algo dichoso,
como hacía W. B. Yeats, no era aceptable para Platón, que repudiaba lo que casi
todos nosotros consideramos la visión trágica de la Ilíada. Para
Platón, el cambio y la mortalidad no son sabiduría, y Cervantes y Shakespeare
le hubieran incomodado aún más que Homero.
SABIDURÍA..................................................................................
13
PRIMERA PARTE EL PODER DE LA SABIDURÍA
1. Los hebreos: Job y el Eclesiastés
......................................... 21
2. Los griegos: La disputa de Platón con Homero
.................. 39
3. Cervantes y Shakespeare
..................................................... 81
SEGUNDA PARTE
LAS MÁS GRANDES IDEAS SON
LOS MÁS GRANDES ACONTECIMIENTOS
4. Montaigne y Francis Bacon
................................................. 117
5. Samuel Johnson y Goethe
................................................... 149
6. Emerson y Nietzsche
............................................................ 179
7. FreudyProust
.................................................................... 205
TERCERA PARTE SABIDURÍA CRISTIANA
8. El evangelio de Tomás
......................................................... 237
9. San Agustín y la lectura
....................................................... 249
Coda: Némesis y sabiduría
...................................................... 257
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G Miradas Multiples
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24 de Octubre del 2019
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