Es el título en español de una serie documental de
“National Geographic” (“One strange rock”, en inglés), cuyo anfitrión es
celebérrimo actor Will Smith.
No podía ser de otra manera, si alguien tiene
experiencia en esto de ver la Tierra en el contexto de las galaxias que la
circundan es Mr. Smith, que ha perseguido desde hace tiempo a esos
extraterrestres malandros, que son unas despreciables cucarachas (el mundo de
los insectos se encuentra siempre desprotegido de nuestros afectos y son quizá
los únicos seres vivos que pueden ser humillados sin consecuencias, sin que
nadie se indigne. No hay, que uno sepa, un “comité de defensa de las
cucarachas”. Muy por el contrario, en el supermercado, compramos gustosos
venenos en spray para su exterminio.
En la serie, ocho astronautas nos cuentan cómo vieron a
la Tierra desde el espacio y a partir de allí se construye un increíble relato
de la manera como se formó nuestro planeta y la vida en él. Al parecer no fue
fácil, una serie de coincidencias afortunadas se dieron en esta misteriosa roca
que es la Tierra, para que la vida fuese en ella posible: la existencia de
agua, por ejemplo, ese “vital liquido” que uno usa, a veces, sin mucha
conciencia del tesoro que representa; la configuración de una capa de atmósfera
que envuelve el planeta y le protege de agresiones, repleta del oxígeno
indispensable para la vida; el impacto de agentes exógenos (como meteoritos) y
endógenos (como fabulosas erupciones volcánicas) que cambiaron nuestro destino.
En fin, la Tierra, esta Tierra que destruimos hoy, es
fruto de la paciencia de siglos. Aunque nosotros vivamos acelerados, el planeta
se tomó su tiempo, tiene sus maneras. Sobre él un tipo particular de ser vivo
apareció: el “homo sapiens”, que curiosamente significa “hombre sabio”. Es decir,
un ser pensante, capaz de aprender y de comunicarse, consciente de su
existencia y con una capacidad de inventar “homo faber”, que transformó al
planeta y a sí mismo, para bien y para mal.
Trae uno esto a colación, porque vista desde el espacio,
la Tierra es la casa de todos, así la percibieron los astronautas. Desde arriba
no se distinguen religiones, ni pulsiones políticas, el millonario y el pobre
lucen del mismo microscópico tamaño e igual de efímeros. Visto desde fuera,
nuestro planeta, puede ser contemplado en un sentido distinto, “sub specie
aeternitatis”, que diría Baruch de Spinoza.
Creo que esto es lo que nos hace falta a los seres
humanos de este tiempo, darnos una miradita desde el punto de vista de la
eternidad, para evitar las infinitas pequeñeces que nos destruyen de múltiples
maneras.
Al humilde entender de quien esto escribe, que no es
físico ni astrónomo, algunas formas de destrucción son inevitables: tenemos que
bañarnos y es aconsejable que sea diariamente y con cambio –al menos– de ropa
interior, vehículos, transporte, casa cómoda, calefacción, comunicaciones
modernas, etc., son necesarias e indispensables, parte de nuestro avance es
haberlas conquistado, porque tampoco es que, para salvar el planeta nos vamos a
dejar morir.
Esta extraña roca existe porque está en la cabeza de los
seres humanos y si los seres humanos se acaban, ya no habrá planeta. Por eso,
tenemos que tenerlo claro: a la hora de salvar algo, lo primero que tenemos que
salvar es a los seres humanos.
El planeta tiene una destrucción de uso, por nuestra
existencia como animales sabios, sin embargo, la vamos atenuando con energías
alternativas y racionalización de la vida, pero la que si no se atenúa y crece
exponencialmente convirtiéndose en la más inquietante y dañina de las
destrucciones, es la que hacemos en función de nuestra ambición de poder
económico y político: dos guerras mundiales, bombas atómicas, exterminio masivo
de otros homos tan sapiens como los exterminadores, legítimas protestas
que por el aumento del precio del transporte que terminan destruyendo el servicio
de transporte que pretendían abaratar, nacionalismos separatistas que
incendian lo que quieren salvar, diversas formas de terrorismo, dan cuenta de
ello.
Hay muchas razones para pensar que el “homo sapiens” se
está convirtiendo en los últimos tiempos (hablo especialmente de los últimos
cien años) en un “homo imbecilis”. Nosotros los venezolanos podemos hablar con
propiedad de ello, llevamos al “homo imbecilis” al poder y le entregamos un
“kit destructivo de naciones” marca “ACME”.
Huir del planeta no está fácil. No tenemos otra opción
que salvarlo (es decir salvarnos, salvar la vida toda) mientras algún
meteorito, cuya trayectoria aún desconocemos, prepara nuestro final desde el
fondo del espacio. Para salvar a la humanidad toda de los múltiples meteoritos
en que nosotros mismos nos hemos convertido, hay un solo camino: hacer honor al
título de “homo sapiens” con que nos hemos autonombrado. Así que, ¡a
estudiar filosofía todo el mundo!, que los libros no muerden.
Digalo Ahi Digital
01 de Noviembre del 2019
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