Transformaciones espacio-temporales de los relatos utópicos.
A partir de la publicación, en 1771, de El año 2440. Un
sueño como no ha habido otro, de Louis-Sébastien Mercier, el género utópico
atravesaría cambios profundos. Por tratarse del primer relato utópico en ubicar
su sociedad ideal en un tiempo futuro y no en un «lugar-otro», la obra
constituye un punto de inflexión en el desarrollo del modelo inaugurado por
Tomás Moro en 1516. La primacía de la variable temporal por sobre la espacial
se explica a partir de dos procesos: la clausura del proceso europeo de
expansión ultramarina y el advenimiento de una nueva forma de comprender la
Historia.
¡Caramba!, me dije a mí mismo, resulta que me hicemuy
viejo sin darme cuenta: ¡que dormí 672 años!Louis-Sébastien Mercier, El
año 2440
El año 2440: un ejercicio de extrañamiento de nuevo tipo
En 1771 se publicó por primera vez y con un falso pie de
imprenta El año 2440. Un sueño como no ha habido otro, del escritor
francés Louis-Sébastien Mercier.
La obra invitaba al lector a un viaje en el tiempo, pues tras un sueño de casi
700 años, el propio Mercier despertaba en una París perfecta y futura cuyas
costumbres contrastaban en su totalidad con las de la capital francesa de fines
del siglo xviii. En efecto, tras deplorar los vicios de esta última en una
conversación que Mercier mantiene con un anciano inglés, el joven protagonista
se duerme para despertar, poco después, en una ciudad completamente
transformada.
Convertido en un anciano con dificultades para caminar, Mercier
descubre que las calles son anchas, lo que facilita la circulación, y que los
hombres y las mujeres que las transitan están cómodamente vestidos. Entre los
muchos cambios advertidos por el protagonista, en la París del año 2440 la prostitución
ha desaparecido, la ciudad está limpia y parece salubre y, más importante aún,
el pueblo ya no se encuentra bajo la sujeción de un monarca despótico, sino de
un soberano que gobierna según las leyes establecidas.
El «viejo» Mercier deambula por la ciudad futura mientras
dialoga con un ciudadano de 2440 que, al igual que la figura del sabio anciano
en relatos utópicos anteriores, permite poner en evidencia el atraso de la
París dieciochesca en relación con las bondades que la capital ha alcanzado en
ese presente perfecto. Cambia sus ajustadas ropas para vestirse según la
costumbre, «simple y modesta», y observa que los edificios públicos han sido
resignificados en sus funciones para servir al pueblo, siendo prioritarias las
necesidades de los enfermos y mendigos.
En la utopía de Mercier, toda publicación es presentada a
los lectores sin censura previa y los ciudadanos son escritores. También ha habido
modificaciones sustantivas en las universidades, las academias, el ejercicio de
la justicia, los impuestos y el comercio. Tras un largo periplo por la ciudad,
hacia el final del día el protagonista acompaña a su guía a la casa de un
amigo, ocasión que Mercier aprovecha para describir la vida doméstica de los
parisinos de 2440. Allí, el viejo Mercier se entera de que el monarca no reside
más en Versalles sino en el centro de París, donde se encuentra bajo el
escrutinio de todos los ciudadanos.
Deseoso de ver el palacio, llega a él en el
último capítulo. Al caminar sobre sus ruinas encuentra a un anciano sentado
sobre el capitel de una columna y descubre que se trata de Luis xiv, quien
se lamenta de su propia creación. De forma un tanto abrupta, en ese preciso
instante una culebra muerde su cuello y el protagonista despierta.La toma de
distancia respecto de la sociedad presente y la presentación de una
«sociedad-otra» cuyas costumbres y leyes son opuestas y mejores a las de la
primera no eran en sí mismas una novedad. Un ejercicio de extrañamiento de
similares características había sido propuesto por Tomás Moro con la
publicación de Utopía en 1516. En aquella obra, a través del viajero
Rafael Hitlodeo, el humanista inglés había descripto la vida de una sociedad
ideal situada en una isla imaginaria tan remota como las muchas por entonces
descubiertas. En la isla de Utopía, ubicada en las antípodas de la Inglaterra
de su tiempo, se promovía la igualdad de bienes, la justicia y la distribución
equitativa del trabajo, prácticas diametralmente opuestas a las costumbres y
los valores ingleses del siglo xvi. El paradigma o modelo moreano se
consolidaría en los siglos siguientes hasta convertirse en un dispositivo para
la crítica social que, amparado en la presentación de un relato verosímil,
escapó al escrutinio de los censores.
En uno de los estudios más completos sobre la utopía en
el período clásico, Alexandre Cioranescu definió el género como «la descripción
literaria individualizada de una sociedad imaginaria, organizada sobre bases
que implican una crítica subyacente de la sociedad real». De tomarse en cuenta
esta definición, la obra de Mercier debería contarse entonces entre las muchas
expresiones literarias del género inaugurado con el opúsculo de Moro. Para los
estudiosos del caso, sin embargo, El año 2440 constituyó un punto de
inflexión dentro del paradigma literario o género utópico. En efecto, según ha
señalado Raymond Trousson, más allá de que a fines del siglo xviii en
Inglaterra y Francia se describieran sociedades imaginarias en donde primaba la
dimensión temporal por sobre la espacial, «el mérito de ser el padre de la
utopía moderna debe adjudicarse a Louis-Sébastien Mercier».
¿En qué basaba Trousson tal aseveración? A pesar de
que El año 2440 no es una ucronía en sentido estricto, pues no se
trata de una novela histórica alternativa estructurada por la pregunta «qué
hubiese pasado si…», la obra de Mercier dio cuenta de una diferencia sustantiva
respecto de textos de tipo utópico anteriores. Con la publicación de El
año 2440, la variable temporal se impuso al emplazamiento de una sociedad ideal
en un «espacio-otro». La descripción de una sociedad imaginaria en la que la
dimensión temporal primaba sobre la espacial, tal como Mercier proponía al
describir una París 700 años en el futuro, se realizaba en un contexto
atravesado por dos cambios estructurales. Por un lado, la clausura de la
expansión ultramarina europea y la ampliación del mundo conocido iniciadas a
fines del siglo xv. Por el otro, una renovación sin precedentes en la
forma de concebir la historia y el progreso de la vida humana. Es en función de
estas dos variables de cambio como a continuación serán analizadas las
transformaciones atravesadas por el discurso utópico entre su momento fundador
en 1516 y fines de la modernidad temprana europea. El examen de las
transformaciones que el género y el concepto de utopía atravesaron en los siglos
que siguieron a su creación permitirá delimitar, a su vez, las distintas fases
o etapas en el proceso de politización del término y su implementación en el
lenguaje político contemporáneo, aspecto que será abordado hacia el final del
artículo.
Una sociedad ideal en un espacio-otro
El análisis del corpus de relatos de tipo
utópico publicado desde la creación del opúsculo moreano hasta fines del
siglo xviii revela dos momentos en la construcción del género o
modelo: una primera instancia marcada por la publicación de Utopía y
la creación del neologismo por parte de Moro en 1516, y un segundo momento
signado por la publicación de El año 2440 de Mercier, en 1771. Tal
como se señaló en el apartado precedente, la escritura y publicación de El
año 2440 representó un punto de inflexión en la forma de concebir un
modelo de sociedad perfecta o ideal pues, a partir de esta obra, el relato
utópico dejó de anclarse en un «espacio-otro» para comenzar a ubicarse en un
«tiempo futuro-otro».
Una breve caracterización del primer momento revela, en
principio, que en 1516 Utopía fue dedicada a un círculo específico de
intelectuales (el círculo de humanistas de Europa del Norte del que Moro
también formaba parte) que comprendía a la perfección el carácter lúdico del
texto. Moro escribió parte de la obra durante un viaje diplomático a Flandes y
una posterior estadía en Amberes, en un periodo de franco ascenso de su carrera
política. A través de un supuesto encuentro con el navegante portugués
Hitlodeo, la obra presentaba al lector una forma de organización superior de la
que, a la vez, Moro tomaba cierta distancia. A los fines de este artículo,
interesa particularmente que el texto fuera escrito en el periodo de los
llamados grandes viajes de descubrimiento, cuando una parte considerable de la
superficie terrestre no había sido aún explorada ni cartografiada por los
cosmógrafos europeos.
En efecto, desde mediados del siglo xv las
coronas ibéricas habían iniciado un proceso de expansión transoceánica que se
acentuaría a comienzos del siglo siguiente. Relaciones, mapas y compilaciones
de viaje comenzaron a circular en Europa con cierta celeridad, lo que llevó a
que tanto la industria editorial como los ávidos lectores de las principales
plazas comerciales de Europa se alimentaran de las novedades del Nuevo Mundo.
A partir de las informaciones sobre las nuevas tierras descubiertas que
circulaban en centros comerciales como Amberes, Moro construyó un relato
ficticio que, por los detalles del texto y los paratextos incluidos, no dejaba
de ser verosímil. Al fin y al cabo, en la segunda década del siglo xvi las
noticias de la vida en Utopía eran tan posibles o creíbles como aquellas provenientes
de las costas de Terra Brasilis o Java la Grande.
Más allá de presentarse como un no-lugar (i.e. u-topos lo
es por su propia definición), los usos estratégicos que Moro hizo del nuevo
saber adquirido permiten ubicar a Utopía en alguna parte entre el
Viejo y el Nuevo Mundo. A la vez, las referencias a los Antiguos hechas por el
humanista inglés en el texto y su vínculo con los escritos de Luciano de
Samosata (siglo ii d. C.) también ubican la escritura de Utopía en
los intersticios del mundo antiguo y el moderno. La «utopía» se presenta así
como una marca del lenguaje que, en tanto topónimo, apela a un fragmento del
espacio. En términos de Louis Marin, la «utopía» es por ello un objeto
geográfico, a la vez ético y político, al que solamente accedemos a través del
lenguaje.
Para el filósofo francés, el término no designa entonces un lugar
inexistente o irreal sino un «no-lugar», pues es allí donde se sitúa todo lo
que no se puede ubicar en el espacio geográfico, cartográfico, político o ético
del mundo conocido.
A la vez, todo «no-lugar» es por definición propia un
espacio escindido del tiempo de los humanos. Al no existir una relación real
entre nuestro tiempo y espacio y el presente y espacio del «no-lugar»
descripto, Utopía deviene una construcción sin pasado ni futuro. Tal
como se establece en el libro segundo del opúsculo de Moro, a partir de la
mítica separación de la isla del continente bajo el reinado del rey Utopos, su
historia se encuentra inmovilizada, pues fue en el momento de su fundación
cuando se establecieron los parámetros de su perfección presente. La
coexistencia de un espacio real y un espacio imaginario o «no-lugar»
perfectamente aislado, al que se accede por mar, anula el factor tiempo y su
incidencia en ese espacio social. Por lo tanto, es posible afirmar que en un
primer momento en la historia del género, solo en un mundo paralelo y por ello
inaccesible pudo concebirse y desplegarse una sociedad ideal.
Clausura de la utopía clásica y apertura de la variable
temporalAntes de examinar cómo la introducción de una variable
temporal modificó sustancialmente la naturaleza del relato utópico, conviene
detenerse brevemente en el contexto de producción y circulación de la obra de
Mercier.
A pesar de haber sido rápidamente prohibida, tras publicarse en
1771, El año 2440 se reeditó en Francia y se publicó en Alemania,
Inglaterra e Italia en los años siguientes. A su vez, nuevas ediciones
aparecieron en Ámsterdam y en París, en 1786 y 1799 respectivamente. Muchas de
ellas contaron con abundantes agregados del propio autor, lo que llevó a que en
una de sus últimas versiones el libro fuera publicado en tres tomos. Además de
lograr este éxito editorial en Europa, la propuesta de Mercier fue retomada por
otros escritores del periodo, que hicieron sus propias versiones de la obra o
adaptaron el argumento del viaje en el tiempo a sus propios fines.
En términos
de Trousson. en 1772, un tal M. de Semivol publicó un folleto de 16
páginas bajo el título L’Année deux mille quatre cent quarante ou Tout a sa
place [El año 2440 o todo en su lugar]; en 1781, bajo los nombres de MM.
Legopanow y Alethowits aparecieron los Dialogues entre le xixe et
le xxe siècles [Diálogos entre el siglo xix y el xx],
ficticiamente publicados en 2001; algunos años más tarde, una comedia de Restif
de la Bretonne, L’an 2000 (1790), presentó los felices resultados de
la Revolución bajo el reino del buen Louis-François xxii. Paradójicamente,
el éxito de la obra no le granjeó a Mercier la admiración que deseaba dentro de
Francia.
El joven no era tomado con seriedad por los intelectuales ilustrados e
incluso historiográficamente no se le ha reconocido más que el papel de
escritor de segunda división o divulgador de los grandes temas de su época. Más
allá de esto último, interesan aquí dos variables claves del contexto de
producción de la obra. Por un lado, el hecho de que hacia 1771 el proceso de
expansión transoceánica europea iniciado a mediados del siglo xv se
encontraba ya en su última fase o etapa. Por el otro, el advenimiento del
«progreso» como clave explicativa del cambio histórico.
En cuanto a la primera variable, la obra se editó el
mismo año en que se salió a la luz el Viaje alrededor del mundo de
Louis-Antoine de Bougainville. La publicación de este relato de viaje, que
retomaba la experiencia de Bougainville en el que fuera el primer viaje francés
de circunnavegación (1766-1769) ponía fin (al menos para Francia) a la etapa de
las grandes navegaciones iniciada a mediados del siglo xv. La clausura
definitiva llegaría algunos años después del viaje de Bougainville, cuando en
el segundo de sus tres viajes de circunnavegación (1772-1775), por encargo de
la Royal Society, James Cook atravesara el círculo polar antártico y descartara
la posible existencia de un continente austral o pars quinta hasta
entonces buscada..
El hecho de que hacia 1775 todos los mares hubiesen sido ya
descubiertos y en mayor o menor medida navegados condicionaba la creación de
una isla ficticia pero teóricamente existente donde ubicar una sociedad ideal.
En definitiva, desde el momento de su fundación, era condición del género
utópico la creación de un escenario verosímil donde ubicar una sociedad ideal.
La clausura de ese espacio de experiencia hizo imposible
situar a las sociedades utópicas en algún lugar del planeta, «por eso las
utopías del siglo xviii se trasladaron a las estrellas o reptaron
bajo tierra», cuando no se ubicaron en un tiempo imaginario pero posible. En
términos de Reinhart Koselleck, a partir de Mercier todas las utopías se
orientaron hacia el futuro, y se modificó con ello la estructura del relato.
Este proceso de «temporalización» de la utopía se vinculaba directamente a la
visión de futuro del autor de utopías, que por regla general era distinta del
presente. Interesa aquí que, en la medida en que se impuso un «modelo de
experiencia progresivo», el pasado y el presente se volvieron objetivables,
pues se los comenzó a diferenciar de un futuro posible o deseado al que solo
podía llegarse a través de un cambio.
Al imaginar la ciudad de París 700 años en el futuro,
Mercier adscribía a una nueva concepción de la historia, en la que la vida de
los seres humanos ya no estaba planeada por Dios sino que se producía y
concretaba por la propia voluntad humana. Tal como la describe el escritor
francés, la vida en París en 2440 es el resultado de la proyección de sus
ideas presentes, donde la tolerancia, la equidad y el fin del despotismo
resultan los puntos más destacados. Coincidentemente, es en este periodo cuando
la historia comienza a ser «considerada una obra puramente humana y el
encadenamiento de innovaciones que, por sus efectos acumulativos, aseguran al
devenir colectivo una continuidad y una finalidad»Si en términos generales la
idea de progreso comenzó a determinar la representación del tiempo, en el caso
de los relatos utópicos el progreso también rigió los espacios imaginarios.
En la opinión de Koselleck, desde la publicación de El
año 2440 en 1771 hasta 1780, el concepto de utopía adquirió un carácter
político general, producto del proceso de temporalización atravesado por el
propio término. Ha sido señalado ya cómo esta politización del concepto
respondió tanto a un contexto geopolítico específico cuanto a una nueva
concepción de la historia. La incidencia de otras variables contextuales no
debe, sin embargo, descartarse. En principio, la posibilidad de pensar en un
futuro (aunque solo imaginario) diferente del presente ocurrió en un momento de
incipiente disolución del orden estamental y de aparición de nuevas formas de
sociabilidad, tales como clubes, asociaciones y agrupaciones políticas. Por su
parte, el progreso técnico también inspiró la creación de sociedades utópicas
libres de las faenas propias del tiempo presente. Por último, la secularización
creciente trasladó desde el más allá al futuro las promesas de una vida mejor.
Tal como se evidencia en relatos de tipo utópico posteriores, a partir de la
publicación de El año 2440 el presente se volvió perfectible en un
futuro, lejano o inminente, pero inexorable al fin.
Algunas reflexiones finales
Tras haber analizado los cambios que atraviesa el modelo
utópico con la inclusión de la variable temporal por sobre la espacial hacia
fines del siglo xviii, es lícito preguntarse sobre las consecuencias
políticas que esta transformación, a primera vista literaria, tuvo en el
género. En principio, la irrupción del futuro en el relato utópico hizo de
«utopía» una categoría sociopolítica que implicó, en alguna medida, una toma de
posición sobre la transformación del presente en función del futuro deseado. A
partir de 1792, los vocablos «utopismo» y «utopista» comenzaron a ser
utilizados para designar el comportamiento (no necesariamente positivo) de
determinados actores de la escena política. Se inició así lo que bien podría
definirse como un tercer momento en la transformación de la noción de utopía.
Su consolidación tendría lugar a mediados del siglo xix, con el uso que
tanto Karl Marx como Friedrich Engels dieron al término.
Si en 1848 Marx
recurrió a él para diferenciar sus posturas de las teorías socialistas
precedentes y, posteriormente, de las no marxistas en general, el uso
peyorativo se acentuó en 1880, cuando Engels definió el socialismo «utópico»
como aquel que por desconocer el materialismo histórico rechazaba el orden de
cosas reales pero no podía proveer un análisis crítico de ese orden
Poco quedaba del significado que Moro había otorgado
originalmente al término. En esta transformación, la obra del denostado Mercier
había tenido un papel capital. Al introducir la variable temporal en la
creación de una sociedad utópica, la distancia existente entre el lugar de
enunciación y el «no-lugar» propuesto dejó de calcularse en millas o kilómetros
posibles para pasar a contarse en años y aun siglos. Sin duda, aquella
irrupción del futuro en el relato utópico resignificó el ejercicio de extrañamiento
propuesto inicialmente por Moro. Si en Utopía los males del reinado
de Enrique viii coexistían con el buen gobierno de la isla de Utopía,
en El año 2440 las máximas del pensamiento ilustrado allanaban el
camino hacia una sociedad imaginaria pero futura. Como todo relato utópico, la
contracara de la equitativa París del año 2440 tomaría forma en el Tableau
de Paris, obra que Mercier publicó en 1782 y constituyó una dura crítica a la
(no tan utópica) capital dieciochesca.
Relacionados
1.
Traducción de la autora.
2.
L.-S. Mercier: L’an deux mille quatre cent quarante. Rêve
s’il en fût jamais, s./e., Londres,
1772. [Hay edición en español: El año 2440.
Un sueño como no ha habido otro, Akal, Madrid, 2016]. El libro, que salió a la
luz tres años antes de la muerte de Luis xv, se publicó en octavo y contó con
un total de 416 páginas y 44 capítulos. De todos ellos se destacan el capítulo
xxix sobre la gente de letras, el capítulo xxxvi sobre la forma de gobierno y
el capítulo xxxviii, sobre las mujeres. En relación con su fecha y lugar
original de publicación, según han sostenido algunos estudiosos del caso, la
obra presentó un falso pie de imprenta en Londres pero se editó en Holanda. Ver
A. B. E.: «Revisiting Mercier’s L’An 2440» en Science Fiction Studies vol.
30 No 1, 2003, p. 130.
3.
En el capítulo xxxvi, Mercier explica por qué en la
Francia del siglo xxv ha desaparecido el despotismo. El soberano se rige ahora
por las leyes y la sociedad se funda sobre el derecho natural. Según el
protagonista aprende en su viaje al futuro, en la Francia de 2440 han
desaparecido los privilegios, la venalidad de los cargos, los impuestos
injustos y las trabas a la libertad de comercio.
4.
L.-S. Mercier: ob. cit., p. 17.
5.
Ibíd., p. 28.
6.
Jean-Michel Racault: Nulle part et ses environs. Voyage
aux confins de l’utopie littéraire classique (1675-1802), Presse de
l’Université de Paris-Sorbonne, París, 2003, p. 12.
7.
A. Cioranescu: L’avenir du passé: Utopie et
littérature, Gallimard, París, 1972, p. 22.
8.
Bronislaw Baczko: Lumières de l’utopie, Payot &
Rivages, París, 2001, pp. 164-165.
9.
R. Trousson: Voyage aux pays de nulle part, Éditions
de l’Université de Bruxelles, Bruselas, 1999, p. 162.
10.
La aparición del neologismo «ucronía» data de 1857,
cuando el filósofo francés Charles Renouvier imaginó cómo se habría
desarrollado la civilización europea de no haber triunfado el cristianismo en
el siglo iii d. C. Ver C. Renouvier: Uchronie: l’utopie dans l’histoire
[1857], Pyrèmonde, París, 2007.
11.
Algunos años después de publicada su obra, el propio
Mercier asignó una palabra al acto de crear relatos de sociedades imaginarias
cuando introdujo el término «fictionner» en su Néologie; ou, vocabulaire de
mots nouveaux a renouveler ou pris dans des acceptions nouvelles [Neología, o
vocabulario de palabras a renovar o tomadas en nuevas acepciones] de 1801. Tal
como proponía la definición: «ficcionar no es narrar, contar, fabular; es
imaginar caracteres morales o políticos para transmitir verdades esenciales del
orden social. Ficcionar un plan de gobierno en una isla lejana, en un pueblo
imaginario, para el desarrollo de diversas ideas políticas». L.-S.
Mercier: Néologie; ou, vocabulaire de mots nouveaux, a renouveler ou pris
dans des acceptions nouvelles, Moussard, París, 1801.
12.
Carlo Ginzburg: No Island is an Island: Four Glances
at English Literature in a World Perspective, Columbia UP, Nueva York, 2002,
pp. 1-24. [Hay edición en español: Ninguna isla es una isla. Cuatro visiones de
la literatura inglesa desde una perspectiva mundial, Cehiso, Rosario, 2016].
13.
L. Marin: «La fiction poétique de l’Utopie» en Cinéma
et Littérature No 7: Utopies, 1989, pp. 13-20.
14.
R. Trousson: «Préface» en L.-S. Mercier: L’an 2440. Rêve
s’il ne fut jamais, Slatkine Reprints, Ginebra, 1979, p. XXV.
15.
Por mucho tiempo, Mercier fue llamado el «loro de
Rousseau» o la «caricatura de Diderot», entre otros motes que buscaban resaltar
su condición de escritor de segunda línea. Su fama de escritor mediocre
perviviría aún en la historiografía actual, que se ha referido a Mercier como
un «carácter marginal» o «chusma literaria». Además de escribir, Mercier
desarrolló varias otras ocupaciones. Ver L.-S. Mercier: ob. cit., p. vii;
Robert Darnton: Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo
Régimen, FCE, Ciudad de México, 2003, p. 24; y L.-S. Mercier: L’an 2440. Reve
s’il ne fut jamais, posfacio de Michel Lallement, Burozoîque, París, 2009, p.
318.
16.
Cook no completaría su tercer viaje de circunnavegación
pues murió en el archipiélago de Hawai en 1779 tras un altercado con las
poblaciones locales.
17.
R. Koselleck: Historias de conceptos. Estudios sobre
semántica y pragmática del lenguaje político y social, Trotta, Madrid, 2012, p.
177.
18.
Según Koselleck, hasta el siglo XVII los temas debatidos
por el relato utópico eran tópicos de discusión desde tiempos inmemoriales,
tales como la comunidad de bienes, la planificación moral y racional de la
sociedad, etc.
19.
B. Baczko: ob. cit., p. 154.
20.
Ibíd., p. 166.
21.
En Inglaterra, el término sufrió un proceso de
politización previo, cuando durante la Revolución Inglesa la isla y la obra
pasaron al lenguaje político.
22.
C. Martínez: Mundos perfectos y extraños en los
confines del Orbis Terrarum. Utopía y expansión ultramarina en la modernidad
temprana, Miño y Dávila, Buenos Aires, 2019, p. 263.
https://nuso.org/articulo/explorar-el-futuro/?utm_source=email&utm_medium=email&utm_campaign=email
No hay comentarios:
Publicar un comentario