Un análisis sobre la
situación de inseguridad que está padeciendo el país y por ende, afectando a
todos los venezolanos, realiza desde Alta Política el psicólogo, filósofo y
teólogo, director del Centro de Investigaciones Populares, Alejandro Moreno. El
especialista advierte que se está formando un grupo humano que desarrolla sus
propios valores y su propia manera de entender la realidad, “completamente
fuera de lo aceptado en la convivencia social de la gente”. Para Moreno es
preocupante que hayamos entrado en un peligroso espiral y hay una causa que
motiva la criminalidad: la “impunidad que viene de la justicia”. Para
desarticular esta subcultura, Moreno refiere que requiere tiempo, con la
difusión y práctica de valores ejercido no solo por los ciudadanos comunes,
sino por el Estado
El especialista advierte
que se está formando un grupo humano que desarrolla sus propios valores, su
propia manera de entender la realidad y de reaccionar ante ella
El especialista advierte
que se está formando un grupo humano que desarrolla sus propios valores, su
propia manera de entender la realidad y de reaccionar ante ella, maneras que
están “completamente fuera de lo aceptado en la convivencia social de la gente”
El debate sobre la
violencia criminal en Venezuela encuentra a Alejandro Moreno con sus armas en
las manos, que no son pistolas ni subametralladoras, sino libros, ideas,
estudios y razonamientos. Este psicólogo, filósofo y teólogo, fundador y
director del Centro de Investigaciones Populares, dispara argumentos que pueden
ser tan duros como proyectiles y que tienen como blanco a la sociedad, el
Gobierno y el Estado.
“Los malandros tienen
las armas que quieren, no tienen consecuencias negativas porque hay completa
impunidad, tienen cómo moverse de un lado para otro. Tienen todas las facilidades”,
afirma el especialista. Moreno alerta que las bandas de muchachos de no más de
25 años de edad se han convertido en una subcultura de hombres dispuestos a
matar porque “matar es poder y es un acto placentero para ellos”.
Peligroso espiral
Para Moreno es
preocupante que hayamos entrado en una espiral al que llama “los crímenes sin
suficiente motivación”. “Hay crímenes con motivación banal: le dieron un
pisotón, sacó la pistola y disparó; es una motivación banal y perversa, porque
por supuesto que ninguna motivación es justa en este caso, pero hay los que no
tienen motivación, y lo que estamos descubriendo es que disparan y matan por
matar”, sostiene.
El sociólogo advierte
que se está formando un grupo humano que desarrolla sus propios valores, su
propia manera de entender la realidad y de reaccionar ante ella, maneras que
están “completamente fuera de lo aceptado en la convivencia social de la
gente”.
Precisa que estos
delincuentes violentos no son enfermos ni tienen daño cerebral o psicológico de
por sí, pero sí están en una subcultura y tienen libertad de decisión. Va aún
más allá: “esas personas saben lo que hacen, quieren lo que hacen y lo
comparten todos (…) Todo empieza por las prácticas: atracas, en pequeños grupos
o en conexión con otros compinches y no tiene consecuencias. Entonces te
afirmas en lo que estás haciendo (...) empiezas a pensar que las cosas son así,
que es natural, que es lícito, que es normal hacerlo; pero sabemos que no es
así”.
Motivación
Los estudios de Moreno revelan
que la gran motivación de estos delincuentes es imponer ser respetados. “Para
ellos ser malandro es tener poder, y tener poder quiere decir tener todas las
jevas que yo quiera, tener todo el dinero que yo quiera, tener el dominio de
todos los que yo quiera”, describe.
Pero entonces es válido
preguntarse ¿cómo ven la vida del otro, a quien se la quitan? Para esta
incógnita, Moreno tiene la siguiente respuesta: “si tienes poder, la vida del
otro está sometida a tu poder. Es sentir que tienes poder. Esa es su gran
motivación”.
Para el investigador hay
una causa que “motiva” la criminalidad, la “impunidad que viene de la
justicia”. “Es tan descarada la impunidad que los malandros han aprendido a
tener un fondo de dinero para cuando caigan presos”. A su juicio, en todos los
gobiernos hubo blandura y no hubo compromiso, pero en el de turno “no ha habido
ninguno”. “Estos años han sido desastrosos, por unas razones supuestamente
teóricas: porque dicen que son víctimas de la sociedad, son pobrecitos, son del
pueblo. Pero yo creo que hay que saber distinguir; no se puede analizar una
realidad con esta ligereza y sin una profundidad de análisis”, critica.
Relación con la pobreza
El sacerdote enfatiza
que sus investigaciones arrojan que no tiene nada que ver la pobreza de origen
con la conducta criminal, lo cual no quiere decir que la pobreza no sea un
ambiente en el cual se pueden fomentar la violencia. “No hay una relación
directa, porque si no, todos los pobres serían malandros”.
Sobre la pregunta de
¿cómo desarticular la subcultura?, Moreno tiene la siguiente teoría: “eso
requiere tiempo, y ahí es donde entra la difusión de valores, pero valores no
solamente enseñados, sino practicados”. El problema, acota, es que “la otra
sociedad” debe ser apetecible para ellos. “Debe ser apetecible para
desarticular esa otra microsociedad, para que no tenga éxito y se muera por sí
misma (…) es un trabajo completo y complejo, pero no ejercido sólo por los
ciudadanos comunes y corrientes, sino por el Estado”.
Algo influye
Sobre la correlación
entre delincuencia y medios de comunicación, Moreno subraya que “algo tiene que
influir”, pero precisa que una película violenta es vista como una película por
la población. “Cuando procesas la violencia, no en el marco de la verdad, sino
en el marco de la fantasía, se queda como fantasía en la mayoría de la gente.
Cuando algunos tienen tendencias, les influye indudablemente. Uno sabe del
malandro que ha ido a ver tres o cuatro veces la misma película para ver cómo
se dispara”. Como investigador, acota que se han hecho muchos estudios “y no se
ha llegado a ninguna conclusión clara”, aún cuando “siempre hay una sospecha”.
No son muchos
A criterio del
investigador, los malandros realmente activos en un barrio generalmente no
pasan de 5 ó 6, 10 cuando mucho. “En un barrio de 8 mil habitantes 10 personas
no es mucho. Hay gente que cree que en Venezuela tenemos infinidad de
malandros. Eso no es verdad. Lo que pasa es que tienen una capacidad de muerte
que es asombrosa. Tienen las armas que quieren, no tienen consecuencias
negativas porque hay completa impunidad, tienen cómo moverse de un lado para
otro. Tienen todas las facilidades”.
Contra la pena de muerte
Alejandro Moreno está en
contra de la pena de muerte pero añade que “esos vientos soplan fuerte” en una
parte de la sociedad venezolana. “Desgraciadamente cuando suceden hechos que
impactan la opinión pública y preguntas si hay que poner la pena de muerte, más
de 50% de los venezolanos te va a responder que sí (…) La pena de muerte es
injusta, porque no hay derecho a matar a nadie, sobre todo cuando se lo puede
controlar, además no resuelve nada; de hecho, en los países donde hay pena de
muerte no ha disminuido la violencia, ni el eliminar la pena de muerte la ha
aumentado, de manera que la pena de muerte no es eficiente”. Moreno enfatiza
que, por el contrario, la pena de muerte “puede servir para algo muy malo”, que
es “el descargar la venganza no solamente de aquellos que son víctimas sino de
la sociedad misma”.
Matar con permiso- Por Alejandro Moreno
Nada menos que 5.535 han
sido los muertos “por resistencia a la autoridad” durante el año 2017, según el
Observatorio Venezolano de la Violencia. ¿A qué autoridad? A la de funcionarios
policiales y militares.
Hace ya tiempo que quien
esto escribe había reseñado que estaba dada la orden de matar a los jefes de
bandas aunque estuvieran acostados en sus camas. Hace años que esto se está
cumpliendo a rajatabla. Es muy fácil para los funcionarios policiales o militares
camuflar, bajo el rótulo de “resistencia a la autoridad”, la muerte deliberada
de una persona. Basta ponerle a la víctima, una vez cadáver, un arma en la mano
y disparar con ella hacia alguna parte.
El sentido común nos
dice que no son tantos los jefes de banda; pero, aunque fueran, el Estado no
tiene derecho a ordenar o simplemente permitir la muerte de nadie en este país
y menos facilitar la libre iniciativa del funcionario al respecto, el cual,
además, bien sabe que no será sometido a ninguna sanción.
Las cifras del año 2017
son solo una muestra de cómo se está procediendo en el control de la violencia
de los delincuentes. La preocupación se hace mucho mayor si consideramos que
muchas de las víctimas habrán sido personas inocentes que nada tenían que ver
con el delito. Sabemos muy bien cómo las llamadas fuerzas del orden disparan
sin ningún reparo cuando persiguen a quien a sus ojos aparece como un
delincuente. Y digo bien: “aparece”. En efecto, demasiadas veces es la
apariencia la que guía la acción represiva.
Tener “cara de
malandro”, ya sea por el color de la piel, ya sea por el gesto, ya sea
por la indumentaria, es razón suficiente para que la supuesta autoridad decida
“neutralizar” a una persona sin ningún remordimiento y sobre todo sin ningún
peligro de recibir algún tipo de sanción.
Hace ya mucho tiempo que
el Estado venezolano parece haber decidido actuar sin ninguna contemplación,
sin pararle mientes a los derechos más elementales del ciudadano. Lo estamos
continuamente experimentando. Últimamente lo hemos vivido cuando un grupo de
sublevados contra el gobierno, mientras clamaban su entrega y rendición, fueron
públicamente masacrados.
No se trata de defender
a quienes violan las leyes y asesinan, también sin misericordia, sino de respetar
la vida de todo ser humano como un derecho inviolable por muy delincuente que
sea su conducta.
Si un Estado como el
nuestro se permite violar este fundamental derecho, todos los ciudadanos,
buenos y malos, estamos en peligro de muerte. Defendiendo la vida del
delincuente, defendemos también la nuestra.
ciporama@gmail.com
El Nacional
G miradas multiples
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