Cada vez parece haber menos distancia entre el mundo
cultural de los adolescentes y el de los adultos. Dejaron en gran medida de ser
antagónicos, cosa que los caracterizó hasta períodos recientes, y en cambio
parecen ir hacia una nivelación de sus objetos, sensibilidades, ideales. Esto
fue observado y comentado ya en muchas oportunidades. Sin embargo los más
jóvenes no dejan de declarar un abismo de incongruencia respecto de sus
mayores. Creen que la generación de sus padres es incapaz de comprender,
particularmente, los aspectos que ellos consideran vinculados a limitaciones
superadas; limitaciones que arbitraban pero que hoy carecerían de fundamento,
ya que el mundo se supone fluido y más gobernado por el estímulo afectivo que
por los parámetros de la vieja razón.
Esto se refleja en una gran semiótica de
los afectos Naíf, de la que los emoticones y la publicidad posmo serían
justamente íconos. Exagerando un poco, su postulado sería que nuestras
generaciones idealizaron el pensamiento y el orden, y les faltó amor. Es quizás
un buen punto. Me pregunto si esta nueva generación sufrirá en cambio un exceso
de excitación y la carencia de ciertas formas de inteligencia dialéctica.
Carencia que desde ya nos aqueja a todos, y que podría ser olvidada si la
utopía de un amor plural e ilimitado se cumple, cosa en la que sólo los
adolescentes parecen cifrar esperanzas verdaderas.
La liberación de las formas de amar es una buena apuesta,
superadora de la modernidad, pero en cambio el imaginario del amor ilimitado
tiene dificultades para integrar la dimensión productiva de la vida, esa que es
parte, al menos en la versión freudiana, de las condiciones para un estado
psíquico saludable. Se trataría entonces de un amor extático, o uno puramente
autoreferido. Revisemos esto.
Adolescentes y adultos habitamos espacios culturales cada
vez más semejantes. Pero en vistas de que no es lo mismo transitar una misma
coyuntura histórica en las distintas etapas de la vida, algunas impresiones
sobre el pensamiento-acción adolescente ponen en crisis nuestra responsabilidad
intergeneracional. El tema de cómo harán las nuevas generaciones para
encontrarse con los roles productivos de la cultura y la sociedad, es una
preocupación evidente de corto y mediano plazo, que es cuando suponemos que
estos jóvenes intentarán crecer.
Me refiero a sus posibilidades laborales, obviamente,
pero también a la productividad en un sentido más amplio y elemental,
considerando que existe una dificultad creciente para organizar los tiempos de
consumo y los de producción, o también una resistencia sufrida a la hora de
identificarse como sujetos productivos, de interrumpir el flujo de consumo.
Esto es lo que expresa la lengua popular con el uso extendido del término
“paja”. Todo da paja, según dicen, porque en realidad se está en
la paja totalizadora, con cuerpos ya sobre-exigidos en ese punto.
Recordaba entonces la concepción freudiana sobre el
estado saludable, que lo describe como la “capacidad de amar y producir”.
Pensaba si esta fórmula no pretende actualizarse como “capacidad de amar y
consumir”, independizándose del compromiso con el trabajo.
Son múltiples las variables que presionan la dinámica
social en este sentido. Pero hoy vamos a comentarlas desde el punto de vista de
la génesis subjetivante. Desde ese punto de vista, la idea de reemplazar lo
productor por lo consumidor como fuente de bienestar, simplemente no tiene
chances de llegar a buen puerto. Recuperar esta reflexión sobre la salud
psíquica, es justamente desligarla de sus connotaciones mercantiles y
devolverle una cierta equidistancia con otras connotaciones. Así, tanto el consumir
como el producir encuentran correlato en el psiquismo primario, siendo los
equivalentes de deglutir y defecar. Lo primero que hace una organización
cultural del cuerpo es poner en alternancia estas funciones, eliminar su
simultaneidad. Al menos en todas las culturas conocidas, los tiempos del
consumir y del facturar se alternan necesariamente. Entonces hay algo del
producir que no es un logro sino que es inevitable, pero el asunto de la salud
es producir algo más que desechos.
Estar productivos implica entrar a un momento en que se
interrumpe o desintensifica el consumo por deseo de otra cosa. Esto es muy
dificultoso para quienes han crecido con niveles de insatisfacción propios del
consumo idealizado y de eso que podríamos llamar compulsión adquisitiva. Una
gran frustración es inevitable, y se agrava ante el porvenir inmediato.
En la actualidad, nuestro país ve acelerarse su
empobrecimiento material, a la par que vemos empobrecerse nuestro universo de
representaciones. Y aunque eso nos afecta a todos, son los jóvenes los más
expuestos a esta versión de la vida, en la cual la variedad de los valores
pretende remplazarse por la unidimensionalidad de la economía. Junto a la nueva
semiótica de los afectos naíf, vuelve a cundir el repertorio lingüístico de la neurosis
obsesiva, con sus deudas insostenibles, sus tasas contractivas, su medición de
riesgo; reemplazando la productividad por la cosa especulativa. El gobierno
macrista ganó las elecciones aturdiendo a la gente con un discurso de lo
ilimitado, del desborde de alegría y de inversiones, y en menos de lo que canta
un gallo con alzheimer comenzó a imponer un discurso de pobreza obligatoria.
Acompañemos a nuestros jóvenes a entender esta pesadilla y a encontrar puertas
creativas.
El aspecto edificante de la cultura se sostiene en
trascender la ecuación simbólica entre caca y regalo, o entre caca y dinero. De
esta forma, amar y producir significa que se está en capacidad de esperar algo
de los otros, y desear hacer algo para ellos y ellas; hacer algo más que la
repetida caca o el repetido dinero, hacer algo que esté comprometido con la
novedad.
G miradas multiples
04 de Noviembre del 2019
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